domingo, 25 de abril de 2010

1º de mayo August Spies Chicago anarquismo

 

1. El primero de Mayo es el día de los trabajadores y NO del trabajo.

2. No hay nada para celebrar.        Es un día de protesta por el asesinato cometido por la "justicia" estadounidense

Adjunto el alegato de uno de los compañeros.   El día 11/9/1887 la "justicia" cometió el crimen. Lo ahorcaron.

Por una justica popular en un mundo liberado.    Cordialmente alex

 

AUGUST SPIES: ARGUMENTOS ANTE LA CORTE ACERCA DE LOS DISTURBIOS DE HAYMARKET SQUARE, CHICAGO

(7 DE OCTUBRE DE 1886)

 

Al dirigirme a esta Corte, hablo como representante de una clase al representante de otra. Comenzaré recordando las palabras pro­nunciadas hace 500 años, en una situación similar, por el veneciano Doge Faberi, quien al dirigirse a la corte, dijo: «Mi defensa es vues­tra acusación; vuestra historia, las causas de mi supuesto crimen.»

 

He sido acusado como cómplice de asesinato. He sido senten­ciado por esta acusación. El Estado no ha presentado ni demostra­do ninguna evidencia que pruebe que yo conocía al hombre que tiró la bomba ni que yo mismo haya tenido algo que ver con el lanza­miento del proyectil, a menos, por supuesto, que sopesen el testi­monio de los testigos del fiscal de distrito y de Bonfield, el testimo­nio de Thompson y de Gilmer, por la cantidad que se les pagó.

 

 Si no hubo evidencia que probara que yo fui legalmente responsable del hecho, entonces mi sentencia y mi ejecución no es más que un asesinato intencionado, malévolo y deliberado; un asesinato igual de injusto como cualquier otro debido a persecución religiosa, polí­tica o de cualquier otro tipo.

 

Ha habido muchos asesinatos judiciales en los cuales los repre­sentantes del estado actuaron de buena fe, creyendo que sus vícti­mas eran culpables de los cargos que se les levantaron. En este caso, los representantes del estado no pueden escudarse en una excusa parecida ya que ellos mismos han fabricado gran parte de los tes­timonios que fueron utilizados como evidencia para sentenciar­nos; ¡para sentenciarnos por un jurado que fue escogido para sen­tenciar! Ante esta Corte y ante este público, que se supone es el Estado, yo acuso al fiscal de distrito y a Bonfield de conspiración odiosa para cometer un asesinato.

 

Mencionaré un pequeño incidente que podrá esclarecer esta acusación. La noche en que las guardias pretorianas de la Asociación de Ciudadanos, de la Asociación de Banqueros, de la Asociación de comerciantes y de los principales ferroviarios atacaron la reu­nión de trabajadores en el Haymarket (con intenciones asesinas), esa noche, alrededor de las ocho me encontré con un joven llamado Legner, miembro de la Aurora Turnverein.

 

El me acompañó y no se separó de mi hasta que me bajé de la carreta, unos pocos segun­dos antes de que ocurriera la explosión. El sabía que yo no había visto a Schwab esa noche. El sabía que yo no había platicado con nadie, como atestiguó Thompson, el protegido del Sr. Marshall Field. El sabía que yo no me había bajado de la carreta para encen­der el cerillo y dárselo al hombre que tiró la bomba.

El no es socialista. ¿Por qué no lo trajimos al estrado? Porque los honorables representantes del estado, Grinnell y Bonfield, lo ahuyentaron. Estos honorables caballeros sabían todo sobre Leg­ner. Ellos sabían que su testimonio probaría el perjurio de Thomp­son y de Gilmer por encima de toda duda. El nombre de Legner

 

es­taba en la lista de testigos del estado; sin embargo, no fue llamado por razones obvias. Así es, a varios amigos les comentó que se le habían ofrecido $500 por salir de la ciudad y fue amenazado con cosas terribles si permanecía aquí y aparecía como testigo de la de­fensa. Contestó que él no sería comprado ni intimidado para ayu­dar a propósito tan bajo e indigno.

 

Cuando buscamos a Legner, no pudimos hallarlo; el Sr. Grin­nell dijo (¡y el Sr. Grinnell es un caballero honorable!) que él mis­mo había intentado buscar al joven pero que no había podido hallarlo. A las tres semanas supe que el mismo joven había sido se­cuestrado y llevado a Búfalo, N. Y. por dos ilustres guardianes del "orden y de la ley", dos detectives de Chicago. ¡Permitid que el Sr. Grinnell, permitid que la Asociación de Ciudadanos, su patrón, conteste a esto! ¡Y permitid que el público juzgue a los asesinos po­tenciales!

 

No, repito, la fiscalía no ha probado nuestra culpa legal, a pesar del testimonio comprado y falso de algunos; a pesar de lo original de los procedimientos de este juicio. Y dado que esto no se ha he­cho y, sin embargo, se nos ha sentenciado por un comité impuesto de vigilancia que actúa como jurado, yo afirmo que vosotros, los supuestos representantes y los supremos sacerdotes de la "ley y el orden" sois los únicos responsables infractores de la ley, y en este caso, hasta de asesinato.

 

Es bueno que el pueblo sepa esto. Y cuan­do hablo del pueblo no me refiero a los pocos conspiradores de Grinnell: los nobles políticos que se aprovechan de la pobreza de las multitudes. ¡Estos zánganos podrán constituir el Estado, po­drán controlar el Estado, podrán tener sus Grinnells, sus Bonfields, y otros empleaduchos! No, cuando hablo del pueblo me refiero a la gran masa de abejas humanas, los trabajadores, quienes desafor­tunadamente aún no están conscientes de los atropellos que se co­meten "en nombre del pueblo"; en su nombre.

 

El susodicho asesinato de ocho hombres, cuyo único crimen ha sido el atreverse a decir la verdad, quizá haga despertar a millones de personas sufrientes. Es más, ya he observado que nuestra sen­tencia ha obrado milagros en este sentido. La clase que pide por nuestras vidas, los buenos y devotos cristianos, ha intentado me­diante todas las formas, a través de sus periódicos y similares, de ocultar la única y verdadera cuestión en este caso.

 

Al simplemente llamar a los acusados anarquistas y al presentarlos como una tribu o especie de caníbales recientemente descubierta y al inventar unas historias espectaculares y horripilantes de conspiraciones oscuras supuestamente planeadas por ellos, estos buenos cristianos busca­ron celosamente ocultar los verdaderos hechos a la gente trabajado­ra y a la de otros partidos decentes; a saber, que en la noche del 4 de mayo, 200 hombres armados bajo las órdenes de un destacado rufián ¡atacó una reunión de ciudadanos pacíficos! ¿Con qué in­tención? Con la intención de matarlos a todos o a la gran mayoría de ellos.

Me refiero al testimonio de dos de nuestros testigos. Los asala­riados de esta ciudad

 

comenzaron a oponerse a ser "robados" en demasía; comenzaron a decidir algunas verdades, pero éstas eran muy desagradables para nuestra clase patricia; solicitaron algunas demandas muy modestas. Creían que era suficiente pagar apenas dos horas de trabajo por ocho horas de duro esfuerzo. Tenía que acallarse esta "canallada ilegal". La única forma de acallarlos era asustarlos y matar a los supuestos líderes. Efectivamente, estos "perros extranjeros" tenían que aprender una lección para que nunca más interfirieran con la suprema explotación de sus benevo­lentes y cristianos amos. Bonfield, el hombre que haría ruborizar a los dirigentes de la noche de San Bartolomé (Bonfield, el ilustre caballero con una apariencia que le hubiera sido muy útil a Doré para retratar las fieras del infierno de Dante) Bonfield era el hom­bre más adecuado para consumar la conspiración de la Asociación de Ciudadanos, de nuestros patricios.

 

Si yo hubiera tirado esa bomba, o si yo hubiera ayudado a tirar­la o si hubiera sabido de esto, no vacilaría un momento en decirlo. Es cierto que se perdieron algunas vidas; y muchos fueron heridos. Pero, paralelamente, se salvaron cientos de vidas. Si no hubiera sido por esa bomba, en lugar de unos pocos, habría habido cientos de viudas y cientos de huérfanos. Estas cifras han sido cuidadosa­mente ocultadas y nosotros fuimos acusados y sentenciados de conspiración por los verdaderos conspiradores y sus agentes. Esta es, Su Señoría, una de las razones por la cual no debería aplicar sentencia una corte de justicia (si es que ese nombre realmente sig­nifica algo).

 

"Pero", dice el estado, "vosotros habéis publicado artículos sobre la fabricación de la dinamita y las bombas". ¡Mostradme un solo periódico en esta ciudad que no haya publicado un artículo si­milar! Recuerdo claramente un largo artículo del Chicago Tribune del 23 de febrero de 1885. El periódico contenía una descripción y dibujos sobre diferentes tipos de máquinas y bombas infernales. Este lo recuerdo especialmente porque compré el periódico en el fe­rrocarril y tuve mucho tiempo para leerlo.

 

Pero desde entonces, el Times ya ha publicado artículos seme­jantes referentes a este tema y algunos de los artículos sobre dina­mita hallados en el Arbeiter-Zeitung fueron traducidos del Times, escritos por los generales Molineux y Fitz John Porter, en los cuales se señala que el uso de bombas de dinamita son las armas más efec­tivas contra los trabajadores huelguistas.

 

¿Por qué no se ha acusa­do y sentenciado a los editores de estos periódicos? ¿Será porque solamente han propiciado el uso de esta arma destructiva en contra de los "canallas"? Quisiera saber. ¿Por qué no se acusó al Sr. Sto­ne del News en este caso? A él se le encontró una bomba. Además de esto, el Sr. Stone publicó un artículo en enero que brindaba in­formación completa referente a la fabricación de bombas. Con esta información, cualquier persona podría preparar una bomba, lista para usarse, con un costo no mayor de diez centavos. La circula­ción del News es quizá diez veces mayor que la del ArbeiterZeitung.

 

¿No sería posible que la bomba utilizada el 4 de mayo haya sido fabricada siguiendo los pasos indicados por el News? En tanto no se acuse y se sentencie por asesinato a estos hombres, insis­to, Su Señoría, que esta discriminación a favor del capital es incom­patible con la justicia y, por consiguiente, no debiera aplicarse la sentencia.

 

El argumento principal de Grinnell en contra de los acusados fue: "Eran extranjeros; no eran ciudadanos." No puedo hablar por los demás. Sólo hablaré por mí. He residido en este estado du­rante el mismo tiempo que Grinnell y probablemente he sido, igual que él, un buen ciudadano: al menos, no desearía ser comparado con él. Grinnell ha apelado constantemente al patriotismo del jura­do. Ante esto, contesto en el idioma de Johnson, el literato inglés: "Apelar al patriotismo es el último recurso del canalla..."

 

Grinnell nos ha insinuado que es el anarquismo lo que está en juicio. La teoría del anarquismo pertenece a la esfera de la filosofía especulativa. En la reunión de Haymarket no se pronunció ni una sola sílaba sobre el anarquismo. En aquella reunión se discutió el tema tan popular referente a la reducción de las horas de trabajo. Pero "¡el anarquismo está siendo enjuiciado!" vocifera el Sr. Grin­nell. Su Señoría, si ése es el caso, está muy bien; me pueden sentenciar ya que soy un anarquista. Al igual que Buckle, Paine, Jefferson, Emerson y Spencer y otros grandes pensadores de este siglo, yo creo que el Estado de castas y clases (el Estado en el cual una clase domina a otra y vive a expensas del trabajo de ésta y a esto le llama orden) sí, yo creo que esta bárbara forma de organización social, con su pillaje y su asesinato legalizado, está condenada a morir y a ser substituida por una sociedad libre, una asociación voluntaria o una hermandad universal, si usted quiere. Honorable jurado, po­déis vosotros pronunciar mi sentencia pero que el mundo sepa que en 1886, en el estado de Illinois, ocho hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un futuro mejor: ¡porque no habían perdido la fe en la victoria final de la libertad y la justicia!

 

«Señores, vosotros sois los revolucionarios.» Os rebeláis contra los efectos de las condiciones sociales que os han lanzado, en la rue­da de la fortuna, a un magnífico paraíso. Sin preguntarle nada a nadie, os imagináis que nadie más tiene derecho a ese lugar. Insistís en que vosotros sois los elegidos, los únicos propietarios. Las fuerzas que os lanzaron al paraíso, las fuerzas industriales, aún están trabajando. Se están volviendo más activas y más intensas cada día. Su meta es elevar a toda la humanidad al mismo nivel, el que toda la humanidad comparta el paraíso que ahora vosotros monopoli­záis. En vuestra ceguera, vosotros pensáis que podéis detener la evolución de la civilización y la emancipación de la humanidad con unos cuantos policías, unas cuantas pistolas Gatling y con algunos regimientos militares en la orilla: creéis que podéis espantar a las crecientes olas y enviarlas a las profundidades insondeables de don­de salieron construyendo algunos patíbulos. Vosotros que os opo­néis al curso natural de las cosas, vosotros sois los verdaderos

 revo­lucionarios. ¡Vosotros y sólo vosotros sois los conspiradores y los destructores!

 

Ayer en la Corte se dijo sobre la demostración de la Asociación de Comercio: "Estos hombres salieron con el propósito explícito de saquear el edificio de la Asociación de Comercio." Si bien no veo el caso que pudo tener tal empresa y si bien sé que la susodicha de­mostración fue organizada simplemente como una forma de propa­ganda en contra del sistema que legaliza los respetables negocios que ahí se llevan a cabo, supondré que los 3 000 trabajadores que integraban esa demostración sí querían saquear el edificio. En tal caso sólo se hubieran diferenciado de los respetables hombres de la Asociación de Comercio en lo siguiente: intentaban recuperar pro­piedad en forma ilegal mientras que los otros saquean a todo el país legal e ilegalmente, siendo ésta su profesión altamente respetada.

 

Esta Corte de "justicia e igualdad" proclama el principio de que cuando dos personas hacen lo mismo, no es lo mismo. Agra­dezco a esta Corte esta confesión. ¡Contiene todo lo que hemos en­señado y, en pocas palabras, por este motivo seremos ahorcados! El robo es una respetable profesión cuando lo practica la clase pri­vilegiada. Es un delito cuando la otra clase recurre a este como

au­toconservación. La rapiña y el pillaje son los fines de cierta clase de caballeros que encuentran más fácil y preferible este modo de ganarse la vida a trabajar honestamente: este es el tipo de organiza­ción que hemos intentado y que estamos intentando y que seguire­mos intentando derrotar.

 

¡Observad las batallas económicas! ¡Observad la matanza y el pillaje de los patriotas cristianos! Acompañadme al sector de los creadores de riqueza de esta ciudad. Acompañadme a ir con los mi­neros hambrientos del valle de Hocking. Mirad a los parias del valle de Monongahela y de muchos otros distritos mineros de este país o viajad por las vías ferroviarias de aquel gran ciudadano, respe­tuoso de la ley, que es Jay Gould. Y luego decidme si este orden de cosas tiene algún principio moral por el cual debiera ser mante­nido.

 

Yo afirmo que el mantenimiento de una organización tal es criminal: es asesino. Significa la conservación de la destrucción sis­temática de niños y mujeres en las fábricas. Significa la conserva­ción de la desocupación forzosa de enormes ejércitos de hombres y su degradación. Significa la conservación de la intemperancia y la prostitución intelectual y sexual.

 

Significa la conservación de la miseria, la necesidad y la servidumbre por un lado y la peligrosa acumulación de desperdicios, ociosidad, voluptuosidad y tiranía por el otro. Significa la perseverancia del vicio en todas sus formas.

 

Y por último, pero no menos importante, significa la conservación de la lucha de clases, de huelgas, de enfrentamientos y de derrama­mientos de sangre. Señores, ésta es vuestra "organización".

 

Así es y es digno de vosotros ser los campeones de tal organización. El pa­pel os queda perfectamente bien. ¡Mis felicitaciones!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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