CARTA DESDE ECUADOR
Testimonio de Edelmira Moore de la Serna
Por Froilán González y Adys Cupull.
Ante la imposibilidad de viajar a la hacienda de Edelmira Moore de La Serna, distante unos cuatrocientos kilómetros de la capital argentina, Guillermo, su hermano, la invitó a Buenos Aires para encontrarnos allí; era septiembre de 1994. Edelmira nos recibió con mucha amabilidad; sus botas, sombrero y ropa típica de las hacendadas, resaltaban su elegancia y encanto. Su palabra firme y decidida, nos hizo imaginar a una amazona moderna v culta, y además, domadora de sus caballos a los cuáles ella personalmente lleva a las ferias y exposiciones. Nos advirtió que no comparte las ideas de su primo Ernesto, aunque lo respeta. Ama la naturaleza, el campo, la lluvia. En esa intimidad, tal vez, sin proponérselo, Edelmira nos acercó al Che.
Su relato amoroso, tierno, aparece en nuestro libro Recuerdos de Familia, hoy, respondiendo al pedido y agradecimiento de varios lectores argentinos, hondureños, mexicanos, italianos y chinos que saben amar, continuamos con los relatos de la familia del Che.
Edelmira Moore de a Serna relató:
Mis recuerdos, son limitados y escasos, los hijos de mi tía Celia salían con sus primos los Córdova, todos ellos eran considerados como muy liberales. Por ejemplo, las chicas podían salir solas con sus novios y eso en aquella época no se estilaba. Mi tía era muy vivaz, muy divertida, con mucha vida, le gustaba el campo, preparar la carbonada. (Guisado compuesto de carne desmenuzada, choclos, zapallo, patatas y arroz).
Mi padre no quería, porque cuando Celia cocinaba se demoraba mucho la comida, pero eso a ella no le importaba, no tenía horarios. Las discusiones entre ambos nos divertían a todos. Así que a Ernestito lo recuerdo de chico, porque de chico lo dejé de ver. Yo fui una nena de familia, muy protegida, muy aparte de ellos. Mis primos llevaban una vida muy divertida, hacían lo que deseaban y mi madre me educó con un poco de temor, no me permitía reunirme con mis primas porque eran de ideas de avanzada, tanto los Guevara como los Córdova.
Yo he sentido mucho respeto por Ernesto, porque aunque no compartí ni comparto para nada sus ideas, me impresionó mucho cuando supe que había muerto y que le habían cortado las manos. Si él hubiera caído en el combate, hubiera sido una muerte coherente con sus ideas, que no son las mías.
Mis tíos y tías se opusieron al casamiento de mi tía Celia con don Ernesto, pero ella se fue a vivir con su tía Mercedes Lacroze Llosa, que era su tutora. Mi madre la amparó para que se casara, porque ésa era la voluntad de mi tía y había que respetarla. Se casó en el departamento de mi madre, en la calle Peña. Yo conservo la foto de bodas de mi tía Celia, tal vez nunca la hayan visto, se la voy a entregar. También conservo la primera foto que le tomaron a mi primo Ernesto, porque fue enviada a mi madre con una dedicatoria que dice: "Para, que te adelantes a conocer el sobrino: te manda un abrazo él y yo. Tu Celia. Iremos el 11. Es lo único que conoce el sobrinito, el parque de Rosario y lo conoció hoy 5. Manyá que piernas papa he echado". También se la entrego.
Además, tengo aquí unos documentos y árbol genealógico de la familia, que pueden ser de utilidad para ubicar fechas y personas. Guillermo me habló que quieren una copia de la carta que Ernestito nos envió desde Ecuador cuando falleció nuestra madre.
Guayaquil 28/10/53.
Querido Pato:
Te escribo desde esta ciudad ecuatoriana sin reponerme de la dolorosa sorpresa que me dio el hermano de Trevino, con quien me encontré de casualidad en un barco argentino que había ido a visitar.
La carencia absoluta de noticias de mi casa hicieron posible el que ignorara lo ocurrido.
Me imagino el golpe que para los muchachos y vos habrá sido la muerte de la pobre Edelmira y, aunque a la distancia, quiero acompañarlos en lo posible, hacerles saber que en este mal trance, están junto a Uds. los parientes que, como yo, estaban un poco alejados del trato diario con ella.
Es muy difícil llevar unas palabras de aliento en circunstancias como ésta y más lo es para mí, que por razones emanadas de mi posición frente a la vida, no puedo siquiera insinuar el consuelo religioso que tanto ayudé) a Edelmira en sus últimos años. Sólo puedo recordar frente a la muerte de la mujer y la madre, los años de cariño que brindó mientras vivió, entregándose completamente a la familia que era su gran tesoro y su fuente de alegrías en los últimos años. Pero es tonto que vaya yo a hacer su panegírico.
Me acerqué a ustedes para mostrarles mi pena, ahora creo que lo mejor es no tocar más ese punto.
Un gran abrazo para vos y tus hijos, con todo cariño de tu sobrino. Ernesto.
Esta carta va por vía de mi casa porque desconozco tu dirección exacta.
sábado, 24 de febrero de 2007
Becado argentino describe a Cuba
COMO EMPEZAR A HABLAR DE CUBA
Autor: Agustín Farinas
El estudiante argentino Agustín Farina escribe desde la Cuba que lo becó ¿Cómo empezar a hablar de esta isla, que hace 47 años decidió ser libre y soberana? Que pasó de tener cinco millones de habitantes de los cuales el sesenta por ciento eran campesinos analfabetos y de ser el “Cabaret del imperialismo” a ser el único país de América Latina donde el derecho a la vida esta completamente garantizado y donde un niño es el valor más importante que posee la Revolución. Hoy Cuba tiene la esperanza de vida más alta de América (80 años –superior a la de EEUU-) y la mortalidad infantil este año 2006 fue récord, 4 por cada mil nacidos vivos y en La Habana se llegó a 3 por cada mil. Eso si hablamos de los números, pero lo que se ve en la calle es lo que vale. La gente vive sin paranoia, sin miedo a que lo maten o secuestren. Sin la enfermedad que crean los medios, sin alabar al Dios de la seguridad. Los cubanos y cubanas están todo el día en la calle. Acá todo pasa en la calle, las puertas de las casas abiertas y los chicos jugando en la vereda. No hay playstation, ni zapatillas de doscientos dólares, ni Macdonalds, ni pibes desnutridos drogándose en las estaciones de tren, ni polis que se metan en las villas a matar pibitos, ni universidades o escuelas privadas donde estudien los ricos… Acá la vida no es fácil para nada. No tienen un peso, son pobres, pero no son miserables, tienen dignidad y alegría…. Son super amables y lo que tienen lo comparten. Escribo estas palabras, desde una computadora en Cuba, porque este pueblo me da la oportunidad a mí y a diez mil estudiantes más de todo el mundo subdesarrollado, que nuestros gobiernos nos niegan. Estamos estudiando en el más alto nivel académico, becados absolutamente en todo: comida, aseo, cultura, libros, camas, sábanas y todo lo que una persona pueda necesitar. Con profesores que son eminencias en sus disciplinas, pero que también son los más humanos del mundo. Acá no te miran como una competencia, la diferencia es que en Argentina la universidad hace todo lo posible para que vos no llegues a ser un profesional y acá ponen todos sus esfuerzos y te dan todas las posibilidades para que te gradúes y puedas cumplir con la función social en nuestros países, donde tanto se necesita. La formación humanística es increíble, lo más importante es la persona, como ser biopsicosocial y su contexto. La base de todo es la Promoción de la Salud y la Medicina Preventiva (con la que se ahorran millones de dólares en curar las enfermedades). Acá hay pacientes con leucemia que tienen que tomar cuatro ampollas por día de un medicamento que cuesta seiscientos dólares cada ampolla, y no hay un solo día que a ese paciente le falte su droga, todo eso de forma gratuita. Como me dijo un profe el otro día: “A ver si no se entendió: en Cuba sale más caro un atado de cigarros que una operación de corazón”. En este mes tuve la posibilidad de escuchar a siete metros de distancia a nuestro comandante Fidel Castro y cada palabra suya es una lección de sabiduría, humanitarismo, solidaridad y dignidad. Los yanquis nos pusieron unos portaviones acá cerquita, dicen que tienen un submarino, y no se cuantas mierdas mas para invadir Caracas y Cuba. Fidel, Chavez y Evo les dieron por el culo y el ALBA cumplió su primer año. Ya no es un proyecto, es una realidad y se siente día a día en la vida cotidiana. Se está mejorando mucho la comida, el transporte y los recursos energéticos... Por favor rompan el bloqueo informativo, denuncien las atrocidades que el imperio comete, en este momento dos de los más peligrosos terroristas del mundo están protegidos en el que se dice el “país antiterrorista”. Bush tiene bajo su cuidado a Posada Carriles y a Orlando Bosch que explotaron un avión donde viajaban setenta civiles cubanos y todos murieron. Están siendo protegidos en Miami y hasta les quieren dar la ciudadanía yanqui para no juzgarlos nunca más. Futuros maestros, sigan preparándose y sepan que SÍ se puede ser feliz al entrar a un aula y ver que tus alumnos están bien alimentados y tienen un nivel intelectual super avanzado. Bueno, el informe sigue otro día… Abrazos desde la Habana.
Fuente: Chaubloqueo
Asesinato del Che - La CIA presente 2ª parte
EL PAPEL DE LA CIA EN EL ASESINATO DEL CHE.
SEGUNDA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
Durante la noche y la madruga del día 9 de octubre de 1967, en la escuelita de paja y barro de La Higuera, permanecieron como prisioneros de guerrra, el Comandante Ernesto Che Guevara y el boliviano Simeón Cuba, Willy. Al amanecer de ese 9 de octubre, entró al aula la maestra Julia Cortés, quien influida por los militares, tenía la intención de insultarlo y pedirle que saliera de allí.
El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y respuestas, le rectificó una falta de ortografía y le habló de su importante trabajo como educadora y formadora de los futuros hombres y mujeres de Bolivia, de aquel hecho de la historia de América que ocurría en su escuelita y de la cual ella era testigo.
La maestra se quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los militares le informaron. "Un hombre cabal, íntegro y noble". Así lo dijo a los soldados y pobladores de La Higuera.
La maestra salió del aula cuando un oficial, le pidió que se alejara, porque iba a aterrizar un helicóptero. Eran las 6:30 de la mañana. Del aparato descendieron el Coronel Joaquín Zenteno Anaya y el agente de la CIA de origen cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, que se hacía llamar Félix Ramos. Zenteno Anaya, en compañía del agente, se dirigió a donde estaba el Che y habló brevemente con él.
Poco después Félix Rodríguez, en forma agresiva comenzó a insultar al Comandante Guevara, e intentó maltratarlo con violencia. Militares que presenciaron este encuentro, manifestaron que parecía que el Che conocía a esta persona y sus antecedentes contrarrevolucionarios, porque respondió con desprecio a sus insultos, lo trató de traidor y mercenario.
A las ocho y media, aproximadamente, Zenteno Anaya se trasladó al lugar donde se desarrolló el combate del día anterior. El agente de la CIA instaló un equipo completo de una pequeña planta de transmisión de gran alcance, para enviar un mensaje cifrado a la CIA; posteriormente, montó una máquina fotográfica sobre una mesa al sol, para fotografiar el Diario del Che y otros documentos.
En las primeras horas de la mañana del 9, el dictador boliviano René Barrientos recibió una llamada telefónica desde Washington. Era de su ministro de Relaciones Exteriores doctor Walter Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA en la capital norteamericana.
Sobre esta conversación el excanciller expresó: “Cuando circuló la noticia de que el Che cayó prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: 'Me parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque la gente se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y después se olvidan.'
“La respuesta fue inmediata, él me dijo: 'Lamento mucho doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate'. Esa fue la respuesta.
“Lo sentí profundamente, no solo por el hombre, sus características, las similitudes de apellido, sino porque me pareció un error político muy serio y me sigue pareciendo un error político muy serio, en el cual hubo muchas influencias externas, para que se cometiera este error.
“Yo estuve algo más de una semana en Washington y comencé a percibir una gran cantidad de hechos como consecuencia de la muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo toda la noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá también...
“En todo este absurdo se jugaron fuerzas exteriores muy graves, para que darle más vuelta a la cuestión.” Concluyó el doctor Guevara Arce.
Mientras en La Paz, en las primeras horas de la mañana del día 9, llegó al Gran Cuartel de Miraflores Alfredo Ovando, ya se encontraban en el lugar altos oficiales, explicó que el Che se encontraba preso en La Higuera. Sucesivamente fueron llegando el comandante de la fuerza Aérea y el de la Naval. Cuando arribó el dictador Barrientos, sostuvo una reunión privada con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres. Después entraron los demás militares.
Barrientos, con el deliberado propósito de comprometer a los miembros del Alto Mando militar en la decisión, planteó el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió una instrucción cifrada a Vallegrande y Ovando se dirigió hacia el aeropuerto, donde en un avión TM‑14 partió hacia esa ciudad. Con él viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando Sattori y David La Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut, los capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.
Alrededor de las 10 de la mañana, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Rodríguez recibió un mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Che. El agente de la CIA, en compañía de Andrés Sélich, se dirigió a donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Estaba de guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al Che, le dio un cigarro y conversó con él durante la madrugada.
El agente de la CIA le ordenó que se retirara del lugar y el joven oficial obedeció, pero observó cuando Félix Rodríguez tratando de interrogarlo, lo zarandeó por los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar.
Huerta contó a sus amigos que como tenía que proteger la vida del prisionero, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido: “¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero Sélich se interpuso.
Unos minutos después, desde la zona de combate, trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reinaga y prisionero al peruano Juan Pablo Chang‑Navarro, el Chino. El agente de la CIA empleó la violencia para que el guerrillero hablara, lo que no consiguió. En la revista española Interviú, de 30 de septiembre de 1987, refieren cómo Rodríguez utilizó una bayoneta contra el guerrillero peruano.
Aproximadamente a las 11 de la mañana regresó Zenteno Anaya acompañado de Miguel Ayoroa. El agente de la CIA trasmitió la decisión final de eliminar al Che, además les aclaró que con gusto cumpliría la orden de dispararle. Poco después Ninfa Arteaga, la esposa del telegrafista de La Higuera y en cuya casa acampaban los oficiales bolivianos, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta a la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos guerrilleros.
Ella narró: "Los militares primero me negaron que entrara; pero yo cociné para todos, y les dije que para ellos y para los guerrilleros también era la comida. Pero a mí, como todo el mundo en La Higuera me hace caso, yo dije: este señor esta preso y tiene que comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le voy a dar comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la cociné.
"Yo hice una sopa de maní. Los militares dijeron que yo entrara donde el Che. Dije que me dejaran sola con él para que pudiera comer tranquilo. Le solté las manos, las tenía amarradas. Él se interesó por saber si los demás guerrilleros habían comido también. Yo le dije que habían comido.
"El Che me miró tan tierno, con mirada de agradecimiento que yo nunca podré olvidar como el Che me miró. Los militares no miraban así.- Ninfa llora - Cuando yo tengo un problema grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che me responde..."
Zenteno Anaya le pidió a Félix Rodríguez, que se ocupara de ejecutar la orden de la eliminación física del Che, que si deseaba podía hacerlo. El agente de la CIA decidió, en compañía de Andrés Sélich y Miguel Ayoroa, buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos y que en la madrugada borrachos, quieran asesinarlo.
En entrevistas de prensa, Mario Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie; que estaba sentado en uno de los bancos rústicos de la escuela y aunque sabía que iba a morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos del Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo, escuchaba como le gritaban: “¡Dispara cojudo, dispara!”
A Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas; pero aún así no podía disparar. Los oficiales Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo Chang‑Navarro y el boliviano Willy Cuba.
Nuevamente los oficiales bolivianos y el agente de la CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara. A los periodistas les contó que cerró los ojos y disparó, después hicieron lo mismo el resto de los presentes. Ya habían pasado unos 10 minutos aproximadamente de la una de la tarde del día 9 de octubre de 1967. El agente de la CIA disparó también sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen Zenteno Anaya regresó a Vallegrande.
Los aldeanos aterrorizados por las acciones del ejército lentamente se acercaron temerosos, mostraban desconcierto ante el increíble hecho del que fueron testigos. Para los pobladores de La Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con espanto que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los militares.
Continuará.
EL PAPEL DE LA CIA EN EL ASESINATO DEL CHE.
TERCERA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
Alrededor de las 14 horas del 9 de octubre de 1967, aterrizó el helicóptero en Vallegrande, del cual descendió Zenteno Anaya, lo estaban esperando los agentes de la CIA de origen cubano, Gustavo Villoldo Sampera, que se hacía llamar Eduardo González y Julio Gabriel García, y los bolivianos Roberto Toto Quintanilla y Arnaldo Saucedo Parada. Zenteno se dirigió hacia donde se encontraba Ovando con el resto de la comitiva que había llegado de La Paz. Los agentes de la CIA recogieron los documentos de los guerrilleros para efectuar un inventario.
El helicóptero regresó a La Higuera para trasladar a los muertos, pero con órdenes expresas de que el Che fuera el último.
En el humilde caserío de La Higuera, testigo del asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara, del peruano Juan Pablo Chang Navarro y del boliviano Simeón Cuba, los acontecimientos conmocionaron a los pobladores. Algunos soldados, arrastraron el cadáver antes de ponerlo en la camilla, para trasladarlo hasta el sitio en que lo recogería el helicóptero llegado desde Vallegrande.
Los vecinos de La Higuera y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada; el sacerdote Roger Shiller rezó una oración y se dirigió a la escuelita‑, lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo asesinaron.
A las 4 de la tarde partió el helicóptero piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, transportaba, en una camilla de lona, el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en Vallegrande. A través de varios reportajes de los corresponsales de prensa, se conoce la repercusión que provocó en Vallegrande la llegada del cadáver.
Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario de la ciudad de La Paz, escribió que la noticia del arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población, que en número crecido se trasladó hasta la pista y luego al hospital. La multitud trató de arrebatar el cadáver, pero efectivos del ejército tuvieron que esforzarse para evitar el asalto. El pueblo se volcó a la pista y estaba decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte, los militares desamarraron el cuerpo, sujeto a la plataforma externa del helicóptero y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda velocidad lo condujo al hospital ”Señor de Malta”.
Christopher Rooper, corresponsal de la agencia de noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió: “El cadáver fue retirado del helicóptero e introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos periodistas que se habían trepado al primer jeep que encontraron a mano, se dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue en esta localidad. Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores y periodistas penetraran al recinto. En la puja se destacó particularmente un individuo rollizo y calvo, de unos 30 años, quien, aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme verde oliva, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento que el helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el cadáver, en el furgón Chevrolet. Ninguno de los jefes militares reveló el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que se trata de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA)…”
El periodista inglés Richard Gott, del periódico The Guardian de Londres, en su información relató acerca de la presencia de la CIA en esa población, al manifestar que desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la operación fue dejada en manos de un hombre en traje de campaña, quien ‑y todos los puntos convergen‑ era incuestionablemente uno de los representantes del servicio de inteligencia de Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y añadió:
“El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde se había reunido un grupo de personas y el cuerpo del guerrillero muerto fue trasladado a un camión....”
“Nosotros comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue.
“Las puertas del camión se abrieron de repente y el agente americano saltó, emitiendo un grito de guerra: '¡Vamos a llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!'
“Uno de los corresponsales le preguntó de dónde venía él. '¡De ninguna parte!', fue la respuesta insolente.
“El cuerpo vestido de verde olivo con un jacket de zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che Guevara.
“Soy quizás una de las pocas gentes que lo ha visto vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en 1963, y no tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara.
“Tan pronto como el cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle profilácticos. El agente americano hacía esfuerzos desesperados para aguantar a las masas. Era un hombre muy nervioso y miraba iracundo cada vez que una cámara era dirigida hacia él. Él conocía que yo sabía lo que él era, y sabía también que yo creía que él no debía estar allí, ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no debían tomar parte.
“Sin embargo, estaba aquí este hombre, que ha estado con las tropas en Vallegrande, hablando con los oficiales de mayor graduación en términos familiares.”
El periodista Richard Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la historia como la figura más grande desde Bolívar, para luego añadir: “Él fue quizás la única persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo en una campaña concentrada contra Estados Unidos. Ahora está muerto pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él.”
El agente de la CIA Gustavo Villoldo en compañía de Toto Quintanilla llevaron el cadáver hasta la lavandería del hospital “Señor de Malta”, al depositarlo en el piso, el agente demostrando su condición moral le dio una patada; después, cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el rostro. Por su parte, Toto Quintanilla tomaba las huellas dactilares y ordenaba que fuera llamada una enfermera.
Esa noche estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela Rodríguez, lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero Heroico.
Los médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora del fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la autopsia y a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de peritos argentinos.
En el hotel Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares bolivianos festejaron la muerte del Che. Félix Rodríguez abrió una botella de whisky y brindó a los presentes.
Mientras en el caserío de La Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los pobladores para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros asesinados. Todos asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y muy impresionante, nadie entendió por qué fueron asesinados. El sacerdote pronunció las siguientes palabras: “Este crimen nunca será perdonado. Los culpables serán castigados por Dios.”
Continuará.
SEGUNDA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
Durante la noche y la madruga del día 9 de octubre de 1967, en la escuelita de paja y barro de La Higuera, permanecieron como prisioneros de guerrra, el Comandante Ernesto Che Guevara y el boliviano Simeón Cuba, Willy. Al amanecer de ese 9 de octubre, entró al aula la maestra Julia Cortés, quien influida por los militares, tenía la intención de insultarlo y pedirle que saliera de allí.
El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y respuestas, le rectificó una falta de ortografía y le habló de su importante trabajo como educadora y formadora de los futuros hombres y mujeres de Bolivia, de aquel hecho de la historia de América que ocurría en su escuelita y de la cual ella era testigo.
La maestra se quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los militares le informaron. "Un hombre cabal, íntegro y noble". Así lo dijo a los soldados y pobladores de La Higuera.
La maestra salió del aula cuando un oficial, le pidió que se alejara, porque iba a aterrizar un helicóptero. Eran las 6:30 de la mañana. Del aparato descendieron el Coronel Joaquín Zenteno Anaya y el agente de la CIA de origen cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, que se hacía llamar Félix Ramos. Zenteno Anaya, en compañía del agente, se dirigió a donde estaba el Che y habló brevemente con él.
Poco después Félix Rodríguez, en forma agresiva comenzó a insultar al Comandante Guevara, e intentó maltratarlo con violencia. Militares que presenciaron este encuentro, manifestaron que parecía que el Che conocía a esta persona y sus antecedentes contrarrevolucionarios, porque respondió con desprecio a sus insultos, lo trató de traidor y mercenario.
A las ocho y media, aproximadamente, Zenteno Anaya se trasladó al lugar donde se desarrolló el combate del día anterior. El agente de la CIA instaló un equipo completo de una pequeña planta de transmisión de gran alcance, para enviar un mensaje cifrado a la CIA; posteriormente, montó una máquina fotográfica sobre una mesa al sol, para fotografiar el Diario del Che y otros documentos.
En las primeras horas de la mañana del 9, el dictador boliviano René Barrientos recibió una llamada telefónica desde Washington. Era de su ministro de Relaciones Exteriores doctor Walter Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA en la capital norteamericana.
Sobre esta conversación el excanciller expresó: “Cuando circuló la noticia de que el Che cayó prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: 'Me parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque la gente se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y después se olvidan.'
“La respuesta fue inmediata, él me dijo: 'Lamento mucho doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate'. Esa fue la respuesta.
“Lo sentí profundamente, no solo por el hombre, sus características, las similitudes de apellido, sino porque me pareció un error político muy serio y me sigue pareciendo un error político muy serio, en el cual hubo muchas influencias externas, para que se cometiera este error.
“Yo estuve algo más de una semana en Washington y comencé a percibir una gran cantidad de hechos como consecuencia de la muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo toda la noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá también...
“En todo este absurdo se jugaron fuerzas exteriores muy graves, para que darle más vuelta a la cuestión.” Concluyó el doctor Guevara Arce.
Mientras en La Paz, en las primeras horas de la mañana del día 9, llegó al Gran Cuartel de Miraflores Alfredo Ovando, ya se encontraban en el lugar altos oficiales, explicó que el Che se encontraba preso en La Higuera. Sucesivamente fueron llegando el comandante de la fuerza Aérea y el de la Naval. Cuando arribó el dictador Barrientos, sostuvo una reunión privada con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres. Después entraron los demás militares.
Barrientos, con el deliberado propósito de comprometer a los miembros del Alto Mando militar en la decisión, planteó el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió una instrucción cifrada a Vallegrande y Ovando se dirigió hacia el aeropuerto, donde en un avión TM‑14 partió hacia esa ciudad. Con él viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando Sattori y David La Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut, los capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.
Alrededor de las 10 de la mañana, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Rodríguez recibió un mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Che. El agente de la CIA, en compañía de Andrés Sélich, se dirigió a donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Estaba de guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al Che, le dio un cigarro y conversó con él durante la madrugada.
El agente de la CIA le ordenó que se retirara del lugar y el joven oficial obedeció, pero observó cuando Félix Rodríguez tratando de interrogarlo, lo zarandeó por los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar.
Huerta contó a sus amigos que como tenía que proteger la vida del prisionero, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido: “¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero Sélich se interpuso.
Unos minutos después, desde la zona de combate, trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reinaga y prisionero al peruano Juan Pablo Chang‑Navarro, el Chino. El agente de la CIA empleó la violencia para que el guerrillero hablara, lo que no consiguió. En la revista española Interviú, de 30 de septiembre de 1987, refieren cómo Rodríguez utilizó una bayoneta contra el guerrillero peruano.
Aproximadamente a las 11 de la mañana regresó Zenteno Anaya acompañado de Miguel Ayoroa. El agente de la CIA trasmitió la decisión final de eliminar al Che, además les aclaró que con gusto cumpliría la orden de dispararle. Poco después Ninfa Arteaga, la esposa del telegrafista de La Higuera y en cuya casa acampaban los oficiales bolivianos, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta a la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos guerrilleros.
Ella narró: "Los militares primero me negaron que entrara; pero yo cociné para todos, y les dije que para ellos y para los guerrilleros también era la comida. Pero a mí, como todo el mundo en La Higuera me hace caso, yo dije: este señor esta preso y tiene que comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le voy a dar comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la cociné.
"Yo hice una sopa de maní. Los militares dijeron que yo entrara donde el Che. Dije que me dejaran sola con él para que pudiera comer tranquilo. Le solté las manos, las tenía amarradas. Él se interesó por saber si los demás guerrilleros habían comido también. Yo le dije que habían comido.
"El Che me miró tan tierno, con mirada de agradecimiento que yo nunca podré olvidar como el Che me miró. Los militares no miraban así.- Ninfa llora - Cuando yo tengo un problema grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che me responde..."
Zenteno Anaya le pidió a Félix Rodríguez, que se ocupara de ejecutar la orden de la eliminación física del Che, que si deseaba podía hacerlo. El agente de la CIA decidió, en compañía de Andrés Sélich y Miguel Ayoroa, buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos y que en la madrugada borrachos, quieran asesinarlo.
En entrevistas de prensa, Mario Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie; que estaba sentado en uno de los bancos rústicos de la escuela y aunque sabía que iba a morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos del Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo, escuchaba como le gritaban: “¡Dispara cojudo, dispara!”
A Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas; pero aún así no podía disparar. Los oficiales Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo Chang‑Navarro y el boliviano Willy Cuba.
Nuevamente los oficiales bolivianos y el agente de la CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara. A los periodistas les contó que cerró los ojos y disparó, después hicieron lo mismo el resto de los presentes. Ya habían pasado unos 10 minutos aproximadamente de la una de la tarde del día 9 de octubre de 1967. El agente de la CIA disparó también sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen Zenteno Anaya regresó a Vallegrande.
Los aldeanos aterrorizados por las acciones del ejército lentamente se acercaron temerosos, mostraban desconcierto ante el increíble hecho del que fueron testigos. Para los pobladores de La Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con espanto que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los militares.
Continuará.
EL PAPEL DE LA CIA EN EL ASESINATO DEL CHE.
TERCERA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
Alrededor de las 14 horas del 9 de octubre de 1967, aterrizó el helicóptero en Vallegrande, del cual descendió Zenteno Anaya, lo estaban esperando los agentes de la CIA de origen cubano, Gustavo Villoldo Sampera, que se hacía llamar Eduardo González y Julio Gabriel García, y los bolivianos Roberto Toto Quintanilla y Arnaldo Saucedo Parada. Zenteno se dirigió hacia donde se encontraba Ovando con el resto de la comitiva que había llegado de La Paz. Los agentes de la CIA recogieron los documentos de los guerrilleros para efectuar un inventario.
El helicóptero regresó a La Higuera para trasladar a los muertos, pero con órdenes expresas de que el Che fuera el último.
En el humilde caserío de La Higuera, testigo del asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara, del peruano Juan Pablo Chang Navarro y del boliviano Simeón Cuba, los acontecimientos conmocionaron a los pobladores. Algunos soldados, arrastraron el cadáver antes de ponerlo en la camilla, para trasladarlo hasta el sitio en que lo recogería el helicóptero llegado desde Vallegrande.
Los vecinos de La Higuera y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada; el sacerdote Roger Shiller rezó una oración y se dirigió a la escuelita‑, lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo asesinaron.
A las 4 de la tarde partió el helicóptero piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, transportaba, en una camilla de lona, el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en Vallegrande. A través de varios reportajes de los corresponsales de prensa, se conoce la repercusión que provocó en Vallegrande la llegada del cadáver.
Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario de la ciudad de La Paz, escribió que la noticia del arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población, que en número crecido se trasladó hasta la pista y luego al hospital. La multitud trató de arrebatar el cadáver, pero efectivos del ejército tuvieron que esforzarse para evitar el asalto. El pueblo se volcó a la pista y estaba decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte, los militares desamarraron el cuerpo, sujeto a la plataforma externa del helicóptero y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda velocidad lo condujo al hospital ”Señor de Malta”.
Christopher Rooper, corresponsal de la agencia de noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió: “El cadáver fue retirado del helicóptero e introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos periodistas que se habían trepado al primer jeep que encontraron a mano, se dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue en esta localidad. Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores y periodistas penetraran al recinto. En la puja se destacó particularmente un individuo rollizo y calvo, de unos 30 años, quien, aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme verde oliva, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento que el helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el cadáver, en el furgón Chevrolet. Ninguno de los jefes militares reveló el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que se trata de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA)…”
El periodista inglés Richard Gott, del periódico The Guardian de Londres, en su información relató acerca de la presencia de la CIA en esa población, al manifestar que desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la operación fue dejada en manos de un hombre en traje de campaña, quien ‑y todos los puntos convergen‑ era incuestionablemente uno de los representantes del servicio de inteligencia de Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y añadió:
“El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde se había reunido un grupo de personas y el cuerpo del guerrillero muerto fue trasladado a un camión....”
“Nosotros comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue.
“Las puertas del camión se abrieron de repente y el agente americano saltó, emitiendo un grito de guerra: '¡Vamos a llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!'
“Uno de los corresponsales le preguntó de dónde venía él. '¡De ninguna parte!', fue la respuesta insolente.
“El cuerpo vestido de verde olivo con un jacket de zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che Guevara.
“Soy quizás una de las pocas gentes que lo ha visto vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en 1963, y no tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara.
“Tan pronto como el cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle profilácticos. El agente americano hacía esfuerzos desesperados para aguantar a las masas. Era un hombre muy nervioso y miraba iracundo cada vez que una cámara era dirigida hacia él. Él conocía que yo sabía lo que él era, y sabía también que yo creía que él no debía estar allí, ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no debían tomar parte.
“Sin embargo, estaba aquí este hombre, que ha estado con las tropas en Vallegrande, hablando con los oficiales de mayor graduación en términos familiares.”
El periodista Richard Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la historia como la figura más grande desde Bolívar, para luego añadir: “Él fue quizás la única persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo en una campaña concentrada contra Estados Unidos. Ahora está muerto pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él.”
El agente de la CIA Gustavo Villoldo en compañía de Toto Quintanilla llevaron el cadáver hasta la lavandería del hospital “Señor de Malta”, al depositarlo en el piso, el agente demostrando su condición moral le dio una patada; después, cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el rostro. Por su parte, Toto Quintanilla tomaba las huellas dactilares y ordenaba que fuera llamada una enfermera.
Esa noche estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela Rodríguez, lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero Heroico.
Los médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora del fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la autopsia y a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de peritos argentinos.
En el hotel Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares bolivianos festejaron la muerte del Che. Félix Rodríguez abrió una botella de whisky y brindó a los presentes.
Mientras en el caserío de La Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los pobladores para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros asesinados. Todos asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y muy impresionante, nadie entendió por qué fueron asesinados. El sacerdote pronunció las siguientes palabras: “Este crimen nunca será perdonado. Los culpables serán castigados por Dios.”
Continuará.
Asesinato del Che - La CIA presente
DE ADYS CUPULL Y FROILAN
GONZALEZ, LOS BIOGRAFOS CUBANOS DEL CHE QUE SABEN TODA LA VERDAD.
EL PAPEL DE LA CIA EN EL ASESINATO DEL CHE.
PRIMERA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
EL 8 DE OCTUBRE DE 1967.
Sobre los hechos de este día, Inti Peredo escribió: “La madrugada del 8 de octubre fue fría. Los que teníamos chamarra nos la colocamos. Nuestra marcha era lenta porque el Chino (Juan Pablo Chang-Navarro Lievano) caminaba muy mal de noche y porque la enfermedad del Moro (Octavio de la Concepción de la Pedraja) se acentuaba. A las 2 de la mañana paramos a descansar y reanudamos nuestra caminata a las 4...”
Cuando los guerrilleros se detuvieron para tomar agua de un arroyito los localizó Pedro Peña, uno de los espías del ejército, que disfrazado de campesino recorría la zona. Peña se ocultó para observar el lugar exacto, se dirigió hacia La Higuera y dió la información, que fue comunicada inmediatamente por radio a los jefes militares acantonados en los alrededores de la zona, dos compañías rangers con 145 hombres cada una y un escuadrón con 37, formados y adiestrados por asesores norteamericanos. Existían, además, otras compañías y todas se movilizaron hacia el Yuro.
A las cinco y media de la madrugada, los guerrilleros alcanzaron un punto donde se unían dos quebradas. Inti Peredo narró: “La mañana se descargó con el sol hermoso que nos permitió observar cuidadosamente el terreno. Buscábamos una cresta para dirigirnos luego al río San Lorenzo. Las medidas de seguridad se extremaron, especialmente porque la garganta y los cerros eran semipelados, con arbustos muy bajos, lo que hacía casi imposible ocultarse.”
De acuerdo con los relatos de Inti y de los sobrevivientes de la guerrilla, se ha podido constatar que el Che, con el seudónimo de -Ramón, decidió enviar exploradores, los que comprobaron que los soldados estaban cerrando el paso. El Che ordenó retirarse para otra quebrada, pero esta terminaba en unos farallones y prácticamente no tenía salida. Ante tal circunstancia, Inti Peredo, en su libro Mi campaña junto al Che, analizó la situación de la siguiente forma: “¿Qué perspectiva nos quedaba?
“No podíamos volver atrás, el camino que habíamos hecho, muy descubierto, nos convertía en presas fáciles de los soldados. Tampoco podíamos avanzar, porque eso significaba caminar derecho a las posiciones de los soldados. Che tomó la única resolución que cabía en ese momento. Dio orden de ocultarse en un pequeño cañón lateral y organizó la toma de posiciones. Eran aproximadamente las 8 y 30 de la mañana. Los 17 hombres estábamos sentados al centro y en ambos lados del cañón esperando.”
“Che hizo un análisis rápido, si los soldados nos atacaban entre las diez de la mañana y la una de la tarde estábamos en profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si nos atacaban entre la una y las tres de la tarde, teníamos más posibilidades de neutralizarlos. Si el combate se producía de las tres de la tarde hacia adelante las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la noche caería pronto y la noche es la compañera aliada del guerrillero.”
Se encontraban en la quebrada del Yuro, de unos 1 500 metros de largo, por unos 60 de ancho, y de 2 metros a 3 en la zona por donde corre el arroyo.
Aproximadamente a las 13 y 30 comenzó el combate, pero la firme resistencia de los guerrilleros detuvo el avance del ejército. Las posibilidades de salida durante el día estaban cerradas, porque las laderas eran abruptas y terminaban en zonas sin vegetación, desde donde fácilmente los soldados podían hacer blanco.
El entonces capitán Gary Prado, se movió hacia la zona de operaciones y comunicó a Vallegrande que estaba combatiendo y necesitaba el envío urgente de helicópteros, aviones y refuerzos militares. Le mandaron aviones de combate AT‑6, cargados con bombas de napalm, pero no pudieron operar por la proximidad entre los soldados y los guerrilleros.
Después de dos horas de combate de fuego intenso, el Che decidió dividir la tropa en dos grupos, de manera que unos, los enfermos, pudiesen avanzar, mientras él se quedaba al frente de los que podían combatir para detener el avance del ejército.
El Che, herido en una pierna, continuó combatiendo hasta que fue inutilizada su carabina y agotadas las balas de su pistola. Los combatientes Antonio, ( Orlando Pantoja Tamayo) Arturo (René Martínez Tamayo) y Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) se encontraron entre dos fuegos y emprendieron una concentrada resistencia, que les ocasionó varias bajas a los soldados, hasta que una potente granada hizo blanco sobre ellos.
Los soldados que estaban en el punto por donde escalaron el Che y el boliviano Willy Cuba explicaron que el Che tenía la carabina M‑1 dañada, inmovilizada por un impacto que recibió en la recámara, su pistola no tenía cargador y únicamente portaba una daga.
El suboficial Bernardino Huanca, se acercó al Che y le asestó un culatazo en el pecho; luego le apuntó de manera amenazante para dispararle. Willy (Simeón Cuba) se interpuso y le gritó con voz autoritaria: “¡Carajo este es el Comandante Guevara y lo van a respetar!”
Huanca se comunicó con Gary Prado, que le ordenó el traslado de los dos guerrilleros hasta un árbol a unos 200 metros de distancia, donde él se encontraba y se puso en contacto por radio con el puesto del ejército en Vallegrande, para notificar acerca del combate de la Quebrada del Yuro y la caída del Che. La información fue retrasmitida a las 15:30 horas.
La copia textual es la siguiente:
“Horas: 14: 50
“hoy a 7km. N.O. de Higueras en junta Quebradas Jagüey ‑Racetillo a Hs. 12:00 libróse acción, hay 3 guerrilleros muertos y 2 heridos graves. Información confirmada por tropas asegura caída de Ramón. Nosotros aún no confirmamos. Nosotros 2 muertos y 4 heridos.”
“Horas: 15:30
“Prado desde Higueras 'Caída de Ramón confirmada espero órdenes qué debe hacerse. Esta herido'.”
A las 17:00 horas envían un mensaje a La Paz, que textualmente dice: “Confirmada caída Ramón no sabemos estado hasta 10 minutos más”.
Los soldados sacaron los cadáveres de Antonio y Arturo, también a Pacho gravemente herido. El Che se conmovió cuando los vio y pidió que le permitieran prestarle ayuda médica, pero no lo admitieron.
A las 17:30 el ejército decidió retirarse del área de operaciones y regresar hacia el poblado. En la dificultosa marcha, el Che iba vigilado por varios soldados, detrás Willy Cuba ‑ambos con las manos amarradas‑, luego Pacho en grave estado, ayudado por algunos soldados y, finalmente, los muertos.
Continuaron la marcha y antes de llegar al caserío se encontraron con Miguel Ayoroa, comandante del batallón Ranger y con Andrés Sélich, comandante del regimiento de ingenieros de Vallegrande, quien había llegado en helicóptero. Los acompañaban Aníbal Quiroga, corregidor de La Higuera y algunos campesinos con mulas para cargar a los muertos. Andrés Sélich profirió insultos y amenazas contra el Che; dos soldados le quitaron los relojes y otras pertenencias.
El corregidor contó: “El Che salió por la huerta de Florencio Aguilar, venía caminando, primero venia él y detrás Willy y más atrás las mulas con otro guerrillero herido. Después otros guerrilleros muertos. Yo vi al Che, era un hombre grande, con una mirada que penetraba, y su estatura física que infundía respeto.”
A las 19:30, cuando la caravana concluyó la marcha hasta el caserío, ya era totalmente de noche. En la oscuridad, las tenues luces de las rústicas lámparas de queroseno o algunas velas alumbraban las humildes chozas. Los pobladores silenciosos, temerosos, observaban desde sus casas con extrema curiosidad; otros, como sombras, se acercaban lentamente para ver a los guerrilleros.
Los militares llevaron al Che hasta la miserable escuelita de La Higuera, de adobe, pajas y piso de tierra, con dos aulas, separadas por un tabique de madera. En una de ellas, dejaron al Che, más los cadáveres de Arturo y Antonio tirados en el suelo. En la otra, a Willy junto a Pacho muy grave.
Después que los militares dejaron a los guerrilleros en la escuelita, se dirigieron a la casa del corregidor para comer. Más tarde pasaron a la casa del telegrafista Humberto Hidalgo y se dispusieron a efectuar un inventario de todas las pertenencias de los combatientes.
Aproximadamente a las 9 de la noche, Andrés Sélich y Gary Prado regresaron a la escuela con el propósito de interrogar al Che, luego se les incorporó Miguel Ayoroa. Cmoo respuesta solo encontraron el silencio.
Sélich lo insultó; le haló con ira la barba, con tal fuerza que le arrancó parte de esta. El Che tenía las manos atadas pero reaccionó indignado. Las alzó con fuerza para que cayeran en el rostro de Sélich, quien se abalanzó sobre él con la intención de golpearlo. El Che reaccionó de la única forma que podía responderle: escupiéndole el rostro. Sélich se abalanzó otra vez. Entonces las manos del Che fueron amarradas por detrás de la espalda.
Volvieron a la casa del telegrafista y Sélich se apoderó de las pertenencias de los guerrilleros. Las más valiosas desde el punto de vista material se distribuyeron entre los oficiales de acuerdo con la jerarquía. Sélich se quedó además con el morral del Che, varios rollos fotográficos, y una libreta de color verde, en la cual el Che escribió con su letra varios poemas:”Canto General” de Pablo Neruda.; “Aconcagua” y Piedra de Hornos” de Nicolás Guillén. Posteriormente, la libreta se la entregaron al mayor Jaime Niño de Guzmán. Los oficiales procedieron a efectuar el inventario que entregarían al mando militar.
Pasadas las 10 de la noche de ese día 8 de octubre, en La Higuera se recibió un mensaje desde Vallegrande que ordenaba que debían mantener vivo al Che. El mensaje es como sigue:
“Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada mañana a primera hora en helicóptero. Coronel Zenteno Anaya.”
Nuevamente Gary Prado visitó al Che, ocasión en que le dijo que dos soldados le quitaron su reloj y el de Tuma. Según testimonio del propio Prado, él buscó a los dos militares e hizo que le devolvieran los relojes, afirmando que el Che se los entregó para que los guardara, porque seguramente se lo quitarían otra vez. De esta manera, Prado se quedó con ellos. Luego conservó el del Che para sí y le entregó el de Tuma a Miguel Ayoroa.
En la ciudad de La Paz, aproximadamente a las 18 horas, se efectuó una reunión entre René Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres, con el propósito de analizar los mensajes recibidos desde La Higuera y Vallegrande.
Un testimoniante, con acceso a lo tratado en esa reunión, dijo: “Ellos no sabían qué hacer y no se tomó ninguna decisión. Solo se evaluaron los acontecimientos y las informaciones obtenidas hasta ese momento y solicitaron que las mismas se ampliaran, así como conocer nuevos detalles de lo que estaba pasando. Después Barrientos se dirigió a la residencia del embajador norteamericano y desde allí se comunicaron con Washington.
“A las 9 de la noche el Presidente fue interrumpido para entregarle un mensaje desde Vallegrande, donde le solicitaron instrucciones de cómo proceder con los prisioneros.
“Él no tenía aún decidido qué hacer y la respuesta fue que debían mantenerlos vivos hasta esperar nuevas instrucciones.
“El comando superior trasmitió a Vallegrande las instrucciones y desde allí a La Higuera.”
La decisión de asesinar al Che estaba tomada en Washington desde 1960. Después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, asumió la jefatura de la CIA Richard Helms, quien continuó el Proyecto Cuba, que contemplaba el asesinato de Fidel, Raúl y el Che, y la imposición, mediante la fuerza militar, de un gobierno en La Habana afín a los intereses de Estados Unidos. Ellos aseguraban, sistemáticamente, que la Revolución Cubana sería derrotada en cuestión de meses. Dentro de sus planes se propusieron eliminar a sus principales líderes.
En 1962 se creó en Washington un grupo especial ampliado, integrado por George Mc Bundy, asesor presidencial sobre Seguridad Nacional; Alexis Johnson, por el Departamento de Estado; Roswell Gilpatrick, por el Pentágono; John Mc Cone, por la CIA, y Lyman Lemnitzer, por el Estado Mayor Conjunto, todos tenían la misión de dar cumplimiento al Proyecto Cuba.
El 19 de enero de 1962 se reunieron en las oficinas del Secretario de Justicia norteamericano, donde se les informó que el asunto de Cuba tenía la primera prioridad para el gobierno de Estados Unidos y debía resolverse sin economizar tiempo, dinero, esfuerzo, ni recursos humanos. En ella también se aprobaron varias acciones encaminadas a destruir la Revolución Cubana y, en especial, la eliminación física de Fidel, Raúl y el Che.
Por ello, cuando se recibió en la capital norteamericana la información de que el Guerrillero Heroico se encontraba herido en la escuelita de La Higuera, no fue necesario discutirlo. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono y el Presidente norteamericano tenían tomada la decisión desde mucho antes.
Aproximadamente a las 11 de la noche del 8 de octubre, el presidente boliviano, a través de Douglas Henderson, Embajador norteamericano en Bolivia, recibió un mensaje desde Washington, donde plantearon que el Che debía ser eliminado.
Entre los argumentos que el Embajador expuso al Presidente estaban que en la lucha común contra el comunismo y la subversión internacional, era más importante mostrar al Che totalmente derrotado y muerto en combate; puesto que no era recomendable tener vivo a un prisionero tan peligroso; permitir esto significaba mantenerlo en prisión, con riesgos constantes de que grupos de “fanáticos o extremistas” trataran de liberarlo; luego vendría el juicio correspondiente, la opinión pública internacional se movería y el gobierno de Bolivia no podría hacer frente por la situación convulsa del país. Manifestó que dejarlo con vida era ofrecerle, gratuitamente, una tribuna que iría contra los intereses de Bolivia y de Estados Unidos y que la muerte del Che significaba un duro golpe a la Revolución Cubana y, especialmente, a Fidel Castro.
Barrientos, Henderson y sus más cercanos colaboradores compartieron estos puntos de vista. La reunión terminó pasado unos minutos de la medianoche.
Mientras en el caserío de La Higuera, alrededor de las 12 de la noche, varios soldados rangers, borrachos y enardecidos, se disponían a asesinar al Guerrillero Heroico.
Los oficiales tenía que hacer cumplir la orden de mantener al Che con vida. Según algunos vecinos de La Higuera, en ese período de tiempo, murió el guerrillero herido, Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho, sin que en ningún momento recibiera atención médica.
Ante el intento de asesinato, Miguel Ayoroa y Gary Prado decidieron responsabilizar con la custodia y seguridad del Che a los oficiales Tomás, Toty, Aguilera, Carlos Pérez Panoso, Eduardo Huerta Lorenzetti y Raúl Espinosa. Cada uno de ellos debía permanecer por turno a su lado. Los oficiales iniciaron la custodia del Che; cuando le correspondió a Eduardo Huerta, un joven de 22 años de edad y miembro de una familia honorable de la ciudad de Sucre, el Guerrillero Heroico conversó largo rato con él. Huerta contó a personas amigas que la figura y mirada del Che le habían impresionado mucho; hasta llegar en ocasiones de sentirse como hipnotizado, que le habló de la miseria en que vivía el pueblo boliviano; sobre el trato respetuoso que los guerrilleros les dieron a los oficiales y soldados hechos prisioneros y le hizo notar la diferencia del que recibían los prisioneros del ejército.
Refirió Huerta que le pareció que era como un hermano mayor por la forma en que hablaba. Que como sentía frío, le buscó una manta y lo “arropó”; le encendió un cigarro que se lo puso en la boca, ya que tenía las manos atadas a la espalda. El Che le dio las gracias; le explicó cuáles eran los propósitos de su lucha y la importancia de la revolución contra la explotación que el imperialismo norteamericano sometía a nuestros pueblos.
El Che le pidió que le desamarrara las manos y recabó su ayuda para evadirse de allí. Narró Huerta que sintió deseos de ponerlo en libertad; salió a observar cómo estaba la situación fuera de la escuela; habló con un amigo de apellido Aranibar, apodado El Oso, y le pidió ayuda, pero este le dijo que resultaba muy peligroso, pues podía costarle la vida. Entonces vaciló, temió y no actuó. Confesó que el Che lo miró fijamente y no dijo nada, pero que él no podía sostenerle la mirada.
Continuará.
GONZALEZ, LOS BIOGRAFOS CUBANOS DEL CHE QUE SABEN TODA LA VERDAD.
EL PAPEL DE LA CIA EN EL ASESINATO DEL CHE.
PRIMERA PARTE.
Froilán González y Adys Cupull.
EL 8 DE OCTUBRE DE 1967.
Sobre los hechos de este día, Inti Peredo escribió: “La madrugada del 8 de octubre fue fría. Los que teníamos chamarra nos la colocamos. Nuestra marcha era lenta porque el Chino (Juan Pablo Chang-Navarro Lievano) caminaba muy mal de noche y porque la enfermedad del Moro (Octavio de la Concepción de la Pedraja) se acentuaba. A las 2 de la mañana paramos a descansar y reanudamos nuestra caminata a las 4...”
Cuando los guerrilleros se detuvieron para tomar agua de un arroyito los localizó Pedro Peña, uno de los espías del ejército, que disfrazado de campesino recorría la zona. Peña se ocultó para observar el lugar exacto, se dirigió hacia La Higuera y dió la información, que fue comunicada inmediatamente por radio a los jefes militares acantonados en los alrededores de la zona, dos compañías rangers con 145 hombres cada una y un escuadrón con 37, formados y adiestrados por asesores norteamericanos. Existían, además, otras compañías y todas se movilizaron hacia el Yuro.
A las cinco y media de la madrugada, los guerrilleros alcanzaron un punto donde se unían dos quebradas. Inti Peredo narró: “La mañana se descargó con el sol hermoso que nos permitió observar cuidadosamente el terreno. Buscábamos una cresta para dirigirnos luego al río San Lorenzo. Las medidas de seguridad se extremaron, especialmente porque la garganta y los cerros eran semipelados, con arbustos muy bajos, lo que hacía casi imposible ocultarse.”
De acuerdo con los relatos de Inti y de los sobrevivientes de la guerrilla, se ha podido constatar que el Che, con el seudónimo de -Ramón, decidió enviar exploradores, los que comprobaron que los soldados estaban cerrando el paso. El Che ordenó retirarse para otra quebrada, pero esta terminaba en unos farallones y prácticamente no tenía salida. Ante tal circunstancia, Inti Peredo, en su libro Mi campaña junto al Che, analizó la situación de la siguiente forma: “¿Qué perspectiva nos quedaba?
“No podíamos volver atrás, el camino que habíamos hecho, muy descubierto, nos convertía en presas fáciles de los soldados. Tampoco podíamos avanzar, porque eso significaba caminar derecho a las posiciones de los soldados. Che tomó la única resolución que cabía en ese momento. Dio orden de ocultarse en un pequeño cañón lateral y organizó la toma de posiciones. Eran aproximadamente las 8 y 30 de la mañana. Los 17 hombres estábamos sentados al centro y en ambos lados del cañón esperando.”
“Che hizo un análisis rápido, si los soldados nos atacaban entre las diez de la mañana y la una de la tarde estábamos en profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si nos atacaban entre la una y las tres de la tarde, teníamos más posibilidades de neutralizarlos. Si el combate se producía de las tres de la tarde hacia adelante las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la noche caería pronto y la noche es la compañera aliada del guerrillero.”
Se encontraban en la quebrada del Yuro, de unos 1 500 metros de largo, por unos 60 de ancho, y de 2 metros a 3 en la zona por donde corre el arroyo.
Aproximadamente a las 13 y 30 comenzó el combate, pero la firme resistencia de los guerrilleros detuvo el avance del ejército. Las posibilidades de salida durante el día estaban cerradas, porque las laderas eran abruptas y terminaban en zonas sin vegetación, desde donde fácilmente los soldados podían hacer blanco.
El entonces capitán Gary Prado, se movió hacia la zona de operaciones y comunicó a Vallegrande que estaba combatiendo y necesitaba el envío urgente de helicópteros, aviones y refuerzos militares. Le mandaron aviones de combate AT‑6, cargados con bombas de napalm, pero no pudieron operar por la proximidad entre los soldados y los guerrilleros.
Después de dos horas de combate de fuego intenso, el Che decidió dividir la tropa en dos grupos, de manera que unos, los enfermos, pudiesen avanzar, mientras él se quedaba al frente de los que podían combatir para detener el avance del ejército.
El Che, herido en una pierna, continuó combatiendo hasta que fue inutilizada su carabina y agotadas las balas de su pistola. Los combatientes Antonio, ( Orlando Pantoja Tamayo) Arturo (René Martínez Tamayo) y Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) se encontraron entre dos fuegos y emprendieron una concentrada resistencia, que les ocasionó varias bajas a los soldados, hasta que una potente granada hizo blanco sobre ellos.
Los soldados que estaban en el punto por donde escalaron el Che y el boliviano Willy Cuba explicaron que el Che tenía la carabina M‑1 dañada, inmovilizada por un impacto que recibió en la recámara, su pistola no tenía cargador y únicamente portaba una daga.
El suboficial Bernardino Huanca, se acercó al Che y le asestó un culatazo en el pecho; luego le apuntó de manera amenazante para dispararle. Willy (Simeón Cuba) se interpuso y le gritó con voz autoritaria: “¡Carajo este es el Comandante Guevara y lo van a respetar!”
Huanca se comunicó con Gary Prado, que le ordenó el traslado de los dos guerrilleros hasta un árbol a unos 200 metros de distancia, donde él se encontraba y se puso en contacto por radio con el puesto del ejército en Vallegrande, para notificar acerca del combate de la Quebrada del Yuro y la caída del Che. La información fue retrasmitida a las 15:30 horas.
La copia textual es la siguiente:
“Horas: 14: 50
“hoy a 7km. N.O. de Higueras en junta Quebradas Jagüey ‑Racetillo a Hs. 12:00 libróse acción, hay 3 guerrilleros muertos y 2 heridos graves. Información confirmada por tropas asegura caída de Ramón. Nosotros aún no confirmamos. Nosotros 2 muertos y 4 heridos.”
“Horas: 15:30
“Prado desde Higueras 'Caída de Ramón confirmada espero órdenes qué debe hacerse. Esta herido'.”
A las 17:00 horas envían un mensaje a La Paz, que textualmente dice: “Confirmada caída Ramón no sabemos estado hasta 10 minutos más”.
Los soldados sacaron los cadáveres de Antonio y Arturo, también a Pacho gravemente herido. El Che se conmovió cuando los vio y pidió que le permitieran prestarle ayuda médica, pero no lo admitieron.
A las 17:30 el ejército decidió retirarse del área de operaciones y regresar hacia el poblado. En la dificultosa marcha, el Che iba vigilado por varios soldados, detrás Willy Cuba ‑ambos con las manos amarradas‑, luego Pacho en grave estado, ayudado por algunos soldados y, finalmente, los muertos.
Continuaron la marcha y antes de llegar al caserío se encontraron con Miguel Ayoroa, comandante del batallón Ranger y con Andrés Sélich, comandante del regimiento de ingenieros de Vallegrande, quien había llegado en helicóptero. Los acompañaban Aníbal Quiroga, corregidor de La Higuera y algunos campesinos con mulas para cargar a los muertos. Andrés Sélich profirió insultos y amenazas contra el Che; dos soldados le quitaron los relojes y otras pertenencias.
El corregidor contó: “El Che salió por la huerta de Florencio Aguilar, venía caminando, primero venia él y detrás Willy y más atrás las mulas con otro guerrillero herido. Después otros guerrilleros muertos. Yo vi al Che, era un hombre grande, con una mirada que penetraba, y su estatura física que infundía respeto.”
A las 19:30, cuando la caravana concluyó la marcha hasta el caserío, ya era totalmente de noche. En la oscuridad, las tenues luces de las rústicas lámparas de queroseno o algunas velas alumbraban las humildes chozas. Los pobladores silenciosos, temerosos, observaban desde sus casas con extrema curiosidad; otros, como sombras, se acercaban lentamente para ver a los guerrilleros.
Los militares llevaron al Che hasta la miserable escuelita de La Higuera, de adobe, pajas y piso de tierra, con dos aulas, separadas por un tabique de madera. En una de ellas, dejaron al Che, más los cadáveres de Arturo y Antonio tirados en el suelo. En la otra, a Willy junto a Pacho muy grave.
Después que los militares dejaron a los guerrilleros en la escuelita, se dirigieron a la casa del corregidor para comer. Más tarde pasaron a la casa del telegrafista Humberto Hidalgo y se dispusieron a efectuar un inventario de todas las pertenencias de los combatientes.
Aproximadamente a las 9 de la noche, Andrés Sélich y Gary Prado regresaron a la escuela con el propósito de interrogar al Che, luego se les incorporó Miguel Ayoroa. Cmoo respuesta solo encontraron el silencio.
Sélich lo insultó; le haló con ira la barba, con tal fuerza que le arrancó parte de esta. El Che tenía las manos atadas pero reaccionó indignado. Las alzó con fuerza para que cayeran en el rostro de Sélich, quien se abalanzó sobre él con la intención de golpearlo. El Che reaccionó de la única forma que podía responderle: escupiéndole el rostro. Sélich se abalanzó otra vez. Entonces las manos del Che fueron amarradas por detrás de la espalda.
Volvieron a la casa del telegrafista y Sélich se apoderó de las pertenencias de los guerrilleros. Las más valiosas desde el punto de vista material se distribuyeron entre los oficiales de acuerdo con la jerarquía. Sélich se quedó además con el morral del Che, varios rollos fotográficos, y una libreta de color verde, en la cual el Che escribió con su letra varios poemas:”Canto General” de Pablo Neruda.; “Aconcagua” y Piedra de Hornos” de Nicolás Guillén. Posteriormente, la libreta se la entregaron al mayor Jaime Niño de Guzmán. Los oficiales procedieron a efectuar el inventario que entregarían al mando militar.
Pasadas las 10 de la noche de ese día 8 de octubre, en La Higuera se recibió un mensaje desde Vallegrande que ordenaba que debían mantener vivo al Che. El mensaje es como sigue:
“Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada mañana a primera hora en helicóptero. Coronel Zenteno Anaya.”
Nuevamente Gary Prado visitó al Che, ocasión en que le dijo que dos soldados le quitaron su reloj y el de Tuma. Según testimonio del propio Prado, él buscó a los dos militares e hizo que le devolvieran los relojes, afirmando que el Che se los entregó para que los guardara, porque seguramente se lo quitarían otra vez. De esta manera, Prado se quedó con ellos. Luego conservó el del Che para sí y le entregó el de Tuma a Miguel Ayoroa.
En la ciudad de La Paz, aproximadamente a las 18 horas, se efectuó una reunión entre René Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres, con el propósito de analizar los mensajes recibidos desde La Higuera y Vallegrande.
Un testimoniante, con acceso a lo tratado en esa reunión, dijo: “Ellos no sabían qué hacer y no se tomó ninguna decisión. Solo se evaluaron los acontecimientos y las informaciones obtenidas hasta ese momento y solicitaron que las mismas se ampliaran, así como conocer nuevos detalles de lo que estaba pasando. Después Barrientos se dirigió a la residencia del embajador norteamericano y desde allí se comunicaron con Washington.
“A las 9 de la noche el Presidente fue interrumpido para entregarle un mensaje desde Vallegrande, donde le solicitaron instrucciones de cómo proceder con los prisioneros.
“Él no tenía aún decidido qué hacer y la respuesta fue que debían mantenerlos vivos hasta esperar nuevas instrucciones.
“El comando superior trasmitió a Vallegrande las instrucciones y desde allí a La Higuera.”
La decisión de asesinar al Che estaba tomada en Washington desde 1960. Después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, asumió la jefatura de la CIA Richard Helms, quien continuó el Proyecto Cuba, que contemplaba el asesinato de Fidel, Raúl y el Che, y la imposición, mediante la fuerza militar, de un gobierno en La Habana afín a los intereses de Estados Unidos. Ellos aseguraban, sistemáticamente, que la Revolución Cubana sería derrotada en cuestión de meses. Dentro de sus planes se propusieron eliminar a sus principales líderes.
En 1962 se creó en Washington un grupo especial ampliado, integrado por George Mc Bundy, asesor presidencial sobre Seguridad Nacional; Alexis Johnson, por el Departamento de Estado; Roswell Gilpatrick, por el Pentágono; John Mc Cone, por la CIA, y Lyman Lemnitzer, por el Estado Mayor Conjunto, todos tenían la misión de dar cumplimiento al Proyecto Cuba.
El 19 de enero de 1962 se reunieron en las oficinas del Secretario de Justicia norteamericano, donde se les informó que el asunto de Cuba tenía la primera prioridad para el gobierno de Estados Unidos y debía resolverse sin economizar tiempo, dinero, esfuerzo, ni recursos humanos. En ella también se aprobaron varias acciones encaminadas a destruir la Revolución Cubana y, en especial, la eliminación física de Fidel, Raúl y el Che.
Por ello, cuando se recibió en la capital norteamericana la información de que el Guerrillero Heroico se encontraba herido en la escuelita de La Higuera, no fue necesario discutirlo. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono y el Presidente norteamericano tenían tomada la decisión desde mucho antes.
Aproximadamente a las 11 de la noche del 8 de octubre, el presidente boliviano, a través de Douglas Henderson, Embajador norteamericano en Bolivia, recibió un mensaje desde Washington, donde plantearon que el Che debía ser eliminado.
Entre los argumentos que el Embajador expuso al Presidente estaban que en la lucha común contra el comunismo y la subversión internacional, era más importante mostrar al Che totalmente derrotado y muerto en combate; puesto que no era recomendable tener vivo a un prisionero tan peligroso; permitir esto significaba mantenerlo en prisión, con riesgos constantes de que grupos de “fanáticos o extremistas” trataran de liberarlo; luego vendría el juicio correspondiente, la opinión pública internacional se movería y el gobierno de Bolivia no podría hacer frente por la situación convulsa del país. Manifestó que dejarlo con vida era ofrecerle, gratuitamente, una tribuna que iría contra los intereses de Bolivia y de Estados Unidos y que la muerte del Che significaba un duro golpe a la Revolución Cubana y, especialmente, a Fidel Castro.
Barrientos, Henderson y sus más cercanos colaboradores compartieron estos puntos de vista. La reunión terminó pasado unos minutos de la medianoche.
Mientras en el caserío de La Higuera, alrededor de las 12 de la noche, varios soldados rangers, borrachos y enardecidos, se disponían a asesinar al Guerrillero Heroico.
Los oficiales tenía que hacer cumplir la orden de mantener al Che con vida. Según algunos vecinos de La Higuera, en ese período de tiempo, murió el guerrillero herido, Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho, sin que en ningún momento recibiera atención médica.
Ante el intento de asesinato, Miguel Ayoroa y Gary Prado decidieron responsabilizar con la custodia y seguridad del Che a los oficiales Tomás, Toty, Aguilera, Carlos Pérez Panoso, Eduardo Huerta Lorenzetti y Raúl Espinosa. Cada uno de ellos debía permanecer por turno a su lado. Los oficiales iniciaron la custodia del Che; cuando le correspondió a Eduardo Huerta, un joven de 22 años de edad y miembro de una familia honorable de la ciudad de Sucre, el Guerrillero Heroico conversó largo rato con él. Huerta contó a personas amigas que la figura y mirada del Che le habían impresionado mucho; hasta llegar en ocasiones de sentirse como hipnotizado, que le habló de la miseria en que vivía el pueblo boliviano; sobre el trato respetuoso que los guerrilleros les dieron a los oficiales y soldados hechos prisioneros y le hizo notar la diferencia del que recibían los prisioneros del ejército.
Refirió Huerta que le pareció que era como un hermano mayor por la forma en que hablaba. Que como sentía frío, le buscó una manta y lo “arropó”; le encendió un cigarro que se lo puso en la boca, ya que tenía las manos atadas a la espalda. El Che le dio las gracias; le explicó cuáles eran los propósitos de su lucha y la importancia de la revolución contra la explotación que el imperialismo norteamericano sometía a nuestros pueblos.
El Che le pidió que le desamarrara las manos y recabó su ayuda para evadirse de allí. Narró Huerta que sintió deseos de ponerlo en libertad; salió a observar cómo estaba la situación fuera de la escuela; habló con un amigo de apellido Aranibar, apodado El Oso, y le pidió ayuda, pero este le dijo que resultaba muy peligroso, pues podía costarle la vida. Entonces vaciló, temió y no actuó. Confesó que el Che lo miró fijamente y no dijo nada, pero que él no podía sostenerle la mirada.
Continuará.
Primo del Che cuenta su vida
UN CALLADO HOMENAJE
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que saben amar, este relato del ingeniero Guillermo Moore de la Serna, uno de los primos hermanos del Che. Él no compartía sus ideales, pero fue a La Higuera, en los años en que no era fácil el acceso al lugar, y le rindió un callado homenaje. Cuando lo entrevistamos era un importante empresario argentino. Teníamos referencias de su trabajo como asesor en asuntos de ganadería del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, durante 17 años. En algún momento pensamos que no iba a recibirnos o evadir el encuentro. La primera vez que conversamos fue en Buenos Aires en diciembre de 1984, nos recibió en su despacho. Lo vimos enérgico, amable y culto. Las diferencias ideológicas no fueron obstáculos para el encuentro. La segunda vez, fue en septiembre de 1994, cuando regresábamos a la capital Argentina. Entonces, nos invitó a su hacienda, pero el poco tiempo y la distancia lo impidían. Felizmente en esa ocasión su hermana Edelmira vino a nuestro encuentro y pudimos entrevistarla. El Ingeniero Guillermo Moore nos contó:
Mis recuerdos son fragmentados, tengo algunos de niño, cuando ellos nos visitaban, recuerdo la preocupación de mi madre; yo soy hijo de Edelmira de la Serna, hermana de Celia, la mamá de Ernesto, y ella vivía siempre preocupada por el entorno familiar de Celia, porque consideraba que le estaba dando una educación muy liberal y nada religiosa a sus hijos. Cuando mi mamá enfermó, toda la familia venía a visitarla y, por esa causa, se reunían en mi casa, recuerdo que se hablaba de todos los problemas familiares y, desde luego, también de Celia y de la educación que les daba a sus chicos, incluyendo a Juan Martín, que era el más chico de todos.
Yo tengo una gran admiración por mi primo Ernesto, a pesar de que sus ideas no las comparto. Mis imágenes, les repito, son fragmentarias, porque él me llevaba seis años de edad. Su espíritu era inquieto y muy discutidor; no se quedaba con la primera respuesta. Poseía un fino humor y una inteligencia que descollaban, rompió ciertos moldes de la Argentina de aquella época.
Ya tenía asma y fumaba unos cigarrillos contra esa enfermedad, y le encantaba fumar cuando había reunión de señoras. Se armaba un tremendo despelote, porque encendía un cigarrillo y se ponía a fumar. Te puedes imaginar la reacción de ellas, y en aquella época, hasta que todos se enteraban que él fumaba esos cigarrillos contra el asma. Recuerdo que mi tío Jorge de la Serna tuvo una gran influencia en Ernesto, porque Jorge era un gran deportista y le gustaba pilotear. En los estudios, Ernesto indudablemente era aventajado, de una gran inteligencia.
Mi padre y mi madre lo querían muchísimo. Nosotros también, porque independientemente de las diferencias ideológicas, lo hemos querido mucho. Cuando mi madre murió, él le envió una carta desde Guayaquil a mi padre, que en familia te decíamos Pato, en esa carta queda clara su forma de pensar y como era con la familia. Voy a buscar la carta, es una fotocopia, porque el original debe tenerlo mi hermana Edelmira, que es la que guarda y conserva muchas fotos y documentos.
Después conocí de una u otra forma de su vida, pero sin regularidad. Supe del triunfo de la Revolución Cubana y el papel importante que él había desempeñado. En junio o julio de 1960, viajé a Cuba, yo trabajaba en una importante empresa de capitales italiano y francés, radicada en la Argentina. El representante era un francés muy amigo y compañero de Charles de Gaulle. Yo había decidido viajar a Estados Unidos a comprarme un avión, porque lo necesitaba para mi trabajo; el francés se enteró del viaje, me llamó y me dice que ya que voy a Estados Unidos, por qué no me llegaba a Cuba, que él sabía que era primo hermano de Ernesto Che Guevara y que quería que fuera allá para llevarle un mensaje.
A mí me interesó, porque volvería a ver a mi primo y, además, para saber qué carajo estaba pasando en Cuba y vivir esa experiencia.
Viajé a los Estados Unidos, me compré el avión y hablé por teléfono con Ernesto, pidiéndole permiso para volar directamente en mi avión a La Habana, pero él me dijo: "Mirá, Guillermo, acá están pasando cosas raras, vienen avionetas desde Estados Unidos a incendiar cañaverales y te ven venir con un avión de matrícula americana, te confunden y te bajan mejor vienes en un avión de línea". Yo acepté como bueno su consejo, y mi esposa y yo tomamos un vuelo comercial a La Habana.
Llegamos, nos alojamos en el Hotel Nacional, Ernesto me pidió que conociera un poco a Cuba, que fuera al campo y viera algunas vaquerías. Me encontré con mi tía Celia, que estaba de visita en La Habana, ella y mi esposa, Susana Puiggani, tenían unas buenas relaciones; la recuerdo con una enorme fuerza, con mucho entusiasmo y pasión que le ponía a las cosas, con gran vitalidad por la vida. Ella mostraba mucho entusiasmo por las cosas que estaban pasando en Cuba. Mi tía era muy vital y de una gran inteligencia, excepcionalmente inteligente, muy despierta.
Ernesto tenía una casa en Miramar, me invitó a ella y conocí a Aleida March, su esposa; él se divertía confrontando mis ideas con las de sus compañeros, que seguramente eran comunistas ortodoxos como él, después yo le comenté que le traía un mensaje de este francés, que más o menos, en los siguientes términos, decía que ante la posición de Estados Unidos, era evidente que se estaba presentando una ruptura, que se estaba produciendo un distanciamiento y que nuestra empresa podía ayudar a llenar ese espacio económico, que Cuba estaba en una disyuntiva, que la Revolución para subsistir tenía que apoyarse en Rusia, porque si no le pasaba una aplanadora. Pero que había una alternativa y ésa era Europa, que ya empezaba a salir del colapso de la Segunda Guerra Mundial y que ellos, es decir, el francés y el italiano, estaban dispuestos a ayudar en esa alternativa.
Ernesto escuchó con atención lo que yo le decía y su respuesta fue: "Todavía Europa es muy dependiente de los Estados Unidos, en última instancia, ellos harán lo que digan los Estados Unidos. En estos momentos la Revolución Cubana no tiene muchas opciones". Me puso varios ejemplos en ese sentido.
Me dedicó su libro Guerra de guerrillas y nos despedimos. Pasados unos años, fui a Managua, porque dirigía un programa de asistencia técnica en Nicaragua y conocí a Anastasio Somoza, con quien comencé a trabajar, asesorándolo en problemas de ganadería, por lo que establecimos una gran amistad. Un día visitábamos una de sus haciendas, comenzó a llover, había mucha lluvia, era una gran tormenta, el jeep no podía avanzar y nos detuvimos en un tramo de la carretera. En ese lugar, yo le dije:
"General, ¿usted sabe de quién soy pariente?"
Se quedó mirándome y me respondió:
"No, no lo sé".
"Mi apellido es De la Serna"
El general dijo:
"Eso ya lo sé".
"Mi mamá y la mamá del Che eran hermanas".
Se quedó callado, no dijo nada, pero al poco rato me pregunta:
"Entonces ¿vos sos primo hermano del Che Guevara?"
"Sí, soy primo hermano del Che Guevara".
"Jodido.... qué bueno que lo conozco ahora, porque si hubiera sabido eso antes, no te dejo entrar a Nicaragua. Él ha querido voltearme muchas veces, evidentemente tu primo es un hombre valiente y de mucho valor, pero acá no va a entrar".
A partir de ahí nuestra amistad aumentó. A los dos días, Tacho invita a una comida en su casa del Retiro al coronel que era el comandante americano para la zona del canal de Panamá, también me invita a mí y me sienta al lado del coronel.
Al final, le pregunta: "Coronel, ¿usted sabe al lado de quién ha comido?"
Éste me miró detenidamente y respondió: "No".
Somoza le dijo: "Él es primo hermano del Che Guevara. ¿No lo sabía?"
"No".
El general comenzó a reírse y le dijo: "Coronel, qué mal andan sus servicios de información".
Ya después vino lo que todos sabemos, el Che se fue a Bolivia y lo mataron. Eso, evidentemente afectó a toda la familia. Yo visité ese país en ocasión de un evento internacional, me atendieron muy bien, había un gobierno militar, entonces mis anfitriones me preguntaron si había un lugar en especial que deseara conocer o visitar, y les dije que había uno. Me preguntaron que cuál y yo respondí: "La Higuera".
Ellos me llevaron y les voy a mostrar las fotos. Ése fue un callado homenaje a mi primo.
Continuará.
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que saben amar, este relato del ingeniero Guillermo Moore de la Serna, uno de los primos hermanos del Che. Él no compartía sus ideales, pero fue a La Higuera, en los años en que no era fácil el acceso al lugar, y le rindió un callado homenaje. Cuando lo entrevistamos era un importante empresario argentino. Teníamos referencias de su trabajo como asesor en asuntos de ganadería del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, durante 17 años. En algún momento pensamos que no iba a recibirnos o evadir el encuentro. La primera vez que conversamos fue en Buenos Aires en diciembre de 1984, nos recibió en su despacho. Lo vimos enérgico, amable y culto. Las diferencias ideológicas no fueron obstáculos para el encuentro. La segunda vez, fue en septiembre de 1994, cuando regresábamos a la capital Argentina. Entonces, nos invitó a su hacienda, pero el poco tiempo y la distancia lo impidían. Felizmente en esa ocasión su hermana Edelmira vino a nuestro encuentro y pudimos entrevistarla. El Ingeniero Guillermo Moore nos contó:
Mis recuerdos son fragmentados, tengo algunos de niño, cuando ellos nos visitaban, recuerdo la preocupación de mi madre; yo soy hijo de Edelmira de la Serna, hermana de Celia, la mamá de Ernesto, y ella vivía siempre preocupada por el entorno familiar de Celia, porque consideraba que le estaba dando una educación muy liberal y nada religiosa a sus hijos. Cuando mi mamá enfermó, toda la familia venía a visitarla y, por esa causa, se reunían en mi casa, recuerdo que se hablaba de todos los problemas familiares y, desde luego, también de Celia y de la educación que les daba a sus chicos, incluyendo a Juan Martín, que era el más chico de todos.
Yo tengo una gran admiración por mi primo Ernesto, a pesar de que sus ideas no las comparto. Mis imágenes, les repito, son fragmentarias, porque él me llevaba seis años de edad. Su espíritu era inquieto y muy discutidor; no se quedaba con la primera respuesta. Poseía un fino humor y una inteligencia que descollaban, rompió ciertos moldes de la Argentina de aquella época.
Ya tenía asma y fumaba unos cigarrillos contra esa enfermedad, y le encantaba fumar cuando había reunión de señoras. Se armaba un tremendo despelote, porque encendía un cigarrillo y se ponía a fumar. Te puedes imaginar la reacción de ellas, y en aquella época, hasta que todos se enteraban que él fumaba esos cigarrillos contra el asma. Recuerdo que mi tío Jorge de la Serna tuvo una gran influencia en Ernesto, porque Jorge era un gran deportista y le gustaba pilotear. En los estudios, Ernesto indudablemente era aventajado, de una gran inteligencia.
Mi padre y mi madre lo querían muchísimo. Nosotros también, porque independientemente de las diferencias ideológicas, lo hemos querido mucho. Cuando mi madre murió, él le envió una carta desde Guayaquil a mi padre, que en familia te decíamos Pato, en esa carta queda clara su forma de pensar y como era con la familia. Voy a buscar la carta, es una fotocopia, porque el original debe tenerlo mi hermana Edelmira, que es la que guarda y conserva muchas fotos y documentos.
Después conocí de una u otra forma de su vida, pero sin regularidad. Supe del triunfo de la Revolución Cubana y el papel importante que él había desempeñado. En junio o julio de 1960, viajé a Cuba, yo trabajaba en una importante empresa de capitales italiano y francés, radicada en la Argentina. El representante era un francés muy amigo y compañero de Charles de Gaulle. Yo había decidido viajar a Estados Unidos a comprarme un avión, porque lo necesitaba para mi trabajo; el francés se enteró del viaje, me llamó y me dice que ya que voy a Estados Unidos, por qué no me llegaba a Cuba, que él sabía que era primo hermano de Ernesto Che Guevara y que quería que fuera allá para llevarle un mensaje.
A mí me interesó, porque volvería a ver a mi primo y, además, para saber qué carajo estaba pasando en Cuba y vivir esa experiencia.
Viajé a los Estados Unidos, me compré el avión y hablé por teléfono con Ernesto, pidiéndole permiso para volar directamente en mi avión a La Habana, pero él me dijo: "Mirá, Guillermo, acá están pasando cosas raras, vienen avionetas desde Estados Unidos a incendiar cañaverales y te ven venir con un avión de matrícula americana, te confunden y te bajan mejor vienes en un avión de línea". Yo acepté como bueno su consejo, y mi esposa y yo tomamos un vuelo comercial a La Habana.
Llegamos, nos alojamos en el Hotel Nacional, Ernesto me pidió que conociera un poco a Cuba, que fuera al campo y viera algunas vaquerías. Me encontré con mi tía Celia, que estaba de visita en La Habana, ella y mi esposa, Susana Puiggani, tenían unas buenas relaciones; la recuerdo con una enorme fuerza, con mucho entusiasmo y pasión que le ponía a las cosas, con gran vitalidad por la vida. Ella mostraba mucho entusiasmo por las cosas que estaban pasando en Cuba. Mi tía era muy vital y de una gran inteligencia, excepcionalmente inteligente, muy despierta.
Ernesto tenía una casa en Miramar, me invitó a ella y conocí a Aleida March, su esposa; él se divertía confrontando mis ideas con las de sus compañeros, que seguramente eran comunistas ortodoxos como él, después yo le comenté que le traía un mensaje de este francés, que más o menos, en los siguientes términos, decía que ante la posición de Estados Unidos, era evidente que se estaba presentando una ruptura, que se estaba produciendo un distanciamiento y que nuestra empresa podía ayudar a llenar ese espacio económico, que Cuba estaba en una disyuntiva, que la Revolución para subsistir tenía que apoyarse en Rusia, porque si no le pasaba una aplanadora. Pero que había una alternativa y ésa era Europa, que ya empezaba a salir del colapso de la Segunda Guerra Mundial y que ellos, es decir, el francés y el italiano, estaban dispuestos a ayudar en esa alternativa.
Ernesto escuchó con atención lo que yo le decía y su respuesta fue: "Todavía Europa es muy dependiente de los Estados Unidos, en última instancia, ellos harán lo que digan los Estados Unidos. En estos momentos la Revolución Cubana no tiene muchas opciones". Me puso varios ejemplos en ese sentido.
Me dedicó su libro Guerra de guerrillas y nos despedimos. Pasados unos años, fui a Managua, porque dirigía un programa de asistencia técnica en Nicaragua y conocí a Anastasio Somoza, con quien comencé a trabajar, asesorándolo en problemas de ganadería, por lo que establecimos una gran amistad. Un día visitábamos una de sus haciendas, comenzó a llover, había mucha lluvia, era una gran tormenta, el jeep no podía avanzar y nos detuvimos en un tramo de la carretera. En ese lugar, yo le dije:
"General, ¿usted sabe de quién soy pariente?"
Se quedó mirándome y me respondió:
"No, no lo sé".
"Mi apellido es De la Serna"
El general dijo:
"Eso ya lo sé".
"Mi mamá y la mamá del Che eran hermanas".
Se quedó callado, no dijo nada, pero al poco rato me pregunta:
"Entonces ¿vos sos primo hermano del Che Guevara?"
"Sí, soy primo hermano del Che Guevara".
"Jodido.... qué bueno que lo conozco ahora, porque si hubiera sabido eso antes, no te dejo entrar a Nicaragua. Él ha querido voltearme muchas veces, evidentemente tu primo es un hombre valiente y de mucho valor, pero acá no va a entrar".
A partir de ahí nuestra amistad aumentó. A los dos días, Tacho invita a una comida en su casa del Retiro al coronel que era el comandante americano para la zona del canal de Panamá, también me invita a mí y me sienta al lado del coronel.
Al final, le pregunta: "Coronel, ¿usted sabe al lado de quién ha comido?"
Éste me miró detenidamente y respondió: "No".
Somoza le dijo: "Él es primo hermano del Che Guevara. ¿No lo sabía?"
"No".
El general comenzó a reírse y le dijo: "Coronel, qué mal andan sus servicios de información".
Ya después vino lo que todos sabemos, el Che se fue a Bolivia y lo mataron. Eso, evidentemente afectó a toda la familia. Yo visité ese país en ocasión de un evento internacional, me atendieron muy bien, había un gobierno militar, entonces mis anfitriones me preguntaron si había un lugar en especial que deseara conocer o visitar, y les dije que había uno. Me preguntaron que cuál y yo respondí: "La Higuera".
Ellos me llevaron y les voy a mostrar las fotos. Ése fue un callado homenaje a mi primo.
Continuará.
Pariente cercano del Che cuenta su vida
LE SIGO LLAMANDO "ERNESTITO"
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que aman, el relato del doctor Francisco Guevara Lynch, de la entrevista efectuada en Buenos Aires el 18 de diciembre de 1984.
Francisco nos recibió en su casa. Estaba fuerte y lúcido. Al hablar mostraba el placer de quien ama a un pequeño miembro de la familia, que sentía aún junto a él. Tenía los mismos apellidos de don Ernesto el padre del Che, y para esclarecer el parentezco comenzó el relato por esa interrogante:
Mi padre era hermano del abuelo paterno de Ernestito y mi madre era hermana de la abuela, es decir, que el padre de Ernestito y yo somos primos hermanos dobles y de ahí la gran afinidad de parentesco; además de eso, me liga un gran afecto y una gran amistad, también teníamos afinidad de carácter. Yo no he podido acostumbrarme a decirle Che y le sigo llamando Ernestito...tuve el gusto de visitarlos cuando vivían en Argüello, una población cercana a Córdoba, que era donde residían y allí los visité y conservo una foto de esa visita, se la voy a mostrar.
Ahí aparece Ernestito, cuando aún era una criatura, fue en ocasión de ir de excursión al observatorio de Alta Gracia. Después regresé a Buenos Aires y volví a verlo de forma esporádica. Cuando me casé, el viaje de luna de miel fuimos a pasarlo allá, al kilómetro 14, y el padre de Ernestito nos fue a buscar para llevarnos a Alta Gracia, donde ellos vivían... ya era más grandecito, pero seguía siendo aún niño.
Pasados unos años, la familia regresó para Buenos Aires y se radicaron en la calle Araoz, y entonces al chico, a quien veía muy circunstancialmente, lo comencé a ver con relativa frecuencia, porque él se decide a estudiar Medicina y, además, porque vivíamos muy cerca de ellos, unos cincuenta metros de la casa de mi madre, y aquí se pone de manifiesto una cualidad de este muchacho, muy particular, que demostraba un gran sentimiento humanitario, una gran sensibilidad y mentalidad para tratar todo tipo de gentes y con preferencia a las gentes grandes [mayores].
Mi madre era una mujer muy grande, murió de ochenta y pico de años, ella vivía sola con mi hermana menor; estaba lisiada, porque tuvo un problema medular y cuando yo iba a visitarla, casi a diario, muchas veces me encontraba a Ernestito. Me acuerdo verlo sentado allí en el sofá‑cama que había en el dormitorio, con esa cara que para mí nunca varió: una cara de chico travieso, medio despeinado, me dio desgreñado, y allí estaba Ernestito conversando con mi madre, una señora mayor, pero demostrándole un infinito afecto.
Cuando murió la hermana de mi madre, Ana, que era abuela de Ernestito, él estuvo permanentemente a su lado, durante todo el tiempo que duró su enfermedad, la cuidó con amor, y su muerte fue uno de los motivos que más lo inclinó por el estudio de la Medicina.
SU CARÁCTER, MEZCLA DE QUIJOTE.
Cuando comenzó su carrera de Medicina lo veía mucho más, un día vino hasta el hospital donde yo trabajaba y me dice: "Pancho ‑porque en familia a mí, así me dicen‑, yo quisiera venir al hospital para hacer historias clínicas".
"Cómo no ‑le dije‑, venid cuando quieras, pues nos haces falta".
Pasaron unos días y no venía, hasta que lo encontré en el hall del hospital y le digo: "Bueno, decidme, Ernestito, ¿has cambiado de programa?"
"No ‑me dice‑, he cambiado de rumbo".
"¿Vas a trabajar en otro hospital? ¿Has cambiado de especialidad'?", le pregunté,
"No, no, no, me voy de viaje en moto". Ahí me entero de su proyecto de viajar en moto con un amigo.
Como ustedes saben, antes él había viajado por las provincias del norte argentino y en otra ocasión fue hasta el Brasil como enfermero o marino de un barco petrolero. También había realizado sus viajes en bicicleta a Córdoba, y los viajes con sus amigos por América Latina. Sus cartas pintan bien claramente su carácter, mezcla de Quijote, como él mismo dice; él narra a sus padres la aventura que empieza a programar y la describe con ironía, sin dejar de lado ese cariño que siente por sus padres. De manera que una de las características de su personalidad, que me llamó más la atención en ese chico, era la fase sentimental, lo que había dentro de él, porque dentro de las características de su personalidad nunca yo me lo imaginé y por ello me sorprendió grandemente en su condición de líder, porque era un joven más bien tímido en el trato con las gentes como nosotros, era más bien de carácter retraído.
Para su viaje en moto, llevó un elemento de defensa, un revólver que le había prestado un hermano mío, que fue marino. Después, él hace el viaje y, yo me entero de sus andanzas a través de sus padres, a los que veía con bastante frecuencia.
Cuando regresa y se recibe de médico, vuelvo a tener contactos con él, pero de inmediato decide irse nuevamente y a medida que va pasando el tiempo, él nos va asombrando a todos por sus acciones revolucionarias.
SER PARIENTE DE ERNESTITO, ME TRAJO PROBLEMAS
Quiero contarles que esta vinculación como pariente de Ernestito me trajo problemas, problemas que nunca rechacé y nunca eludí. Soy médico y fui presidente de la Asociación de Médicos de un hospital. Nuestra misión fundamental era defender la existencia de éste contra la política oficialista establecida de destruir estos centros del país. Nosotros, por principio, sosteníamos que los hospitales debían ser igualitarios y gratuitos para todo el mundo, porque la salud del pueblo es uno de los patrimonios más importantes que un país debe tener, pero había fuerzas políticas poderosas que se oponían a esa defensa.
Se trataba entonces, que en las elecciones, el triunfo se volcara al oficialismo y la mejor manera que tenían para combatir la posición de los médicos que manteníamos el punto de vista de la gratuidad de la medicina, era a través de la difamación y la calumnia.
Al hablar de mi persona, decían: "Cómo van a votar por el doctor Guevara Lynch, si es oligarca, de doble apellido, es católico y antisemita", de manera tal que trataban de confundir al sector progresista. Si la conversación iba dirigida a los derechistas y reaccionarios, decían: "Cómo vas a votar por el doctor Guevara, si es bolchevique número uno, pariente del Che Guevara".
El hecho de ser pariente del Che me proporcionó algunos enemigos, pero también buenos y sinceros amigos; recuerdo en especial a la mamá de un médico, una señora sumamente capaz, muy inteligente, que nació en Rusia y vino para la Argentina cuando hubo una persecución de judíos en la época del zarismo y se instaló acá. Tenía una gran admiración por el Che y una colección de sus discursos, el de Punta del Este, cuando aniquiló prácticamente a los jerarcas norteamericanos, y el discurso con motivo del asesinato de Patricio Lumumba, que son piezas oratorias de contenido extraordinario. Los discursos de Ernestito son reconocidos por muchas gentes que a lo mejor no opinan políticamente de la misma forma. Al Che se le respeta por la dirección que asumió y el papel que desempeñó por la libertad de los Pueblos americanos.
CONTINUARÁ.
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que aman, el relato del doctor Francisco Guevara Lynch, de la entrevista efectuada en Buenos Aires el 18 de diciembre de 1984.
Francisco nos recibió en su casa. Estaba fuerte y lúcido. Al hablar mostraba el placer de quien ama a un pequeño miembro de la familia, que sentía aún junto a él. Tenía los mismos apellidos de don Ernesto el padre del Che, y para esclarecer el parentezco comenzó el relato por esa interrogante:
Mi padre era hermano del abuelo paterno de Ernestito y mi madre era hermana de la abuela, es decir, que el padre de Ernestito y yo somos primos hermanos dobles y de ahí la gran afinidad de parentesco; además de eso, me liga un gran afecto y una gran amistad, también teníamos afinidad de carácter. Yo no he podido acostumbrarme a decirle Che y le sigo llamando Ernestito...tuve el gusto de visitarlos cuando vivían en Argüello, una población cercana a Córdoba, que era donde residían y allí los visité y conservo una foto de esa visita, se la voy a mostrar.
Ahí aparece Ernestito, cuando aún era una criatura, fue en ocasión de ir de excursión al observatorio de Alta Gracia. Después regresé a Buenos Aires y volví a verlo de forma esporádica. Cuando me casé, el viaje de luna de miel fuimos a pasarlo allá, al kilómetro 14, y el padre de Ernestito nos fue a buscar para llevarnos a Alta Gracia, donde ellos vivían... ya era más grandecito, pero seguía siendo aún niño.
Pasados unos años, la familia regresó para Buenos Aires y se radicaron en la calle Araoz, y entonces al chico, a quien veía muy circunstancialmente, lo comencé a ver con relativa frecuencia, porque él se decide a estudiar Medicina y, además, porque vivíamos muy cerca de ellos, unos cincuenta metros de la casa de mi madre, y aquí se pone de manifiesto una cualidad de este muchacho, muy particular, que demostraba un gran sentimiento humanitario, una gran sensibilidad y mentalidad para tratar todo tipo de gentes y con preferencia a las gentes grandes [mayores].
Mi madre era una mujer muy grande, murió de ochenta y pico de años, ella vivía sola con mi hermana menor; estaba lisiada, porque tuvo un problema medular y cuando yo iba a visitarla, casi a diario, muchas veces me encontraba a Ernestito. Me acuerdo verlo sentado allí en el sofá‑cama que había en el dormitorio, con esa cara que para mí nunca varió: una cara de chico travieso, medio despeinado, me dio desgreñado, y allí estaba Ernestito conversando con mi madre, una señora mayor, pero demostrándole un infinito afecto.
Cuando murió la hermana de mi madre, Ana, que era abuela de Ernestito, él estuvo permanentemente a su lado, durante todo el tiempo que duró su enfermedad, la cuidó con amor, y su muerte fue uno de los motivos que más lo inclinó por el estudio de la Medicina.
SU CARÁCTER, MEZCLA DE QUIJOTE.
Cuando comenzó su carrera de Medicina lo veía mucho más, un día vino hasta el hospital donde yo trabajaba y me dice: "Pancho ‑porque en familia a mí, así me dicen‑, yo quisiera venir al hospital para hacer historias clínicas".
"Cómo no ‑le dije‑, venid cuando quieras, pues nos haces falta".
Pasaron unos días y no venía, hasta que lo encontré en el hall del hospital y le digo: "Bueno, decidme, Ernestito, ¿has cambiado de programa?"
"No ‑me dice‑, he cambiado de rumbo".
"¿Vas a trabajar en otro hospital? ¿Has cambiado de especialidad'?", le pregunté,
"No, no, no, me voy de viaje en moto". Ahí me entero de su proyecto de viajar en moto con un amigo.
Como ustedes saben, antes él había viajado por las provincias del norte argentino y en otra ocasión fue hasta el Brasil como enfermero o marino de un barco petrolero. También había realizado sus viajes en bicicleta a Córdoba, y los viajes con sus amigos por América Latina. Sus cartas pintan bien claramente su carácter, mezcla de Quijote, como él mismo dice; él narra a sus padres la aventura que empieza a programar y la describe con ironía, sin dejar de lado ese cariño que siente por sus padres. De manera que una de las características de su personalidad, que me llamó más la atención en ese chico, era la fase sentimental, lo que había dentro de él, porque dentro de las características de su personalidad nunca yo me lo imaginé y por ello me sorprendió grandemente en su condición de líder, porque era un joven más bien tímido en el trato con las gentes como nosotros, era más bien de carácter retraído.
Para su viaje en moto, llevó un elemento de defensa, un revólver que le había prestado un hermano mío, que fue marino. Después, él hace el viaje y, yo me entero de sus andanzas a través de sus padres, a los que veía con bastante frecuencia.
Cuando regresa y se recibe de médico, vuelvo a tener contactos con él, pero de inmediato decide irse nuevamente y a medida que va pasando el tiempo, él nos va asombrando a todos por sus acciones revolucionarias.
SER PARIENTE DE ERNESTITO, ME TRAJO PROBLEMAS
Quiero contarles que esta vinculación como pariente de Ernestito me trajo problemas, problemas que nunca rechacé y nunca eludí. Soy médico y fui presidente de la Asociación de Médicos de un hospital. Nuestra misión fundamental era defender la existencia de éste contra la política oficialista establecida de destruir estos centros del país. Nosotros, por principio, sosteníamos que los hospitales debían ser igualitarios y gratuitos para todo el mundo, porque la salud del pueblo es uno de los patrimonios más importantes que un país debe tener, pero había fuerzas políticas poderosas que se oponían a esa defensa.
Se trataba entonces, que en las elecciones, el triunfo se volcara al oficialismo y la mejor manera que tenían para combatir la posición de los médicos que manteníamos el punto de vista de la gratuidad de la medicina, era a través de la difamación y la calumnia.
Al hablar de mi persona, decían: "Cómo van a votar por el doctor Guevara Lynch, si es oligarca, de doble apellido, es católico y antisemita", de manera tal que trataban de confundir al sector progresista. Si la conversación iba dirigida a los derechistas y reaccionarios, decían: "Cómo vas a votar por el doctor Guevara, si es bolchevique número uno, pariente del Che Guevara".
El hecho de ser pariente del Che me proporcionó algunos enemigos, pero también buenos y sinceros amigos; recuerdo en especial a la mamá de un médico, una señora sumamente capaz, muy inteligente, que nació en Rusia y vino para la Argentina cuando hubo una persecución de judíos en la época del zarismo y se instaló acá. Tenía una gran admiración por el Che y una colección de sus discursos, el de Punta del Este, cuando aniquiló prácticamente a los jerarcas norteamericanos, y el discurso con motivo del asesinato de Patricio Lumumba, que son piezas oratorias de contenido extraordinario. Los discursos de Ernestito son reconocidos por muchas gentes que a lo mejor no opinan políticamente de la misma forma. Al Che se le respeta por la dirección que asumió y el papel que desempeñó por la libertad de los Pueblos americanos.
CONTINUARÁ.
Quien ame a Ernesto Che Guevara
A LOS ARGENTINOS QUE AMAN
Por Froilán González y Adys Cupull
Ellos lo amaron, muchos también lo aman. Estuvieron junto a él desde su niñez, a su lado, aún los que no compartían sus ideales lo respetaban. Son millones los que luchan por multiplicar sus virtudes. Hay generaciones de argentinos, que como él, se opusieron a las injusticias en cualquier parte del mundo.
Ernesto Guevara de la Serna, es argentino como el que más y Ciudadano Cubano por Nacimiento, vio la luz por primera vez en la importante Ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Vino desde allá, de la tierra de José de San Martín, donde se expanden las altas cumbres nevadas de los Andes, que comparte con Chile y Bolivia; donde el Aconcagua luce su corona de nieve y se juntan las aguas del Paraná y el Uruguay para formar el ancho estuario de La Plata. Es de las tierras de las pampas y del mate, desde donde retumban las voces de Martín Fierro y don Segundo Sombra, y se irradian al mundo los versos de Alfonsina Storni y la voz de Carlos Gardel, los tangos de Alfredo Lepera y G. Barbieri. Es de allá de donde crece el ceibo en cuyo racimo de flores rojas y brillantes, yace el símbolo de la Nación Argentina. La amó con el rojo apasionadamente de la vida, con las contradicciones de su tiempo que describió en cartas a sus padres y en el pensar de un continente integrado, unido, de la Mayúscula América como la llamó en sus recorridos desde las tierras del sur hacia el norte. Así se definió aquel 11 de diciembre de 1964, en la ONU, cuando dijo:
"He nacido en La Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie..."
Con algunos testimonios publicados en nuestro libro "Recuerdos de Familia", cargados de profundo sentimiento filial, en el cual aparecen los relatos de sus familiares, con los que desarrolló una interesante comunicación a través de las correspondencias, mientras realizaba los viajes por Nuestra América.
Los grandes hombres son universales. Ellos, su pensamiento, su ideal de justicia, su filosofía pertenecen a la humanidad. En diferentes lugares lo califican como Ciudadano del Mundo.
Estimó más al compañero que lucha. Así lo expresó en carta a la española María del Rosario Guevara, cuando le señaló que si era capaz de temblar de indignación cada vez que se cometía una injusticia en el mundo, entonces, era su compañera, que es más que ser familia.
Sin embargo, tenía la costumbre de escribir a sus familiares, desde cualquier lugar, por muy apartado que estuviera, y casi nunca dejó carta sin responder. Buscaba y encontraba formas disímiles para ello: a través de las embajadas, de los amigos, o por el correo normal. Cuando era inconveniente porque peligraba su vida, firmar como Ernesto Guevara, utilizó ingeniosos seudónimos.
Su amiga y compañera de estudios Berta Gilda Infante, se refirió a como la distancia, para él, no significaba olvido; explicó que en agosto de 1958 un joven llegado desde Cuba la citó a un café, era Jorge Ricardo Massetti. Llegaba de la Sierra Maestra, le entregó una carta para Celia, la madre; y otra para ella, con el pedido especial de que le escribieran tanto como pudieran. La carta tenía uno de sus seudónimos Teté Calvache y varias direcciones en La Habana.
Su afectividad, lejos de endurecerse, escribió la amiga, se enriquecía, y pensaba con nostalgia en su tierra, en su madre, y en sus amigos. Consideraba la comunicación con la familia como un ineludible deber, era una de sus grandes virtudes.
El expedicionario del Granma, Alfonso Guillén Zelaya, acerca del Che recordó: "...había recibido una carta de mis padres en la que le solicitaban información sobre mí, ya que ellos mantenían relaciones de amistad desde su estancia en México. Al localizarme me echó una descarga tremenda, me censuró no haberles escrito en todo ese tiempo a mis padres. Me manifestó que los hijos no podían perder nunca la comunicación con sus familiares allegados. Aquel regaño, visto a treinta años después, lo recuerdo como una cosa bonita, aleccionadora, que dice mucho del amor que sentía el Che por los suyos ".
Continuaremos la publicación de varios testimonios seleccionados, que describen y relatan hechos acerca de Emestito, el joven Emesto, el doctor Ernesto Guevara de la Sema; y sobre el medio social y hogareño en el cual se forjó.
Desde Rosario, Misiones, Alta Gracia, Córdoba, la hacienda Santa Ana de Ireneo Portela, Buenos Aires: lugares donde creció y fue feliz junto a sus hermanos Roberto, Celia, Ana María y Juan Martín. Ernesto como lo llamaban entonces, se situará junto a su familia argentina, tal vez como aquel 7 de Julio de 1953, en que lo despedían en la Terminal del Ferrocarril General Belgrano en Buenos Aires; o el mismo día 17 de agosto de 1961, en Punta del Este, Uruguay, cuando juntos por última vez, se reunieron, entonces, con el Che, como representante del pueblo cubano en la Conferencia Interamericana del Consejo Económico y Social.
continuará
Por Froilán González y Adys Cupull
Ellos lo amaron, muchos también lo aman. Estuvieron junto a él desde su niñez, a su lado, aún los que no compartían sus ideales lo respetaban. Son millones los que luchan por multiplicar sus virtudes. Hay generaciones de argentinos, que como él, se opusieron a las injusticias en cualquier parte del mundo.
Ernesto Guevara de la Serna, es argentino como el que más y Ciudadano Cubano por Nacimiento, vio la luz por primera vez en la importante Ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Vino desde allá, de la tierra de José de San Martín, donde se expanden las altas cumbres nevadas de los Andes, que comparte con Chile y Bolivia; donde el Aconcagua luce su corona de nieve y se juntan las aguas del Paraná y el Uruguay para formar el ancho estuario de La Plata. Es de las tierras de las pampas y del mate, desde donde retumban las voces de Martín Fierro y don Segundo Sombra, y se irradian al mundo los versos de Alfonsina Storni y la voz de Carlos Gardel, los tangos de Alfredo Lepera y G. Barbieri. Es de allá de donde crece el ceibo en cuyo racimo de flores rojas y brillantes, yace el símbolo de la Nación Argentina. La amó con el rojo apasionadamente de la vida, con las contradicciones de su tiempo que describió en cartas a sus padres y en el pensar de un continente integrado, unido, de la Mayúscula América como la llamó en sus recorridos desde las tierras del sur hacia el norte. Así se definió aquel 11 de diciembre de 1964, en la ONU, cuando dijo:
"He nacido en La Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie..."
Con algunos testimonios publicados en nuestro libro "Recuerdos de Familia", cargados de profundo sentimiento filial, en el cual aparecen los relatos de sus familiares, con los que desarrolló una interesante comunicación a través de las correspondencias, mientras realizaba los viajes por Nuestra América.
Los grandes hombres son universales. Ellos, su pensamiento, su ideal de justicia, su filosofía pertenecen a la humanidad. En diferentes lugares lo califican como Ciudadano del Mundo.
Estimó más al compañero que lucha. Así lo expresó en carta a la española María del Rosario Guevara, cuando le señaló que si era capaz de temblar de indignación cada vez que se cometía una injusticia en el mundo, entonces, era su compañera, que es más que ser familia.
Sin embargo, tenía la costumbre de escribir a sus familiares, desde cualquier lugar, por muy apartado que estuviera, y casi nunca dejó carta sin responder. Buscaba y encontraba formas disímiles para ello: a través de las embajadas, de los amigos, o por el correo normal. Cuando era inconveniente porque peligraba su vida, firmar como Ernesto Guevara, utilizó ingeniosos seudónimos.
Su amiga y compañera de estudios Berta Gilda Infante, se refirió a como la distancia, para él, no significaba olvido; explicó que en agosto de 1958 un joven llegado desde Cuba la citó a un café, era Jorge Ricardo Massetti. Llegaba de la Sierra Maestra, le entregó una carta para Celia, la madre; y otra para ella, con el pedido especial de que le escribieran tanto como pudieran. La carta tenía uno de sus seudónimos Teté Calvache y varias direcciones en La Habana.
Su afectividad, lejos de endurecerse, escribió la amiga, se enriquecía, y pensaba con nostalgia en su tierra, en su madre, y en sus amigos. Consideraba la comunicación con la familia como un ineludible deber, era una de sus grandes virtudes.
El expedicionario del Granma, Alfonso Guillén Zelaya, acerca del Che recordó: "...había recibido una carta de mis padres en la que le solicitaban información sobre mí, ya que ellos mantenían relaciones de amistad desde su estancia en México. Al localizarme me echó una descarga tremenda, me censuró no haberles escrito en todo ese tiempo a mis padres. Me manifestó que los hijos no podían perder nunca la comunicación con sus familiares allegados. Aquel regaño, visto a treinta años después, lo recuerdo como una cosa bonita, aleccionadora, que dice mucho del amor que sentía el Che por los suyos ".
Continuaremos la publicación de varios testimonios seleccionados, que describen y relatan hechos acerca de Emestito, el joven Emesto, el doctor Ernesto Guevara de la Sema; y sobre el medio social y hogareño en el cual se forjó.
Desde Rosario, Misiones, Alta Gracia, Córdoba, la hacienda Santa Ana de Ireneo Portela, Buenos Aires: lugares donde creció y fue feliz junto a sus hermanos Roberto, Celia, Ana María y Juan Martín. Ernesto como lo llamaban entonces, se situará junto a su familia argentina, tal vez como aquel 7 de Julio de 1953, en que lo despedían en la Terminal del Ferrocarril General Belgrano en Buenos Aires; o el mismo día 17 de agosto de 1961, en Punta del Este, Uruguay, cuando juntos por última vez, se reunieron, entonces, con el Che, como representante del pueblo cubano en la Conferencia Interamericana del Consejo Económico y Social.
continuará
El hermano del Che cuenta su vida
POR EL RIO PARANÁ, HASTA ROSARIO.
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que saben amar, continuamos con el testimonio de Roberto Guevara de la Serna, quien relata el trayecto de la familia desde el nacimiento de su hermano Ernesto.
Lo conocimos en Buenos Aires, en diciembre de 1984, donde conversamos largamente, cuando volvimos en 1988 su apoyo fue de gran importancia, hizo los croquis que sirvieron de guía para visitar las casas donde vivieron los Guevara de la Serna, en Rosario, Alta Gracia, Córdoba y Buenos Aires, y relacionó los nombres de las personas que debíamos entrevistar para nuestra investigación.
Posteriormente viajó a La Habana, por la enfermedad de su hermana Ana María y visitó nuestra casa. En esos momentos estábamos concluyendo el libro Ernestito vivo y presente y rectificó nombres, direcciones, hechos y datos. En su memoria se conservan los recuerdos, precisos y claros. Rememoró la infancia y adolescencia de Ernesto. A veces, su físico, el acento al hablar nos acercaban al Che, o tal vez ‑ la intimidad que se siente al estar junto a alguien tan cercano a él. Lo observamos, y aún estaba latente el joven Roberto fotografiado en Bolivia en 1967, cuando la seriedad asomada a su rostro, fue captada por un lente de reportero, en Vallegrande, iba a exigir la verificación de la muerte de su hermano y la entrega del cadáver. Nos volvimos a ver en Buenos Aires, en septiembre de 1995, entonces lo visitamos en su casa y en su despacho, donde ejercía la profesión de abogado, de esos encuentros es el testimonio.
Ernesto nació en Rosario, mi padre tenía intereses económicos en la provincia de Misiones, en puerto Caraguatay, donde había comprado una estancia con dinero de mi vieja, y él y mi madre viajaron desde allí hasta Rosario, por todo el río Paraná, puerto por puerto, para resolver algunos problemas de negocios. Mi viejo quería instalar un molino yerbatero y se bajaron para realizar los trámites; estando allí se presentan los dolores de parto de mi madre y, en esas circunstancias, nace mi hermano Ernesto.
Lo que yo recuerdo, que contó mi madre, era que Ernesto nació en una clínica de Rosario, el 14 de junio de 1928. La casa que aparece en la inscripción de nacimiento, es donde vivió los primeros días, pero no donde nació. Posiblemente fue la casa de un amigo, o del chofer del taxi que fue testigo del nacimiento. El otro testigo fue el primo de mi padre, Raúl Lynch; por cierto, quiero aclararles que este primo de mi padre era el embajador de Argentina en La Habana, cuando la lucha en la Sierra Maestra y el triunfo de la Revolución.
De Rosario ellos vinieron a Buenos Aires, y después viajaron al puerto Caraguatay nuevamente. De Caraguatay regresaron a fines del año 1929, ya que estaba próxima a nacer mi hermana Celia; de acuerdo con la inscripción de nacimiento, mis viejos vinieron para un departamento en la calle Santa Fe no. 3258 y ella nace el 30 de diciembre de 1929. Yo nací en la calle Bustamante no. 1286, el 18 de mayo de 1931. Según mi madre cumplí un año en Córdoba, en el Hotel Plaza de esa ciudad, fuimos para allá por el asma de Ernesto. En Córdoba, alquilamos una casa en la localidad de Argüello y desde allí nos fuimos para Alta Gracia.
En Alta Gracia, al llegar, vivimos seis meses más o menos en el Hotel de La Gruta; nos mudamos para Villa Chichita, donde nació mi hermana Ana María el 28 de enero de 1934. Cada año o cada dos años nos mudábamos, porque los contratos de alquiler se hacían por ese período. Pero el eje de nuestro paso por Alta Gracia, es una casa conocida como Villa Nydia, que ahora se conoce como Villa Beatriz, ahí fue donde más vivimos. Esa casa fue como el centro de nuestra estancia en ese lugar, debemos distinguirla del resto, fue la casa fundamental, porque de Villa Nydia nos mudamos a la casa Chalet de Fuentes y luego volvimos a Villa Nydia, nos mudamos al Chalet de Fortes y de vuelta a Villa Nydia.
Recuerdo que en el año 1937 nos encontrábamos en el Chalet de Fuentes porque fue cuando llegaron nuestros primos, los Córdova Iturburu, los hijos de mi tía Carmen, tal vez estábamos desde 1936 y nos quedamos hasta 1938. En 1941 pasamos al Chalet de Fortes, que está en la calle Avellaneda, y volvimos para Villa Nydia en 1942. Lo último que hace el viejo, es poner un estudio de arquitectura en Córdoba y mientras preparaban nuestro viaje, vivimos en el hotel, Hotel Cecil, eso fue en 1943, desde principios de año hasta el mes de mayo de ese año, en que nos fuimos para Córdoba, aunque volvimos a Alta Gracia en la época del verano. En 1944 alquilamos nuevamente la casa de Villa Nydia, pero cuando llegamos, el dueño se había arrepentido o cambiado de idea y nos fuimos a vivir por un mes al Sierras Hotel y de ahí alquilamos otra casa que se llama Chalet de Achaval en enero de 1944, que en ese año fue el terremoto de San Juan y estábamos viviendo allí. Estuvimos hasta marzo. Volvimos a Córdoba y en el próximo verano de 1945 de nuevo a Alta Gracia, fuimos a vivir para una casa conocida como de Ripamonti. Si hubiera diferencias de fechas, hay que creer en mi hermana Celia, que es la que tiene mejor memoria. Mis primeros recuerdos son de Alta Gracia, yo me considero de ese pueblo. No tengo recuerdos anteriores. Era un pueblo de turismo, con dos formas de vida, la de los turistas y la propia, que era cuando los turistas se habían marchado. Nosotros teníamos la particularidad de cabalgar en las dos formas.
Las relaciones de mis padres eran las de los ricos y las nuestras las de la gente pobre, que eran las que vivían permanentemente en la zona. Nuestros amigos fueron los hijos de los campesinos y de los caseros, que eran las personas que cuidaban las casas y las propiedades. Recuerdo a los Vidosa, Ariel y Dante, a quien le decíamos Tiqui. A Tiqui lo encontró después Ernesto en la frontera de Argentina con Bolivia, porque era gendarme. También estaban Ricardo y Luis Albornoz, que aún deben vivir en Alta Gracia. En verano hacíamos relaciones con la gente que venía de vacaciones. Éramos socios de la pileta del Sierras Hotel. Algunos de las que conoció Ernesto fue a los Figueroa y allí nació una amistad muy grande, con Carlos y su hermano Alberto, que ya murió. Alberto era un buen ajedrecista, le decían el Negro Figueroa, y jugaba intensamente. El y Ernesto pasaban días enteros en interminables jornadas de ajedrez. Ernesto aprendió con mi viejo. Desde que tenía uso de razón sabía jugar ajedrez y le gustaba mucho. Lo perfeccionó practicando. Cuando comenzó era siempre derrotado, pero fueron pasando los años y cuando tenía once o doce años le ganaba incluso a Figueroa. Ernesto estudió ajedrez, pero lo dejó, porque le absorbía demasiado tiempo. Compitió en el Inter‑Facultad de ajedrez, representando a la Facultad de Medicina También Ernesto nadaba muy bien. El juego central era el fútbol. Teníamos una canchita que la habíamos hecho nosotros mismo, entre todos los chicos. En el fútbol, era muy buen arquero. En el verano se hacían equipos de fútbol, uno era el de los que creía en Dios, contra el de los que no creía que era donde estábamos nosotros. Si los creyentes nos llenaban de goles, se solazaban los vencedores con la derrota de los infieles. La formación que teníamos era anticlerical jamás fuimos a misa. En las clases de religión había que pedir expresamente salir de ella y lo pedíamos. Las peleas de Ernesto eran famosas, a pesar de que físicamente no estaba bien por sus ataques de asma, las relaciones conmigo eran excelentes, aunque en algunos períodos teníamos broncas, porque él quería ejercer su autoridad y su condición de hermano mayor, y yo me rebelaba. Ernesto fue muy rebelde en sus relaciones con los viejos, se escapaba, desaparecía, se metía en el monte y había que salir a buscarlo. Su actitud era de gran rebeldía. Las relaciones con nuestra madre eran muy estrechas, yo diría que las relaciones con todos nosotros eran muy estrechas, muy fuertes, en especial conmigo porque éramos los dos varones mayores, y con mi padre había diferencias y rebeldías, pero siempre con una cosa, que él respetaba al viejo y decía: “El viejo tendrá lo que tenga, pero es bueno". Su característica más notable fue la voluntad, una voluntad indomable desde chico, que fue puliendo poco a poco con delectación de artista, como él mismo señalara en una carta a los viejos. Este carácter rebelde de mi hermano, también se reflejaba en nuestras relaciones, porque era él y no yo, por ser menor, el que las determinaba. Un hecho que influyó en nuestra familia fue la Guerra Civil española, lo recuerdo bien, porque el viejo fundó Acción Argentina y nosotros prestábamos atención a los republicanos. Después llegaron los González Aguilar, una familia española que tuvo que abandonar España por el fascismo y ellos vinieron a vivir con nosotros, era como si fuéramos hermanos. El problema de la guerra de España nos marcó a todos. Ernesto sabía los nombres de los generales que estaban peleando en la República. Mi viejo compró un radio para escuchar las noticias de la guerra y Ernesto ideó construir trincheras al fondo de la casa, porque vivíamos en Villa Nydia y había un patio grande al fondo. Después, tenía en su cuarto un mapa de España donde iba siguiendo día a día los combates. Cuando vivíamos en el Chalet de Fuentes vino un gallego de apellido Gálvez, era franquista y estaba borracho como una cuba. Entró buscando a mi viejo, se quitó la gorra y empezó a golpear las lámparas y eso desató una enemistad tremenda entre mi viejo, que buscó un revólver, y Gálvez, un perro terrible. Ese episodio estremeció a todo el pueblo de Alta Gracia. Alguien le rompió la cabeza a Gálvez, pero el viejo jura que no mandó a que le hicieran eso, pero la gente pensaba que era él; nosotros también buscábamos al gallego franquista, pero con cierto cuidado, porque era peligroso y había demostrado que era valiente. Por nuestra actitud a favor de España, ese viejo vino a agredirnos y aquello fue dramático para nosotros. Ernesto estudió en la escuela San Martín hasta cuarto grado y después en el Manuel Solares. Aún están las dos escuelas. El director era un señor de apellido Ruarte y sus dos hijos eran amigos nuestros, aún deben estar en Alta Gracia. A Ernesto le gustaba la naturaleza, los viajes por el campo; salíamos los domingos sierra arriba, llevábamos yerba mate, azúcar y chorizos, porque eran cosas muy fáciles de preparar y nos quedábamos todo el día jugando. Era una vida agreste, muy linda. Era un muchacho muy enfermo, el asma es una enfermedad muy difícil de sobrellevar, pero por su carácter y fuerza de voluntad, supo sobreponerse y vencerla. En esto hubo una gran influencia de mi madre. Él hacía las correrías de los chicos sanos, aunque tuviera asma; hacía todo lo que los demás hacíamos. Tenía una formación, desde chico, superior a la de nosotros, muchas inquietudes, análisis de las cosas, independencia de criterios, que lo hacían ser sorprendente. Era un chico excepcional, muy inteligente, y con una fuerza de voluntad muy grande e indomable. Tenía características muy especiales para relacionarse sin ningún tipo de paternalismo ni caudillismo. Él se metía en los problemas, participaba, escuchaba y opinaba, evidentemente poseía un carácter muy fuerte, era visible. No era introvertido, era normal en ese sentido, pero muy abierto sin ninguna presunción. Le gustaba relacionarse con la gente, sentir sus problemas, ver los problemas sociales, no desde la óptica intelectual, sino desde los problemas mismos, desde el que sufre. Poseía gran capacidad de dar ternura, me refiero a sentirla, pero no a manifestarla, a lo sumo algún gesto, una palmadita, una gran capacidad de trabajo, lograba un gran ritmo. Todo era a fuerza de voluntad y disciplina. A mediados de 1943 nos trasladamos a Córdoba a la calle Chile 288; en esa casa nació mi hermano Juan Martín, el mismo día de mi cumpleaños, el 18 de mayo de ese año. Ernesto vivió también en Villa María, cerca de Córdoba, en la calle Véliz Sanfield, a unas diez cuadras del centro. Visitamos un lugar de verano que se llama Pantanillo y Ernesto fue con su amigo Tomás Granado; recuerdo que hicimos una excursión hasta un arroyo, llevábamos a Juan Martín que era chiquito y lo pasábamos de uno a otro como si fuera una pelota de fútbol. Al irse Ernesto para Villa María a trabajar, no tenía sentido quedarnos en Córdoba, porque habíamos viajado allí por él y por su enfermedad, por eso regresamos a la capital. En Buenos Aires vivimos en la calle Arenales No. 2208, 5 piso, que era adonde residía la tía Beatriz, y ella se fue con la tía Ercilia, para dejarnos el departamento a nosotros. Ernesto volvió a Buenos Aires cuando enfermó la abuela Ana y la estuvo cuidando hasta que murió y ya se quedó con nosotros. Posteriormente nos mudamos para la calle Araoz nº 2180, eso fue en septiembre u octubre de 1948, y allí permaneció hasta 1953, que es cuando se va en su viaje con Calica Ferrer. Un lugar que Ernesto frecuentaba mucho era el estudio que tenía mi viejo en la calle Paraguay nº 2034, piso 1. A. Ernesto era muy estudioso y disciplinado en la lectura, y en la biblioteca de mi padre devoraba todos los libros; los había puesto en orden y los tomaba como si fuera una trituradora. Recuerdo que leyó la Historia Contemporánea de Europa en 25 tomos. A ninguno de nosotros se nos había ocurrido, pero él los iba leyendo uno a uno rápidamente. Había libros de carácter filosófico, estudió a Marx y a otros clásicos e hizo un diccionario filosófico para facilitarse el estudio. Ernesto batió un récord en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Ingresó en diciembre de 1947. En el mes de marzo de ese curso, dio todas las materias del primer año; en el mes de junio, las del segundo, y en diciembre, las del tercero, es decir, que en un año hizo los tres primeros. Ese récord no estaba batido en la Universidad. Su capacidad intelectual, su inteligencia, su disciplina y voluntad se unieron. Así era para todas las cosas que enfrentaba. Después hizo el viaje con Alberto Granado, regresó y terminó su carrera de Medicina en tiempo récord también. Luego que se fue con Calica Ferrer, en su segundo viaje por América, seguimos todo su trayecto por cartas. Yo me gradué en la Universidad en mayo de 1955 y en junio de ese mismo año me casé y Ernesto me envió de regalo un juego de cucharitas de plata. Vivimos todos en familia las noticias de la guerra en Cuba, todo lo que iba pasando, porque los periódicos informaban bastante de esos hechos. Cuando triunfó la Revolución, yo no pude acompañar a los viejos en ese viaje a Cuba y después no lo vi hasta 1961 que fue cuando vino a Punta del Este; allí nos reunimos toda la familia y hablamos de muchas cosas, hasta de unos lotes de tierra que habíamos comprado en La Paloma, que es un balneario cerca de Punta del Este, y Ernesto siempre quería que compráramos algún lote de tierra, pero como nadie le daba importancia lo compró él. Compró uno en Carlos Paz, cerca de Córdoba, que es la ciudad turística más importante de Córdoba, es un lugar muy bonito donde se habían construido algunas casas, es en el lago de San Roque; el viejo le dio el gusto y compró el lote a orillas del lago. Pero ya un poco más grande, él insistió en la compra de varios lotes de terreno y el viejo los contrató para cada uno de nosotros en una zona que se llama La Paloma, que queda en el Uruguay, entre Punta del Este y la frontera con Brasil. Ninguno pagó salvo Ernesto, que era muy disciplinado. Cuando nos vimos en Punta del Este, hablamos de eso también y él me dijo que hiciera los trámites legales y que los anotara a nombre de mis hijos. Yo comencé los trámites, pero con los problemas que ha vivido la Argentina, que fue un vendaval, se han perdido los papeles Después de 1961, teníamos noticias de mi hermano a través de mi madre, él la llamaba por teléfono, o cuando ella por una u otra vía tenía información. Fueron años difíciles, vino todo aquello de que había desaparecido y finalmente que había muerto en Bolivia. Cuando se publicaron aquellas noticias, yo no sabía si era verdad o era mentira, entonces decidí viajar y verificar. Viajaron también periodistas de la revista Gente y del canal 13 de la televisión argentina y con ellos fui para Bolivia. El que me ayudó corno intermediario, fue un periodista nombrado Eduardo Maxtwitz. Fuimos en una avioneta y llegamos a Santa Cruz: los militares nos preguntaron de dónde éramos, yo me di a conocer y pedí hablar con el jefe de la guarnición y fui a verlo. Conmigo fueron los periodistas, lo que creaba un elemento de presión que contribuyó a que me recibiera. Con aspecto muy asustado y, sorprendido me recibió el coronel Joaquín Zenteno Anaya, quien me dijo que él no sabía nada de dónde estaba el cadáver y que las órdenes las tenía que dar el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y que el único que me podía autorizar para ver el cadáver era el general Alfredo Ovando, que era el comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia. Recuerdo que llovió toda la noche y había mal tiempo. Es curioso que esa noche me localizan dos personas, una de ellas era Ricardo Rojo, me extrañó mucho su actitud, porque quería saber lo que yo iba a hacer en Bolivia y me hizo varios planteamientos que no me gustaron. Al día siguiente viajé a La Paz para ver a Ovando, que no quería recibirme, pero como detrás de mí iba la prensa; ante su negativa, yo le informé al edecán que si no me recibía tenía la libertad de hablar con la prensa y lo iba a hacer. Finalmente me recibió, me dijo que el Che era un hombre extraordinario, que era un hombre universal, completo y que entraba en todos los campos con una altura y una grandeza formidables, que había leído los poemas que tenía en su poder, que también poseía otras pertenencias y que me iban a ser devueltas una vez que el trabajo de inteligencia concluyera. Me atendió con delicadeza, pretendía ser mucho más refinado que todos los del Ejército y del alto mando y que con relación a lo que yo le pedía, él mismo daba la orden para que el coronel Zenteno Anaya me mostrara el cadáver si no había sido quemado, porque la orden era quemarlo.
Viajé a Vallegrande y allí se encontraba Juan José Torres, era evidente que ya tenían todo preparado, que habían planificado todo y habían concentrado al pueblo para dar a entender que se oponían a mi visita y repudiar mi presencia. Yo descendí del avioncito donde fui y caminé en actitud que ellos no esperaban. Los pobladores y campesinos de la zona me abrían paso, no sucedió nada en particular, no hubo insultos ni agresiones como seguramente ellos esperaban; la gente, lejos de agredirme, me trató con mucho respeto. Me aguardaban altos oficiales, me dijeron: "Bueno, tenemos que llevarlo hasta el cuartel", y fui en un auto con ellos. Cuando llegamos estaban allí capitanes, generales, coroneles, había seis militares, de todos ellos reconocí a Juan José Torres y a Andrés Selich, quienes adoptaron una actitud antipática, y tuvimos una discusión que, evidentemente, no conducía a ninguna parte. Ellos dijeron que el cadáver había sido quemado, les respondí que me parecía imposible, respondieron que corrían el riesgo de que los familiares no lo fueran a reclamar, como había pasado con otros guerrilleros a quienes los habían mantenido largo tiempo y que como los familiares no se presentaban a reclamarlos, los habían tenido que enterrar, por la descomposición. Era evidente que me estaban mintiendo. Yo les respondí y tuvimos una discusión al respecto.
Salí convencido de que no lo habían quemado, que estaba enterrado; regresé al pueblo, estuve toda la tarde, conversé con las gentes, me dijeron que en Vallegrande no se podía haber quemado el cadáver, porque si lo hubieran hecho, los campesinos y los pobladores se hubieran enterado. Regresé a Buenos Aires e hice escala en Tucumán donde vivía mi hermana Ana María, nos reunimos y le informé todo lo que había visto. Salí convencido de que lo habían enterrado en Vallegrande. CONTINUARÁ
Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que saben amar, continuamos con el testimonio de Roberto Guevara de la Serna, quien relata el trayecto de la familia desde el nacimiento de su hermano Ernesto.
Lo conocimos en Buenos Aires, en diciembre de 1984, donde conversamos largamente, cuando volvimos en 1988 su apoyo fue de gran importancia, hizo los croquis que sirvieron de guía para visitar las casas donde vivieron los Guevara de la Serna, en Rosario, Alta Gracia, Córdoba y Buenos Aires, y relacionó los nombres de las personas que debíamos entrevistar para nuestra investigación.
Posteriormente viajó a La Habana, por la enfermedad de su hermana Ana María y visitó nuestra casa. En esos momentos estábamos concluyendo el libro Ernestito vivo y presente y rectificó nombres, direcciones, hechos y datos. En su memoria se conservan los recuerdos, precisos y claros. Rememoró la infancia y adolescencia de Ernesto. A veces, su físico, el acento al hablar nos acercaban al Che, o tal vez ‑ la intimidad que se siente al estar junto a alguien tan cercano a él. Lo observamos, y aún estaba latente el joven Roberto fotografiado en Bolivia en 1967, cuando la seriedad asomada a su rostro, fue captada por un lente de reportero, en Vallegrande, iba a exigir la verificación de la muerte de su hermano y la entrega del cadáver. Nos volvimos a ver en Buenos Aires, en septiembre de 1995, entonces lo visitamos en su casa y en su despacho, donde ejercía la profesión de abogado, de esos encuentros es el testimonio.
Ernesto nació en Rosario, mi padre tenía intereses económicos en la provincia de Misiones, en puerto Caraguatay, donde había comprado una estancia con dinero de mi vieja, y él y mi madre viajaron desde allí hasta Rosario, por todo el río Paraná, puerto por puerto, para resolver algunos problemas de negocios. Mi viejo quería instalar un molino yerbatero y se bajaron para realizar los trámites; estando allí se presentan los dolores de parto de mi madre y, en esas circunstancias, nace mi hermano Ernesto.
Lo que yo recuerdo, que contó mi madre, era que Ernesto nació en una clínica de Rosario, el 14 de junio de 1928. La casa que aparece en la inscripción de nacimiento, es donde vivió los primeros días, pero no donde nació. Posiblemente fue la casa de un amigo, o del chofer del taxi que fue testigo del nacimiento. El otro testigo fue el primo de mi padre, Raúl Lynch; por cierto, quiero aclararles que este primo de mi padre era el embajador de Argentina en La Habana, cuando la lucha en la Sierra Maestra y el triunfo de la Revolución.
De Rosario ellos vinieron a Buenos Aires, y después viajaron al puerto Caraguatay nuevamente. De Caraguatay regresaron a fines del año 1929, ya que estaba próxima a nacer mi hermana Celia; de acuerdo con la inscripción de nacimiento, mis viejos vinieron para un departamento en la calle Santa Fe no. 3258 y ella nace el 30 de diciembre de 1929. Yo nací en la calle Bustamante no. 1286, el 18 de mayo de 1931. Según mi madre cumplí un año en Córdoba, en el Hotel Plaza de esa ciudad, fuimos para allá por el asma de Ernesto. En Córdoba, alquilamos una casa en la localidad de Argüello y desde allí nos fuimos para Alta Gracia.
En Alta Gracia, al llegar, vivimos seis meses más o menos en el Hotel de La Gruta; nos mudamos para Villa Chichita, donde nació mi hermana Ana María el 28 de enero de 1934. Cada año o cada dos años nos mudábamos, porque los contratos de alquiler se hacían por ese período. Pero el eje de nuestro paso por Alta Gracia, es una casa conocida como Villa Nydia, que ahora se conoce como Villa Beatriz, ahí fue donde más vivimos. Esa casa fue como el centro de nuestra estancia en ese lugar, debemos distinguirla del resto, fue la casa fundamental, porque de Villa Nydia nos mudamos a la casa Chalet de Fuentes y luego volvimos a Villa Nydia, nos mudamos al Chalet de Fortes y de vuelta a Villa Nydia.
Recuerdo que en el año 1937 nos encontrábamos en el Chalet de Fuentes porque fue cuando llegaron nuestros primos, los Córdova Iturburu, los hijos de mi tía Carmen, tal vez estábamos desde 1936 y nos quedamos hasta 1938. En 1941 pasamos al Chalet de Fortes, que está en la calle Avellaneda, y volvimos para Villa Nydia en 1942. Lo último que hace el viejo, es poner un estudio de arquitectura en Córdoba y mientras preparaban nuestro viaje, vivimos en el hotel, Hotel Cecil, eso fue en 1943, desde principios de año hasta el mes de mayo de ese año, en que nos fuimos para Córdoba, aunque volvimos a Alta Gracia en la época del verano. En 1944 alquilamos nuevamente la casa de Villa Nydia, pero cuando llegamos, el dueño se había arrepentido o cambiado de idea y nos fuimos a vivir por un mes al Sierras Hotel y de ahí alquilamos otra casa que se llama Chalet de Achaval en enero de 1944, que en ese año fue el terremoto de San Juan y estábamos viviendo allí. Estuvimos hasta marzo. Volvimos a Córdoba y en el próximo verano de 1945 de nuevo a Alta Gracia, fuimos a vivir para una casa conocida como de Ripamonti. Si hubiera diferencias de fechas, hay que creer en mi hermana Celia, que es la que tiene mejor memoria. Mis primeros recuerdos son de Alta Gracia, yo me considero de ese pueblo. No tengo recuerdos anteriores. Era un pueblo de turismo, con dos formas de vida, la de los turistas y la propia, que era cuando los turistas se habían marchado. Nosotros teníamos la particularidad de cabalgar en las dos formas.
Las relaciones de mis padres eran las de los ricos y las nuestras las de la gente pobre, que eran las que vivían permanentemente en la zona. Nuestros amigos fueron los hijos de los campesinos y de los caseros, que eran las personas que cuidaban las casas y las propiedades. Recuerdo a los Vidosa, Ariel y Dante, a quien le decíamos Tiqui. A Tiqui lo encontró después Ernesto en la frontera de Argentina con Bolivia, porque era gendarme. También estaban Ricardo y Luis Albornoz, que aún deben vivir en Alta Gracia. En verano hacíamos relaciones con la gente que venía de vacaciones. Éramos socios de la pileta del Sierras Hotel. Algunos de las que conoció Ernesto fue a los Figueroa y allí nació una amistad muy grande, con Carlos y su hermano Alberto, que ya murió. Alberto era un buen ajedrecista, le decían el Negro Figueroa, y jugaba intensamente. El y Ernesto pasaban días enteros en interminables jornadas de ajedrez. Ernesto aprendió con mi viejo. Desde que tenía uso de razón sabía jugar ajedrez y le gustaba mucho. Lo perfeccionó practicando. Cuando comenzó era siempre derrotado, pero fueron pasando los años y cuando tenía once o doce años le ganaba incluso a Figueroa. Ernesto estudió ajedrez, pero lo dejó, porque le absorbía demasiado tiempo. Compitió en el Inter‑Facultad de ajedrez, representando a la Facultad de Medicina También Ernesto nadaba muy bien. El juego central era el fútbol. Teníamos una canchita que la habíamos hecho nosotros mismo, entre todos los chicos. En el fútbol, era muy buen arquero. En el verano se hacían equipos de fútbol, uno era el de los que creía en Dios, contra el de los que no creía que era donde estábamos nosotros. Si los creyentes nos llenaban de goles, se solazaban los vencedores con la derrota de los infieles. La formación que teníamos era anticlerical jamás fuimos a misa. En las clases de religión había que pedir expresamente salir de ella y lo pedíamos. Las peleas de Ernesto eran famosas, a pesar de que físicamente no estaba bien por sus ataques de asma, las relaciones conmigo eran excelentes, aunque en algunos períodos teníamos broncas, porque él quería ejercer su autoridad y su condición de hermano mayor, y yo me rebelaba. Ernesto fue muy rebelde en sus relaciones con los viejos, se escapaba, desaparecía, se metía en el monte y había que salir a buscarlo. Su actitud era de gran rebeldía. Las relaciones con nuestra madre eran muy estrechas, yo diría que las relaciones con todos nosotros eran muy estrechas, muy fuertes, en especial conmigo porque éramos los dos varones mayores, y con mi padre había diferencias y rebeldías, pero siempre con una cosa, que él respetaba al viejo y decía: “El viejo tendrá lo que tenga, pero es bueno". Su característica más notable fue la voluntad, una voluntad indomable desde chico, que fue puliendo poco a poco con delectación de artista, como él mismo señalara en una carta a los viejos. Este carácter rebelde de mi hermano, también se reflejaba en nuestras relaciones, porque era él y no yo, por ser menor, el que las determinaba. Un hecho que influyó en nuestra familia fue la Guerra Civil española, lo recuerdo bien, porque el viejo fundó Acción Argentina y nosotros prestábamos atención a los republicanos. Después llegaron los González Aguilar, una familia española que tuvo que abandonar España por el fascismo y ellos vinieron a vivir con nosotros, era como si fuéramos hermanos. El problema de la guerra de España nos marcó a todos. Ernesto sabía los nombres de los generales que estaban peleando en la República. Mi viejo compró un radio para escuchar las noticias de la guerra y Ernesto ideó construir trincheras al fondo de la casa, porque vivíamos en Villa Nydia y había un patio grande al fondo. Después, tenía en su cuarto un mapa de España donde iba siguiendo día a día los combates. Cuando vivíamos en el Chalet de Fuentes vino un gallego de apellido Gálvez, era franquista y estaba borracho como una cuba. Entró buscando a mi viejo, se quitó la gorra y empezó a golpear las lámparas y eso desató una enemistad tremenda entre mi viejo, que buscó un revólver, y Gálvez, un perro terrible. Ese episodio estremeció a todo el pueblo de Alta Gracia. Alguien le rompió la cabeza a Gálvez, pero el viejo jura que no mandó a que le hicieran eso, pero la gente pensaba que era él; nosotros también buscábamos al gallego franquista, pero con cierto cuidado, porque era peligroso y había demostrado que era valiente. Por nuestra actitud a favor de España, ese viejo vino a agredirnos y aquello fue dramático para nosotros. Ernesto estudió en la escuela San Martín hasta cuarto grado y después en el Manuel Solares. Aún están las dos escuelas. El director era un señor de apellido Ruarte y sus dos hijos eran amigos nuestros, aún deben estar en Alta Gracia. A Ernesto le gustaba la naturaleza, los viajes por el campo; salíamos los domingos sierra arriba, llevábamos yerba mate, azúcar y chorizos, porque eran cosas muy fáciles de preparar y nos quedábamos todo el día jugando. Era una vida agreste, muy linda. Era un muchacho muy enfermo, el asma es una enfermedad muy difícil de sobrellevar, pero por su carácter y fuerza de voluntad, supo sobreponerse y vencerla. En esto hubo una gran influencia de mi madre. Él hacía las correrías de los chicos sanos, aunque tuviera asma; hacía todo lo que los demás hacíamos. Tenía una formación, desde chico, superior a la de nosotros, muchas inquietudes, análisis de las cosas, independencia de criterios, que lo hacían ser sorprendente. Era un chico excepcional, muy inteligente, y con una fuerza de voluntad muy grande e indomable. Tenía características muy especiales para relacionarse sin ningún tipo de paternalismo ni caudillismo. Él se metía en los problemas, participaba, escuchaba y opinaba, evidentemente poseía un carácter muy fuerte, era visible. No era introvertido, era normal en ese sentido, pero muy abierto sin ninguna presunción. Le gustaba relacionarse con la gente, sentir sus problemas, ver los problemas sociales, no desde la óptica intelectual, sino desde los problemas mismos, desde el que sufre. Poseía gran capacidad de dar ternura, me refiero a sentirla, pero no a manifestarla, a lo sumo algún gesto, una palmadita, una gran capacidad de trabajo, lograba un gran ritmo. Todo era a fuerza de voluntad y disciplina. A mediados de 1943 nos trasladamos a Córdoba a la calle Chile 288; en esa casa nació mi hermano Juan Martín, el mismo día de mi cumpleaños, el 18 de mayo de ese año. Ernesto vivió también en Villa María, cerca de Córdoba, en la calle Véliz Sanfield, a unas diez cuadras del centro. Visitamos un lugar de verano que se llama Pantanillo y Ernesto fue con su amigo Tomás Granado; recuerdo que hicimos una excursión hasta un arroyo, llevábamos a Juan Martín que era chiquito y lo pasábamos de uno a otro como si fuera una pelota de fútbol. Al irse Ernesto para Villa María a trabajar, no tenía sentido quedarnos en Córdoba, porque habíamos viajado allí por él y por su enfermedad, por eso regresamos a la capital. En Buenos Aires vivimos en la calle Arenales No. 2208, 5 piso, que era adonde residía la tía Beatriz, y ella se fue con la tía Ercilia, para dejarnos el departamento a nosotros. Ernesto volvió a Buenos Aires cuando enfermó la abuela Ana y la estuvo cuidando hasta que murió y ya se quedó con nosotros. Posteriormente nos mudamos para la calle Araoz nº 2180, eso fue en septiembre u octubre de 1948, y allí permaneció hasta 1953, que es cuando se va en su viaje con Calica Ferrer. Un lugar que Ernesto frecuentaba mucho era el estudio que tenía mi viejo en la calle Paraguay nº 2034, piso 1. A. Ernesto era muy estudioso y disciplinado en la lectura, y en la biblioteca de mi padre devoraba todos los libros; los había puesto en orden y los tomaba como si fuera una trituradora. Recuerdo que leyó la Historia Contemporánea de Europa en 25 tomos. A ninguno de nosotros se nos había ocurrido, pero él los iba leyendo uno a uno rápidamente. Había libros de carácter filosófico, estudió a Marx y a otros clásicos e hizo un diccionario filosófico para facilitarse el estudio. Ernesto batió un récord en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Ingresó en diciembre de 1947. En el mes de marzo de ese curso, dio todas las materias del primer año; en el mes de junio, las del segundo, y en diciembre, las del tercero, es decir, que en un año hizo los tres primeros. Ese récord no estaba batido en la Universidad. Su capacidad intelectual, su inteligencia, su disciplina y voluntad se unieron. Así era para todas las cosas que enfrentaba. Después hizo el viaje con Alberto Granado, regresó y terminó su carrera de Medicina en tiempo récord también. Luego que se fue con Calica Ferrer, en su segundo viaje por América, seguimos todo su trayecto por cartas. Yo me gradué en la Universidad en mayo de 1955 y en junio de ese mismo año me casé y Ernesto me envió de regalo un juego de cucharitas de plata. Vivimos todos en familia las noticias de la guerra en Cuba, todo lo que iba pasando, porque los periódicos informaban bastante de esos hechos. Cuando triunfó la Revolución, yo no pude acompañar a los viejos en ese viaje a Cuba y después no lo vi hasta 1961 que fue cuando vino a Punta del Este; allí nos reunimos toda la familia y hablamos de muchas cosas, hasta de unos lotes de tierra que habíamos comprado en La Paloma, que es un balneario cerca de Punta del Este, y Ernesto siempre quería que compráramos algún lote de tierra, pero como nadie le daba importancia lo compró él. Compró uno en Carlos Paz, cerca de Córdoba, que es la ciudad turística más importante de Córdoba, es un lugar muy bonito donde se habían construido algunas casas, es en el lago de San Roque; el viejo le dio el gusto y compró el lote a orillas del lago. Pero ya un poco más grande, él insistió en la compra de varios lotes de terreno y el viejo los contrató para cada uno de nosotros en una zona que se llama La Paloma, que queda en el Uruguay, entre Punta del Este y la frontera con Brasil. Ninguno pagó salvo Ernesto, que era muy disciplinado. Cuando nos vimos en Punta del Este, hablamos de eso también y él me dijo que hiciera los trámites legales y que los anotara a nombre de mis hijos. Yo comencé los trámites, pero con los problemas que ha vivido la Argentina, que fue un vendaval, se han perdido los papeles Después de 1961, teníamos noticias de mi hermano a través de mi madre, él la llamaba por teléfono, o cuando ella por una u otra vía tenía información. Fueron años difíciles, vino todo aquello de que había desaparecido y finalmente que había muerto en Bolivia. Cuando se publicaron aquellas noticias, yo no sabía si era verdad o era mentira, entonces decidí viajar y verificar. Viajaron también periodistas de la revista Gente y del canal 13 de la televisión argentina y con ellos fui para Bolivia. El que me ayudó corno intermediario, fue un periodista nombrado Eduardo Maxtwitz. Fuimos en una avioneta y llegamos a Santa Cruz: los militares nos preguntaron de dónde éramos, yo me di a conocer y pedí hablar con el jefe de la guarnición y fui a verlo. Conmigo fueron los periodistas, lo que creaba un elemento de presión que contribuyó a que me recibiera. Con aspecto muy asustado y, sorprendido me recibió el coronel Joaquín Zenteno Anaya, quien me dijo que él no sabía nada de dónde estaba el cadáver y que las órdenes las tenía que dar el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y que el único que me podía autorizar para ver el cadáver era el general Alfredo Ovando, que era el comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia. Recuerdo que llovió toda la noche y había mal tiempo. Es curioso que esa noche me localizan dos personas, una de ellas era Ricardo Rojo, me extrañó mucho su actitud, porque quería saber lo que yo iba a hacer en Bolivia y me hizo varios planteamientos que no me gustaron. Al día siguiente viajé a La Paz para ver a Ovando, que no quería recibirme, pero como detrás de mí iba la prensa; ante su negativa, yo le informé al edecán que si no me recibía tenía la libertad de hablar con la prensa y lo iba a hacer. Finalmente me recibió, me dijo que el Che era un hombre extraordinario, que era un hombre universal, completo y que entraba en todos los campos con una altura y una grandeza formidables, que había leído los poemas que tenía en su poder, que también poseía otras pertenencias y que me iban a ser devueltas una vez que el trabajo de inteligencia concluyera. Me atendió con delicadeza, pretendía ser mucho más refinado que todos los del Ejército y del alto mando y que con relación a lo que yo le pedía, él mismo daba la orden para que el coronel Zenteno Anaya me mostrara el cadáver si no había sido quemado, porque la orden era quemarlo.
Viajé a Vallegrande y allí se encontraba Juan José Torres, era evidente que ya tenían todo preparado, que habían planificado todo y habían concentrado al pueblo para dar a entender que se oponían a mi visita y repudiar mi presencia. Yo descendí del avioncito donde fui y caminé en actitud que ellos no esperaban. Los pobladores y campesinos de la zona me abrían paso, no sucedió nada en particular, no hubo insultos ni agresiones como seguramente ellos esperaban; la gente, lejos de agredirme, me trató con mucho respeto. Me aguardaban altos oficiales, me dijeron: "Bueno, tenemos que llevarlo hasta el cuartel", y fui en un auto con ellos. Cuando llegamos estaban allí capitanes, generales, coroneles, había seis militares, de todos ellos reconocí a Juan José Torres y a Andrés Selich, quienes adoptaron una actitud antipática, y tuvimos una discusión que, evidentemente, no conducía a ninguna parte. Ellos dijeron que el cadáver había sido quemado, les respondí que me parecía imposible, respondieron que corrían el riesgo de que los familiares no lo fueran a reclamar, como había pasado con otros guerrilleros a quienes los habían mantenido largo tiempo y que como los familiares no se presentaban a reclamarlos, los habían tenido que enterrar, por la descomposición. Era evidente que me estaban mintiendo. Yo les respondí y tuvimos una discusión al respecto.
Salí convencido de que no lo habían quemado, que estaba enterrado; regresé al pueblo, estuve toda la tarde, conversé con las gentes, me dijeron que en Vallegrande no se podía haber quemado el cadáver, porque si lo hubieran hecho, los campesinos y los pobladores se hubieran enterado. Regresé a Buenos Aires e hice escala en Tucumán donde vivía mi hermana Ana María, nos reunimos y le informé todo lo que había visto. Salí convencido de que lo habían enterrado en Vallegrande. CONTINUARÁ
Suscribirse a:
Entradas (Atom)