jueves, 4 de abril de 2013

Carlos Fuentealba querido maestro Asesinado por Poblete Hospital Heller Neuquén San Martín de los Andes Museo Che Guevara Teresa Rodríguez



 

Al maestro, con cariño 
 
1. Era septiembre y el viento bajaba de la cordillera, acariciaba las aguas del gran lago y golpeaba las ventanas de la casa. Hacía algunos años que Gilberto Fuentealba había llegado de Chile con esperanzas de conchabarse en el campo y vivía con Berta en la Estancia Coyunco cerca de Junín de los Andes. Era 1966, y Berta paría otro varón. Otro varón a este mundo, otro varón a esta nieve, otro varón al río y al silencio de la noche, otro varón a confundirse en el humo de los fogones. Era septiembre y nacía Carlos.
En ese ambiente, fue creciendo. Entre montañas y bosques compañeros de correrías, de escondite y refugio. Los juguetes y los juegos nacían de sus propias manos, en compañía de su hermano Ricardo –que años más tarde sería carpintero– construía un mundo aventura, un mundo magia, un mundo niño. Ahora un auto de madera con estos palos para correr como un rayo, ahora un barrilete para que llegue hasta las nubes. Y cuando el calor volvía después del invierno que congela las aguas cristalinas de los lagos del sur, el río Chimehuin, patria de percas nativas y de truchas foráneas, era el recreo del día.
La Escuela Hogar Ceferino Namuncurá lo recibió como alumno. Los compañeros de banco eran los hijos de los peones, los descendientes mapuches, otros paisa como él, como sus viejos. Los maestros, curas. En la escuela los curas enseñan palabras y de vez en cuando reparten un tirón de orejas. Cuando leyó, cuando por primera vez las letras dejaron de ser dibujos y tuvieron sonido y sentido las palabras escritas, Carlos fue diferente, fue otro. Las mismas letras que su madre no necesitaba para saber cómo era el mundo y para leer ojos preocupados y narices de resfrío, en Carlos abrían puertas. Las letras eran llaves y él, un cerrajero sonriente. La mujer del administrador de la estancia lo llevaba en camioneta hasta la escuela. Cuando la camioneta no estaba, el camino era de tierra, y el frío era el frío y la lluvia mojaba como moja en el campo.
En esa educación religiosa uno se lleva dos caras. La conducta del buen samaritano y el castigo arbitrario. Carlos sabía que hay dos relatos. Sabía que no todos son iguales, que hay unos más iguales que otros –como lo puede decir un viejo personaje de una vieja novela–, que el mundo está partido al medio, pero que las mitades no son parejas. Así se fue forjando este niño, que terminó con las mejores notas y una beca para ir de pupilo a estudiar a la capital de la provincia.
Lejos. Lejos la cordillera y los viejos. Lejos la lluvia, el bosque, lejos la infancia también. Carlos llegó a los 13 años a Neuquén para entrar como pupilo en la escuela técnica, la ENET nº 1 (actualmente EPET nº 8). Le iba bien, salvo la distancia. En tercer año, cambió la estrategia. Si quería salir de allí, lo mejor era bajar las notas. Su hermano se había venido para la capital y aprovechó el envión para salirse de pupilo. Repetir era un costo que estaba dispuesto a pagar con tal de ganar la ansiada libertad. Carlos dejó esa escuela e ingresó a la ENET nº 2 (hoy EPET nº 14) donde terminó sus estudios secundarios.
El Negro le decían. Y a juzgar por las fotos, y por los recuerdos de sus propios compañeros, el Negro era de fierro. Era amigo de sus amigos, un compañero de los buenos. En ese campamento estudiantil se probaron los primeros versos, los vinos jóvenes, las bromas. Ahí quedaron, en la íntima sonrisa de unos muchachos, las historias del fogón junto al lago. Estaban egresando como técnicos químicos. La primera camada de esa escuela. En las fotos, el Negro está sonriendo. Se ve su sonrisa antes que nada. Y está entre ellos, en todas las grupales está el Negro, que es amigo de sus amigos.
2. En la UOCRA, como administrativo, trabajaba Carlos: un laburo estable. No se ganaba muy bien, pero paraba la olla. También pasó por una juguera, un supermercado, una inmobiliaria. En San Martín de los Andes trabajó en el viejo Hotel del Sol, desde donde se puede ver el Lacar. Carlos fue un trabajador y fue un militante, y un padre y un compañero. En los 80, ingresó en el MAS (Movimiento al Socialismo) y militaba en las obras. Se lo veía de charla con los obreros dando una pelea por la conciencia de su clase, entre andamios y ladrillos. En el gremio de la construcción, hizo sus primeras experiencias sindicales. Se sabe que en una obra de la empresa Riva, Carlos le paró la mano a los delegados de la burocracia y que ganó la conducción de una nueva comisión interna. Junto a la base, desde la base. Desde donde venía él mismo, el Negro, el chato del interior.
La casa de vivienda quedaba frente al Hospital Heller, en el oeste de Neuquén. El oeste de Neuquén es otro Neuquén. Allí las calles y las casas son más precarias. Sandra y Carlos, que se habían conocido en el partido, llegaron en el 93 a esa casa sin tener que transar con los punteros del MPN. Es más fácil la vida si uno entra por la puerta del punterismo. Carlos y Sandra no hacían las cosas fáciles.
Las empresas del estado se rifaban al mejor postor, la vida al uno a uno se tiraba a la marchanta: la marchanta tenía ritmo de Banco Mundial y FMI, y trasfondo de desocupación, de hambre, de vientre hinchado. La provincia sería el semillero del movimiento piquetero, la organización popular de nuevo tipo que bautizó las rutas con fuego, y a los pueblos de Cutral Có y Plaza Huincul colmó de pueblada en el 96.
El 26 de junio de aquel año, la gendarmería arremetió contra el piquete. La ruta obstaculizada por piedras y palos se fue llenando de pueblo. Con 20.000 personas apostadas a la entrada de la pequeña ciudad, la jueza Margarita de Argüelles –que se había subido a una tanqueta para contemplar el escenario– se declaró incompetente. Los sectores movilizados en la ruta reclamaban que se cumpliera la promesa de apertura de una planta fertilizadora de capitales canadienses y la entrega de subsidios por parte del Estado para recuperar los puestos de trabajo perdidos para los miles de obreros desempleados de la YPF privatizada.
En abril de 97 se sucede una segunda pueblada y otro corte de la ruta 22 en el marco de una protesta docente encabezada por el sindicato ATEN contra el recorte en la asignación por zona desfavorable y los despidos que impulsaba la Ley Federal de Educación. Allí caería Teresa Rodríguez, una empleada doméstica. Las pericias dicen que una bala de 9 mm le dio en el cuello, y que los policías efectuaron por lo menos diez disparos. La policía de Neuquén, como la policía de otras provincias, no dudó en reprimir la protesta social con el uso de armas de fuego, y habría réplicas de la tragedia en distintos puntos del país. Un muerto en la ruta sería la escena repetida: sería política de Estado y no un error en el uso de la fuerza. Tres años más tarde otra bala se llevaría el rostro del mecánico Aníbal Verón, en otro corte de ruta, en Tartagal.
Carlos estaba pendiente y participaba de las nuevas movidas de trabajadores que empezaron a estallar en la provincia. No había lucha que le pasase por el costado.
Sandra era maestra en los barrios de El Progreso y San Lorenzo, donde el barro se mete por los agujeros del calzado y hay que patear la calle. La calle en el oeste no se camina, se patea. Carlos soñaba con la revolución, Sandra ponía a calentar la pava. Sandra también soñaba con la revolución, y Carlos ponía un ladrillo sobre otro ladrillo. Se pensaban protagonistas, mientras compartían el mate. Cómo va a ser, cuáles serán nuestras tareas, se preguntaban.
3. El sol se iba por detrás de la Barda llevando consigo los fotogramas de una crisis a nivel nacional que desembocaría en el “Argentinazo” de diciembre de 2001. Carlos y Sandra levantaban paredes para el cuarto de las nenas, Camila y Ariadna llenaban la casa de risas. 
Estudiar; volver a la rutina del estudio después de los treinta, a las horas de cursada, al trajín de los desvelos combinados con el trabajo. En la cabeza de Carlos resonaba un yo puedo. No era cualquier alumno este alumno que ya había pasado los treinta y pico y cargaba con su historia de militante, de laburante. Lo recuerdan sus profesores hablando entusiasmado con su voz de lago sereno de aquel quinto grado que tuvo en la residencia en una escuela primaria del barrio El Chacay, en Plottier, adonde llegaba con su bicicleta y se le pegaban los niños más conflictivos, y él se pegaba ellos. En 2005 obtuvo el título. Le quedó chica la cara para tanta sonrisa. Relucía el delantal y sus dientes relucían. No dejaba de reír este maestro. Parece que había llegado a la cima de aquella montaña, y un futuro de pibes le brillaba en la mirada.
Con su título flamante y su tecnicatura tomó horas de secundario. Anduvo por varias escuelas hasta que pudo concentrar horas en el CPEM nº 40 en el barrio San Lorenzo, donde trabajaba a la tarde y a la noche. Y el CPEM nº 69 en el barrio Cuenca XV, escuela que hoy lleva su nombre.
Tan reconocido por sus pares como por sus alumnos, Carlos pisaba ese barro y completaba un periplo. Ahí tenía ahora su oficio, su trabajo, su militancia. Quería bien a los pibes, a esos pibes del oeste que una vez lo coronaron “Rey del Colegio” por ser el mejor profe. Un trono a la altura de la realidad, a la altura del barro; y un cetro invisible pero real de empuje y presencia, un cetro como símbolo de compañerismo. Una corona sobre su frente, una corona sencilla de conocimiento compartido. Carlos, el rey del colegio, era un rey feliz.
4. 2007. Los docentes de La Rioja llevan días de huelga, paros por 72 y 96 horas se suceden hasta el comienzo de abril. El aumento exigido al básico no está en los papeles del gobierno y fracasó la conciliación obligatoria. En Salta no comenzaron las clases; los docentes autoconvocados cortan las rutas, instalan carpas frente a la casa de gobierno. Algunos maestros sostienen una huelga de hambre; el paro tiene un altísimo acatamiento. El gobierno reprime, hace espionaje y amenaza con los descuentos. En Santa Cruz se producen en marzo al menos tres paros de 72 horas cada uno. El reclamo es por salario. La gendarmería, la prefectura y la policía custodian los establecimientos escolares. Tierra del Fuego también se encuentra en medio de un plan de lucha por el aumento del básico que en esa época rondaba los $595. En Formosa los docentes autoconvocados plantean un paro para el 19 de abril. En Chaco se llama a un paro de 72 horas: el sueldo mínimo no llega al mínimo dispuesto por Nación. Hugo Yasky, titular de CTERA y CTA por entonces, declara a Página/12 que “la discusión salarial docente es una suerte de paritaria encastrada. Primero se define el piso salarial. En ese punto hemos tenido la conquista del financiamiento educativo. Antes cada provincia definía su piso. La segunda etapa de este conflicto es la discusión del sueldo básico. Por eso el reclamo de la eliminación de las sumas en negro”. Yasky omite, entre otras cosas, que el piso al que alude es en los hechos un tope, que su central dejó a la deriva a cada conflicto, que esas sumas en negro siguen hoy existiendo mientras CTERA, de la mano de su conducción Celeste, avanza cada vez más hacia su asimilación definitiva al aparato del Estado.
En Neuquén se decide en asamblea, en el marco de una huelga que llevaba 30 días, el corte de la ruta 22 a la altura de Arroyito y en Añelo.
5. Residencia de la Costa, casa de los gobernadores. La cena es abundante: pernil y champagne a altas horas de la noche, la noche del 3 de abril. El gobernador degusta la carne e imparte órdenes. Está jugosa esa pierna, las burbujas, ideales. En las comisuras del gobernador Jorge Sobisch brilla un hilo de grasa líquida que le moja los bigotes. El jefe de la policía recibe órdenes, satisfecho por el jugoso corte que le ha tocado. Mañana no será un desalojo más. Este gobernador que dice en su campaña presidencial estar 100% preparado para gobernar, que fue gobernador entre 1991 y 1995, en 1999 y 2003 y del 2003 al 2007, no improvisa. Corta su bocado y piensa que mañana dará un ejemplo. Este gobernador que viene haciendo buena letra ejerciendo el autoritarismo, generando políticas de exclusión social, reprimiendo las protestas sin vacilar no duda. Sueña con el sillón de Rivadavia. Y sabe que se hará cargo de la represión, públicamente dirá en cadena que lo volvería a hacer. Este gobernador es un asesino con poder. No hay más palabras. 
Esta vez ella cuidaría a las nenas y él se iría al corte. Si pudieran, estarían los dos ahí. Pero no pueden dejar solas a las nenas. Diez años tiene Ariadna; catorce, Camila.
Camino hacia el oeste, la realidad a los costados de la ruta fue formando nubes de pan, de cucharas, de canasta básica familiar. No alcanzaba la imaginación para abarcar ese cielo lleno de realidades desparejas. La regla para medir el costo de las cosas y de la vida en la provincia es el galón de petróleo y la realidad es que el sueldo no alcanza. Él fue; la mirada escrutando ese cielo de conquistas futuras.
Un operativo desplegado sobre la ruta que contaba con la participación de la DESPO –el grupo especial de la metropolitana–, la tanqueta hidrante y los grupos especiales GEOP de Cutral Có, Zapala y Junín de los Andes. Seiscientas municiones entre cartuchos de escopeta 12,70 y cartuchos de gas lacrimógeno, además de las municiones y armas reglamentarias. Una cordillera de infantes cortaba la ruta. Jefes, muchos jefes a cargo del operativo, como si allí no pudieran quedar cabos sueltos. El diálogo entre docentes y directivos de las fuerzas fue breve. Se los instó a desviarse por otro camino y se escuchó en lo inmediato: “Esta vez la vamos a hacer cortita: tienen 5 minutos para desalojar la ruta”, la orden en boca del Director de Seguridad, Mario Rinzafri. La mayoría eran mujeres, la mayoría de los docentes. No hubo tiempo de reunión, ni de asamblea para determinar qué hacer.
El primer gas lacrimógeno rodó por lo bajo en la ruta y empezaron a avanzar los grupos especiales, la tanqueta, los policías. Las corridas tenían algo de escena de caza. Maestros con las manos vacías, escapando de las balas de goma a campo traviesa. El oficial Matus de civil, escopeta al hombro, disparaba balas de goma contra los autos que intentaban volver en caravana hacia Neuquén. Sobre la ruta 22 el terreno era áspero, la jarilla entorpecía a los docentes que intentaban escapar de la represión a través del campo. Fueron perseguidos por kilómetros hasta refugiarse en una estación de servicio. El gas y las balas de goma no respetaron siquiera el alto riesgo de disparar contra ese refugio provisorio. Las compañeras, nerviosas, asustadas corriendo hacia Neuquén y detrás el avance de las fuerzas que no cesa. No hay margen para el azar, no se escapa de las manos semejante brutalidad.
6. El tipo es oriundo de Zapala. Tiene un entrecejo difícil de disimular. Desde hace 15 años sirve en la Policía Provincial. Fue buen alumno: tiene las mejores calificaciones en los cursos de tiro con armas de distinto calibre. Y un buen prontuario: entre sus antecedentes figura el de tener vinculaciones con el crimen de Teresa Rodriguez. El lanzagases dispara un cartucho de 12 cm que, a corta distancia, es una bala. No dispersa, mata. No intimida, mata. El tipo lo sabe. Necesita una orden, no más. “Detengan a ese auto”, se ha dicho en voz alta. Por escrito no hay nada. Pero no necesita más. El tipo se pone en posición de tiro, apunta y mata. Tiene el visor del casco levantado.
Darío Poblete, que reporta en la GEOP, disparó contra un maestro aquella mañana del 4 de abril. No sabía su nombre, ni le importaba. Poblete no sabía tampoco que en él mismo se resumen los mejores logros de una clase opresora.
Del Fiat 147 sale gas. Los que van a dentro asfixiados se precipitan a la ruta. Hay un compañero más que quedó atrapado. Se multiplican las manos y los brazos para ayudarlo. Es Carlos. La imagen recorre los canales de televisión. El cielo de panes, de realidades, de canasta básica se tiñe con la sangre de este maestro, que es sacado por la luneta del auto y recostado en la ruta. Marcela Roa se baja de un Renault 12 y corre a identificar al fusilador. A no buscar más el significado de la palabra valentía, a no buscar más la foto de un cobarde ejemplar: Marcela choca contra el cordón de policías que oculta y protege a Poblete. El cobarde se mete en un móvil.
Carlos es trasladado en ambulancia y muere cerca de la medianoche del jueves 5 de abril en el Hospital Regional Neuquén. Las aulas se enlutan, las calles se llenan de guardapolvos, en los pizarrones de todo el país se escribe su nombre. En las calles de los barrios del oeste están sus ojos, en los sténciles callejeros nos miran sus ojos y nos sonríe Carlos en carteles y afiches y murales. Su nombre se hace escuela y biblioteca popular. Espera que toda esta historia derive como el río caudaloso que es en una definitiva justicia. Una justicia para este maestro que está en el recuerdo de los cercanos con su voz de lago, con su cuerpo presente, y está para aquellos que lo hubiésemos querido tener como compañero, con su militancia de andamio y de aula, con su tiza de maestro y una sonrisa que nos interpela a todos. Está Fuentealba, como una tarea pendiente hasta que todos los responsables paguen con justicia por su muerte. 
Por Hernán Boeykens
Fuente: Revista Sudestada
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