miércoles, 1 de septiembre de 2010

MINUSTAH misión de la ONU, tortura y ahorca en Haití


JUBILEO SUR/AMÉRICAS
jubileosur@gmail.com
www.jubileosuramericas.org

Cuba con sus médicos voluntarios contiene, cura, educa y da vida.  La ONU y su MINUSTAH invade, amenaza, viola, tortura y asesina.    

El Museo Ernesto Che Guevara de Buenos Aires se honra en tener a su médico becado y recibido en Cuba, actuando como si fuera cubano y humano.   Eladio González  Toto  director

 

 

En nombre de Jubileo Sur/Américas


Compañeros/as: difundimos esta noticia que pone al descubierto, una vez más, lo que venimos denunciando hace más de 5 años! La constante violación de los derechos humanos del pueblo haitiano por parte de las tropas de la MINUSTAH.

Desde JUBILEO SUR/AMÉRICAS repudiamos este nuevo crimen y convocamos a los movimientos sociales del continente, comprometidos en la lucha por la justicia, a redoblar nuestros esfuerzos en el marco de la Campaña de Solidaridad con HAITÍ que se viene impulsando, y que tiene dos fechas próximas de movilización:

 

- 15 de octubre: se discute en la ONU la renovación del mandato de la MINUSTAH en Haití. ¡Fuera las tropas de ocupación, por una HAITÍ libre y soberano!

- 12 de enero: se cumple el 1er aniversario del terrible terremoto que asolo el país y la posterior remilitarización. ¡Anulación incondicional de la deuda financiera reclamada a HAITÍ!

 

Que la reconstrucción del país no sea el gran negocio de las empresas multinacionales! Recursos y cooperación para salud, educación, soberanía alimentaria y vivienda en beneficio del pueblo haitiano! Basta de falsas promesas e hipocrecía! PAGUEN la deuda histórica, social y ecológica con el pueblo haitiano!

 

Para solicitar información o sumarse a la campaña puede escribir a jubileosur@gmail.com                 Gracias!

 

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Sábado 28 de agosto del 2010

Un menor de edad fue hallado ahorcado en una base de la ONU en Haití

La MINUSTAH, la misión de la ONU, acusada de tortura y ahorcamiento en Haití

 

Por Cyrus Sibert, Cabo Haitiano, Haití

Le Ré.Cit. (Réseau Citadelle) : www.reseaucitadelle.blogspot.com
Radio Souvenir FM, 106.1 :
 souvenirfm@yahoo. fr

 

El hallazgo del cuerpo de Gérald Jean Gilles, un joven de apenas 16 años, ahorcado dentro de la base FPU de la MINUSTAH ubicada en el centro del Cabo Haitiano, el 17 de agosto del 2010, es un golpe fuerte para la imagen de la misión de la ONU en el norte de Haití. El comunicado emitido no apacigua los rumores que hablan de un acto deliberado de tortura. 

Los jóvenes de los barrios populares organizaron varias actividades de protesta contra la MINUSTAH. Según ellos, a Gérald lo acusaron del robo de 200 dólares americanos, por lo que soldados nepaleses lo habrían torturado hasta quitarle la vida. Empleados del hotel Roi Henri Christophe, ubicado en proximidades de la base nepalesa del Cabo Haitiano, habrían escuchado los gritos: “están asfixiándome”.

Los ciudadanos del Cabo Haitiano están conmocionados por la situación. La hipótesis sostenida por los soldados nepaleses y los demás integrantes de la MINUSTAH no concuerda con el modo de ser de los haitianos. Es difícil creer que un joven de 16 años, que se dedicaba a ayudar a los soldados extranjeros a cambio de comida o de algo de dinero, se suicide luego de ser acusado de un robo.

 

A través de un mensaje escrito, la Comisión Arquidiocesana Justicia y Paz del Cabo Haitiano denunció las prácticas anacrónicas, tales como ahorcamientos y amputaciones de miembros del cuerpo humano, que realizan los soldados provenientes de Asia en la MINUSTAH. 

 

Firma el mensaje el Padre Nicolas Valcimond, sociólogo y profesor universitario.

 

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La MINUSTAH tendrá que aclarar la situación. Los habitantes dicen haber visto algunos soldados comportándose de manera desaforada. Un testigo cuenta que vio como un soldado nepalés detuvo a un joven en plena plaza pública y lo torturó, metiendo sus manos en la boca del joven y tratando con todas sus fuerzas de separarle la mandíbula inferior y la mandíbula superior, hasta el punto de lastimar la piel de la boca.

 

La hipótesis según la cual Gérald habría muerto durante una sesión de tortura, asfixiado o ahogado (método del submarino mojado), es creible. La MINUSTAH tiene que demostrar lo contrario.  

 

Además, en 2008 una unidad de la FPU nepalesa del Cabo Haitiano fue acusada de intento de violación, por una joven que regresaba de noche a su casa del barrio Calvaire Sainte-Thérèse. La organización feminista AFASDA tomó cartas en el asunto. Luego de haber publicado un artículo sobre esta situación, Réseau Citadelle fue contactado por la MINUSTAH para garantizar que iba a lanzar una investigación, castigar a los culpables (si fuera el caso) y a prevenir este tipo de comportamientos en el futuro. 

 

En este contexto, la muerte de un joven de 16 años dentro de esta misma base FPU nepalesa sólo puede causar más confusión.

La MINUSTAH no puede limitarse a dar un informe sobre la autopsia. Michel Saint-Croix el alcalde de la ciudad, condenó fuertemente el hecho el fin de semana pasado durante el programa Télé Venus, acusando a los nepaleses de asesinos. 

 

Por su parte, el abogado y un pariente de la víctima acusan a la ONU de haber retenido el cadáver varias horas en una base de Puerto Príncipe, impidiendo que el médico forense realizara la autopsia antes de transcurridas 72 horas después de la muerte, lo que según ellos altera los resultados.

 

Desde RÉSEAU CITADELLE consideramos que “ahorcamiento” no es un sinónimo de “suicidio”. El suicidio no forma parte de nuestra cultura. La MINUSTAH tiene que investigar minuciosamente hasta determinar las causas, las circunstancias y qué soldados nepaleses estuvieron involucrados en este hecho. 

 

En una época en la que se critica a los soldados norteamericanos por sus métodos de tortura en Irak, no podemos permitir que la ONU esconda lo que al parecer son prácticas de tortura similares a las de los servicios secretos como la CIA, que violan los derechos humanos.

 

RÉSEAU CITADELLE (Le Ré.Cit), 27 Agosto del 2010, 17h10.


 
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JUBILEO SUR/AMERICAS
secretaría regional a/c PACS
Políticas Alternativas para el Cono Sur
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Paco conviene saber sobre esta droga flinie

PBC, PACO O SULFATO DE COCAINA, es la cocaína no tratada que se extrae de las hojas de coca, a través de un proceso de maceración y mezcla con solventes como parafina, bencina, éter, tolueno o kerosene y ácido sulfúrico. La letalidad de la sustancia radica en que "conlleva inmediatos perjuicios asociados por su carácter adictivo, anestésico, alucinógeno y profundamente irritante de algunos de estos componentes. El efisema pulmonar aparece enseguida por la irritación de la mucosa respiratoria, los trastornos cardiovasculares son inmediatos y, a nivel cerebral, se producen modificaciones severas de conducta porque, literalmente, se vuela el lóbulo frontal, YA QUE LA GRASA, DE LA QUE LOS COMPONENTES SON SOLVENTES (PRECURSORES) Y LA NEURONA, TIENEN EL MISMO TEJIDO".

 

Un adicto a PBC, al perder el frontal: es como un oligrofrénico que detiene la curvatura evolutiva e ingresa en una exterminación neuronal irreversible, hasta llegar a estados de demencia, por ello, la cantidad de niños que se suicidan, tanto sea en la etapa de consumo irreversible, prácticamente todos los casos o, los poquísimos, que logran superar el período de abstención, por la recidiva. A ESTO DEBEMOS AGREGAR, QUE AHORA, APARECIO EL "COMBO PACO", ES MáS BARATO, EL AGREGADO A SU FORMULA, POR AHORA ES DESCONOCIDO, PERO SÍ, SU EFECTO ES MUCHO MAS DEGRADANTE Y LA VIOLENCIA PARA SI MISMO, EN CONSECUENCIA, HACIA LOS DEMAS, ES MáS DESTRUCTIVA AÚN

Las etapas por las que transita un consumidor al momento de fumar pueden esquematizarse en cuatro estadíos. Primero la euforia, donde se observa una disminución de las inhibiciones, una sensación de placer e intensificación del estado de ánimo. Luego la etapa de disforia, en que el sujeto bruscamente empieza a sentirse angustiado, deprimido e inseguro. Se produce un deseo incontenible de seguir fumando, tristeza, apatía e indiferencia sexual. En tercer lugar se produce ese consumo sin interrupciones, que busca mitigar la sensación anterior cuando todavía se tiene la dosis en sangre. Y, finalmente, la etapa de psicosis y alucinaciones, una pérdida de contacto con la realidad a nivel sensorial. agitación, paranoias, agresividad, alucinaciones, son episodios de psicosis que pueden durar semanas o meses.

 

Cuando antes hablamos del problema de clase y el Paco, nos referíamos específicamente, a que en los sectores medios, el consumo es de características privadas, se pide por teléfono y, al estilo de entrega a domicilio, se lo llevan a un determinado lugar de encuentro, la calidad no es la misma, tampoco el precio, se consume en su propia casa y los adictos, después de su utilización, hacen un esfuerzo, toman agua, ya que, el PACO, inhibe LOS MECANISMO, QUE incitan A LA exigencia DE ALIMENTOS Y LIQUIDO, (es por esto último, que pulveriza también el sistema renal), toman mucha leche, para que los precursores, consuman la grasa de esta y no la del cerebro, se bañan y después reposas.

 

En cambio, en los sectores pauperizados, el consumo es social, incluso, en el mismo lugar de compra, al ser visible, comienza a producirse, la aceptación social del azote, luego para bajar, como sienten quemazón en el tracto, ingiere grandes cantidades de alcohol y retoman el consumo, hasta que la muerte, los encuentra rápidamente, es así como se ejecuta, el magnicidio de nuestros pibes.

 

PERO MEJOR LO EXPLICAN LOS DIRECTAMENTE AFECTADOS:

 

Marta es una joven madre que vive en Ciudad Oculta, Villa Lugano, y está acostumbrada a presenciar ese panorama dantesco al que describe mejor que cualquier cronista. La pasta base de cocaína (PBC) está matando a sus hijos y a los de sus vecinas. Tal vez por eso, decidió involucrarse en una causa impensada hasta hace algunos años: poner cuerpo y alma para ayudar a los chicos y denunciar a los vendedores de drogas. Ella no recuerda la fecha exacta; fue una noche de verano, a fines de enero de 2004, cuando comenzaron a juntarse en una de las canchitas de fútbol del barrio. Amasaron la idea y juntaron coraje. Cuarenta madres comenzaron a marchar, armadas con martillos y palos, hasta la casa de uno de los dealers de PBC. Boquete en la pared mediante, esa noche recuperaron 70 documentos, varias camperas y zapatillas que sus hijos habían empeñado para comprar las dosis. Un día llegó la televisión y mostró a "las madres de la pasta base". Ellas pudieron contar su historia. Una historia que se repite en los barrios más pobres de Capital Federal y el Gran Buenos Aires.

 

MARTA PROSIGUE

 

"A la gilada ésa la hacen con los desechos de la cocaína, le meten todo; hasta veneno para ratas. Para fumarla agarrás un cañito de antena de televisión, le metés virulana adentro y dejás un poco para poner la pasta. Es un flash jodido; te sube directamente a la cabeza con la primera pitada y te va quemando todo por dentro. En dos o tres meses no servís para nada, porque se te van las ganas de comer, de bañarte, de todo; quedás estúpido. Por eso a los que fuman les decimos los muertos vivos. En el barrio es un bajón ver a los pibes así, tirados en las esquinas, descalzos, deformados de tanta porquería. Yo los veo cuando fuman, y se le ponen duros los tendones, se contorsiona todo el cuerpo. Fuman y a los cinco minutos el cuerpo te pide más, porque la porquería es muy adictiva, te engancha enseguida y perdés, terminás meando, cagando y escupiendo sangre. Algunos empeñan hasta el inodoro para seguir fumando, y otros llegan a prostituirse para conseguir un poco más".

 

NICOLAS NOS GRITA EN LA CARA:

 

"Yo empecé fumando porro y después algo de cocaína. Un día alguien del grupo trajo un paco y yo, que estaba muy en pedo, me fumé dos. Me pegó y quedé pila, sano, duro. Miraba para todos lados. Después fume dos más, después cinco. Y así empecé. Dejé todo, sólo paco y alcohol. Llegué a gastarme cien mangos en una noche. Porque es una droga que te pide mucho, te pide mucho.... Vendí todo, arruiné a mi viejo, hasta una cámara digital le vendí. De entrada fumaba treinta pero algún día llegué a más de cien. Consumía solo a cualquier hora en la villa donde compraba. Los que venden no fuman, por ahí consumen cocaína, la pilotean más. A veces, cuando quedaba "manija" (colgado), porque no tenía moneda para comprar, me la daban igual pero si sos un "fisura" (sin plata) los tipos te junan y te mandan a afanar. Yo robé porque ya no tenía nada en casa. Un día tuve quilombo con un "tranza" y me cagaron a tiros. El que estaba conmigo me rescató. Al poco tiempo "pum", lo mataron. Con estos tipos no se jode. Ahí me quedó el trauma y pedí ayuda. Hace siete meses que estoy en tratamiento, tuve recaídas pero voy a salir. Voy a estudiar cocina, me gusta eso. Yo cocino bien porque tengo familiares que me enseñaron. Tengo una vida por delante. Un padre que vale oro. Y que está sufriendo mucho por mí. Por él y por mí voy a salir".

Nico tiene 25 años, hace diez que empezó a consumir, pero tocó fondo hace dos cuando empezó con el paco. Está en el CPA de Berazategui, su padre lo lleva y lo trae. En el barrio la gente lo alienta. Eso le da fuerzas para seguir. Se mira en los ojos de su padre, esos que ignoró durante tantos años y ve que el reflejo que devuelven es unívoco: la vida está por ahí.

EPÍLOGO

 

 

 

 

ALGUNAS HIPÓTESIS ACERCA DEL PACO, SOLO COMO PROPINCUIDAD

 

El paco, es parte, puede decirse, esencial, del genocidio planificado, del sistema imperante y su cultura, básicamente, de muerte. O sea, que solo acabaremos con el paco y, otras formas de envenenar, principalmente a los niños y jóvenes, cambiando radicalmente, este sistema de oprobio y nocivo, hasta la extinción, para la especie humana, sesenta mil chicos, condenados a muerte, en este momento, en nuestro ámbito, por el consumo de la sustancia, nos eximen de mayores comentarios. Dicho esto, como contexto, es cierto que decimos poco, pero ese poco, tiene la intención de enunciar, quizá definir, la tarea que nos queda por delante a la militancia, del amplio campo nacional y popular, si pretendemos terminar, nada menos que con el paco, como efecto, de una causa concluyente, esencia y fenómeno, LA VIOLENCIA, HASTA POR INERCIA, porque le es intrínseca, a la sociedad capitalista. Para ello, como decía el maestro Enrique Mari, con la provocación y la audacia, que lo caracterizaba, tenemos que salir del corralito, tanto en el sentido literal, o sea, en el que nos ponían cuando éramos chicos y, que tenemos interiorizado, como parte de nuestra subjetividad (algunos tipos son todo corralito, asimismo sostenía, con la mordacidad, de la que hacía gala), no casualmente, base, desde lo ideológico, donde nos encierra, para discutir, la cultura dominante, o sea, en trazo grueso, debemos romper el paradigma, ya que, como el también decía, desde la revolución rusa, cuando la clase obrera, acompañada por el campesinado pobre, cacheteó a la burguesía, diciendo: vieron como hacemos polvo la propiedad privada, no era un derecho divino, cosificado, por tanto naturalizado, es pura invención, dato, que por otro lado, ya había adelantado Napoleón, cuando muy suelto de cuerpo, sostuvo: esta, sociedad no existe sin la propiedad privada y, la propiedad privada no existe sin la religión. Bueno, como decimos, la burguesía, acuso recibo, del mensaje soviético, entendiendo, que la habían dejado sin sustentación para hacer política, por lo tanto, de ahí en más, hace solo ideología y, como corolario le declaró la guerra civil a todos los pueblos del mundo, cambiando la intensidad, de la violencia que le imprime, de acuerdo a la confrontación, que la propia dinámica de la lucha de clases, le va dando a la disputa. Eso si, la ideología, la plantean desde una clara posición de clase, que el campo popular en su conjunto, no tenemos, por lo menos en este momento, ni por asomo.

 

Volviendo, sobre el problema de la religión, cristiana, por su carácter represivo, opio de los pueblos, de acuerdo al Marx, visto como tranquilizante, es parte, substancial, de la esencia y fenómeno, para la sociedad capitalista, en su enseñoreo de la VIOLENCIA, ya que por un lado, nos acusa del pecado original, culpables, por haber nacido, de algo incognoscible, que no podemos corregir y, por otro nos ofrece, la oración y, la sumisión, para la redención de dicho pecado, eso si, donde el diezmo, juega un papel, mas que importante. No casualmente, contemporáneamente a la caída del imperio romano de occidente, san Agustín, en Confesiones, dice: "la iglesia, esta para abuenar a los esclavos, no para liberarlos", preparando, la ideología necesaria, donde el ser humano pierde su valor cualificador, para convertirse en cuantificable, EN ESA LOGICA DE VIOLENCIA, SE SITUA, ENTRE OTRAS INTOXICACIONES, EL PACO. ¿Por qué?, porque, el sujeto no puede tolerar la violencia, que se ejerce sobre él, entonces, la resuelve angustiándose y por lo tanto deprimiéndose, para ello, tiene, pocas salidas, la que mas a mano esta, es intoxicarse, ahora bien, que caracteriza al Paco, es la primera ocasión, en que la cultura dominante, ha logrado difuminar y difundir, digamos democráticamente, el consumo y la comercialización. Primero, el consumo, parece barato, aunque no lo es, la dosis esta en un peso, pero como fumarla lleva de 8 a 20 segundos y el efecto es tan inmediato, como el bajón, obliga a repetir la dosis, casi sin solución de continuidad, pero de a un peso por vez, no se nota tanto, hoy el 50% de los varones, ENTRE 14 Y 40 AÑOS, de lo sectores mas empobrecidos de Capital y el gran Buenos Aires, confiesan que lo consumen y, la comercialización, involucra al 60% de los padres de los adolescentes, de esos mismo sectores, "para llevar un manguito a casa y parar la olla", como ellos se expresas, mientras sus hijos, ya no consumen de esa olla, porque han perdido el apetito, por la adicción, EL SER HUMANO, CUATIFICADO Y CUANTIFICADOR, PIERDE SU CONDICION DE CUALIFICAR, INDISCUTIBLE LOGRO, DE LA CULTURA DOMÍNATE, que la víctima se convierta en victimario, de sí mismo, de sus seres mas queridos y de sus pares, necesario, para garantizar el genocidio.

 

Claro, tampoco estamos hoy en condiciones, de fijar los elementos de juicio, para acabar definitivamente con el flagelo, que solo lograremos, poniendo en marcha el motor de la historia, o sea, la revolución, como afirma Marx, pero si hacer los primeros pinitos, para que la historia sea el "freno de emergencia", de este abismo insondable, en que estamos cayendo, como dice, Walter Benjamín. Además, siempre nos quedara, en nuestros corazones, lo que dice Lenin: "la ética que construyamos en el presente, será la estética del futuro"

Si podemos afirma, QUE LA VIOLENCIA, partera de la historia, esa misma, la que le impondrá a los seres humanos el límite, hasta donde pueden llegar, en cada etapa, en la que transcurre su vida y están inmersos, es la que ahora nos trae la problemática del Paco y, las características ideológicas del fenómeno, que es como siempre clasista, ya que no es el mismo, el efecto nocivo de la sustancia, a medida que sube la escala social de los consumidores, pero además, ahora es tema de debate, porque precisamente, asciende la escala social de su consumo. Retomando, la configuración ideológica, es realmente muy intrincada y por cierto exitosa.

 

Las "cocinas" de pasta base se han multiplicado no sólo en las provincias del noreste y noroeste del país, sino también en las zonas urbanas de mayor concentración poblacional como la Capital Federal, el conurbano bonaerense, Rosario y Córdoba, ya que la Argentina y Brasil, evitan eficazmente, que los precursores, pasen a Perú y Bolivia, por lo tanto la pasta base y el posterior, clorhidrato de cocaína, se hace en nuestro país.

Es por ello y, repitiendo, pero desde otro ángulo, lo antedicho, para amplios sectores de la población que han quedado marginados del sistema, el tráfico de PACO, corresponde a una simple forma de supervivencia, masificando y horizontalizando toda la cadena de distribución, de ahí el éxito ideológico del sistema en esta problemática.

 

A pesar de que la cocaína perdió rentabilidad en nuestro país y se volcó nuevamente a la exportación hacia el mercado europeo y norteamericano, Argentina no volvió a ser el "país de tránsito" que fue. El mercado cautivo, que se generó durante diez años de convertibilidad, hizo que ahora estemos en presencia de una verdadera socialización de la distribución de la PBC (paco) en los barrios populares, en la que están implicadas miles de personas.

 

Porque hay que derribar un mito: si bien la venta del sub producto para le elaboración, está concentrado en pocas manos, no existe en la Argentina un solo cártel que controle el conjunto de las operaciones, entre la transformación y la comercialización. Se ha producido una diáspora que segregó la venta de drogas a ínfimas partículas de comercialización. La narco-organización puede ser hoy una casilla en una villa miseria, donde una jefa de hogar hace la "receta" mientras sus hijos vigilan los pozos de maceración de la pasta para que no los descubra la policía.

La mayor parte del comercio de PBC destinada al mercado local es organizada por bandas que tienen sus bases logísticas en varias de las 145 villas de emergencia de los principales centros urbanos del país. Los consumidores recurren directamente allí para abastecerse. Los "jefes" del tráfico en las zonas marginales, a pesar de que la prensa los presenta como poderosos, no son más que los parientes pobres del tráfico en comparación con los comanditarios de las exportaciones al por mayor, vinculados a grandes capitales financieros.

 

Sin embargo, las ganancias del trapicheo de PBC, que nunca se queda con la parte del león, son las que en concomitancia, con la policía, el poder judicial y la estructura del poder político, ha estimulado considerablemente la existencia y actividad de bandas, permitiéndoles comprar armamento sofisticado y tecnología, que les posibilita incursionar en delitos complejos como, por ejemplo, el secuestro de personas, también por supuesto mita y mita.

 

Son éstas que controlan, las cocinas y, las que también, detectan, donde son los lugares, que el flagelo tiene dificultades para ingresar, por ejemplo, hay una relación directa entre el consumo de paco y la organización social, o sea, a mayor organización social reivindicativa en los barrios, menor el consumo. De ahí que en la Capital, cuando más nos acercamos a la vera del Riachuelo, mayor es el consumo de paco, dado que la marginalidad y la destrucción de los vínculos primarios, por la VIOLENCIA, que implica sobrevivir, en el lugar donde la cultura de la muerte se ha enseñoreado, porque literalmente, en ese lugar las personas se mueren envenenadas, por la polución, la organización reivindicativa, es mas difícil de conformar. No es ocioso aclarar, que la población total, es de siete millones de personas, sobre la margen de la cuenca Matanza Riachuelo.

 

Por que insistimos tanto con el tema de la VIOLENCIA, mas allá que es sencillo descubrir, que la sociedad, en el sistema capitalista, por ser contra natura, es iracunda, por lo menos, entendemos, que no basta para definir el grado de VIRULENCIA, donde se hunde cada vez, con mayor velocidad, de la cual el paco es una de sus manifestaciones mas crueles. De ahí que contaremos una anécdota, la cual nos pone en tema, de cómo camina la ideología del sistema, pegándonos debajo de la línea de flotación y quizá si somos capaces, hacer un homenaje al maestro Mari.

 

En Grecia, cuando se pretendía hacer de una persona un guerrero, se los destetaba a los tres meses, cuando se ambicionaba que fuera un pensador, se lo amamantaba durante 2 años, por lo menos, esto no siempre resultaba, matemáticamente cierto, pero sí la impronta cultural, de ahí la diferencia entre Esparta y Atenas, en cuanto a su capacidad militar, por lo tanto, cuando en la década del setenta y ochenta del siglo pasado, se masificó la propaganda del destetamiento temprano, no era sólo el negocio de las leches maternizadas de Nestlé y otras compañías, lo esencial era imponer una ideología, cargada de una impronta cultural agresiva, en el sentido violento del término y después el negocio, o sea, como decía el maestro, primero se carga la mochila del pueblo con Ideología y después surgen las otras necesidades del sistema dominante, no cabe preguntarse aquí, ¿hasta qué punto, este cercenamiento maternal, tan afectivo, no tuvo nada que ver, cuando la mayoría del pueblo, se comiera el genocidio y encima se hizo cargo, por lo siniestro, con el nefasto: "por algo será", por supuesto, ente otras cosas, de igual relevancia? , ¿acaso no tendremos que bucear en estos antecedentes, entre otros, por supuesto, rompiendo el corralito, para explicarnos, cómo el PACO, se convierte, en parte del paisaje cotidiano y, una especie de anestesiamiento social, anomia para los sociólogos, pasa a aceptarlo sin ton ni son, aunque estemos por perder, con absoluta seguridad, sesenta mil pibes, el doble de los desaparecidos, en un nuevo y planificado genocidio?

 

Con intencionalidad, dejamos para el final, que es el paco, ya que deseamos alertarnos y alertar, que ésta es una nueva vuelta de tuerca del sistema, en su política de despoblamiento del mundo, que se profundiza a partir del año 1971, cuando en una reunión ideológica, del banco mundial el FMI y la tricontinental, se aseguró que había que reducir la población mundial a un tercio, decisión que continua sin prisa y sin pausa, con una INTEMPERANCIA INAUDITA, a medida que la resistencia de los pueblos, también crece.

 

Para el final, dejamos el triste y bochornoso espectáculo, que montó, con fines exclusivamente electoralistas, el gobierno de la ciudad. Hace pocos días, se inauguro en Flores, un supuesto servicio para combatir el flagelo del paco, entre los menores de 18 años y pronto se hará otro para mayores de 18, por empezar, el nombre de la casa ya es toda una definición, CASA PUERTO, ¿puerto a dónde?, a la nada, no se hizo ningún trabajo de campo, no se realizó ninguna casuística y, ni hablemos de labor multidisciplinaria, pero como si esto fuera poco, el tiempo de internación, EN LAS 20 CAMAS QUE POSEE, 3 MESES, JUSTO PARA LLEGAR A LAS ELECCIONES, CUANDO NO HAY NINGUN CASO DE INTERNACIÓN, MENOR AL AÑO Y TODAVÍA PROSIGUEN. DESPUÉS, DEL ACTO ELECTORAL, DIOS DIRÁ, SEGURO, DEPÓSITO DE CHICOS, TIRADOS POR LOS HOSPITALES.

 

NO MÁS PALABRAS, A LUCHAR

 

 

 

 

Huesos argentinos Antropología del Proceso Primera parte

Gabriela Borges aquí va lo prometido sobre antropología.   El Che Vive.   Toto

 

Museo Che Guevara [mailto:museocheguevara@fibertel.com.ar]

Huesos argentinos Primer parte

 

foto:  Josefina Salgado y la foto de su querido hijo José desaparecido en Argentina

 

Los exhumadores de historias 

Hace algunos años escribí un artículo sobre el EAAF para la revista española Planeta Humano, a instancias de mi maravillosa amiga Ana Tagarro. Ese texto sigue siendo lo que más me enorgullece de toda mi carrera periodística, por el trabajo que me demandó y por la gente que me obligó a conocer. Lo incluyo aquí a pesar de su longitud, a sabiendas de que se trata de una historia increíble que vale la pena desde el principio al fin:

...we thrive on bones; without them there'd be no stories.
Margaret Atwood,       The Blind Assassin

Los huesos están hechos de la misma materia que el resto del organismo. Sólo que más fuerte. Apenas concebidos somos invertebrados. Rápidamente, algo en nosotros se endurece. Producimos más colágeno y fosfato de calcio; una vocación de durar.


Esa crispación nos permitirá erguirnos, andar, protegerá nuestros órganos más delicados –corazón y cerebro. Cuando todo lo demás se haya ido, cuando la sangre seque y la carne se deshilache y las uñas se vuelvan ligeras como el ala de una polilla, polvo entre el polvo, ellos estarán.


Somos nuestros huesos. ........................................................................

Esta es una historia singular. Lo es porque mezcla componentes insólitos -huesos, marchas contra el FMI, exterminadores de cucarachas, iglesias suecas, un hombre parecido a Robert Redford-, pero ante todo porque habla de heroísmo en un país que dedicó sus últimos treinta años a desactivar la noción de que un héroe, ese atavismo, es posible.


Nunca han oído los nombres de estos héroes; los diarios de su país los ignoran, dedicados como están a menesteres del fútbol, el corazón y los mentideros de la política. Aquí van, pues, para que vayan habituándose a ellos: Patricia Bernardi, Mimí Doretti, Luis Fondebrider, Alejandro Incháurregui, Darío Olmo, Maco Somigliana, Morris Tidball. (Los nombres son importantes; somos nuestros nombres.) Todos son argentinos. Tienen entre treintaipico y cuarenta y pocos. En el momento clave de la historia eran veinteañeros, estudiantes universitarios para quienes el futuro era más corazonada que certeza.


La suya es una historia sobre la identidad. Porque mientras luchaban por saber a quiénes pertenecían esos huesos que surgían por doquier del suelo argentino –la cosecha más próspera de la dictadura-, descubrieron quiénes eran y cuál el sitio que les correspondía en este mundo fugaz.
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Diciembre, 2000. Un viejo apartamento del barrio de Miserere, en Buenos Aires, Argentina. Paredes blancas, estanterías, escritorios. Podría pasar por una oficina cualquiera, un templo del papeleo. De no ser por ciertos detalles. Un libro llamado The American Way of Dying. Un cuadro de origen mexicano, el casamiento de dos esqueletos; se los ve felices.
Patricia Bernardi me enseña un libro lleno de fotos de excavaciones. Hay muchas fotografías de Bolivia, de cuando buscaban los restos del Che. Patricia es uno de los miembros fundadores del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Se la ve en las fotos, de rodillas sobre la tierra. Quitando polvo de los huesos con una escobilla. Midiendo fémures. Tiene ojos punzantes y cuando ríe hace música. Se parece a la joven Ann Bancroft de Ana de los milagros.


Después me lleva de paseo por la oficina. El laboratorio es una estancia sencilla, con una bandeja metálica sobre la que se arman y miden y clasifican los restos óseos.
Detrás del laboratorio hay un cuarto sin ventanas. Estanterías en las cuatro paredes. Llenas de cajas de manzanas de exportación. No están llenas de manzanas, sino otra clase de frutos.
Huesos. Cada caja corresponde a los restos de un ser humano específico. Víctimas de la represión ilegal que tuvo lugar a partir de 1976 en la Argentina. Casi todos fueron rescatados de una fosa común del cementerio de Avellaneda. Figuraban en los registros como NN. (Ningún nombre, no name; los nombres son importantes.) Hasta ese entonces, la sigla NN denominaba a los restos humanos no identificados por los que nadie reclamaba. Vagabundos que mueren en umbrales. Viejos que sucumben al frío. Del 76 para aquí, NN significa otra cosa en la Argentina. Los restos óseos hallados por la gente del EAAF no pertenecen a indigentes. Los indigentes no tienen orificios de bala en el cráneo.
Hay 300 cajas en el cuarto. Trescientas fichas sin nombre.
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La Argentina siempre ha sido un sitio extraño. Un país bárbaro que produce escritores exquisitos. Un enclave latino donde se crea música de una tristeza casi báltica. De perfil agroexportador, pero abocado desde los fatídicos '70 a la exportación de drama; un manantial de historias trágicas de una concentración casi inédita desde la explosión del teatro isabelino.
Cuando Clyde C.Snow voló por primera vez a la Argentina, en 1984, su principal referencia era que se trataba de la patria de Juan Vucetich, el hombre que creó el sistema de identificación mediante huellas digitales. (Por sus frutos los conoceréis; la Argentina es, insisto, un sitio extraño.) Antropólogo forense de reputación mundial, Snow había sido invitado por el flamante gobierno democrático de Raúl Alfonsín como miembro de la American Association for the Advancement of Sciences (AAAS).


Snow aceptó porque su horizonte inmediato se había vaciado de emociones. Un hombre inquieto. Casado cuatro veces. Vive en Oklahoma. Viaje donde viaje, lo hace ataviado con su sombrero Stetson y sus botas texanas. Aunque el calor sea sofocante, como lo era en Brasil cuando llegó para identificar los restos de Joseph Mengele.
Cuando Snow viajó a la Argentina, no sabía qué clase de lugar era ese.
En su equipaje llevaba repelente para monos.
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Durante los primeros meses del gobierno de Alfonsín se vivía entre la euforia democrática y el miedo al retorno de los militares. Se manifestaba por las calles temiendo ser fotografiado, identificado y registrado como parte de las listas de futuros desaparecidos.


Morris Tidball era uno de los que marchaban a pesar del miedo. Estudiante de medicina en la Universidad de La Plata, estudiaba poco y vivía mucho. Se decía anarquista; editaba una revista mimeografiada de un solo folio, escrita a máquina, a un solo espacio y sin puntos aparte. Trabajaba como bibliotecario en un ateneo socialista, rondaba las oficinas locales de las Abuelas de Plaza de Mayo, se metía en cuanta cuestión gremial surgía dentro de la universidad; un misil que busca una fuente de calor. Rubio, alto, de ojos más claros que el día y facciones perfectas, Morris bien podría pasar por hijo natural de Robert Redford. Si se suma a esta imagen su encanto natural, se comprenderá que haya visto revolearse más faldas, delante suyo, que en una convención de imitadores de Marilyn.


Una tarde de marzo, Morris vio el anuncio de una conferencia que hizo sonar su cascabel: Seminario sobre Ciencias Forenses y los Desaparecidos. La cuestión cruzaba dos de sus intereses, el de la medicina y el de los derechos humanos. A pocos minutos de haber entrado, le llamaron la atención dos cosas. La primera fue el pésimo desempeño de la traductora. Y la segunda fue uno de los científicos del panel, el de bigotes que fumaba puro y hablaba con la lánguida cadencia de los cowboys. Tenía un aire al Broderick Crawford de Patrulla de caminos. Por sobre todas las cosas, no parecía un científico.


Cuando la traductora se quebró en llanto, abrumada por una tarea que la superaba, el misil termodirigido de Morris Tidball encontró un blanco. Descendiente de ingleses, y familiarizado con los términos médicos por su carrera universitaria, llenaba con creces el sitial del traductor perfecto para la ocasión. Pronto descubrí que el inglés de Morris era mejor que el mío, dice Snow. Los texanos tenemos nuestro propio idioma, y somos particularmente pobres con el inglés; George W.Bush es un buen ejemplo de ello.
Snow recuerda también la desconfianza que Morris le produjo. En medio de una audiencia de jueces con trajes de tres piezas, Morris se recortaba como una presencia única. Tenía el cabello largo hasta los hombros y barba de días, una remera teñida a mano, jeans y botas viejas. Parecía un sobreviviente del Berkeley de los '60. Durante toda mi exposición, recuerda Snow, temí que un escuadrón antiterrorista o antinarcóticos se llevase a nuestro flamante traductor.


Sobre el final del encuentro, la pregunta que formuló un hombre de entre el público llenó de intriga a Morris. El hombre quería saber si los huesos de un bebé de cinco meses podían disolverse dentro de un ataúd, al punto de no dejar rastros. Morris tradujo la pregunta al inglés y Clyde C. Snow sintió la misma intriga. Es improbable, respondió; dependería del tiempo transcurrido y de la acidez del suelo; necesitaría más datos para poder ser preciso.


Snow estaba a punto de irse cuando el hombre se le acercó. Se presentó como Juan Miranda. Dijo ser padre de Amelia Miranda, asesinada por la represión en 1976 junto con su marido Roberto Lanuscou y sus tres hijos de 6, 4 años y cinco meses; de acuerdo a los diarios de la época, se trataba de "cinco extremistas" que habían sido aniquilados por el Ejército durante un enfrentamiento. Apenas reiniciada la democracia este hombre había solicitado la exhumación de los cuerpos; encontró restos del matrimonio y de los hijos mayores, pero del bebé Matilde sólo ropa y un chupete. ¿Aceptaría Snow revisar esos despojos?


La pregunta quedó flotando en el aire. Snow tenía pasaje de regreso para el día siguiente.
Of course, dijo, y sin esperar traducción ofreció un empleo a Morris Tidball.
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En 1984 Patricia Bernardi estudiaba arqueología en la Universidad de Buenos Aires. Había participado de excavaciones en la ciudad de David, en Israel, y verano tras verano retornaba a Ushuaia, Tierra del Fuego, en el extremo austral del continente, para trabajar sobre restos de civilizaciones prehispánicas. Vivía sola. Había perdido a sus padres de pequeña. Su hermana se había radicado en Nueva York. Todo lo que tenía era a su abuela, que la crió, y al tío serio y distante en cuya empresa de transportes trabajaba para pagarse los estudios.
Nunca participó en política. La arqueología era su burbuja.


Todo su contacto con la realidad de la represión venía de los medios; como tantos miles de argentinos, asistió demudada a las revelaciones de la CONADEP, la comisión que el gobierno de Alfonsín creó para investigar los hechos. Supo así de secuestros, de tortura, de métodos (prácticos, casi industriales) para la disposición de cadáveres.
En ese estado de exaltación –la verdad exalta- participó de una protesta contra el FMI, organismo al que se atribuía ser el ideólogo del plan económico ejecutado por los militares. Mientras marchaba por calles céntricas de Buenos Aires se le acercó Douglas Dougie Cairns, argentino de origen escocés, como ella estudiante de antropología. Dougie era amigo de Morris Tidball. Y Morris le había mandado buscar estudiantes de arqueología que estuviesen dispuestos a dejar los libros y pasar a la práctica –una práctica que, más allá de los protocolos de la ciencia, podía ser macabra.
Hay un yanqui que quiere exhumar cadáveres, dijo Cairns a Patricia. Estaba esperándolos en un hotel para tener una reunión.


Poco después Patricia se topó con Mercedes Mimí Doretti, una de sus compañeras de estudios. Mimí también había sido invitada por Dougie. ¿Qué pensaba Patricia al respecto?
Acudieron a la cita por curiosidad.


Así, en medio de una ciudad que ardía, Clyde C.Snow propició la más improbable de las reuniones. Estaban Morris Tidball, el Redford latino. Estaba Patricia Bernardi, la Indiana Jones argentina. Estaba Mimí Doretti, que soñaba con ser fotógrafa –debilidad por las formas abstractas. Estaba Luis Fondebrider, de apenas 18 años, estudiante de antropología, que estaba allí tan sólo porque Patricia estaba allí; la hubiese seguido hasta el fin del mundo. Y estaba Dougie Cairns, en los albores de una borrachera que se tornaría fenomenal, hablando pestes de los yanquis en las narices de Snow.


Con Morris como intérprete, Snow explicó qué esperaba de ellos. Se trataba de una exhumación en el cementerio de Boulogne, en la provincia de Buenos Aires. Aplicarían técnicas arqueológicas al trabajo forense, para que la recuperación de los restos se hiciese con el menor costo posible; poco tiempo antes la Justicia había autorizado excavaciones con motopalas, produciendo rotura de huesos y pérdida definitiva de evidencia. ¿Por qué no exhumaba con arqueólogos diplomados? Porque había remitido cartas al colegio de profesionales sin recibir respuesta. ¿Habría carne en los huesos? Ya no, dijo Snow. ¿Para qué serviría su presencia, preguntó Mimí, dado que ella no tenía experiencia en excavaciones? Puedes limpiar la evidencia y tomar fotografías, dijo Snow. Si era necesario, el viejo estaba dispuesto a pagar de su bolsillo los elementos necesarios: escobillas, estacas, sogas, baldes, cucharines, cuchillos...


La conversación prosiguió durante la cena. Ninguno de ellos tenía apetito –la descripción que Snow hizo de lo que encontrarían en las fosas les cerró el estómago-, pero el buen vino y la perspectiva de que alguien más pagase la cuenta terminó desatándoles. Morris les contó del caso Lanuscou: Snow había analizado los restos de la familia y concluído que jamás había habido allí el cadáver de un bebé; los Lanuscou y los Miranda tenían un nieto en alguna parte, en cuya búsqueda cifrar esperanzas.


Pasada la medianoche se dieron las manos sin que mediase un sí definitivo. Las calles estaban cubiertas de botellas, basura quemada, jirones de banderas y panfletos contra el FMI y la banca internacional.


Dougie se abrazó a una farola y comenzó a girar como un poseso mientras gritaba yankee, go home.


Después vomitó.
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Snow está de acuerdo con que el hecho de haber aceptado la oferta de Morris –reclutar
estudiantes de antropología y arqueología dispuestos a colaborar con las exhumaciones- fue algo temerario.
Debo haber estado bajo los efectos del atroz whisky argentino, dice Snow. Si hubiese estado bebiendo algo decente, un Chivas o un buen dry martini, le habría dicho: Morris, esa es la idea más tonta que he oído nunca.
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El 26 de junio de 1984 amaneció gris. Snow y sus remisos arqueólogos se reunieron bien temprano en el lobby del Hotel Continental. Estaban todos los de la otra noche menos Luis. Los cementerios le llenaban de aprensión.


En el osario de Boulogne los esperaban policías, forenses y enterradores. Estábamos cagados, dice Patricia Bernardi, cigarrillo en mano, mientras cae la tarde sobre las oficinas de Miserere. Fue la exhumación más larga de mi vida.


Los sepultureros marcaron la fosa. Había llovido y el pasto estaba mojado. Dibujaron una cuadrícula y se dividieron el terreno. Comenzaron a trabajar con Snow echado sobre la tierra, allí como ellos.


Encontramos cosas que un arqueólogo no suele encontrar: ropa, proyectiles. Tengo una imagen imborrable, levanto la cabeza y veo las botitas de los policías allí, delante de mis narices. Nos preguntaban cosas intimidatorias: ¿Y vos qué hiciste en el 76? Finalmente di con un cráneo. Lo destapé y salí de la fosa a caminar un poco. Algunos dicen que lloré. Eso no lo recuerdo, dice Patricia.


Al poco rato hallan un hueso de formas poco familiares. Snow lo descarta inmediatamente; pertenece a un animal, dice. Morris, pícaro, lleva el hueso donde los forenses oficiales y les consulta al respecto. Después de darle una y mil vueltas, concluyen con tono doctoral que sería preciso hacer un estudio más detallado para pronunciarse.
Es de noche cuando Mimí Doretti se acerca a Luis en la universidad y le dice: necesitamos ayuda. Ahora mismo. En la morgue del cementerio. Luis piensa en la morgue, en el cementerio, en los huesos, en Patricia, en la importancia de esa identificación, nuevamente en Patricia. Se sube al auto de la madre de Mimí y viajan rumbo a Boulogne.


En la morgue Snow discute con un forense. Es su bautismo de fuego en la realidad argentina; no lo sabe todavía, pero ese hombre, como tantos de sus colegas, ha sido cómplice de la muerte en cuestión al registrar como NN a un cadáver cuyos victimarios tenían identificado. La discusión parece profesional, pero también se trata de un intento de encubrimiento. El forense dice que el agujero del cráneo se debe a una herida de bala a distancia, lo que sugiere un enfrentamiento, disparos que se cruzan, un justo ganador. Snow dice haber visto heridas similares en casos vinculados con la mafia y los traficantes de drogas. Se trata de disparos a quemarropa. Esto es, de ejecuciones.


Horas después vuelve a su país y los demás a su vida cotidiana. Patricia a la facultad y la empresa de transportes de su tío. Luis a sus estudios y a su doble trabajo: sacando fotocopias en una librería y ayudando a un amigo con su pequeña empresa de servicios de exterminación.
En sus ratos libres, Luis mata cucarachas.
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En el cuerpo humano hay 206 huesos. Cada uno de ellos, por pequeño que sea, lleva en su seno la clave de la identidad de su dueño.
Cuando se exhuma un cadáver se levanta hueso por hueso, en orden. Se los numera, embolsa, guarda en cajas y traslada al laboratorio. Allí se los lava para luego reconstruir la configuración del esqueleto. De ella depende la identificación de raza y sexo, primero, y luego de la edad.


Los ojos del forense tradicional corren siempre en busca del causal de la muerte; buscan orificios de entrada y salida, huesos astillados o rotos. En casos como los recuperados por el Equipo, donde el causal está casi dado (encontraron restos que tenían hasta once perforaciones de bala), las prioridades son otras.


Lavar. Armar. Reconstruir. Patricia pega los dientes, uno por uno, de nuevo en sus alveolos. Como si al devolverles la forma humana los aproximase a la vida.
Lo primero que hago con los huesos es tocarlos, dice Patricia.
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Snow regresó en febrero de 1985 para dirigir un taller sobre identificación de restos óseos. Con la tecnología del ADN todavía en pañales, la suerte de la identificación dependía de la existencia de datos pre mortem: radiografías, registros dentales, historia clínica de anomalías, y de recursos imaginativos como la superposición fotográfica del rostro de la persona sobre la imagen de su presunta calavera.


Ante el pedido de un juez, Snow convocó nuevamente a su equipo de estudiantes. Mimí y Patricia se mostraron remisas, pero Morris insistió y la pronta disposición que Luis mostró esta vez inclinó la balanza. El juez creía que las tres tumbas a descubrir pertenecían a Néstor Fonseca, Ana María Torti y Liliana Pereyra, todos desaparecidos durante la represión ilegal. Fonseca presentaba características osteológicas singulares: era zurdo y su mano derecha tenía huellas de bala de un accidente de caza.


Trabajaron un sábado por la mañana. (Trabajaban siempre los fines de semana para no tener problemas con sus empleos pagos; los domingos, mientras la Argentina descansaba, los miembros del Equipo exhumaban huesos.) Marcaron un perímetro con sogas. Detrás de las sogas estaban los policías, y detrás de los policías había curiosos, muchos de ellos con frazadas sobre las que sentarse y canastas de picnic.


Mimí fue la primera en reparar en una mujer rubia de jeans y chaqueta beige, que esperaba de pie al borde del perímetro. Ya habían dado con los huesos del presunto Fonseca cuando la mujer llamó a Mimí con un gesto.


Desde la fosa, Snow dijo que se trataba de los restos de un hombre con fracturas cicatrizadas en la mano derecha. Bien podía ser Fonseca.


Mimí le preguntó si estaba seguro. Snow no entendió la pregunta.


La mujer rubia de jeans es la esposa de Fonseca, respondió ella.


Hubo un pesado silencio. Alguien dijo que, después de todo, la mujer tenía derecho a saber. Snow frunció el ceño –la situación era altamente irregular, de acuerdo a los procedimientos a que estaba acostumbrado-, pero aceptó que la mujer llevaba siete años esperando noticias y que prolongar su espera sólo podía ser cruel.


La invitaron a aproximarse. Snow le enseñó las fracturas de la mano derecha del esqueleto. Mimí le mostró las pequeñas deformidades en los huesos de la mano izquierda que son patrimonio de todos los zurdos.


Metros más allá, Morris había dado con el cráneo de la mujer a quien se presumía Liliana Pereyra. Al descubrirlo lleno de perdigones de escopeta, salió del foso y se echó a llorar.

 

Si te interesa seguir leyendo sobre este tema pedime el resto y te lo envío.  Es tan largo como doloroso y necesario de conocer para entender la historia argentina.


 

 

 

 

 

 

 

 

2nda parte huesos argentinos

Gabriela antropóloga espero que esto le sea útil.  toto

 

Asunto: 2nda parte huesos argentinos

 

SEGUNDA PARTE    


Pragmático como siempre, Snow acuñó una frase que se volvería lema.
Debemos excavar de día y llorar de noche.
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Hijo de un médico rural, Snow creció en el asiento trasero del auto de su padre, en perpetuo movimiento entre consulta y consulta. Sus amigos lo llamaban Little Doc. A los 12 años, la muerte era para él una compañera habitual. Ya sabía que los huesos no son blancos como en las películas, a no ser que hayan sido expuestos a los elementos durante el tiempo suficiente.


De naturaleza rebelde –expulsado del colegio, fue a dar a una escuela militar-, Snow estudió arqueología y antropología en la Universidad de Arizona. Un amigo le consiguió empleo en la Federal Aviation Administration, donde estudió el efecto de los accidentes aéreos sobre el cuerpo humano y sugirió una serie de modificaciones para las aeronaves y sus sistemas de seguridad. Más allá del drama siempre latente, el trabajo tenía sus momentos ligeros. Durante meses, Snow se la pasó midiendo azafatas.


Sus conocimientos en materia de huesos humanos le valieron una serie de consultas, cada vez más frecuentes, de parte de los forenses de la policía. Apenas salía a la superficie un esqueleto –y Oklahoma, llena de superficies desérticas, es un sitio más que propicio para esconder cadáveres-, los forenses revisaban sus agendas y llamaban a Snow, ese experto "que siempre parece una cama deshecha, viste botas, llega tarde a todas partes y a menudo se hace acompañar por un perro", como lo definió el sociólogo Eric Stover.


Snow fue punta de lanza de una disciplina en formación: la antropología forense. Pero su colaboración con jueces, forenses y policías no lo preparó para la experiencia que le aguardaba en la Argentina. Norteamericano al fin (Luis lo sigue llamando el americano, como si viviésemos en una novela de Graham Greene), había lidiado con crímenes pero nunca con el terrorismo de Estado. Y aunque su experiencia era vasta, había algo para lo que Patricia, Mimí, Morris y compañía estaban mejor preparados: sabían que, en la Argentina, no podían contar ni con los jueces ni con los forenses ni con la policía.
Lo sensato, en todo caso, era cuidarse de ellos.
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Para cuando Snow declaró en el juicio contra los ex comandantes (Videla, Massera, Galtieri y el resto de los que detentaron el poder durante la dictadura), sus relaciones con los estudiantes se habían puesto tensas. Snow confiaba en las promesas del gobierno argentino, por la vía de la Subsecretaría de Derechos Humanos, y en la colaboración con policías y jueces. El incipiente Equipo, en cambio, prefería reducir al mínimo su contacto con los policías. Estábamos desenterrando lo que ellos habían matado, dice Alejandro Incháurregui, otro de los históricos del Equipo.


Había habido algunos éxitos –una serie de placas radiológicas confirmó la identidad de Liliana Pereyra, cuyo cráneo lleno de plomo desenterró Morris-, pero el hecho de que los argentinos privilegiasen su relación con los parientes de las víctimas a su trato con las instituciones fastidiaba a Snow; claramente, esa no era la forma de proceder.


Snow declaró el segundo día del juicio, abril 24 de 1985. Bebió un café en el Colón, fumó unos Parisiennes –tabaco negro, el más fuerte del mercado- y subió la escalinata del Palacio de Tribunales. Esperó su turno en un cuarto aislado. No sabía nada de sus díscolos discípulos.


Patricia recibió una llamada de Mimí, que a último momento había conseguido entradas para asistir al juicio. Después de la alegría inicial, Patricia se desinfló. Calzaba zapatillas. ¿La dejarían entrar, vestida con semejante informalidad? Como no estaba dispuesta a correr el riesgo, pactó con una compañera de trabajo (la misma que la cubría cada vez que participaba de una exhumación; la mayor parte de los estudiantes pretexta exámenes para escabullirse del trabajo, pero Patricia lo hacía para desenterrar huesos) y salió a comprarse un par de zapatos.


Snow llegó al estrado más tarde de lo previsto; era el testigo número doce, y jueces, fiscales y defensores parecían agotados. Cuando le preguntaron de qué forma podía ser útil, Snow pidió que se apagasen las luces (fue la única vez, durante el largo juicio, que las partes se unieron en la penumbra) y encendió el proyector cargado con diapositivas de las exhumaciones.


Primero mostró imágenes de las excavaciones y explicó el procedimiento. (Desde el primer piso de la sala, Patricia, Mimí, Morris y Luis se vieron a sí mismos en la pantalla.) Después enseñó imágenes de un esternón perforado por una bala disparada a corta distancia, del hueso pélvico de una mujer –tenía veinte años al morir, dijo Snow- y de los dientes del mismo esqueleto. Según la madre de la víctima, le habían extraído un canino un mes antes de ser secuestrada; la foto mostraba el espacio dejado por la pieza ausente.


Cuando Snow proyectó la imagen del cráneo de Liliana Pereyra, varios de los presentes boquearon en busca de aire. El silencio era absoluto. Snow explicó que dentro de la caja craneal se habían encontrado siete perdigones de Ithaca, "la clase de escopeta que utilizan la policía y las fuerzas de seguridad argentinas". El disparo había sido efectuado a muy corta distancia. Habían tenido que trabajar dos días para reconstruir el cráneo. El análisis del hueso pelviano demostró además que Liliana Pereyra, embarazada de cinco meses en el momento del secuestro, había dado a luz en término.


Snow proyectó su último slide. No más huesos, no más excavaciones. En lugar del cráneo rajado se veía ahora un retrato de Liliana Pereyra. Una joven de veinte años, ojos oscuros, maquillaje coqueto y la promesa de una sonrisa.


El sollozo de Coqui Pereyra, madre de Liliana, ganó el centro de la sala.


Ninguna víctima tiene un testigo mejor, dijo Snow, que sus propios huesos.
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Cuando se le pregunta por sus recuerdos del juicio, Luis Fondebrider dice que nada lo impactó más que cruzarse con aquellos militares y descubrir que parecían gente común, clase media, tipos que se visten como uno y gustan de los mismos vinos.


Antropólogo al fin, prefiere pensar no tanto en los seres concretos como en los mecanismos que ayudan a darles forma. Nosotros produjimos a Videla, dice Luis. Es parte de nuestra sociedad, como lo fueron aquellos que colaboraron con él.


A Luis la historia con mayúsculas le gustó desde pequeño. Esa voluntad de saber de dónde se viene y cómo fue que los austríacos Von der Brüder se transformaron en Fondebrider al cruzar el océano.
Siempre le gustó leer sobre el juicio de Nüremberg.
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Durante los primeros años de la dictadura, Darío Olmo era alcohólico y consumía anfetaminas. Había militado como estudiante secundario, pero en 1973, luego de la masacre de Ezeiza –donde se enfrentaron facciones intestinas del peronismo de izquierdas y de derechas-, se rehusó a plegarse a la tendencia que indicaba que la única vía era la de las armas. Ese era el mundo de los adultos, dice. Y ganó aquel que tenía el arma más grande.


Debió haber entrado en la universidad en 1976, pero en esos meses fue el golpe y Olmo optó por un año sabático –vivir en una nube, aunque fuese de origen químico, era un reflejo de supervivencia.
Ingresó en la carrera de antropología, en La Plata, al año siguiente. Un alumno inexistente. No me interesaba definir mi vida a partir de una práctica profesional, dice. Pero la universidad lo empujó a participar de excavaciones arqueológicas en Tierra del Fuego –donde conoció a Patricia y a Luis-, y en Sierra de la Ventana, donde recuperó huesos humanos de períodos prehispánicos.


Una carta de Patricia le informó de una inminente exhumación en La Plata. ¿Le interesaba participar? Tratándose de un trabajo en su ciudad, y al calor del juicio a los ex comandantes, Darío aceptó.
La exhumación tuvo lugar al día siguiente de la declaración de Snow. El cuerpo resultó ser el de Laura Carlotto, hija de la presidenta de Abuelas. A Darío le cupo en suerte desenterrar la parte inferior del cuerpo. Los huesos de las piernas estaban envueltos en una tela de nylon. Darío estaba habituado a encontrar restos de ropas con los huesos –un ajuar, por ejemplo-, pero siempre se trataba de prendas cuya distancia cultural con el presente era grande. Las medias casi intactas de Laura, que todavía podían vestir cualquier chica de piernas perfectas y flexibles, fueron demasiado.
Darío se quebró y dejó la fosa.
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En los diez meses que Snow estuvo ausente, el Equipo trabajó de manera constante. Empezamos a sentirnos más seguros, al ver que los médicos no podían rebatir nuestros argumentos y que algunos jueces no paraban de llamarnos, dice Luis.


A falta de un espacio físico donde trabajar, lo hacían en cualquier parte. En bares. Una vez Morris perdió un expediente dentro de un taxi. (El taxista se lo devolvió.) O, durante la feria judicial de enero, se les permitía acomodarse en las oficinas de la Fiscalía de Strassera. Por ese entonces nadie tenía computadoras. Había carpetas hasta en el baño y en los brazos de los sillones, dice Patricia.
El modus operandi seguía inalterado. Exhumaban los fines de semana, viajando en autobús. Darío seguía siendo empleado del Registro de la Propiedad. Alejandro Incháurregui, el otro platense que se incorporó al Equipo, contaba dinero en el Hipódromo de San Isidro.


Alejandro es un tipo de jovialidad y barba perennes. Ceba buen mate y me regala una fotocopia con una poesía de Paul Celan. Abrimos una fosa en los aires, dice el poema, allí no hay estrechez. Llegó al Equipo de la mano de Morris, que lo conocía de la universidad donde también estudiaba medicina. Recuerda perfectamente la primera exhumación de la que participó, por todos los motivos obvios pero también por uno intransferible: fue la primera vez que sufrió una jaqueca en su vida.
Desde entonces, dice, soy un tipo jaquecoso.
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Fue en la Fiscalía donde comenzaron a tener contacto con los familiares de las víctimas. Las exhumaciones y las tareas de laboratorio eran un primer paso. Necesitaban información pre mortem para lograr identificaciones positivas –registros dentales, viejas placas radiográficas- y los únicos que podían suministrarla eran padres, tíos, hermanos...


Citaron a familiares de aquellos a quienes presumían víctimas. Me impresionaba hablar con gente que había pasado por centros de detención de la dictadura, dice Darío: tenían casi mi misma edad, pero era como si estuviese hablando con gente de otro planeta. Una sensación de profundo extrañamiento. Por lo general hablábamos mucho, teníamos una compulsión a la autojustificación, a convencerlos de que éramos chicos buenos. Y ahí no se jugaba si éramos buenos o malos, sino la identificación de una persona desaparecida. Pronto aprendimos a callarnos.


La breve militancia de Darío le bastaba para saber que, en líneas generales, los desaparecidos habían sido secuestrados no por azar ni por ser familiares de alguien, sino por estar políticamente organizados. El problema es que muchas organizaciones habían sido arrasadas con ellos, lo cual impedía el acceso a marcos de referencia, información, testigos. Quedaban los familiares, entonces. Muchos de ellos ignoraban la militancia de sus hijos, o simplemente la ocultaban; la teoría de los dos demonios hacía estragos en la Argentina, por lo que buena parte de los sobrevivientes prefería disimular el hecho de que los desaparecidos habían militado en política, y quizás optado por la lucha armada.


Además éramos bastante gansos preguntando, dice Darío, dado a la autodeprecación. Y hacíamos barbaridades: buscando información sobre gente muerta en agosto del 76, en la llamada masacre de Fátima, citamos a familiares de secuestrados en mayo. La historia de nuestros progresos es la historia de nuestros errores, primero, y después de nuestro progreso en la obtención de datos y la forma de cruzarlos.
Intuían que ser científico no era suficiente. Debían, además, volverse detectives.............................................................................

Snow regresó a la Argentina diez meses después de su testimonio en el juicio. Lo hizo con un encargo del gobierno de crear un centro de ciencias forenses, aplicado a la identificación de los desaparecidos.
En ese lapso, sus estudiantes habían llevado a cabo doce exhumaciones. Parte de esa evidencia fue utilizada en el juicio contra Ramón J. Camps, ex jefe de la policía de Buenos Aires, a quien se atribuía responsabilidad en la muerte de 5.000 personas.


Snow dejó el trabajo de campo a los jóvenes y se concentró en las estadísticas. Quería demostrar que el grueso de los NN enterrados en cementerios entre 1976 y 1983 no pertenecía a indigentes sino a los desaparecidos por la represión. Con la colaboración de María Julia Bihurriet, de la Subsecretaría de Derechos Humanos, compiló y procesó una montaña de datos. Identificó así los cementerios cuyos NN se habían duplicado o triplicado entre 1976 y 1977 –el período más feroz de la represión-, los vinculó a campos de detención próximos y señaló la caída en la edad de las víctimas: hasta ese momento, los NN menores de entre 20 y 25 años de edad eran apenas el quince por ciento de la población, pero entre el 76 y 77 se convirtieron en más de la mitad de los NN enterrados.


Además estaba el causal de muerte. Antes de la dictadura, apenas el cinco por ciento de los NN moría por disparo de bala. Entre 1976 y 1977, más de la mitad habían sido asesinados a quemarropa.
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Esa vez Snow trajo en sus valijas algo más que repelente para monos. Tenía una oferta para sus estudiantes: una beca de la AAAS por seis meses, que les permitiría concentrarse en la labor forense y cobrar cada treinta días unos módicos 150 dólares.


La respuesta de los jóvenes fue un no que lo sorprendió. La beca implicaba tener que trabajar bajo la órbita de la Subsecretaría de Derechos Humanos, y el Equipo desconfiaba de las verdaderas intenciones del gobierno de Alfonsín. Además, a instancias de la Subsecretaría, se esperaba de ellos que se concentrasen en la tarea de exhumación, a la que sabían vital pero por cierto insuficiente; querían saber más, hacer más. En una reunión en la Subsecretaría, les dijeron que deseaban que se concentrasen en los restos de accidentes aéreos y catástrofes naturales. Mimí les respondió que en la Argentina no había terremotos, sino desaparecidos.


Snow se irritó. No hay nada que moleste más al viejo, dice Alejandro, que un planteo sindical.
(Había otra razón de peso: con el Hipódromo, las cucarachas y la empresa de transportes, cualquiera de ellos ganaba más de 150 dólares.)


Semanas más tarde, aún refunfuñando, Snow reformuló la oferta: 300 al mes. El acuerdo se selló. Alejandro dejó La Plata y se instaló en un departamento de Buenos Aires que pertenecía a los padres de su novia. Darío pidió licencia por un año en el Registro de Propiedades y también abandonó La Plata. Era la oportunidad de apartarse de la vida plácida del empleado de provincias y concentrarse en algo excitante, lúdico. Una forma de simplificar, dice: yo depositaba todo lo siniestro en La Plata, e instalarme en ese monoambiente caótico de San Telmo junto con dos amigos era empezar desde cero.


Estudiaban juntos. Excavaban juntos. Salían juntos.


El periodista político más importante de la Argentina, Horacio Verbitsky, los definió por entonces como el cardumen. El apodo quedó. Eso eran, a fin de cuentas: un grupo que lo hacía todo en conjunto y que se comunicaba entre sí telepáticamente.


Patricia y Luis ya vivían juntos.
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Durante meses, Patricia recibe llamados telefónicos de su hermana, la pintora radicada en Nueva York. Patricia le cuenta los descubrimientos del Equipo. Los pequeños objetos, ocultos dentro de terrones, que hallaban junto con los huesos: botones, hebillas, el gesto de coquetería que vence a la muerte. Las historias familiares: una niña sobrevive a una carga del Ejército, pero el cuerpo de su hermanito muerto le cae encima y la atrapa; devenida mujer, busca la oscura tumba en que yace su padre.
La hermana de Patricia escucha en silencio. Las palabras le llegan tarde, como si no llegasen ellas sino su eco. Por las noches sueña con huesos, con botones, con hebillas. Durante el día pinta jirones de aquellos sueños.


A miles de kilómetros, Patricia sueña también. Una noche sueña que debe dar sangre para una amiga y que de su antebrazo presto para la jeringa surgen los huesos de un bebé.
Hay que pintar de día y llorar –soñar- de noche.
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En la madrugada del 20 de agosto de 1976, una explosión turbó los sueños de la bucólica localidad de Fátima, en Pilar, provincia de Buenos Aires. Cuando los vecinos se acercaron al páramo humeante, descubrieron que el estallido había perforado un pozo de 80 centímetros de profundidad y un metro de diámetro. Las formas negras y retorcidas que el primer curioso creyó metálicas eran, en realidad, cadáveres a los que un explosivo llamado trotyl dividió y quemó.


La policía siguió hallando restos en un radio de cien metros a la redonda. Contó treinta cadáveres; veintiséis tenían balazos en la cabeza. Ojos vendados. Manos atadas a la espalda. El trámite de rigor hizo que se tomaran las impresiones digitales y algunas fotografías borrosas y distantes. Cuando durante el juicio a los ex comandantes se preguntó al comisario Peña por el estado de los cadáveres, el policía se permitió una humorada: "Los cadáveres estaban muertos", dijo.


El caso llegó al Equipo a principios de 1986 de la mano de Raúl Schnabel, un abogado de la organización Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Schnabel creía que las víctimas de Fátima eran alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires. El caso parecía demasiado complejo para las posibilidades que el Equipo tenía por entonces; faltaban aún varios meses para que Snow regresase con su oferta de becas y perfeccionamiento. Pero Schnabel fue convicente. No tenía nadie más a quien recurrir. El cardumen deliberó y finalmente le ofreció sus servicios.
La investigación judicial los llevó a citar a una serie de familiares que proveyeron datos que, comparados con los restos, no condujeron más a que a una única identificación, la de Marta Spagnoli de Vera, cuyo cráneo tenía tres orificios de bala en la zona occipital. Para peor, la madre de la víctima sufrió un ataque de nervios al ser informada y a los pocos días puso en dudas los resultados del peritaje. Los restos de Marta jamás fueron reclamados por su familia. Regresaron a una tumba sin nombre en el cementerio de Derqui.


La frustración que les produjo este caso empañó la sensación de haber iniciado una nueva etapa. Habían prometido a Snow informes completos al terminar la investigación, pero esos informes no iban a hablar más que de fracasos. ¿Qué estaban haciendo mal? Sabían que no podían llegar muy lejos con el pedido de datos pre mortem; la mayor parte de los familiares no conservaba nada de valor. Y además, para que fichas odontológicas y radiografías sirviesen, había que solicitarlos con precisión a la presunta familia de la víctima; si no había sospecha de quién era el muerto, no habría ninguna puerta a la que golpear por ayuda.


Las investigaciones de jueces y abogados, estaba probado, contenían datos y pistas erróneas. No podían fiarse. Necesitaban elaborar sus propias hipótesis sobre la identidad de las víctimas, para ampliar sus posibilidades de dar en el blanco. Los juzgados no eran la única fuente de información: estaban los archivos de las organizaciones de derechos humanos, los informes de autopsias, los registros de los cementerios...


Entonces el dinero de las becas se acabó. Snow entregó a la Subsecretaría de Derechos Humanos su trabajo estadístico sobre los NN. Pasaron semanas sin que mediase crítica, pedido o comentario alguno. El trabajo de meses parecía haber sido en vano.


Deprimido, el americano regresó a Oklahoma para las Navidades. En la mañana del 26 de diciembre recibió un llamado de Morris. Con voz sombría, Morris dijo que sólo tenía malas noticias. El Congreso argentino había sancionado la Ley de Punto Final, que ponía límites a las acusaciones contra militares, policías y miembros de las fuerzas de seguridad que hubiesen violado derechos humanos durante el anterior gobierno. En el plazo de sesenta días, aquellos oficiales que no hubiesen sido formalmente demandados quedarían libres para siempre de culpa y cargo. El 22 de febrero del '87 era la frontera final; de allí en más, sólo podrían sustanciarse acusaciones sobre secuestro de menores, falsificación de documentos y sustracción de propiedad privada. Desde la helada mañana de Oklahoma, Snow tuvo el humor suficiente como para hacer notar que el gobierno argentino privilegiaba la propiedad privada a la vida de sus ciudadanos.


El panorama era desalentador. Por primera vez se ponía en negro sobre blanco aquello que la errática política de la Subsecretaría de Derechos Humanos había insinuado: Alfonsín concedería lo que fuese necesario con tal de apaciguar al frente militar, inquieto desde los juicios y su resolución.


Había tan sólo dos formas de reacción posibles. Una, la que aconsejaba la lógica de la derrota, era bajar los brazos. Pero había otra.


Sesenta días. Tenían sesenta días.
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 sonrisa total de frente sin boina

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