jueves, 22 de marzo de 2007

Balseros argentinos en España, extrañan.

Una conocida me lo envió y agrega: .... ¡ no me digan que no se mataron de risa !

Yo hice mucha fuerza, para no llorar, hasta esbocé sonrisas abortadas. Duele el dolor de los balseros argentinos en España, que escriben nostálgicamente.

¡ Salven a los argentinos ! " las ballenas " Toto

Febrero, 2007 Disculpe, ¿ me dice dónde hay un quiosco ?

Una familia ecuatoriana, marroquí, boliviana, rumana o peruana, cuando descubre que lo ha perdido todo, compra un pasaje de oferta y viaja a España para seguir siendo pobre en otro país. Una familia argentina, en cambio, antes de sucumbir económicamente, antes de caer en lo más bajo y hediondo de la indigencia, hace un último esfuerzo y pone un quiosco en su propio barrio. Lo último que hace un argentino antes de bajar los brazos no es buscar nuevos horizontes, sino endeudarse con un proveedor de golosinas.
Por ese motivo, y no por otro, en España no hay argentinos pobres. Quiero decir, no hay argentinos pidiendo monedas por las calles de Madrid, ni latinkings rosarinos en Barcelona, ni mafias porteñas, ni familias mendocinas que mandan a sus hijos a robar teléfonos, ni mendigos bandoneonistas, ni prostitutas de veinte euros que se llamen Carolina o Daniela. Hay pobres de casi todas las razas y colores, pero no argentinos. La razón es sencilla: los pobres de Argentina no emigran, mueren quiosqueros en sus propias casas, mueren alimentándose con golosinas caducadas y sin conocer el mundo.
En otros países se usa más el suicidio, el exilio, el alcoholismo o la degradación personal. Los argentinos tenemos un sistema un poco más extraño de asimilar el fracaso. Abrimos la ventana que da a la calle (en general la habitación del abuelo muerto), ocultamos la cama y la mesa de luz, llenamos el ropero de galletitas, alfajores y cigarrillos Jockey Club, y nos jugamos la última ficha a la mínima expresión del microemprendimiento: el quiosco propio.
Es una jugada extraña, porque lo que menos hace falta en Argentina son quioscos (hay uno cada ventisiete metros). Pero sin embargo siempre alguien supone que poniendo otro más no pasará nada malo. Algunos pocos están bien provistos, pero la mayoría son quioscos tan escasos como la creatividad de sus dueños, y solamente te ofrecen veinte o treinta cosas inútiles (en un buen quiosco debe haber, como mínimo, más de doscientas cosas inútiles). Y entonces ocurre que la frase que más utiliza un quiosquero novato es “de eso no tengo, pero me están por traer”.
Más de la mitad de los argentinos ha sido dueño alguna vez de un quiosco. Y el 98% de la población tiene un amigo que trabajó en uno. El quiosco forma parte de la vida diaria de los argentinos, mucho más de lo que nosotros mismos imaginamos mientras vivimos allí. Solamente nos damos cuenta de la importancia de los quioscos el día que emigramos y desaparecen de nuestra vista.
A España sólo se muda la clase media argentina: el joven profesional, el futbolista incipiente, el cantante malo pero honrado, el psicólogo mentiroso, el publicista sensible y también su novia, la modelo descerebrada. Pero el argentino pobre se queda en casa. Y la verdad es que esta tendencia nos está matando. A nosotros, digo: a los argentinos de clase media que vivimos en España, la ausencia de quioscos nos está dejando un vacío en el alma y otro, de dimensiones similares, en el estómago.
Como es por todos sabido, los argentinos no entramos a los quioscos por necesidad alimenticia, sino por angustia oral. Según un estudio, el ser humano que camina tranquilamente por la calle piensa en sexo cada ocho segundos. Los argentinos también, pero usamos los siete segundos restantes para fantasear con cosas rellenas de dulce de leche. Nuestro ritmo mental se comporta con esta cadencia:
—...teta, cabsha, fantoche, shot, cubanito, concha, jorgito, milka, tubbi tres, tubbi cuatro, culo, aero blanco, minitorta de águila, teta, cabsha, fantoche triple —y vuelta a empezar.
Cuando un argentino pisa España por primera vez y recorre los bulevares sin rumbo fijo, descubre a los quince minutos que algo va mal, muy mal en su paseo, pero no atina a descubrir qué es. Es como caminar por las calles de un mundo paralelo, casi idéntico, pero con siete errores. ¿Qué es lo que me pasa—se pregunta el argentino—, por qué me vienen estas ganas de llorar? Al rato, descolocado su aparato digestivo, el recién llegado descubre el fallo: ha andado más de veinte minutos por una avenida y no se ha topado con ningún quiosco.
Por lo general, la primera conversación entre un argentino recién llegado y un español es la siguiente:
—Disculpe, ¿me dice dónde hay un quiosco?
—¿De periódicos? —pregunta el español.
—No, no. De cigarros, biromes, chocolatines, hilo de coser, alfajores, tarjetas de teléfono, cinta scotch, libros, tornillos, hojas cánson, planisferios, revistas, pelotas de rugby, linternas, ginebra bols, desodorante, helados, alcohol fino, café, panchos con savora y desinfectante para matar sapos.
El español indica como puede:
—Vamos a ver —dice—. Los cigarros los encuentra en el estanco, el hilo en la tienda, los libros en los supermercados, el helado en la heladería, la comida rápida en un burger, los tornillos y la linterna en la ferretería, las hojas y el mapa en la papelería, la revista en el odontólogo, el alcohol en los bares, las pelotas de rugby en Francia, y lo demás no tengo ni pajolera idea porque no existe.
—¿Y los alfajores?
—De eso por aquí no hay.
—¿Y entonces qué comen ustedes cuando van por la calle?
—Generalmente cosas con atún o con chorizo.
—¿Y dónde compran eso?
—En la panadería.
El quiosco es una de las costumbres argentinas más difíciles de explicar a un español. Es posible que te escuche con atención y más tarde te diga “ya, ya, entiendo”, pero en realidad sigue en blanco. Sólo se hace una idea fugaz, pero no puede ir muy lejos con la idea. Su estructura moral no concibe que en un solo sitio se puedan conseguir todas las cosas del mundo, a cualquier hora del día o de la noche. El español medio no comprende el concepto de síntesis, ni la urgencia de tener un antojo a las tres de la mañana.
Hay otras muchas costumbres argentinas que el español no comprende: el peronismo, por ejemplo; la televisión por cable, la palabra “prolijo”, el relato radiofónico de fútbol en donde el locutor entienda de fútbol, la ironía publicitaria, la autocrítica, el cine subtitulado, etcétera. Son todas nebulosas difusas en el cerebro ibérico. Pero la ausencia del concepto ‘quiosco’ es, de todas sus taras, la más grave.
El día que el español conozca las ventajas de los quioscos es posible que se convierta en una raza entretenida. En vez de gastarse las monedas en las tragaperras y las horas muertas en los bares, comería más alfajores y descubriría que nadie puede ser dichoso en un país en el que al chocolate duro lo rellenan con chocolate blando.
Es hora de que los argentinos pobres de Argentina descubran que hay que instalar los quioscos aquí, en España, donde de verdad hacen muchísima falta, y no en el propio barrio, donde ya el nicho está saturado y en caída libre.
Somos miles y miles los argentinos que, en España, no sabemos qué hacer cuando caminamos por la calle. Vamos en ayunas a los trabajos, no tenemos envoltorios que tirar en la vereda, hace años que no nos robamos un encendedor del estante de abajo, lustros enteros sin leer el horóscopo del bazooka. Y lo que es peor: estamos a punto de olvidar el olor de la bananita dolca, que es peor que olvidar el rostro de nuestras madres.
Necesitamos de la pobreza de nuestros hermanos en desgracia, queremos volver a sentir el suave cosquilleo del sobreprecio de las cosas. Estamos dispuestos a consentir que nos den mal el cambio, queremos abrir nosotros mismos la heladerita de los conogoles y congelarnos los dedos. Queremos los bonobon derretidos del verano y los guaymallenes de fruta que nadie quiere. Queremos esos sánguches espantosos que vienen adentro de un plástico. ¡Queremos quioscos!
Argentinos pobres: hay un mercado enloquecido que está pidiendo a gritos un quiosquero en cada cuadra de España. Somos capaces de subalquilar nuestras propias ventanas que dan a la calle, y de pintar a mano para ustedes un cartel que diga ‘kiosko’, las dos veces con k, con tal de que se incorporen a nuestras vidas europeas y nos llenen las manos de sugus, aunque sean todos de menta. No nos importa que bauticen a sus quioscos con la primera sílaba del nombre de sus tres hijos menores. Es más, echamos de menos esos nombres espantosos.
¡Aquí! ¡Aquí, en la madre patria, es donde estamos ansiosos y vírgenes de quioscos!
¡No allá, que hay muchos, sino aquí! Necesitamos hombres tristes, esposas despeinadas, adolescentes drogados y abuelos paralíticos que, con cara de hastío y de muerte en vida, nos vendan un paquete de cerealitas a través de una ventana.
Los estamos esperando, hermanos pobres; con los brazos abiertos, la sonrisa en la boca y los puños llenos de monedas de cinco, de diez y de veinticinco.

Mercado Común Cómplice de EEUU

¡Ay, pobrecita Europa…! Héctor Arturo • CubAhora

Si la resurrección fuera posible y alguno de los fallecidos en los siglos XVIII o XIX volviera a cobrar vida y observara lo que ocurre con el maridaje entre La Vieja Dama Indigna de Europa y Estados Unidos, seguramente que iría corriendo de nuevo hacia su tumba para no ser testigo de una infamia que no ha tenido paralelo en la Historia. Resulta que la otrora poderosa Europa, antaño conquistadora de naciones enteras, se ve ahora conquistada y literalmente ocupada por las fuerzas yanquis, ya sean políticas, económicas, militares o todas en conjunto. Alguien dijo que lo único que no debe perder una Nación es su memoria histórica, porque si se dejan morir los recuerdos y las lecciones recibidas, se corre el riesgo de comenzar de cero, para que todo se repita nuevamente. Y Europa olvida. Y como olvida se dobla, se pone la soga al cuello y adopta posturas cada vez más ridículas, tanto que en ocasiones las poses de sus gobernantes tipo Aznar rayan en las imágenes pornográficas. Ahora andan metiéndose en la maraña yanqui contra Cuba, la misma que no ha dado resultado alguno a más de 10 administraciones republicanas y demócratas de la Casa Blanca en casi medio siglo, y copian al carbón las directrices de la Oficina Oval, aunque esté ocupada por el Presidente más imbécil que ha tenido Estados Unidos desde 1776, según revela una encuesta que por cierto, demoró bastante en realizarse para demostrar lo que todo el mundo sabía, aunque a decir verdad, aporta un elemento nuevo: el clan Bush, Padre e Hijo y Espíritu Santo, ocupan los primeros lugares en cuanto a ignorancia política y personal se refiere, quizás por algún problemita genético. Desprestigiado el asalariado españolito que usurpó La Moncloa para vociferar en desayunos, almuerzos y comidas contra Cuba, y en el ridículo más absoluto los títeres praguenses, ahora Estados Unidos se juega la carta alemana, y la señora Ángela Merkell está al enfangarse hasta el cuello, si se decide a presentar ante la Unión Europea el proyecto que le redactaron en Washington, seguramente que en inglés, para sumarse a las maniobras anticubanas, cada vez más recrudecidas por los halcones yanquis. Cuando el río suena, es porque algo trae, reza el viejo proverbio, y diariamente los cables traen noticias y comentarios acerca de esta sumisión berlinesa. Se habla, incluso, de que el documento europeo se parece tanto al yanqui que hasta contiene un Capítulo Secreto, como el que presentó el etílico y empedernido vacacionista del rancho texano de Crawford. Los cubanos sabemos perfectamente bien todo lo que puede contener el acápite misterioso de los yanquis: una agresión armada directa por parte del Imperio, única medida que les falta por aplicar contra Cuba, y para la cual hasta ahora, aunque cuentan con medios más que suficientes, han carecido de moral y valor, por temor a que se les agoten las reservas de bolsitas plásticas para recoger cadáveres en nuestras playas. Pero nos preguntamos qué podrá argumentar el Capítulo Secreto Europeo del Plan Bush contra Cuba. ¿Será que España volverá a colonizarnos por otros 500 años? ¿Qué nos llenará nuevamente de esclavos africanos después de exterminar a los aborígenes actuales? ¿Acaso el enano Weyler ordenará una nueva reconcentración de las poblaciones cubanas para exterminarnos por hambre y enfermedades, como hizo a fines del siglo XIX, con el consentimiento de los futuros interventores yanquis? Puede ser posible. Pero qué hará Francia. Seguramente pretenda llenar los mares cercanos a Cuba de corsarios y piratas al estilo de Jacques de Sores. O quizás esperen fomentar de nuevo aquellos cafetales que levantaron en las montañas cubanas, cuando salieron huyendo con el rabo entre las patas tras la Revolución Haitiana. Italia tiene sus causas: no han podido olvidar que la Revolución Cubana, desde el mismo año de 1959, expulso para siempre a los mafiosos sicilianos que se estaban adueñado de Cuba y convirtiendo a La Habana en Las Vegas del Caribe, en contubernio con Prío, Batista y cuanto corrupto ocupaba altos cargos gubernamentales y policiales. Inglaterra, esa Pérfida Albión de Tony Blair, tal vez piense en reeditar la Toma de La Habana por los Ingleses, como hicieron en 1762, cuando se apoderaron de nuestra Capital y después la negociaron con los españoles a cambio de La Florida. Y los germanos, ay, los germanos pueden estar maniobrando para volver a hundir buques mercantes cubanos con submarinos nazis. Nada, que Europa anda en apuros, porque sus antiguas 13 colonias inglesas se han convertido en el Dios y el Diablo del presente y pretenden seguir así en el futuro. Prestan sus aeropuertos para que aterricen y despeguen vuelos NADA SECRETOS, porque hasta el gato europeo sabía lo que estaba ocurriendo con los prisioneros que iban a ser torturados por los yanquis y lo son todavía, ahora mediante la aprobación de la única Ley en la Historia de la Humanidad que autoriza la tortura. Incluso, hasta oficiales españoles se dieron su vueltecita por el campo de concentración yanqui en Guantánamo para interrogar a prisioneros talibanes. Europa tiene sobrados y grandes problemas internos, que comienzan por su división entre potencias y se extienden al desempleo, la discriminación racial, la xenofobia, el resurgimiento del fascismo, la incultura, insalubridad, hambre y blandenguería de sus ilustres dirigentes. Pero en lugar de preocuparse y resolver estas calamidades, se suman a las maniobras anticubanas, para hacerse los graciosos con sus amos yanquis. La señorita Merkel, entrando en el baile, le hace el juego a la potencia que se demoró años enteros en abrir su prometido frente para acabar con los nazis durante la II Guerra Mundial. Pero hay una vieja frase que dice: "donde manda capitán, no manda soldado", que pudiera cambiarse para expresar que "donde vuelan los halcones no caben las palomitas". Y Europa ha quedado para ese triste papel de avecilla de corral, aún a riesgo de perderlo todo.

Estas calumnias se autodestruirán en cinco minutos..

Mentiras increíbles Manuel E. Yepe • Argenpress

Me pregunto cuantos lectores en todo el mundo habrán perdido el habla al conocer de un informe sobre la situación de los derechos humanos en el mundo en 2006 publicado recientemente por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América en el que se alerta sobre el 'retroceso de las condiciones de los derechos humanos en Irak y Afganistán, a pesar de los esfuerzos de las tropas estadounidenses por derrotar a los extremistas en ambos países'. La doctrina propagandística estadounidense -un campo en el que la nación norteamericana ha marcado la pauta desde hace muchos años con técnicas muy depuradas- ha enaltecido la 'credibilidad' como requisito indispensable para que los medios triunfen con sus 'mentiras' cuando necesiten acudir a ellas.
Una suerte de regla no escrita precisa a los grandes medios, aquellos que el gobierno controla a nombre del 'establishment', a no faltar innecesariamente a la objetividad, a fin de tener credibilidad a la hora buena.

A ello atribuyen algunos especialistas en asuntos mediáticos el hecho de que Washington haya logrado tan amplia aceptación en la opinión pública de su país para sus falsedades en momentos cruciales, como cuando ha necesitado justificar una declaración o una acción de guerra. Recuérdese la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana; el ataque a Pearl Harbor; los incidentes del Golfo de Tonkin y la presencia de armas de destrucción masiva en Irak, que respectivamente sirvieron de justificaciones para lanzar las guerras contra España en 1898, Japón en 1941, Vietnam en 1964 e Irak en 2003. Estados Unidos ha sorprendido al mundo por la ingenuidad con que su opinión pública ha asimilado las versiones oficiales acerca del asesinato del presidente John F. Kennedy y el abominable acto terrorista contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, dos historias que se parecen más a cuentos de horror y misterio hollywoodenses que a cualquier otra cosa.
La segunda de estas dos entelequias le sirvió de pretexto para el lanzamiento de su llamada 'guerra contra el terrorismo' y, como parte de ella, al recorte de las libertades públicas de sus ciudadanos. Quizás sea por estos significativos logros de hipnosis masiva a través de los medios que el cuidado de la credibilidad (o de la legitimidad relativa) está siendo olvidado con mayor frecuencia. En la campaña propagandística contra la revolución en Cuba se aprecian muchos ejemplos en este sentido. Como regla, el gobierno cubano ha evitado responder caso a caso cada una de las engañifas mediáticas contrarias al proceso revolucionario para no contribuir a su resonancia. Han sido los hechos mismos, y las denuncias a cargo de amigos y simpatizantes, los que han contestado a ellas. La excepción más sobresaliente de esta regularidad ocurrió en 2005, cuando la revista norteamericana Forbes publicó un informe en el que se incluía al presidente cubano Fidel Castro entre los gobernantes más ricos del planeta.
Cualquier persona inteligente advierte que, al lanzar al vuelo mentiras tan evidentes como aquella, se echa por la borda toda la credibilidad de la persona, la institución o el medio de prensa que lo hace. Y el líder cubano garantizó que así fuera al anunciar que renunciaría a todos sus cargos y responsabilidades públicas si la revista lograba probar una sola de sus imputaciones acerca de su patrimonio personal. Similar absurdo se aprecia en el reciente anuncio de un supuesto proyecto ''Archivo Cuba', en Madrid, que trata de documentar supuestos crímenes que se habrían producido durante el proceso revolucionario en Cuba 'que suman 8,190 casos'. Con procacidad inaudita, los promotores afirman, según la información difundida, 'que este registro no solo quiere reflejar las victimas que se han producido desde 1959 -año en el que la revolución llegó al poder-, sino ampliarlo hasta el ano 1952, cuando comenzó la dictadura de Batista, para que todos sean considerados como victimas y no haya rencor'. Aparentemente se trataría de sumar, a los 20,000 mártires que dejó la tiranía batistiana, el número de asesinos y torturadores del régimen depuesto ejecutados por sentencia judicial de los tribunales revolucionarios populares, así como el de agresores y agredidos fallecidos a causa de la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos) patrocinada por Washington y las víctimas de los miles de actos terroristas y atentados promovidos por Estados Unidos contra Cuba. Todo ello para tratar de manchar, con tan grosera manipulación, el limpio expediente de respeto a los derechos humanos de la revolución, un sostenido propósito de Estados Unidos para justificar sus agresiones contra el pueblo cubano. (Lo más sorprendente e inexplicable por el momento, y quizás lo más significativo, de esta 'iniciativa' y de otra similar contenida en un libro también recién lanzado en España, es que sacan a relucir los crímenes de Batista, para servirse de la justa condena a que ellos convocan en función de una inventiva contra la revolución cubana, hecho que sin dudas no debe agradar a los descendientes de los colaboradores del dictador que constituyen el núcleo central de la ultra derecha cubano americana del sur de la Florida). En muestra inequívoca de proyección de su propia ideología, así como de falta de objetividad e imaginación, se imputan al proceso cubano los vicios y crímenes que la superpotencia practica en sus guerras imperiales y que ha extendido por todo nuestro continente, como la tortura de prisioneros, las ejecuciones extrajudiciales y los desaparecidos. Ignominiosamente desconocen el comportamiento ético y humanitario para con sus enemigos que ha caracterizado a la revolución cubana desde los tiempos de la lucha guerrillera en las montañas y en la clandestinidad de las urbes durante la guerra de liberación contra la tiranía de Batista, así como a lo largo de casi medio siglo de desarrollo del proyecto socialista, tan agresivamente objetado por la superpotencia vecina. Estas acciones de apariencia tan absurda, tienen el propósito de dejar, como pica en Flandes, esas falsedades en el subconsciente de millones de personas, aunque sea al precio de la ignominia para el calumniador al quedar reestablecida la verdad. Si buscamos motivaciones para estos ejercicios, constatamos de inmediato que el más reciente plan oficial del gobierno de los Estados Unidos encaminado a subvertir el orden constitucional en Cuba asigna para tal objetivo en los años 2007 y 2008 un presupuesto de 80 millones de dólares, de los cuales 24 millones están destinados a reforzar la propaganda contra la isla.
El resto se dedica a financiar una oposición interna que no han podido lograr que se maneje por si misma, realizar actividades de reclutamiento de desertores, así como para tratar de conseguir apoyo de otras naciones para sus planes contra Cuba. Estas asignaciones se suman a aquellas que, para similares fines, manejan públicamente o de manera encubierta diversas instituciones de la superpotencia, entre las que siempre ha sobresalido, por la intensidad de su trabajo y el volumen de los recursos de que dispone, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), significativamente incrementadas a partir del fin de la 'guerra fría'. No son, por ello, ni remotamente gratuitas las increíbles mentiras que de vez en vez se construyen contra la revolución de los cubanos. Y se descalifican por si mismas.

Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana. Fue Embajador de Cuba, Director General de la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina, Vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión, Director Nacional fundador del Sistema de Información Tecnológica (TIPS) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Cuba y Secretario del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.