ACCIÓN URGENTE POR ARMANDO.*
En los primeros días de enero de enero de 1958, Armando Hart, coordinador nacional del Movimiento 26 de Julio, acompañado de Javier Pazos, había subido a la Sierra Maestra donde se entrevistó con Fidel. Cuando bajaron fueron detenidos y remitidos al cuartel Moncada sin que fueran identificados.
Una llamada telefónica que realizó Batista al coronel Chaviano fue interceptada por el sistema de inteligencia que tenía el Movimiento en el centro telefónico, que se había organizado con Carlos Amat, Rosa Casañas y otros que allí trabajaban. La llamada le fue puesta a la compañera Vilma Espín y al comandante Daniel. En la misma Batista comunicó a Chaviano la identidad de Hart y le ordenó llevarlo para la sierra, simular un combate y “matarlo como un perro”. Daniel me citó urgentemente a la cueva de Rey Pelayo, donde encontraban también Carlos Chaín y Miguel Ángel Manals. Entre las distintas variantes de acción analizadas para rescatar a Hart, se decidió tomar la emisora de radio y denunciar la orden que había dado el tirano. Esta resultó ser Radio Santiago, ubicada en los altos del Lido Club, cerca de Garzón y calle 8. Cuando llamé a Manuel Jacas, quien trabajaba aún en Lido Club, para conocer la situación del lugar, me informó que en ese momento la estación estaba sin custodia. Rápidamente salimos de la cueva en el Pontiac de Eduardo Mesa, un comando encabezado por mí e integrado por Carlos Chaín, Miguel Ángel Manals, Eduardito Mesa, que manejaba el carro, Clara Llull, Mireya Mesa y Gloria Casañas, Yoya. La emisora fue tomada sin mayor dificultad. Mientras yo controlaba el personal y Manals cuidaba la entrada de la escalera, Carlos Chaín leyó tres veces la nota redactada por Daniel. “Pueblo de Cuba, Armando Hart está preso y el tirano Batista ha dado la orden de asesinarlo, prepárate para la huelga general”. Cuando bajamos, Manals nos informó que un patrullero acababa de pasar por la calle delante del edificio.
A nuestro regreso a la cueva, no tuvimos necesidad de informar a Daniel, quien nos recibió rebosante de alegría, puesto que él y otros presentes, habían escuchado por radio la trasmisión. Ocurrió que ese día se encontraba en Santiago el politiquero batistiano Anselmo Alliegro, quien iba a pronunciar un discurso y ya habían puesto las emisoras locales en cadena, por lo que la denuncia fue difundida con mayor amplitud. Al poco rato pusieron otra llamada a Daniel a la cueva, esta vez del esbirro Chaviano, quien informaba el hecho al general Tabernilla. A esta le siguió otra llamada de Batista a Chaviano, quien recibió todo tipo de insultos y la revocación de la orden anterior. ¡Se había salvado la vida a Armando Hart.!
En los apuntes de hechos y sucesos narrados en este capítulo, pudiera yo parecer parcializado con el Frente de Acción. Cierto que prefiero hablar o escribir de lo que conozco mejor, y este fue el frente en que me desenvolví y tuve mayores responsabilidades. Esto no significa que subestime la importancia de los restantes Frentes del Movimiento que funcionaba como un todo. El de Acción, a veces tenía que participar en una actividad de propaganda, recaudación de fondos, en otras, y los de estos frentes y los de Obreros y Estudiantil a veces tuvieron que participar en acciones armadas. Por ejemplo, un día a mediados del año 57 Machi Fontanills, que era un elemento de Acción, pero se le había dado responsabilidad por el Movimiento en el Frente Estudiantil en Santiago, me comentó que si bien estaba cerrada la Universidad de Oriente, el Instituto y otros centros públicos de Segunda Enseñanza, había escuelas privadas importantes que seguían funcionando. “Ahí mismo, cerca donde tu estás, el Sagrado corazón, el colegio religioso de señoritas, __donde por cierto estudiaba una hija del coronel Chaviano__ siguen dando clases como si nada, ¿por qué no le hacemos algo?”. Decidimos ponerle una bomba nosotros mismos.
Una noche, preparado ya el artefacto, me recogió Machi en su Chevrolecito del 53 y fuimos a hacer el trabajo. El lugar estaba muy cerca por lo que el vehículo era más bien para retirarnos. Pensando que pudiera haber muchachas por el frente y resultar víctima alguna de ellas, fuimos por la parte del fondo donde estaba la cocina y le lancé la bomba con la mecha prendida contra la misma. En la retirada escuchamos la fuerte explosión. No tuvo ninguna complicación aquel sencillo trabajo. Poco tiempo después el centro cesó sus actividades docentes.
Como he reiterado, Frank educó a los cuadros del M-26-7 en la compartimentación, el secreto, el celo y cuidado en el cumplimiento de las misiones asignadas. No obstante, a pesar de la organización existente, ocurrían hechos irregulares que imponía la vida, que es más fuerte que los planes.
En el Frente de Propaganda tuve relaciones con Enzo Infante, José Nivaldo Cause, Miguelito Deulofeu, sus hermanos y otros.
En el Frente Obrero fueron también estrechas las relaciones con José de la Nuez, Jorge Gómez y otros responsables.
En el Estudiantil (de donde yo procedía), era lógico que mantuviera amplias relaciones con Machi Fontanills, Papito Gálvez, Willy Hodges, Joaquín Méndez Cominches y otros valiosos compañeros.
Con Hugo Ramos Latour, Horacio, hermano de Daniel, que fue financiero del Movimiento en el municipio y más tarde en la provincia, me reunía con frecuencia y analizábamos los recursos que necesitábamos para los combatientes quemados que estaban escondidos en casas de la organización o de colaboradores de la ciudad. También él me entregaba dinero a veces para la compra de balas y otros pertrechos, en fin, como un todo funcionábamos, pero como es sabido, el coordinador y el jefe de Acción llevaban el peso de las responsabilidades y en muchos casos como el de Frank, el jefe de Acción era reconocido como jefe máximo a su nivel. Esta particularidad se daba también en el municipio de Santiago, donde no había un coordinador, puesto que estaba allí el de la provincia, sino que era el jefe de Acción el máximo responsable desde que estaba Navarrete.
Serían interminables las acciones y hechos que podría narrar de la clandestinidad en Santiago. Lo expresado es sólo una muestra de lo mucho que se hizo y que fue más conocido por mí. Y mucho pudiera decir también del dolor desgarrante que producía la caída de cada compañero, uno, dos, tres, cada día en ese Santiago hirviente de los años 57-58. Un canto de amor a nuestros héroes y mártires gloriosos.
TIEMPOS DIFÍCILES.
Algunas reflexiones finales sobre este capítulo. Recordando aquellos días, meses y años duros de la lucha clandestina, resulta paradójico, el hecho de que algunos combatientes que recién se iniciaban caían tempranamente, a veces en el cumplimiento de la primera misión que le tocaba realizar, mientras que otros más veteranos, con más actividades lograban sobrevivir a aquel torbellino de violencia y muerte. Pudiéramos decir que a veces era la suerte, pero pienso que en no pocos casos eran los que mejor cumplían las llamadas reglas de la clandestinidad los que lograban sobrevivir. Éramos en la inmensa mayoría, muy jóvenes, llenos de pasión revolucionaria y con poca experiencia. No sólo nos faltaba experiencia política, sino a veces también en el propio de los explosivos, las armas, la realización de sabotajes, atentados, etc. Pero fuimos aprendiendo en el fragor de la lucha y asimilando, cada vez en mayor proporción, las enseñanzas de nuestros primeros maestros, como Frank, Pepito Tey, Daniel y otros. Ellos nos iban inculcando junto con la conciencia revolucionaria los métodos y formas mejores para la lucha. Esto era muy importante en la situación tan desventajosa que confrontábamos frente al aparato represivo del régimen, bien dotado de recursos para dirimir y con la falta de escrúpulos que lo caracterizaba para cegar vidas.
Algunas formas prácticas de actuar se fueron convirtiendo en especie de reglas de la clandestinidad. Ya me he referido a la disciplina y a la compartimentación. Se buscaba que nadie conociera de cosas que no le resultaban necesarias para su trabajo. Esto se llevaba con mucho rigor. Se adoctrinaba a los combatientes en la necesidad del secreto y si estaba quemado, no salir a la calle innecesariamente donde pudiera ser visto y “chivateado” por alguien. En no salir a realizar una acción si no era ordenada o aprobada por su jefe inmediato superior, aunque esto no era perfecto y a veces se violaba por el interés que tenían los combatientes por hacer algo. Por lo general no se efectuaban reuniones grandes, sino pequeñas con las personas imprescindibles y muy breves. Yo, por ejemplo, tenía como norma no dar reuniones en casa donde me ocultaba y dormía, sino que, cuando tenía que contactar con alguien o dar una pequeña reunión salía a la calle y me trasladaba al lugar indicado. Muy pocas personas conocían el lugar donde estaba escondido y más bien me ubicaban por el lugar que tenía como una especie de cuartel para actividades, que era la casa de los tíos Mª y Manolo en avenida de Céspedes Nº 509, entre J e I, en el barrio de sueño.
Pero vale decir que a pesar de las múltiples actividades que allí realizábamos, tanto yo como otros jefes, la casa no se quemaba totalmente y en esto tenían mucho que ver Mª y Manolo por la forma en que actuaban con los que tenían allí o cualquiera que llegaba a la puerta conocido o no. Así ocurría también en otras casas que fueron centros, por cierto de las primeras en la lucha clandestina, como la casa de la abuela Mª Lara en San Fermín 358 que, desde antes del 30 de Noviembre y hasta la muerte de Frank, fue el Cuartel General de este último y del M-26-7 en Santiago.
También actuaban con mucha naturalidad en la atención de los combatientes quemados o cuando daban reuniones en sus casas la tía Angelita Montes de Oca y tía Enma. Es decir, que esta forma “natural” de hacer las cosas contribuía a hacerlas más fáciles sin despertar sospechas.
Hay algunas anécdotas que reflejan como esa “naturalidad” contribuyó a veces a salvar una situación ante un registro sorpresivo. O más de un caso en que una combatiente que pasaba con una jaba por el lado de un agente del SIM o de un patrullero y le preguntaban “¿Qué usted lleva ahí?” y contestaba con una sonrisa picaresca, “pistolas y granadas”, y ante la incredulidad del esbirro ella podía continuar, siendo cierto que llevaba algún arma, objeto o documento comprometedor.
Por el estilo resultaba con el registro de los carros. Como regla nunca se debía llevar nada comprometedor en el maletero del auto, ya que era el primer lugar que registraban. Esto se podía hacer si se iba a realizar una acción determinada en que los combatientes iban ya preparados para responder.
Algo que se cuidaba con un celo extremo eran las armas precisamente, porque eran muy pocas las que teníamos, en relación con la cantidad de combatientes dispuestos. Como regla las armas se controlaban centralmente por los jefes superiores, tanto en el período anterior a la organización de las milicias, como cuando ya éstas estaban estructuradas, donde eran los jefes de escuadrones los que tenían el control sobre las mismas y sólo portaban armas permanentemente para su defensa personal algunos combatientes que estaban muy quemados. Por eso, para el que conoció la lucha clandestina, no resulta extraño oír tantas personas, sobre todo compañeras, decir que participaron en el traslado de armas, porque cuando se asignaba por el jefe superior una misión a un comando, por lo general se les mandaban las armas al lugar donde se acuartelaba y luego del trabajo realizado, se recogían nuevamente y depositaban en lugares muy seguros. Siguiendo ese método se puede afirmar que fueron muy pocos las armas que perdió el Movimiento en la lucha clandestina.
Voy a referirme a una anécdota que refleja en parte esas reglas que seguíamos:
Una mañana me fue a visitar a calle D Nº7, de Terraza de vista Alegre, donde yo estaba escondido, el compañero Antonio Enrique Lussón, quien era uno de los pocos que conocía el lugar, pues me servía de enlace con el grupo de Idalberto Lora y cumplía otras misiones que le permitían la fachada que tenía como amigo de los Gallo, esbirros connotados de la gente de Salas Cañizares. Cuando estábamos conversando en la sala de la casa de los esposos Eduardo Mesa y Clara Llull notamos que un patrullero acababa de detenerse enfrente. En el venía el teniente Rico, de la policía, allegado al coronel Río Chaviano. Nos pusimos de pie al escuchar el sonar de las puertas del patrullero y cuando extraje la pistola me dijo Lussón: “Espérate que voy a salir a hablar con él”. El salió, yo me quedé mirando desde un ángulo a través de la persiana, vi que estaba hablando con el oficial del patrullero que se había detenido detrás de un destartalado yipi en el que había ido a verme Lussón. Sin haber escuchado nada de lo que hablaron, vi que Lussón se puso al volante del yipi y arrancó con el patrullero detrás custodiándolo. Naturalmente me alarmé y pensé han detenido a Lussón. El conocía ese lugar y también otros desde donde operábamos. Sin esperar mucho llamé a Eduardo a la tintorería y le dije que me viniera a buscar y con él me trasladé de inmediato a otro lugar. Mientras llegaba Eduardo di algunas indicaciones a compañeros quemados que Lussón conocía para que se trasladaran, así como que movieran también algunos medios de los que utilizábamos. Felizmente no pasó nada. A las pocas horas Lussón hizo contacto conmigo y en una especie de lenguaje en clave que acostumbrábamos a hablar por teléfono, me contó que cuando lo interrogaron le había dicho a la patrulla, que se había detenido allí por sospechas, pues el yipi no tenía la chapa actualizada, que averiguaran con los Gallo. Que ese yipi no tenía era como si fuera de ellos, porque él (Lussón) se lo prestaba a veces. Desde la estación le hicieron una llamada a uno de ellos y confirmó lo dicho por Antonio Enrique, tras lo cual lo pusieron en libertad.
Años después del triunfo de la Revolución caminaba yo una mañana por el lado de unas casas de Villa Cuba, en la playa de Varadero y me encontré a Lussón, quien a la sazón era ministro de Transporte, acompañado de una delegación de un país socialista que nos visitaba, con la que estaba compartiendo en la arena. Me presentó al Ministro jefe de la delegación de ese país, a quien le dijo: “Mire, el comandante Belarmino Castilla, Aníbal, quien fue mi jefe en la lucha clandestina en Santiago, y en la guerra”, y en tono risueño le comentó: “Pero no tenía confianza, porque una vez que lo fui a visitar donde se escondía y me detuvieron, mandó a mover del lugar la mitad del movimiento clandestino en Santiago”. Por supuesto, exageraba en la broma, a lo cual contestó el visitante, quien había sido combatiente de la lucha contra el fascismo en su país: “Eso está correcto, porque no se sabe hasta dónde puede resistir un combatiente sometido a torturas. Esas son reglas”, comentó lacónicamente.
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Tomado de la obra autobiográfica:
MEMORIAS DEL COMANDANTE ANÍBAL.
Imborrables recuerdos. BELARMINO CASTILLA MAS.
Paginas105-110
Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 1999.
Ciudadanos y medios INTACHABLES: no entran en un tacho de basura.
¿ QUÉ TIENEN EN COMUN ?
Ambito Financiero, diario Clarín, La Nación, Adelina Dalesio de Viola, Baby Echecopar, Chiche Gelblung, Ernestina Herrera De Noble, González Oro, Hadad, Feinman, Lage, Micaela Hierro Dori , Jorge Lanata, Manzano, Mariano Grondona, Mario Markic, Mirta Legrand, Nelson Castro, Openheimer, Petinato, Rolando Hanglin, Susana Gimenez, Gerardo Sofovich, Pepe Eliaschev, Julio Bárbaro, Leuco (padre) Chiche Duhalde, Jorge Giacobbe, Felipe Solá, Beatriz Sarlo, Joaquín Morales Solá, Juan Sebrelli, Salvia, Mauro Viale, Tenenbaun, Majul, Pablo Docimo, Santiago del Moro y algunos otros. Aunque “siniestro” es sinónimo de izquierda, entre estos comunicadores sociales, medios y personajes políticos hay algunos de derecha (diestra). Eso sí, todos coinciden siniestramente en denostar con fruicción a las Revoluciónes cubana, venezolana, boliviana, ecuatoriana y frotarse con los Fondos Buitres. Son soldados del colonialismo.