foto : Froilán González cubano doctor en Leyes escritor, biógrafo del Che Guevara,
foto Adys Cupull periodista, escritora, patriota, biógrafa del Che Guevara
EL DEBER ES CONTINUAR
Por Adys Cupull y Froilán González
"No son inútiles la verdad y la ternura".
José Martí
Han transcurrido ocho años y las inicuas leyes de los Estados Unidos no han permitido a Olga Salanueva y Adriana Pérez O´Connor llegar hasta las cárceles donde sus esposos, René González y Gerardo Hernández, guardan injusta prisión.
Ellas, de nobleza e intachable moral, han amado, aman y respetan la vida de todos los que habitamos este planeta. Ante la negación, son millones las personas que se conmueven. Han castigado a Olga y Adriana, ¿por qué justicia, por qué razón?
Por ninguna.
Por esa sinrazón, y por esa injusticia, pedimos a las autoridad que corresponde en los Estados Unidos, que le sean concedidas las visas norteamericanas para entrar a ese país, que no sean detenidas cuando lleguen al aeropuerto, que sean tratadas con el respeto que merecen las personas honestas que quieren al pueblo de Lincoln.
Es imposible olvidar que en el año 2002 a pesar de habérsele otorgado la visa norteamericana a Adriana, no se le permitió entrar al territorio de los Estados Unidos, cuando llegó al aeropuerto de Houston, Texas, fue detenida, aislada, se le incautó su pasaporte, fotografiada, fichada, y sometida a ilegales interrogatorios, hasta la expulsión sin justificación alguna.
Penosa y lamentable actuación.
Sancionar el amor es más que terrorismo, dijo la maestra Andrea Iznaga. Y afirmó: Todo el mundo, y fundamentalmente las mujeres tenemos el deber de defender el derecho de Olga y Adriana, a pedir a las autoridades judiciales de los Estados Unidos que sea analizada esta injusticia.
Por otra parte, Katina Casas, licenciada en Historia, señaló que con esa acción se demuestra una vez más que no hay democracia en los Estados Unidos. Las sanciones, conciernen solamente a las personas que son juzgadas, en ningún país se castiga a los familiares del encarcelado. Si Olga y Adriana, no pueden ver a sus compañeros en las prisiones, es una muestra más, reiteró, de que allí no existe una verdadera democracia. Violan los derechos a la vida, al amor.
Sara Inés Fernández, historiadora, enfatizó: En los dos casos, tanto en el de Olga como en el de Adriana, la negativa es la expresión que revela y delata todo el proceso sucio y de crueldad. Lleno de temor está el imperialismo, que tiene que apelar a un proceso tan bajo e inhumano. No le basta tener a los prisioneros, intenta de esta forma, doblegar la entereza y firmeza de sus familiares y de ellos, que ni antes del juicio, ni después, los han podido humillar.
Mercedes Robaina, licenciada en Economía, señaló que es una acción criminal. Es increíble que personas de esta era realicen tales torturas. No permitir que Olga y Adriana visiten a sus esposos en la prisión es una tortura despiadada, monstruosa.
La Señora de los Cuentos, Premio Iberoamericano, Medalla al Mérito en la Oralidad, Haydeé Arteaga, explicó que ninguna sociedad tiene derecho a castigar el amor, por odio, por maldad , prohibirle a Olga y Adriana que visiten a René y Gerardo en las prisiones, es algo arbitrario, algo que va contra todas las leyes.
No se debe dejar de luchar, seguiremos luchando hasta lograr que las autoridades de Estados Unidos deroguen esa sanción injusta. Sus vidas forman parte de la historia y la narrativa de un pueblo que no se somete al Imperio y que denuncia al terrorismo que durante más de cuarenta años ha empredido contra Cuba".
Ningún hombre y mujer sensible olvida el acto terrorista a la nave de Cubana de Aviación, ni la protección que le da el Gobierno de Estados Unidos al autor de ese y otros crímenes: Luis Posada Carriles.
¿Dónde la Justicia de Norteamérica? ¿Dónde?
Con las palabras de José Martí cuando escribió la última carta a su madre el 25 de marzo de 1895, cerramos este taller digital, anotó: No son inútiles la verdad y la ternura.
Nosotros también continuaremos con la verdad y la ternura junto a Adriana y Olga para que se alce ante la injusticia, la ley redentora desde los corazones más limpios y puros del sufrido pueblo del Norte.
sábado, 27 de junio de 2009
Real lavado dinero Madrid hambre compro pobreza lineman vendo desnutrición árbitro alquilo mortalidad infantil entrenador vacunas
castigado por complicidad el Rey de Oros malhabidos
Agencia Walsh de Argentina
Millones de niños hambrientos y enfermos sin esperanza alguna
¡¡Hagan la Ola !! agiten banderas con la calavera y dos tibias cruzadas.
Hinchas, hambre, tifosi, dengue, simpatizantes, mortalidad infantil, hooligans, muerte.
(AW) ¿Cuántos litros de leche, paquetes de azúcar y de fideos se pueden comprar en la Argentina con el dinero que Real Madrid gastó para contratar al portugués Cristian Ronaldo?
Buenos Aires (Agencia Walsh). La transferencia del portugués Cristiano Ronaldo del Manchester United británico al Real Madrid de España es la más costosa de la historia del fútbol.
Por el pase, el club de la capital ibérica pagó 93 millones de euros, el equivalente a 172 millones de pesos, según la cotización de la moneda al momento de la operación. La dirigencia de la entidad madrileña, además, prometió al jugador pagarle un salario anual de 13 millones de euros, y para evitar que otro intente llevárselo (como si fuera cosa fácil), impondría una cláusula de rescisión de 1.000 millones de euros.
Además de impensable, resulta difícil imaginarse esa suma. Pero intentemos ponerla en ejemplos.
Con los billetes que tendríamos que juntar para que Ronaldo deje ya mismo Real Madrid podríamos comprar 2.160 millones de litros de leche entera en sachet; 2.713 millones de kilos de azúcar; y 1.255 millones de paquetes de fideos de primera marca. Abandonemos las góndolas del supermercado y vayamos a otros números.
Los 5.400.000.000 de pesos que utilizaríamos para comprar al volante portugués (sin contar el nuevo contrato) servirían para pagar 7.012.000 jubilaciones mínimas (770 pesos), 36 millones de planes sociales (150 pesos) y 5.394.000 canastas básicas de alimentos (1.001 pesos según el INDEK, claro). Las últimas cifras quitan las palabras del cerebro, ¿no?
La dirigencia de Real Madrid espera recuperar en pocos meses la inversión en el futbolista que, si el seleccionado luso mantiene la actual campaña en las eliminatorias europeas, no jugará el Mundial de Sudáfrica 2010.
Una semana antes de sacudir el mercado de finanzas internacional (más allá del fútbol, inclusive), el club español había comprado al brasileño Kaká a Milan por 65 millones de euros, la misma cifra que un lustro antes había pagado por el francés Zinedine Zidane, hasta ese momento protagonista del pase más caro de la historia. Para no ser menos, una consultora europea aseguró que para adquirir el pase de Lionel Messi habría que pagar 117 millones de euros.
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) difundió días atrás que cuando comience 2010, el año del Mundial, habrá más de 1.000 millones de personas con desnutrición en el planeta. Para esa época, Real Madrid espera dar la vuelta olímpica por la que tanto gastó.
Agencia Walsh de Argentina
Millones de niños hambrientos y enfermos sin esperanza alguna
¡¡Hagan la Ola !! agiten banderas con la calavera y dos tibias cruzadas.
Hinchas, hambre, tifosi, dengue, simpatizantes, mortalidad infantil, hooligans, muerte.
(AW) ¿Cuántos litros de leche, paquetes de azúcar y de fideos se pueden comprar en la Argentina con el dinero que Real Madrid gastó para contratar al portugués Cristian Ronaldo?
Buenos Aires (Agencia Walsh). La transferencia del portugués Cristiano Ronaldo del Manchester United británico al Real Madrid de España es la más costosa de la historia del fútbol.
Por el pase, el club de la capital ibérica pagó 93 millones de euros, el equivalente a 172 millones de pesos, según la cotización de la moneda al momento de la operación. La dirigencia de la entidad madrileña, además, prometió al jugador pagarle un salario anual de 13 millones de euros, y para evitar que otro intente llevárselo (como si fuera cosa fácil), impondría una cláusula de rescisión de 1.000 millones de euros.
Además de impensable, resulta difícil imaginarse esa suma. Pero intentemos ponerla en ejemplos.
Con los billetes que tendríamos que juntar para que Ronaldo deje ya mismo Real Madrid podríamos comprar 2.160 millones de litros de leche entera en sachet; 2.713 millones de kilos de azúcar; y 1.255 millones de paquetes de fideos de primera marca. Abandonemos las góndolas del supermercado y vayamos a otros números.
Los 5.400.000.000 de pesos que utilizaríamos para comprar al volante portugués (sin contar el nuevo contrato) servirían para pagar 7.012.000 jubilaciones mínimas (770 pesos), 36 millones de planes sociales (150 pesos) y 5.394.000 canastas básicas de alimentos (1.001 pesos según el INDEK, claro). Las últimas cifras quitan las palabras del cerebro, ¿no?
La dirigencia de Real Madrid espera recuperar en pocos meses la inversión en el futbolista que, si el seleccionado luso mantiene la actual campaña en las eliminatorias europeas, no jugará el Mundial de Sudáfrica 2010.
Una semana antes de sacudir el mercado de finanzas internacional (más allá del fútbol, inclusive), el club español había comprado al brasileño Kaká a Milan por 65 millones de euros, la misma cifra que un lustro antes había pagado por el francés Zinedine Zidane, hasta ese momento protagonista del pase más caro de la historia. Para no ser menos, una consultora europea aseguró que para adquirir el pase de Lionel Messi habría que pagar 117 millones de euros.
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) difundió días atrás que cuando comience 2010, el año del Mundial, habrá más de 1.000 millones de personas con desnutrición en el planeta. Para esa época, Real Madrid espera dar la vuelta olímpica por la que tanto gastó.
Rugby Nelson negro Mandela Morné blanco du Plessis afrikáners Die Stem Springboks Nkosi Sikelele iAfrika CNA xhosa Nueva Zelanda Che Guevara rugbier
Ernesto Che Guevara ex rugbier libertador de Mandela y erradicador del apartheid
Salvar una nación
(AW) En su libro "El factor humano", el periodista John Carlin recuerda el rol que cumplió Nelson Mandela frente al Mundial de Rugby disputado en Sudáfrica de 1987, que sirvió para reconciliar a blancos y negros. Reproducimos un fragmento del relato.
Buenos Aires (Agencia Walsh). “El día en que Nelson Mandela fue liberado, tras 27 años de cárcel, Morné du Plessis dudó si ir a la Grand Parade, la plaza abierta de Ciudad del Cabo en la que el preso más famoso del mundo debía pronunciar su primer discurso como hombre libre. Finalmente decidió que sí, iría.
Du Plessis era seguramente el más alto de las decenas de miles de personas reunidas en la Parade aquel 11 de febrero de 1990. Era uno de los personajes más famosos de aquella multitud -desde luego, el blanco más célebre: había sido capitán de los Springboks, la selección surafricana de rugby, y ahora era su manager. Durante los nueve años que jugó en la selección fue un héroe nacional afrikáner y, como tal, la expresión más visible de la opresión racial que simbolizaba la camiseta verde de los Springboks para los surafricanos negros. A diferencia de algunos de sus compañeros de equipo, había sido capaz de verlo, aunque había optado, con cierta mala conciencia, por no expresar sus opiniones.
Por eso no fue demasiado sorprendente que un hombre negro, aparentemente borracho, se acercara a él esa tarde, le insultara y le dijera que se fuera, que aquélla era una ceremonia en la que él no pintaba nada. "Pero lo que me impresionó no fue la actitud amenazante de aquel tipo", recordó Du Plessis. "Fue el hecho de que otro negro se apresuró a amonestarle. Entonces se unieron otros, enfadados porque me hubiera tratado así, y se lo llevaron".
Era gente pobre que hablaba en xhosa, la lengua de Mandela, pero Du Plessis comprendió que tenían la sutileza política suficiente para saber que, a cuantos más blancos pudiera convencerse de participar en las celebraciones de la liberación de Mandela, mejor para todos.
Du Plessis fue a la Parade porque albergaba la esperanza de que la liberación de Mandela curara un país que había estado enfermo durante mucho tiempo y que en 1990 contenía todos los elementos para una guerra civil.
Sus esperanzas se cumplirían, y Du Plessis llegó cinco años más tarde a descubrir que desempeñaría un papel clave en el plan magistral de Mandela de transformar un símbolo de división en un instrumento unificador, en usar el rugby como el bálsamo para la reconciliación de blancos y negros bajo el eslogan "Un equipo, un país".
El gran acto de generosidad de Mandela fue llevar el torneo de la Copa del Mundo de rugby a Suráfrica, emocionando a los afrikáners que no habían podido ver rugby de primer nivel a causa del boicoteo internacional a los Springboks en la década de los ochenta. La genialidad de Du Plessis fue convencer a los Boks para que aprendieran un himno de resistencia negra que para muchos blancos surafricanos era una expresión amenazante de la vasta marea negra que podía alzarse y devorarlos.
En los partidos de los Springboks, la muchedumbre afrikáner siempre entonaba como un grito de guerra el himno Die Stem (la llamada), cuya letra celebra los triunfos de los bóers cuando avanzaron en sus carretas hacia el norte en la Gran Marcha de mediados del siglo XIX, durante la que fueron apropiándose de las tierras de los negros por el camino.
La respuesta negra era el Nkosi Sikelele iAfrika (Dios bendiga a África), la sentida expresión de un pueblo que había sufrido durante largos años y anhelaba la libertad. En los años del apartheid, a menudo provocaba la intervención violenta de la policía cuando se cantaba con tono desafiante.
Mandela contradijo al comité ejecutivo de su Congreso Nacional Africano (CNA) cuando éste quiso reemplazar el Die Stem por el Nkosi Sikelele como himno nacional, en un momento en el que había gran tensión política y existían temores de un golpe de extremistas blancos. Mandela expuso su punto de vista. "Esta canción que despacháis con tanta facilidad contiene las emociones de muchas personas a las que todavía no representáis. De un plumazo, decidiríais destruir la única base de lo que estamos construyendo: la reconciliación".
Las dos canciones se convirtieron en los himnos cooficiales; pero en la toma de posesión de Mandela como presidente, en 1994, pocas voces blancas cantaron el Nkosi Sikelele. Du Plessis decidió que sus hombres podían hacerlo mejor.
Mandela y él tenían una misma misión imposible: convencer a los negros de que ejecutaran un vuelco histórico y apoyaran a los Boks. Mandela estaba realizando la labor que le correspondía dentro del CNA, transmitiendo el mensaje a su gente de que "ellos" eran ya "nosotros". Du Plessis sabía que las consecuencias podían ser terribles si, antes de cada partido de la Copa del Mundo, la gente veía a los Springboks cantando la letra de Die Stem en afrikáans y en inglés con entusiasmo, pero no la del Nkosi Sikelele.
Du Plessis no había hablado de política con ninguno de los jugadores, pero no tenía motivos para creer que fueran otra cosa que los típicos votantes del Partido Nacional, que había impuesto el apartheid durante casi medio siglo con la ignorancia y los prejuicios que eso entrañaba.
"Teníamos a algunos afrikáners de pura cepa, y el himno [el Nkosi Sikelele] estaba en xhosa, que era la lengua del que, para muchos surafricanos blancos, había sido el enemigo. Era duro pedir a estos chicos que cantaran una canción que tenía esas connotaciones". Y era duro enseñarles a pronunciar las palabras en xhosa. Dos de los jugadores de la plantilla lo hablaban un poco, los 24 jugadores restantes no tenían ni idea.
Por suerte, Du Plessis tenía una amiga que podía ayudar, una vecina suya en Ciudad del Cabo llamada Anne Munnik. Era una mujer blanca de treinta y tantos años, esbelta, atractiva y vivaz, de habla inglesa, que se ganaba la vida enseñando xhosa. Se quedó estupefacta cuando Du Plessis le sugirió que diera una clase a los Boks para enseñarles a cantar el Nkosi Sikelele. ¿Cómo reaccionarían?
Munnik pensó en algunos de sus nombres guturales, típicos del afrikáner (Kobus Wiese, Balie Swart, Os du Randt, Ruben Kruger, Hannes Strydom, Joost van der Westhuizen, Hennie le Roux), y tenía la sensación de que, desde el punto de vista político, también debían de tener más en común con la extrema derecha que con el CNA, con Die Stem que con el Nkosi Sikelele. Con serias reservas, aceptó.
Quedaron una tarde de la tercera semana de mayo de 1995 en el hotel de Ciudad del Cabo en el que se alojaba el equipo durante los preparativos para el primer partido de la Copa contra los campeones del mundo, los australianos, para el que faltaban pocos días. Du Plessis, una torre al lado de la menuda profesora, la presentó como una vieja amiga. Los jugadores reaccionaron como adolescentes. Codazos, guiños, gestos de complicidad.
"Cuando Morné dijo que había estado en mi granja varias veces no hubo más que hablar", recordaba Anne Munnik. "Todo fue 'oh', y 'ah', y risitas, y carcajadas, e insinuaciones, y empezaron a tomarnos el pelo".
Pero sin mala intención. Era aficionada al rugby, pero nada de lo que había visto en televisión la había preparado para el tamaño de aquellos hombres en carne y hueso. Wiese y Strydom medían 1,93 metros y pesaban 125 kilos; Swart medía casi ocho centímetros menos, pero era tan ancho como la puerta de un establo.
Dio a cada jugador una hoja de papel con la letra de la canción y les hizo leerla, repitiendo las palabras más difíciles e intentando reproducir los sonidos chasqueantes del xhosa, casi imposibles para personas que no los hubieran aprendido desde niños. "Luego, cuando llegó el momento de cantar", contaba, aún sorprendida, años más tarde, "lo hicieron con mucho sentimiento". Kobus, Wiese y Strydom tenían talento natural. Wiese (pronunciado Vise) era uno de los payasos del equipo y un hombre cuya agudeza mental parecía impropia de su tamaño, pero nadie habría podido acusarlo nunca de ser progresista. La liberación de Mandela, según reconocía él mismo, le había dejado frío.
Wiese se asombró al ver con qué rapidez la música del Nkosi Sikelele, desde la primera vez que cantó el himno, había eliminado de un plumazo los escrúpulos políticos. "Había oído la canción, por supuesto", contaba. "Había visto en televisión esas masas enormes de negros desfilando, cantando y bailando por las calles con palos y neumáticos en llamas; les había visto arrojar piedras e incendiar casas. Y siempre se oía el Nkosi Sikelele iAfrika de fondo. Para mí, y prácticamente para todos los que conocía, el himno era sinónimo de swart gevaar, el peligro negro. Pero el caso es que me gusta mucho cantar. Siempre me ha gustado. Y de pronto descubrí, para mi asombro, que estaba atrapado en el canto, que era una melodía preciosa.
François Pienaar, el capitán, que había conocido a Mandela un año antes y había quedado cautivado, se unió al grupo con buena voluntad, pero le costaba muchísimo la pronunciación de las palabras y tenía la canción en sí menos presente -"pocos de nosotros conocíamos ni siquiera la melodía, la verdad"- que Wiese, con toda su falta de progresismo.
(...) Hennie le Roux, uno de los miembros más solemnes del grupo, se dedicó con gran aplicación a las lecciones de Anne Munnik. Era tan poco político como los demás, pero tenía ya muy clara la necesidad nacional de aprender el Nkosi Sikelele. Lo había comprendido, como otros Springboks, a su llegada al hotel de Ciudad de El Cabo unos días antes, cuando el personal, en su mayoría negro, salió a recibirles en el vestíbulo. "Nos recibieron cantando, bailando y celebrando, felices de vernos, muy acogedores. Fue algo que no habíamos visto nunca en nuestras carreras, unos negros ahí delante, saludándonos con tanto entusiasmo como el que nos mostraban las muchedumbres de aficionados blancos más enloquecidos. Fue un gran momento para todos nosotros".
James Small lo decía de forma más directa. "Nos miramos entre nosotros y pensamos: ¡Joder, aquí está pasando algo!" Para Le Roux, ése fue el momento en el que comprendió que tenía que poner algo de su parte. "Si ellos estaban tan dispuestos a estar a nuestro lado, lo menos que podíamos hacer nosotros era un esfuerzo para aprender su canto".
Munnik estaba a punto de acabar la clase cuando los tres jugadores más grandotes del equipo, Wiese, Strydom y Swart, alzaron la mano: ¿Podían cantar el himno una vez más, ellos tres solos? "Dije: '¡Por supuesto! Y empezaron a cantar, como tres niños de coro gigantes, primero en voz baja, subiendo hasta las notas más altas. ¡Lo cantaron de forma tan hermosa! Los demás jugadores se quedaron boquiabiertos. No hubo risas ni bromas. Simplemente los miraron".
Para los tres gigantes, cantar aquella canción tuvo el poder de una epifanía. "¡Allí se quedó mi inocente ignorancia, hecha añicos!", exclamaba Wiese. "Cuando aprendí la letra de aquel canto se me abrieron las puertas. Desde entonces, cada vez que oigo a un grupo de negros cantando el Nkosi Sikelele... es deslumbrante, tío. Es precioso".
El equipo cantó el Nkosi Sikelele en el partido inaugural contra Australia, y en cada partido mientras iban camino hacia la final. Pero cuando llegaron a la final contra Nueva Zelanda, Pienaar, el capitán de los Springboks, se quedó mudo. "No pude cantar el himno", reconoció. "No me atreví". Había querido desesperadamente estar a la altura de la ocasión, ser un ejemplo, no decepcionar a Mandela. Había visualizado la escena una y otra vez en su cabeza. Sin embargo, cuando llegó el momento, cuando los dos equipos se pusieron en fila a un lado del campo, antes del partido, y la banda tocó los primeros compases del Nkosi Sikelele, no fue capaz de abrir la boca. (...) Dos horas después probó el sabor de la victoria. Ante el júbilo de toda una nación, los Springboks ganaron el partido y se coronaron campeones del mundo.
AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH
Salvar una nación
(AW) En su libro "El factor humano", el periodista John Carlin recuerda el rol que cumplió Nelson Mandela frente al Mundial de Rugby disputado en Sudáfrica de 1987, que sirvió para reconciliar a blancos y negros. Reproducimos un fragmento del relato.
Buenos Aires (Agencia Walsh). “El día en que Nelson Mandela fue liberado, tras 27 años de cárcel, Morné du Plessis dudó si ir a la Grand Parade, la plaza abierta de Ciudad del Cabo en la que el preso más famoso del mundo debía pronunciar su primer discurso como hombre libre. Finalmente decidió que sí, iría.
Du Plessis era seguramente el más alto de las decenas de miles de personas reunidas en la Parade aquel 11 de febrero de 1990. Era uno de los personajes más famosos de aquella multitud -desde luego, el blanco más célebre: había sido capitán de los Springboks, la selección surafricana de rugby, y ahora era su manager. Durante los nueve años que jugó en la selección fue un héroe nacional afrikáner y, como tal, la expresión más visible de la opresión racial que simbolizaba la camiseta verde de los Springboks para los surafricanos negros. A diferencia de algunos de sus compañeros de equipo, había sido capaz de verlo, aunque había optado, con cierta mala conciencia, por no expresar sus opiniones.
Por eso no fue demasiado sorprendente que un hombre negro, aparentemente borracho, se acercara a él esa tarde, le insultara y le dijera que se fuera, que aquélla era una ceremonia en la que él no pintaba nada. "Pero lo que me impresionó no fue la actitud amenazante de aquel tipo", recordó Du Plessis. "Fue el hecho de que otro negro se apresuró a amonestarle. Entonces se unieron otros, enfadados porque me hubiera tratado así, y se lo llevaron".
Era gente pobre que hablaba en xhosa, la lengua de Mandela, pero Du Plessis comprendió que tenían la sutileza política suficiente para saber que, a cuantos más blancos pudiera convencerse de participar en las celebraciones de la liberación de Mandela, mejor para todos.
Du Plessis fue a la Parade porque albergaba la esperanza de que la liberación de Mandela curara un país que había estado enfermo durante mucho tiempo y que en 1990 contenía todos los elementos para una guerra civil.
Sus esperanzas se cumplirían, y Du Plessis llegó cinco años más tarde a descubrir que desempeñaría un papel clave en el plan magistral de Mandela de transformar un símbolo de división en un instrumento unificador, en usar el rugby como el bálsamo para la reconciliación de blancos y negros bajo el eslogan "Un equipo, un país".
El gran acto de generosidad de Mandela fue llevar el torneo de la Copa del Mundo de rugby a Suráfrica, emocionando a los afrikáners que no habían podido ver rugby de primer nivel a causa del boicoteo internacional a los Springboks en la década de los ochenta. La genialidad de Du Plessis fue convencer a los Boks para que aprendieran un himno de resistencia negra que para muchos blancos surafricanos era una expresión amenazante de la vasta marea negra que podía alzarse y devorarlos.
En los partidos de los Springboks, la muchedumbre afrikáner siempre entonaba como un grito de guerra el himno Die Stem (la llamada), cuya letra celebra los triunfos de los bóers cuando avanzaron en sus carretas hacia el norte en la Gran Marcha de mediados del siglo XIX, durante la que fueron apropiándose de las tierras de los negros por el camino.
La respuesta negra era el Nkosi Sikelele iAfrika (Dios bendiga a África), la sentida expresión de un pueblo que había sufrido durante largos años y anhelaba la libertad. En los años del apartheid, a menudo provocaba la intervención violenta de la policía cuando se cantaba con tono desafiante.
Mandela contradijo al comité ejecutivo de su Congreso Nacional Africano (CNA) cuando éste quiso reemplazar el Die Stem por el Nkosi Sikelele como himno nacional, en un momento en el que había gran tensión política y existían temores de un golpe de extremistas blancos. Mandela expuso su punto de vista. "Esta canción que despacháis con tanta facilidad contiene las emociones de muchas personas a las que todavía no representáis. De un plumazo, decidiríais destruir la única base de lo que estamos construyendo: la reconciliación".
Las dos canciones se convirtieron en los himnos cooficiales; pero en la toma de posesión de Mandela como presidente, en 1994, pocas voces blancas cantaron el Nkosi Sikelele. Du Plessis decidió que sus hombres podían hacerlo mejor.
Mandela y él tenían una misma misión imposible: convencer a los negros de que ejecutaran un vuelco histórico y apoyaran a los Boks. Mandela estaba realizando la labor que le correspondía dentro del CNA, transmitiendo el mensaje a su gente de que "ellos" eran ya "nosotros". Du Plessis sabía que las consecuencias podían ser terribles si, antes de cada partido de la Copa del Mundo, la gente veía a los Springboks cantando la letra de Die Stem en afrikáans y en inglés con entusiasmo, pero no la del Nkosi Sikelele.
Du Plessis no había hablado de política con ninguno de los jugadores, pero no tenía motivos para creer que fueran otra cosa que los típicos votantes del Partido Nacional, que había impuesto el apartheid durante casi medio siglo con la ignorancia y los prejuicios que eso entrañaba.
"Teníamos a algunos afrikáners de pura cepa, y el himno [el Nkosi Sikelele] estaba en xhosa, que era la lengua del que, para muchos surafricanos blancos, había sido el enemigo. Era duro pedir a estos chicos que cantaran una canción que tenía esas connotaciones". Y era duro enseñarles a pronunciar las palabras en xhosa. Dos de los jugadores de la plantilla lo hablaban un poco, los 24 jugadores restantes no tenían ni idea.
Por suerte, Du Plessis tenía una amiga que podía ayudar, una vecina suya en Ciudad del Cabo llamada Anne Munnik. Era una mujer blanca de treinta y tantos años, esbelta, atractiva y vivaz, de habla inglesa, que se ganaba la vida enseñando xhosa. Se quedó estupefacta cuando Du Plessis le sugirió que diera una clase a los Boks para enseñarles a cantar el Nkosi Sikelele. ¿Cómo reaccionarían?
Munnik pensó en algunos de sus nombres guturales, típicos del afrikáner (Kobus Wiese, Balie Swart, Os du Randt, Ruben Kruger, Hannes Strydom, Joost van der Westhuizen, Hennie le Roux), y tenía la sensación de que, desde el punto de vista político, también debían de tener más en común con la extrema derecha que con el CNA, con Die Stem que con el Nkosi Sikelele. Con serias reservas, aceptó.
Quedaron una tarde de la tercera semana de mayo de 1995 en el hotel de Ciudad del Cabo en el que se alojaba el equipo durante los preparativos para el primer partido de la Copa contra los campeones del mundo, los australianos, para el que faltaban pocos días. Du Plessis, una torre al lado de la menuda profesora, la presentó como una vieja amiga. Los jugadores reaccionaron como adolescentes. Codazos, guiños, gestos de complicidad.
"Cuando Morné dijo que había estado en mi granja varias veces no hubo más que hablar", recordaba Anne Munnik. "Todo fue 'oh', y 'ah', y risitas, y carcajadas, e insinuaciones, y empezaron a tomarnos el pelo".
Pero sin mala intención. Era aficionada al rugby, pero nada de lo que había visto en televisión la había preparado para el tamaño de aquellos hombres en carne y hueso. Wiese y Strydom medían 1,93 metros y pesaban 125 kilos; Swart medía casi ocho centímetros menos, pero era tan ancho como la puerta de un establo.
Dio a cada jugador una hoja de papel con la letra de la canción y les hizo leerla, repitiendo las palabras más difíciles e intentando reproducir los sonidos chasqueantes del xhosa, casi imposibles para personas que no los hubieran aprendido desde niños. "Luego, cuando llegó el momento de cantar", contaba, aún sorprendida, años más tarde, "lo hicieron con mucho sentimiento". Kobus, Wiese y Strydom tenían talento natural. Wiese (pronunciado Vise) era uno de los payasos del equipo y un hombre cuya agudeza mental parecía impropia de su tamaño, pero nadie habría podido acusarlo nunca de ser progresista. La liberación de Mandela, según reconocía él mismo, le había dejado frío.
Wiese se asombró al ver con qué rapidez la música del Nkosi Sikelele, desde la primera vez que cantó el himno, había eliminado de un plumazo los escrúpulos políticos. "Había oído la canción, por supuesto", contaba. "Había visto en televisión esas masas enormes de negros desfilando, cantando y bailando por las calles con palos y neumáticos en llamas; les había visto arrojar piedras e incendiar casas. Y siempre se oía el Nkosi Sikelele iAfrika de fondo. Para mí, y prácticamente para todos los que conocía, el himno era sinónimo de swart gevaar, el peligro negro. Pero el caso es que me gusta mucho cantar. Siempre me ha gustado. Y de pronto descubrí, para mi asombro, que estaba atrapado en el canto, que era una melodía preciosa.
François Pienaar, el capitán, que había conocido a Mandela un año antes y había quedado cautivado, se unió al grupo con buena voluntad, pero le costaba muchísimo la pronunciación de las palabras y tenía la canción en sí menos presente -"pocos de nosotros conocíamos ni siquiera la melodía, la verdad"- que Wiese, con toda su falta de progresismo.
(...) Hennie le Roux, uno de los miembros más solemnes del grupo, se dedicó con gran aplicación a las lecciones de Anne Munnik. Era tan poco político como los demás, pero tenía ya muy clara la necesidad nacional de aprender el Nkosi Sikelele. Lo había comprendido, como otros Springboks, a su llegada al hotel de Ciudad de El Cabo unos días antes, cuando el personal, en su mayoría negro, salió a recibirles en el vestíbulo. "Nos recibieron cantando, bailando y celebrando, felices de vernos, muy acogedores. Fue algo que no habíamos visto nunca en nuestras carreras, unos negros ahí delante, saludándonos con tanto entusiasmo como el que nos mostraban las muchedumbres de aficionados blancos más enloquecidos. Fue un gran momento para todos nosotros".
James Small lo decía de forma más directa. "Nos miramos entre nosotros y pensamos: ¡Joder, aquí está pasando algo!" Para Le Roux, ése fue el momento en el que comprendió que tenía que poner algo de su parte. "Si ellos estaban tan dispuestos a estar a nuestro lado, lo menos que podíamos hacer nosotros era un esfuerzo para aprender su canto".
Munnik estaba a punto de acabar la clase cuando los tres jugadores más grandotes del equipo, Wiese, Strydom y Swart, alzaron la mano: ¿Podían cantar el himno una vez más, ellos tres solos? "Dije: '¡Por supuesto! Y empezaron a cantar, como tres niños de coro gigantes, primero en voz baja, subiendo hasta las notas más altas. ¡Lo cantaron de forma tan hermosa! Los demás jugadores se quedaron boquiabiertos. No hubo risas ni bromas. Simplemente los miraron".
Para los tres gigantes, cantar aquella canción tuvo el poder de una epifanía. "¡Allí se quedó mi inocente ignorancia, hecha añicos!", exclamaba Wiese. "Cuando aprendí la letra de aquel canto se me abrieron las puertas. Desde entonces, cada vez que oigo a un grupo de negros cantando el Nkosi Sikelele... es deslumbrante, tío. Es precioso".
El equipo cantó el Nkosi Sikelele en el partido inaugural contra Australia, y en cada partido mientras iban camino hacia la final. Pero cuando llegaron a la final contra Nueva Zelanda, Pienaar, el capitán de los Springboks, se quedó mudo. "No pude cantar el himno", reconoció. "No me atreví". Había querido desesperadamente estar a la altura de la ocasión, ser un ejemplo, no decepcionar a Mandela. Había visualizado la escena una y otra vez en su cabeza. Sin embargo, cuando llegó el momento, cuando los dos equipos se pusieron en fila a un lado del campo, antes del partido, y la banda tocó los primeros compases del Nkosi Sikelele, no fue capaz de abrir la boca. (...) Dos horas después probó el sabor de la victoria. Ante el júbilo de toda una nación, los Springboks ganaron el partido y se coronaron campeones del mundo.
AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH
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