sábado, 18 de octubre de 2008




















El sueño

Por Nuria Barbosa León

Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba


Tengo 12 años, nací y vivo en Bolivia, en la comunidad rural de Lajas, al norte de La Paz. Mi mamá cultiva la tierra y mi papá es maestro de una escuela distante porque en mi pueblo no hay. Nosotros hemos estudiado gracias a la insistencia de mi padre, todo el tiempo habla de historia y de letras. El fue quien llegó con la noticia de las ofertas de becas en la embajada de Cuba para estudiar medicina.

Mi hermana Liliana, con su timidez a cuestas, categóricamente dijo que ella se iría. De forma callada, tal como somos los indígenas Aymara, hizo las averiguaciones y se anotó. De pronto dio sus exámenes, luego fue citada y mis padres reunieron a mis tíos y abuelos para pedir la colaboración de todos y costear el viaje.

Recuerdo que fueron días intensos porque en mi casa no se hablaba otra cosa que no fuera Cuba. En ese momento conocí de una Isla en el Mar Caribe, o sea de una porción de tierra rodeada de mar. Yo me imaginaba el mar igualito al cielo. Nunca he visitado la costa y cada vez que alzo la vista, me parece que una isla es como una nube sin forma dentro de color azul celeste.

Mis papás se sentían orgullosos de su segunda hija que obtuvo una beca entre los miles que se presentaron. Ellos pagan la colegiatura de mi otra hermana mayor en la facultad de pedagogía y no tenían recursos para impulsar a Liliana en otra carrera universitaria, por lo que el orgullo se volvía alivio y tranquilidad. Pasó muy poco tiempo en la preparación del viaje, todos querían que Liliana se llevara algo y mi abuela trajo una manta y mi papá dijo que en Cuba el calor era terrible y yo que vivo en un lugar frío no me imagino el calor, por eso insistimos en que ella se llevara la manta porque en algún momento debe hacer frío.

Ella se llevó las abarcas, porque las sandalias si resisten el calor y todo tipo de clima. También mis tíos trajeron dulce de leche y así hicimos su jolongo. La despedimos en la casa con mucho llanto y sólo mi papá la acompañó al aeropuerto para no hacer muchos gastos. Mi mamá le recomendó que tomara mucha sopa y yo quería irme en un bolsillo de su chaqueta.

Mi hermana, Liliana, con su tez morena y su pelo lacio estudiando medicina. Seguro que la visten con una bata bien blanca, tal como la lleva los doctores, y destilando olor a cloro y alcohol como en los hospitales. Ella, sonriendo con sus dientes limpios y el hablar bajo para no ofender. La veo entre su timidez, cargada de libros y conversando de enfermedades con sus compañeros.

Las primeras cartas recibidas en casa, hablaban de la nostalgia y narraban los varios días sin comer porque no se adaptaba al arroz. Por eso mi madre la llamaba por teléfono una vez al mes para animarla y recordarle su promesa de regresar siendo médico. Luego vinieron las fotografías y vimos que ella estaba en un lugar muy lindo nombrado “ELAM” por sus siglas de Escuela Latinoamericana de Medicina. Que los edificios estaban pintados de azul y blanco y mi hermana convivía con muchachos de otros países con cultura diferente.

Hasta nos contó en una de sus cartas que hacían festivales culturales donde cada país mostraba sus vestuarios, comida, bailes y canciones. Ella se retrató bailando las danzas “Llamerada” y “Salaque”, esa que hacemos los aymara para rendir culto a la llama y para obtener mejores cosechas de papa. También nos dijo que jugaba fútbol y que se hacían competencias entre los chicos.

Quizás el momento más difícil fue cuando recibimos la noticia de su operación. Dijo que era una cecopexia, la palabra no se me olvida porque en Bolivia nunca se le descubrió que su colom no estaba fijado genéticamente. Dice que con una cirugía de mínimo acceso a través de una parascopía le hicieron la operación.

A todos nos sorprendió cuando nos contó que a partir se tercer año ella hacía guardia en los hospitales y tenía que brindar asistencia médica a uno o dos pacientes cubanos. Así nos fuimos enterando cómo aprendió a inyectar, a tomar presión, a medir temperatura y leer resultados de pruebas diagnósticas.

Ella nos contó de sus experiencias en los consultorios cubanos, de su paso por las asignaturas de pediatría, ginecología, medicina interna y psiquiatría. Entonces vino un día y nos dijo que su internado lo haría en la comunidad nuestra y rápidamente toda la familia nos movilizamos a preparar un local para que atendiera a nuestros hermanos.

Ella con una sonrisa y su bata blanca ya se va a recibir de médico. Yo sueño con una graduación donde una persona importante le entregue su título y ella, esté allí, junto a sus compañeros tomándose fotos.

Quizás este es un sueño de todos los aymaras, porque consultarse con un médico, años atrás, era un privilegio. Ahora está mi hermana y seguro que todos los indígenas seremos atendidos sin ser discriminados.

Tengo la certeza que los cubanos son solidarios porque Cuba está rodeada de mar, y el agua no tiene dueño. Así debemos ser las personas libres como el oceáno y cargados de sueños.

Che Guevara y su fraternal e incondicional amor con Fidel Castro Cuba y Argentina un alma que brilla entera NicolásGuillén Chaubloqueo Orlando Borrego


















Che y Fidel

Por Gabriel Molina, especial para Nuestra Propuesta

El año pasado, en ocasión del 40º aniversario de la muerte de Che Guevara, a pesar de que como director editorial del semanario Granma Internacional no me quedaba mucho tiempo para escribir, logré realizar un antiguo deseo de entrevistar a mi amigo Orlando Borrego, ex ministro de la Industria Azucarera, quien fue una de las personas más cercanas al héroe argentino-cubano.

Borrego me contó que cuando organizaban la totalidad de la industria cubana, vino de un viaje a la URSS con un portafolio de cuero, muy bueno, que le regaló Anastas Mikoyan, entonces viceprimer ministro soviético, y pensó regalárselo a Che, ³para que no pierda los papeles²

En esos momentos el comandante Guevara se desempeñaba como presidente del Banco Nacional. Voy a verlo al Banco ‹añade Borrego‹ y al final le doy el regalito y me dice: Yo no sabía que tú eras tan guatacón. Agarré el portafolio y me fui pensando: ¡Más nunca le regalo nada!².

³Es que Che tenía un peculiar sentido del humor, muy irónico. Cuando veía a alguien aguantándose la cabeza y pensando, le preguntaba: ¿Estás pensando?, y agregaba: Te va a doler la cabeza...¹ Me decía a veces por el intercomunicador: ¿Ogro, estás ahí? Otras veces, por mis reacciones a veces malhumoradas, me decía vinagre. Esos son rasgos del humor argentino.

Lo comprendí perfectamente, pues tenía vivencias parecidas, sobre las características del comandante Ernesto Che Guevara, desde que lo conocí en La Cabaña, a principios de 1959, donde unos días después le hice una entrevista para el diario Combate, en mi segundo encuentro con él, a principio de 1959. Poco después estaba yo sentado revisando un despacho en Prensa Latina, donde también trabajaba, y un ominoso silencio invadió la amplia redacción cuando se abrió la puerta que comunicaba con la dirección de esa agencia cubana de noticias. Las máquinas callaron al oírse la tronante voz de Che que dominó el ruido ambiente. Junto al director fundador de PL, Jorge Ricardo Masetti, me amenazaba con ¡Entrarme a tiros!

Todos los presentes se quedaron expectantes mientras yo permanecía atónito, de frente a él en el otro extremo de la sala. Me levanté preocupado y avancé hacia el Che, que también caminaba hacia mí enfundado en su eterno uniforme verde olivo.

Le pregunté por qué quería matarme y respondió, con la misma aparente indignación:

‹ Por lo que publicaste en el periódico.

Todos estábamos impresionados al ver así al legendario comandante. Ambos nos fuimos acercando mientras sentía aumentar la tensión, casi dramáticamente.

‹ ¿Dije algo falso?

Respondió que no y suavizando algo su rostro, añadió:

‹ Es que lo pusiste en un gran cintillo a todo lo ancho de la primera plana.

Para entonces ya estábamos frente a frente, uno junto al otro. Bajó la voz para que no lo oyeran, me puso una mano en el hombro y sonriendo expresó:

‹ Son cosas que el Jefe piensa, pero no puede decir ahora. Y alguien podría suponer que pienso distinto de él.

Respiré aliviado entonces. Era una forma humorística, a lo Che Guevara, de ratificar que cuando hablaba en la entrevista de unidad sin exclusiones, que fue mi titular, se refería bien a que no se podía excluir a los comunistas de la Revolución triunfante, como exigían algunos. Y que era ese también el criterio del jefe, de Fidel, como el tiempo demostró aunque, por razones tácticas, no podía expresarlo en esos polémicos primeros días de la Revolución.

³En efecto, él pensaba así, era así ‹comentó Borrego cuando se lo conté‹. Pero hay gente como ese Castañeda que se puso a hablar de que Che discrepaba con Fidel. Ciertamente, Che tenía un respeto absoluto por Fidel. Ten la seguridad. No sé cómo puede decirse otra cosa de un hombre tan sincero como el Che, quien aseguró que el último pensamiento de su vida sería para Fidel²

Después, cada vez que lo encontraba, casi invariablemente me decía algún chascarrillo y se iba. Tal vez el más significativo fue en el año 63 cuando llegaba de Argelia y en la pista del aeropuerto, al verme, me dijo con un tono entre airado e irónico:

‹ Te vas para Argelia.

Parece que mi rostro reflejó alguna perplejidad, porque el comandante Manuel Piñeiro, que venía a su lado, me espetó en su acostumbrado estilo:

‹ ¡¿Qué, estás apendejado?!

Mi estancia en Argelia como corresponsal, a partir de más o menos un mes después de esa tarde, fue una de las más interesantes, instructivas y plenas de mi vida. Entre otras cosas me convirtió en el primer corresponsal de guerra de la Revolución cubana en el exterior.