lunes, 16 de marzo de 2020

Crucero británico pasajeros con Corona Virus puede anclar en La Habana Cuba porque la Revolución es DE AMOR y SOLIDARIDAD museo Che Guevara de Buenos Aires Caballito Eladio Gonzalez toto Chaubloqueo




Declaración del MINREX



Cuba recibirá el crucero británico MS Braemar

Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba.

El pasado 13 de marzo el gobierno del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte solicitó a las autoridades cubanas el permiso de atraque en un puerto cubano del crucero MS Braemar, de la línea Fred Olsen, con un pequeño número de viajeros afectados por el nuevo coronavirus (SARS CoV 2/Covid-19), y su repatriación por vía aérea.

Ante la urgencia de la situación y el riesgo para la vida de las personas enfermas, el gobierno de Cuba ha decidido permitir el atraque de esta embarcación y adoptará las medidas sanitarias establecidas para recibir a todos los ciudadanos a bordo, bajo los protocolos establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Ministerio de Salud Pública de Cuba.

De conjunto con las autoridades británicas, se ha organizado que una vez que los cruceristas arriben a territorio nacional, se proceda al retorno seguro e inmediato de estos viajeros al Reino Unido en vuelos charter de compañías aéreas a ese país.

Son tiempos de solidaridad, de entender la salud como un derecho humano, de reforzar la cooperación internacional para hacer frente a nuestros desafíos comunes, valores que son inherentes a la práctica humanista de la Revolución y de nuestro pueblo.

Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba

La Habana, 16 de marzo de 2020.

Corona Virus segun San Roque cubano maratonista en Varadero museo Che Guevara de Buenos Aires Chaubloqueo Eladio González toto


CUBA   y  el  Corona Virus

Queridas amigas y amigos que están lejos;         

Les paso un avance de cómo vamos con la pandemia por aquí.

Ya deben saber que, hasta hoy, se han diagnosticado cuatro casos de Covid, tres italianos y un cubano. Todos bien y fuera de peligro. 

Ha habido más de doscientos (200) ingresados por sospecha. 

Hace 72 horas no ha habido ningún caso nuevo.

Hoy supimos que mañana debe llegar a Cuba un crucero británico que trae unos pasajeros y tripulantes enfermos para recibir atención en Cuba. 

Nadie querìa recibir el barco de marras: excepto Cuba.

Entre las medidas que se han puesto en práctica están:

1. Suspensión de los espectáculos y actividades públicas en espacios cerrados con más de 100 personas (se fue el cine, el teatro, etc.) 

2. Suspensión de actividades deportivas con participación internacional (en eso se fue mi Media Maratòn Internacional de Varadero, que iba a ser el día 29 de marzo, ya saben lo que me
frustra)

Aun no se suspenden las clases ni el trabajo (no hay evidencia que sugiera que deba hacerse ahora, ni que sea efectivo, y, sobre todo, dada las condiciones de envejecimiento demográfico de Cuba, si mandan a los niños para la casa, y estuvieran enfermos, lo más probable es que terminen contagiando a sus abuelos, para quienes la esperanza de vida, frente el covid, es más reducida)

No se ha decretado cierre de fronteras (esta medida, o no-medida, como la anterior; ha creado polémica, mal intencionada por algunos, ingenuas o desconocedoras por otras, y de buena fe por otros tantos.

En cualquier caso, hay varias cosas a considerar: no hay evidencia que el cierre, per se, reduzca el riesgo, en más en Corea de Sur se ha reducido la trasmisión con las fronteras abiertas y en Cuba, en el 2009, con la epidemia de H1N1, se cerró y, así y todo, entró. 

Además, virtualmente, buena parte de la frontera está cerrada porque muchos otros países lo han hecho, por lo que no viajan a Cuba: por ejemplo, Italia, España, Colombia, Panamá; países con vuelos a Cuba.) 

En la calle hay de todo, en cuanto a sensaciones y percepciones:
recuerden que esta pandemia llega en el medio de una situación de crisis económica, agudizada por la hostilidad estadounidense que ha llegado a extremos delirantes en los últimos meses. 

Nosotros no tuvimos "compras de pánico", porque, de manera habitual, tenemos nuestros periodos de desabastecimiento, ahora mismo lo tenemos, por ejemplo, con el pollo (que casi todo se compra fuera de Cuba)... Esto es complejo, porque es una situación en que se mezclan miedos humanos, con la actitud habitual de "bueno, ya pasará"... 

Estamos bajo el bombardeo de mucha desinformación, hay mucha gente intentado arrimar la sartén hacia sí y sacar rédito político del asunto... ha calado cierta noción individualista en algunos sectores, influida por la propaganda y eso ha hecho daño (hoy, por ejemplo, frente al crucero famoso, hubo quien, muy católico y todo, quería que se quedara en aguas internacionales, a su suerte) 

El resultado es que estamos viviendo una especie de crisis, que no lo es, pero que amenaza con serlo. 

Hay tranquilidad y a la vez tensión...

La gente tiene la "seguridad" que será atendido en un hospital y que todos los medicamentos posibles les llegarán si cae enfermo por covid, pero no deja de mirar que venimos de unos meses de desabastecimiento sistemático de otros medicamentos.    (Es decir, tendremos el interferón alfa 2b, pero nos puede faltar la dipirona de 500 mg, por ejemplo).

Igual, vamos a sobrevivir... esto no es, ni por asomo, de lo peor que podemos esperar.

En  casa estamos bien, sin sobresaltos, tomando medidas de prevención esenciales, pero sin pánico... 

Creo que ese es el espíritu. Por lo demás hace unos días comentaba que, ojalá de esta epidemia, la humanidad saque, por lo menos, la segunda parte del Decamerón... vaya, para poder leérmelo... jjj 

Les quiero con un abrazo fraterno
--
Roque

Fidel Castro Ruz Baraguá Antonio Maceo Cuba un eterno Baraguá. museo Che Guevara de Buenos Aires Caballito Toto



Cuba en el espíritu de Baragua.
                         

"NOSOTROS tuvimos nuestros reveses, duros; los tuvimos en el Moncada.

 ¡Ah!, pero no nos dimos por vencidos. Los combatientes del Moncada nunca se dieron por vencidos, nunca aceptaron la derrota. 

Era el espíritu de la Protesta de Baragua. En la cárcel jamás se humilló ningún combatiente, jamás aceptó la derrota. Era el espíritu de Baragua. 

Después del desembarco del Granma los reveses fueron grandes, pero muy grandes, podrían parecer insuperables; pero nadie se dio por vencido. Los que sobrevivieron, decidieron continuar la lucha. ¡Era el espíritu de Baragua!

¡Ya no es la protesta de un grupo de combatientes heroicos, sino la protesta de un pueblo entero, y la protesta no era en nombre de Cuba, sino en nombre del mundo! 

Porque al igual que tú dijiste que jamás habría paz con España sin independencia, que jamás tus armas se rendirían, aquí decimos nosotros que [...] jamás nos someteremos a ningún hegemonismo, [...] que nosotros pertenecemos, Antonio Maceo, a tu estirpe, a tu sangre, a tu coraje, a tus ideas".

FIDEL CASTRO RUZ,

(Periódico Granma, 16.3.20)

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¡¡ Honor y Gloria a la Generación del Centenario de José Martí, y al líder historico de la Revolución Cubana, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz !!

Equilibrio natural que no depende de el hombre devuelvan Guantanamo a Cuba y Malvinas a la Argentina museo Che Guevara de Caballito


Escuelita cubana y sus soldaditos contra el coronavirus devuelvan Guantanamo a Cuba y levanten el bloqueo genocida museo Che Guevara de Caballito toto


Pánico en la granja global Martin Caparros corona virus nytimes devuelvan Guantanamo a Cuba y levanten el bloqueo genocida museo Che Guevara de Buenos Aires Caballito Eladio González toto

La era de la mascarilla

Es difícil entender la ola global de pánico causada por el coronavirus.  La enfermedad ha puesto al desnudo la fragilidad de un mundo interconectado e interdependiente.

Si acaso hay alguna lección, es que la globalización nos hace a todos vulnerables: estamos más cerca del caos de lo que los poderosos pensaban.

Por Martín Caparrós


MADRID — Alguna vez recordaremos esos días en que el mundo se dividía en personas con mascarilla y sin mascarilla. Y nos reiremos y alguno dirá bueno, sí, pero no era lo mismo ponérselos para no contagiar que para no contagiarse, dos ideas tan distintas de la vida. Y otro se acordará de la sofisticación que habían alcanzado y las fortunas que hicieron sus fabricantes y la desesperación de los que no los conseguían y el increíble mercado negro de mascarillas y esas cosas. Y sonarán las carcajadas al revivir aquellas paranoias, cuando todo era amenaza y había que cuidarse de los besos, los pomos de las puertas, los apretones de manos, las manijas de los autobuses, las monedas y casi todo lo demás. Y entonces alguien, el pesado del grupo, se pondrá serio y preguntará si, pensándolo ahora, no lo ven increíble: “¿No es increíble que millones de personas de pronto tuvieran tanto miedo, que mostraran de repente ese egoísmo que siempre intentan ocultar, esta pulsión de protegerse, de desconfiar de todo, de temer todo lo exterior, de atribuirle propiedades tremebundas? La era de la mascarilla nos enseñó bastantes cosas”. Y Mirta o Antonio lo mirarán y le dirán hermano, eso seguro que lo traías escrito, ¿no?

Pero faltan unos años; ahora mismo el mundo está en modo desastre, incomprensible. La primera regla del columnismo apátrida dice que nunca digas que no entiendes. Y te explica que los lectores quieren que los ayudes a entender, no que les tires tu incomprensión por la cabeza. Pero yo no entiendo el coronavirus: denodadamente no lo entiendo.  

Un tuit del actor español Eduardo Noriega terminó de hundirme en el pantano de la incomprensión. Decía que “si cada invierno nos informaran en tiempo real de los atendidos (490.000), hospitalizados (35.300), ingresados en UCI (2500) y fallecidos (6300) por gripe en España, viviríamos aterrorizados”. Las cifras me parecieron sorprendentes; busqué el informe del Centro de Nacional de Epidemiología del Ministerio de Sanidad español para la temporada 2018-19 y allí estaban, en la página 35, con toda claridad, los números citados. El año pasado se murieron de gripe en este Estado español 6300 personas. Con coronavirus, en este mes y medio, 36.

Seis mil trescientas muertes es un montón de muertos. Quizá los grandes medios, siempre quejosos, siempre atentos a estas cosas, descubran por fin su panacea: si empiezan a transmitir en directo cada nueva víctima de la gripe podrán —considerando que la temporada griposa dura menos de medio año— ofrecer unos 35 óbitos al día, un par por hora en las horas despiertas, un espectáculo incesante, un terror sin medida. Por ahora no lo entendieron y se limitan al coronavirus: treinta y tantos muertos en España, todos muy mayores.

En 1969, Adolfo Bioy Casares publicó una rara novela titulada Diario de la guerra del cerdo, donde grupos de jóvenes se dedicaban a matar viejos por las calles. Ahora el virus —que deberíamos llamar Bioy— hace lo propio: los muertos españoles, por ejemplo, tenían una media de edad de 85 años, mayor que la esperanza de vida del país, que está en 82,8. O sea: eran personas que, estadísticamente, ya habían vivido lo que deberían. Y casi todos lógicamente complicados, como esa señora de 99 años que tenía, dicen los diarios, algunas “patologías previas”.

Pero es fácil hablar de los medios. Si fueran los únicos promotores del pánico el mundo estaría un poco mejor. El problema es que todos, los gobiernos, los grandes grupos económicos, las industrias, los ciudadanos, se embarcaron en esta nave hacia ninguna parte. De pronto pareció como si nada en el mundo fuera más importante, como si nada escapara al poder de ese virus.

Y de verdad —disculpen— no lo entiendo. Busco más cifras: han muerto, al día de hoy, martes 10 de marzo, en todo el mundo, 4.284 personas por el coronavirus, de los cuales unos 3.000 eran ancianos chinos, y en 35 países de Europa no se ha muerto nadie y en toda África una persona, igual que en América Latina, un señor muy enfermo que llegaba de Italia a la Argentina. Pero se cancelan eventos y desplazamientos y encuentros y congresos y festivales varios, miles de empresas mandan a casa a sus trabajadores, cierran las fábricas y se rompen las cadenas productivas y el mundo pierde millones de millones de dólares/euros/yuanes en el derrumbe de sus bolsas y la baja de las materias primas y esos cierres y cancelaciones.

(En Madrid las autoridades acaban de cerrar las escuelas y universidades por quince días. Cientos de miles de padres no saben qué hacer con sus hijos; no pueden dejarlos en casa solos, no pueden dejar de trabajar. El virus no ha matado, en todo el mundo, a ningún niño).

Es muy difícil encontrar una justa proporción entre los efectos y las causas: con todo respeto, una enfermedad que en un par de meses produjo esta cantidad de víctimas no parece en condiciones de causar estos desastres. Y las bolsas de valores sin valor son un ejemplo claro: el miedo a los efectos económicos del virus provoca efectos económicos mucho peores que los que temían. Entonces sería interesante —necesario— pensar qué los causa.

Es difícil, casi imposible descubrirlo. Pero influye, sin duda, el viejo gusto del apocalipsis. Nos chiflan los apocalipsis: la sensación de que todo está a punto de saltar por los aires. Siempre tuvimos alguno en ejercicio, pero el último que conseguimos —el cambio climático— es una amenaza a tan largo plazo que hacía falta uno más inmediato. Y teníamos tantas ganas que nos armamos un apocalipsito con una gripe nueva y ambiciosa. Los apocalipsis son una tentación incesante de los hombres; son como las galerías del horror de los parques de diversiones y son, como ellas, inofensivos: su gran ventaja es que nunca se realizan. Si no, obviamente, no estaríamos aquí pensando tonterías.

(En Italia, las autoridades sanitarias prohibieron a los jugadores de fútbol que se tocaran al saludarse antes del partido. Después, cuando el árbitro pite, se rozarán, revolcarán, toquetearán tupido).

Entonces hay que considerar también el miedo a lo nuevo, a lo desconocido: la misma tara que les hace rechazar a los migrantes les hace temer a estos virus exóticos, ignotos. Y hay que considerar también la paranoia de las multitudes: “Si los gobiernos se preocupan tanto debe ser que hay algo que ellos saben y nosotros no, debe ser que esta enfermedad no es tan inocua como dicen, debe ser que, como siempre, nos ocultan la verdad”. Y hay que considerar también la paranoia de los enterados: “Si le dan tanta importancia a algo tan menor es que quieren distraernos con eso para esconder alguna otra cosa que no quieren que miremos o sepamos”.

Y hay que considerar también la paranoia de los varios poderes: da la impresión de que las empresas y los gobiernos se cubren por si acaso. Las empresas, para que sus empleados no los querellen si trabajando se contagian; los gobiernos, para que sus súbditos no les reprochen su inacción. Y entonces toman medidas duras que acrecientan el miedo y entonces sus súbditos más asustados les piden medidas más duras y entonces toman medidas más duras que acrecientan el miedo.

Y hay que considerar también esa fuerza rara que toma el pánico cuando se hace bola de nieve y arrasa todo porque consigue convertir cualquier cosa en una prueba más de su razón. Y entonces el cambio en conductas y discursos, la aparición de lo irracional, de lo ridículo, las precauciones más grotescas, la manera en que ahora tantos miran a cualquiera que tosa en un vagón de metro —por no hablar del pobre terrorista que estornuda—. Mascarillas a gogó.

(La malaria, por ejemplo, mata cada día unas veinte veces más personas que el coronavirus; la malaria, por supuesto, solo ataca en los países pobres).

Nada de esto, sin embargo, termina de justificar la sobrerreacción de los hombres frente al virus —y la factura increíble que pagarán por ella—. Pero creo que se pueden sacar, por ahora, de este episodio dos conclusiones provisorias: la interdependencia y la fragilidad de nuestro mundo.

No recuerdo otro hecho que haya mostrado tan claramente aquello de que si China se resfría el mundo estornuda. Esta vez no se resfrió: unos cuantos campesinos se comieron unos bichitos raros, se infectaron y el mundo tiene arcadas y no se recupera, y el cierre de unas fábricas asiáticas baja, digamos, la demanda del cobre chileno y su precio se cae y un pescador de Puerto Montt, en la punta del mundo, debe vender más baratos sus pescados y su familia come menos y putea en chileno por un cierre chino, y así en todo el planeta.

Tampoco recuerdo ninguno que haya desnudado tanto la debilidad de casi todo: estamos mucho más cerca que lo que creíamos del caos global. Tanto lío por un virus menor. Es sorprendente comprobar la fragilidad de todo eso que creíamos rocosamente sólido, cemento armado. En unos días los grandes y poderosos del mundo perdieron fortunas, la confianza de sus súbditos, el control de muchas situaciones. Los gobiernos, la gran banca, los petroleros altivos, los fabricantes de punta, los financistas recontraglobales, los que rigen y manejan el mundo, los que nos habían convencido de que nunca nada los desarmaría, deben estar asustados preguntándose si aprenderemos la lección y decidiremos desafiar, cual virus chino, sus poderes que ya no se ven tan poderosos.

Quizás esa sea, al fin y al cabo, la revelación de la era de la mascarilla. 

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un escritor y periodista argentino residente en España

Cuba contra el Coronavirus contra el apartheid contra las cataratas la desnutricion y la mortalidad infantil Erasmo Magoulas museo Che Guevara Buenos Aires


Cuba: parte medular de la solución de ésta, y de las pandemias por venir
por Erasmo Magoulas
Cuba, casi 6 décadas bloqueada por la potencia militar más criminal de la historia. Es probable que en Cuba se encuentre (el que conozca un poquito la historia de Cuba, no se sorprendería) la respuesta para salvar millones de vidas en peligro por el Covid-19. 
La Isla de los milagros: la liberación de medio Continente africano, la epopéyica intervención en Angola y Namibia contra el Apartheid sudafricano y el imperialismo estadounidense, la liberación de Mandela, el rescate de los niños de Chernobyl, la operación milagro de intervenciones quirúrgicas gratuitas de cataratas a cientos de miles de latinoamericanos ciegos o casi ciegos, la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, los contingentes médicos a los 5 continentes, La Colmenita, el cine, el teatro, el ballet, Alicia Alonso, la Rumba, Chucho Valdez, el Son, el Cha Cha Chá, el Mambo, el Bolero, el Filing, la Timba o Salsa, la Nueva, la Novísima y la Tradicional Trova,  mis hermanos guajiros Santiago (Chavo) y Yamilka, Chicho y Pichín, el Guaguancó, Silvio, Noel y Pablo y también Sindo y Cintio Vitier, Casa de las Américas, Celina González, Compay, Ibrahim y Omara, Carpentier, Lezama y Nicolás Guillén, el programa Yo sí puedo de alfabetización para cientos de miles de analfabetas de los 5 continentes, la Feria Internacional del Libro de La Habana, Vilma, Haydée, Camilo, El Che, Celia, Abel, José Antonio, Mella, Maceo, Máximo Gómez, Juan Almeida, los 5 Heroes cubanos, Raúl, Martí, Fidel... y un casi infinito etcétera, en definitiva: un faro de hermandad y de virtudes, guía para los pobres del mundo, que no ha titilado ni una sola vez desde el 1 de enero de 1959. 
¿La Isla de los milagros? No. La isla de un pueblo culto y soberano que ha labrado y defendido su Revolución con el coraje necesario y con una cuota extraordinaria de solidaridad. 
Amo esa Isla, tanto como a mi propio país. 
Con Cuba SIEMPRE.