Fogonero del tren a las estrellas por Ana María Radaelli*
En el 40 aniversario del asesinato de Francisco Urondo, poeta, periodista y tantos oficios más.
¿Cómo escribirás, Francisco Urondo, en la noche sin resquicios? ¿Necesitás una luz de amor?
¿Cómo escribirás en la noche sin término? ¿Necesitás una luz de esperanza? Vicente Zito Lema
Delincuente subversivo fue abatido en Mendoza. Con otros extremistas intentaba copar un destacamento policial. Abandonaron a un bebé. Abatieron en Mendoza a un delincuente subversivo. Usó como escudo a un niño.
Así titulaba la prensa de la dictadura el “enfrentamiento”, léase el asesinato de Paco Urondo el 17 de junio de 1976, a escasos meses del golpe de Estado.
¿Qué caminos condujeron a la encerrona mendocina al lúcido y deslumbrante intelectual que afirmaba, con esa alegría de vivir tan característica en él, Empuñé las armas porque buscaba la palabra justa, el que solía explicar, para aquellos que no entendían su opción de vida, Poética, en griego, quiere decir acción, y en este sentido no creo que haya demasiadas diferencias entre la poesía y la política?
Un tipo vital Paco Urondo, un enrabiado de la vida. Primero fue titiritero con Fernando Birri, pero muy pronto se enamoró, y para siempre, de la poesía: En los 50 estuvo en el Movimiento Poesía Buenos Aires y en los 60 en Zona de Poesía Americana. Escribe una novela, “Los pasos previos”, Mención Especial del Premio La Opinión-Sudamericana, otorgada por un jurado de excepción: Juan Carlos Onetti, Rodolfo Walsh, Julio Cortázar y Augusto Roa Bastos, y dos libros de cuentos. Pero Paco escribe, sobre todo, poesía, prolíficamente (dejó ocho libros) y abraza el periodismo revolucionario con el fervor que lo define: La realidad que vivimos me parece tan dinámica, que la prefiero a toda ficción.
Los 60 son años intensos, de un incesante buscar y buscarse, fascinado por la Revolución que tenia lugar en Cuba, a la que viajó en tres ocasiones (Encuentro Rubén Darío, Congreso Cultural y como jurado del Premio Casa de las Américas). Además de la poesía, está el Urondo libretista de televisión, el escritor de canciones, el guionista de tres películas con el director Rodolfo Kuhn, el ensayista de “Veinte años de poesía argentina 1940-1960” y el académico en Santa Fe y en la Universidad de Buenos Aires. Mención aparte merecería el dramaturgo de obras críticas, irreverentes y que algunos juzgaron escandalosas: “Veraneando”, “La sagrada familia o muchas felicidades”, “Homenaje a Dumas”, y “Archivo General del Indias”, una delicia. (1)
Fue en los finales de la dictadura de Lanusse cuando cayó preso y compartió la misma celda, en el Penal de Villa Devoto, la noche previa a la liberación del 25 de mayo de 1973, con los tres sobrevivientes de los fusilamientos de Trelew: Alberto Camps, Ricardo Haydar y María Antonia Berger. Armado de una grabadora, el militante, el periodista y el poeta fueron uno solo esa noche: nacía el libro “La patria fusilada” (2), testimonio invaluable de la masacre perpetrada en Trelew, ya que los tres entrevistados pasarían pronto a engrosar la lista de desaparecidos.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo, dice Juan Gelman, corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, también asesinados y desaparecidos, Paco escribió hasta el final, en medio de las urgencias y peligros de la vida clandestina. Para ellos nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura, afirma Gelman, que llama “buitres de la derrota” a los que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel, esos que han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal: Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su sed de belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. Convencido estaba Paco de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Y así lo explica: Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré la vida para que nada siga como está. Paco luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. Y luchó contra un sistema social depredador, para que el mundo entero entrara, por fin, en la Historia de la Alegría. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito, sigue diciendo Gelman.
Paco rechaza la fácil demagogia que supone exigir una literatura accesible a todo el mundo: nunca cae en la ingenuidad de hacer una obra panfletaria. Su búsqueda de la palabra justa elude cualquier receta acartonada, no hay fórmulas, porque nadie sabe lo que es realmente una palabra en acción, revolucionando. De ahí que asumiera el paso del militante intelectual al guerrillero con toda naturalidad. En la felicidad de la entrega total.
Pasión de vida, ardorosa, a manos llenas Y la escribe, de mil maneras la escribe: Sin jactancias puedo decir que la vida es lo mejor que conozco. Pero la muerte lo cerca y él lo sabe. No gratuitamente Urondo titula “Poemas póstumos” al último libro que publica en vida.
Mucho se ha escrito sobre la decisión de la cúpula de Montoneros de enviar a Paco Urondo a una Mendoza diezmada por el accionar de la dictadura. ¿Una suerte de “castigo” por las “irregularidades” en su vida amorosa? Lo cierto es que él aceptó la tarea sabiendo a lo que se exponía: muchos eran los militantes caídos, muchos los que podían delatar bajo la tortura. El 17 de junio de 1976 se dirige a una cita ya “envenenada”. Junto a él, su última compañera, Alicia Raboy, militante de la Juventud de Trabajadores Peronistas y periodista, y la hijita de ambos, Ángela, una beba de 11 meses. Los acompaña la también militante Renée Ahualli, La Turca, que sobrevivirá pese a las heridas recibidas. Cuando se ve rodeado, Paco pide a las mujeres que se bajen. Alicia solo recorrerá unos metros. La bebita será recuperada de una Casa Cuna por la familia materna, y crecerá en el engaño, al margen de su mundo, hasta que Javier Urondo, hijo mayor de Paco, contacta con ella y así Ángela se adueñará de su nombre, de su historia, mientras sigue buscando a la madre desaparecida. De su padre dice, con emoción: “Todo el tiempo creo que lo que escribió, me lo escribió a mí”.
Ya sin balas, a Paco le revientan la cabeza a culatazos: muere a los 46 años por traumatismo encéfalo-craneal y, gracias al empeño de su hermana Beatriz, pudo ser enterrado, entonces sin nombre, en la bóveda familiar. Al conocer la infausta noticia, Rodolfo Walsh, quien había manifestado su total desacuerdo con el envío de Paco a Mendoza, escribe: Era la Alegría, y se encierra tres días a llorar. Pocos meses después, Claudia, hija de Paco, hermana de Javier, también militante, cae víctima de un operativo montado por fuerzas de la ESMA, junto a su compañero, estando hasta hoy desaparecidos. Sus dos hijitos, que estaban en la guardería, desaparecen, siendo más tarde ubicados por la familia en una Casa Cuna.
Fue a raíz del juicio que se hizo a sus esbirros, en octubre de 2011, en el que cuatro ex policías fueron condenados a cadena perpetua por delitos de Lesa Humanidad, cuando se pudo saber que Paco no tomó la pastilla de cianuro, como se creía, sino que simuló hacerlo para cubrir la retirada de su compañera, su hijita y La Turca.
Entre tantos testimonios que con ternura dan cuenta de la vida y obra de Paco, voy a terminar como empecé, con el magnifico poeta Vicente Zito Lema, autor de páginas de profunda tristeza y también sano orgullo en memoria del amigo asesinado:
Buscábamos combinar la mejor poesía –sin privarnos de ninguna posibilidad creativa-, con una experiencia concreta, cotidiana, que nos mojara el cuerpo y nos hirviera el alma como si fuéramos los fogoneros del tren a las estrellas. La cosa era entregarse sin retaceos, sin clemencias ni usuras al cambio de la vida y la sociedad. Había que ganarse el derecho a ser poeta, y a guardar un espacio para la poesía, en el mismo foco de la revolución. La poesía de Paco que avivaba aquel sueño no ha perdido su frescura. Mantiene esa honda música que anuncia la mañana. De ahí que toda la escritura de Francisco Urondo tenga una generosa y a la par armónica capacidad de símbolo, y como muy pocos en América Latina pueda representar la épica de toda una época y la praxis liberadora de una apasionada generación que nunca dejó de buscar los cielos en la tierra, por más dura que fuera la porfía...
Conocer las luces y sombras de su corta residencia en la Tierra, adentrarse en su obra y disfrutarla en la alegría, es impedir que Paco siga muriendo en Mendoza, es tener vivo en la memoria al que iluminaba el día más sombrío, la noche más oscura, al poeta que, disculpándose, sencillamente escribió: Si ustedes lo permiten/ prefiero seguir viviendo.
*Periodista y escritora argentina radicada en Cuba.
(1). En Arte y Literatura, “Muchas felicidades y otras obras”.
(2). Publicado por Casa de las Américas bajo el título de “Trelew”. También “Francisco Urondo Poesía”.