CHE GUEVARA Y EL SOCIALISMO
La transición socialista desde la perspectiva del Che
Ángeles Díez - Revista Temas
Comentario de Fernando Martínez Heredia, Las ideas y la batalla del Che,
Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2010.
foto - los Guevara. el padre y su querida hija Aleida
El rescate de Ernesto Che Guevara es una necesidad imperiosa no solo para
Cuba que se encuentra de nuevo en una encrucijada al tratar de aclarar la
relación entre la política y la economía. También se presenta como una urgencia
para los países periféricos, desde América Latina hasta Oriente próximo,
pasando por España, en los que el capitalismo está encontrando importantes
resistencias en la movilización social y en donde cada vez resulta más palmaria
la imposibilidad del capitalismo si es que se pretende resolver las necesidades
sociales y garantizar una vida digna para la humanidad.
Años de dominación asentada en la naturalización de la economía y la
cancelación de lo político parecen estar resquebrajándose en los países
capitalistas. El modelo no funciona para los pobres ni para la naturaleza, de
modo que Cuba, al debatir sobre la «actualización» de su economía, tiene un
doble reto hacia el interior pero también hacia el exterior. La recuperación
del pensamiento y la práctica política del Che es una de las batallas más
importantes y seguramente más fructíferas en el momento actual.
Toda la obra de Fernando Martínez Heredia se inspira, de una u otra forma,
en el pensamiento y en la práctica política del Che, y en la situación actual
que atraviesa la Isla no existe —creo— ningún autor cuya obra intelectual y
compromiso sea más útil para pensar el futuro de la Revolución cubana. En la
introducción a la edición de 2010 de Las ideas y la batalla del Che,* el autor
dice: «Mi propósito es llamar la atención sobre el provecho que puede sacarse
al pensamiento del Che para encarar la situación, los caminos y el futuro de
Cuba». También Néstor Kohan, en un reciente artículo, actualiza la propuesta
económica del Che para abordar el análisis de la situación actual de Cuba, y
afirma que es necesario rescatar en el país el «debate olvidado» que enfrentó
al Che con posiciones que defendían un «socialismo mercantil» y apelaban al
«uso inteligente de la ley del valor».1
Cuando, históricamente, el capitalismo ha entrado en crisis, ha necesitado
aumentar las tasas de explotación y expolio —en las metrópolis, desposeyendo a
la clase trabajadora; y en las colonias, actualizando las formas de
colonización—, y, en paralelo, ha aumentado la guerra cultural. Desde la caída
del socialismo en los países del Este, las arremetidas contra el socialismo,
lejos de disminuir, se han acrecentado en la literatura, los filmes, las
noticias tendenciosas, todo lo que pudiera contribuir a desprestigiar y
eliminar cualquiera de sus logros. La historia es una de las armas más potentes
contra el capitalismo, por eso, ante la imposibilidad de arrancarla de cuajo ha
sido habitual el vaciamiento de las experiencias revolucionarias, su conversión
en fetiches huecos, sin sustancia. La reproducción del capitalismo necesita de
la dominación ideológica; solo puede sobrevivir si, además de los cuerpos,
controla las conciencias, es decir, si tiene la hegemonía —forma de dominación
conceptualizada por Antonio Gramsci—, necesita de la desconexión y la
disolución de las experiencias que permitirían salir de la colonización y el
subdesarrollo. Por eso, ningún revolucionario puede desprenderse de los
recursos teóricos y prácticos que hicieron posible las victorias. Entre ellos,
ocupa un lugar fundamental el pensamiento del Che, porque la guerra que libra
Cuba sigue siendo la misma que ganó en el año 59 solo que en distintas condiciones.
Este libro de Martínez Heredia es una actualización de materiales que
aparecieron en 1989 con el título La concepción del Che que ya entonces
recogían el trabajo del autor por más de veinte años y que ahora se ven
ordenados y enriquecidos. Hablar de la actualidad del Che treinta o cuarenta y
cinco años después no es decir gran cosa si no se fija el eje articulador que
coloca su pensamiento en contexto haciendo que ideas y práctica se potencien
mutuamente. De ahí que Martínez Heredia emprenda una interpretación que resulta
plenamente actual. Un rescate que no pretende ser una guía abstracta, ni
colocar a Guevara en el cómodo papel de referente ético ya casi beatificado; se
trata más bien de volver a colocarlo en el espacio impertinente en el que el propio
Che se situó siempre. Pensamiento y obra que constituyeron un revulsivo para la
sociedad cubana en el momento en que se iniciaba la construcción del
socialismo, y que ahora actualiza Fernando para plantearse cómo hacer para
seguir construyendo una sociedad justa, solidaria y revolucionaria.
En este libro, las ideas del Che aparecen como guía de la «acción
organizada» que trata de movilizar todos los medios disponibles para combatir:
las relaciones mercantiles, el subdesarrollo y el capitalismo mundial. Los
mismos monstruos de entonces acosan nuevamente a Cuba, abocada a «revisar su
modelo» y a plantearse otra vez la gran pregunta: ¿cómo se transita hacia el
socialismo? En la delgada línea que separa la supervivencia y la construcción
del socialismo está la clave que, desde mi punto de vista, nos propone
Fernando. Los tres parámetros anteriores constituyen el núcleo alrededor del
cual se construye esta obra.
Martínez Heredia habla poco de la vida del Che, de su práctica guerrillera,
de sus hazañas; habla poco, en definitiva, del mito. Pero tampoco se afana en
reconstruir solo un hombre de pensamiento. Las ideas y la batalla del Che
subsana la constante fragmentación desarticulada: por un lado, el hombre de
acción; por otro, el de pensamiento. El Che de Fernando es una unidad. Sus
conceptos, sus reflexiones, sus propuestas teóricas fueron elaboradas a modo de
instrumentos para analizar y proyectar la sociedad futura; y son desarrollados
y sometidos a constantes revisiones y desarrollos según evoluciona el proyecto
revolucionario. También en el ámbito del pensamiento ha sido habitual esta
compartimentación. De una parte, sus aportaciones sobre el papel de la
educación, el deber social, la conciencia, la emulación, el trabajo voluntario,
el hombre nuevo; de otra, la planificación, el trabajo, la ley del valor, los
precios, la economía. Este descuartizamiento no ha sido sino una de las
múltiples formas en las que se ha neutralizado la potencia revolucionaria del
Che.
Decía Bertrand Russell que el conocimiento es una parte infinitesimal del
universo, un elemento sin importancia; sin embargo, señala el epistemólogo
Rolando García, para nosotros es la más importante porque
el conocimiento se ha convertido (más de lo que históricamente ha sido) en
la base del poder […] Conocer es organizar los datos de la realidad, darles un
sentido, lo cual significa construir una lógica, no la lógica de los textos,
sino una lógica de la acción, porque organizar es estructurar, es decir, hacer
inferencias, establecer relaciones.2
No debería haber otra posibilidad que aproximarse al Che desde esta visión
completa y compleja, sin distinguir entre su producción intelectual y su
práctica. En la concepción filosófica del Che, Fernando expone lo que considera
sus conceptos fundamentales. En ellos, la política tiene un sentido más próximo
al pensamiento clásico, se trata de una filosofía práctica; y la economía no se
explica por sí misma pues es sobre todo economía política. Hablar de un Che que
guía la transición al socialismo es hablar de economía política; de la batalla
que dio en ese campo, resistiendo parcialmente los envites del economicismo de
la época. Casi parece una premonición del momento actual. El economicismo
permea el presente de Cuba con una dramática diferencia, hoy apenas tiene
oposición; no hay quien guíe una batalla contra el economicismo que trata de
imponerse como un dogma renovado.
El Che se enfrentó al determinismo economicista desde su amplio conocimiento
del marxismo y desde un posicionamiento ético profundamente revolucionario:
puso al hombre en el centro (p. 71). Esto le permitió ser consecuente y
contribuir a armar la revolución cubana blindando en cierto modo sus fisuras
economicistas y preparándola, sin saberlo, para sortear la debacle de la caída
del bloque soviético. Pero, como señala Fernando, rescatando una intervención
del Che en una asamblea de obreros ejemplares: «El socialismo no es una
sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico, basado en la bondad del
hombre como hombre. El socialismo es un régimen al que se llega históricamente»
(p. 74). No hay pues que confundir la primacía de la conciencia y la
subjetividad tan presentes en las ideas del Che con un humanismo ramplón.
Siguiendo al Che afirma el autor:
La conciencia no es —no queda otro remedio que insistir— la antítesis de la
economía, ni de la «materia». Para el Che la conciencia es la palanca
fundamental, el arma para lograr que las fuerzas productivas y las relaciones
de producción sociales dejen de ser medios para perpetuar las dominaciones. (p.
79)
La economía, la gestión y la administración han de estar al servicio de la
política y no al contrario.
La categoría económica separada de la política está en la génesis de la
dominación racional del sistema capitalista. Tal separación es la que
permitirá, a partir del siglo XVII, la objetivación de las relaciones sociales
y con la naturaleza —a través del contrato—, haciendo posible, a su vez,
anteponer las relaciones de los hombres con las cosas a las de los hombres
entre sí. La ideología liberal es la ideología de la neutralidad de la
economía; su objetivización, la del equilibrio entre la oferta y la demanda;
una ideología que, aparentemente, se desprende de consideraciones morales, se
rige por «la mano invisible»; una nueva religión basada en principios
teológicos.3 Tras la Segunda guerra mundial, la socialdemocracia pretendió
dirigir-gestionar esa mano invisible del mercado para evitar la revolución
proletaria; pero la lógica de la acumulación capitalista no tiene límites, es
parte de su naturaleza.4 Las crisis de los gobiernos socialdemócratas europeos
muestran claramente que es la lógica de la acumulación de capital quien
establece las reglas del juego político. La objetivación de la economía, su
desgajamiento de los principios éticos, son el inicio del fin de todo proyecto
emancipador.
Como alternativa al capitalismo, en el socialismo la economía es, sobre
todo, metas y objetivos, o sea, economía política. Lo demás, lo que se nos
presenta como economía, no es sino técnicas concretas sacralizadas para, en el
mejor de los casos, obviar el debate político; en el peor, garantizar la
acumulación. Bajo la piel de la eficacia, la productividad y el crecimiento, se
oculta la reproducción del capital cabalgando a lomos de explotación. Fernando
referencia dos veces una cita del Che que me parece fundamental: «Impedir que
se repita una y otra vez, que se arraigue en nosotros, el error de pretender
construir el socialismo tomando prestadas las armas del capitalismo». Dice
Fernando:
La economía de la transición socialista tiene un lugar cardinal en la
concepción del Che del socialismo y del comunismo, pero no posee un lugar
independiente […] Yerran los que piensan que sustituyó el realismo de la
economía por el idealismo de la conciencia: Che comprendió la máxima
importancia de los hechos económicos en las sociedades y la urgencia ineludible
de lograr un desarrollo económico de tipo radicalmente nuevo, socialista. Lo
comprendió tanto, y vio tan bien lo que el socialismo se juega en ello, que
pensó, argumentó defendió y practicó la tesis de que, para avanzar al
socialismo y al comunismo, la economía debe ser gobernada conscientemente. (p.
191)
Más allá de las apariencias y de los relatos casi místicos, también la
economía en un sistema capitalista es gobernada conscientemente. El
nerviosismo, el pánico, la desconfianza, los ataques de los mercados son en
realidad objetivaciones que emplean los grupos de poder, corporaciones y
Estados que realizan distintas operaciones financieras. Esta terminología se utiliza
para ocultar la toma de decisiones consciente y programada de los agentes
económicos y políticos. La famosa mano invisible del liberalismo se inscribe en
la construcción del dogma económico de modo que, como dijera Pierre Bourdieu,
«mientras la ley es ignorada, el resultado del laissez faire, cómplice de lo
probable, aparece como un destino; cuando ella es conocida, este aparece como
una violencia».5 Con sus responsables y ejecutores, añadimos.
La política moderna, en el capitalismo, pivota sobre el eje del orden, la
racionalidad, el cumplimiento de las máximas económicas: crecimiento, reducción
del déficit, equilibrio. El mundo, fuera de ese orden, se nos muestra como un
escenario de luchas e irracionalidad; es el campo de lo ético en el que no se puede
fundamentar un orden duradero. En el capitalismo, el poder oculto bajo la
economía dirige la política. La economía y sus leyes inexorables son la máxima
representación de ese orden moderno, ordenado, aparentemente ajeno a cualquier
principio moral; es la única representación que se nos devela como
incuestionable y aceptable. En estos momentos, el orden político aparece como
reflejo de la economía, a su servicio. Es esta —entendida casi como destino— la
que define y establece los objetivos de la política en el capitalismo.
Cualquier orden político basado en principios se presenta como caótico,
irracional y autoritario. De ahí que se acuse al gobierno de Venezuela o al de
Bolivia de autoritarios y que esta haya sido una de las acusaciones más
repetidas para el caso de Cuba, mientras que en otros países con economías
abiertamente liberales y con sistemas políticos claramente autoritarios no se
utilicen estos términos. La reflexión de Fernando Martínez Heredia, al hilo con
las ideas económicas del Che, coloca en primer plano el necesario debate sobre
economía y política en la Isla.6
Fue Carlos Marx quien dinamitó el constructo ideológico del liberalismo que
pretende la neutralidad del intercambio capital-trabajo. Develó el carácter
político del hecho económico. Sin duda el Che, ávido lector de Marx, reconoció
sin dificultad la potencia revolucionaria de este develamiento. El sueño de la
razón de un mundo sin política, regido por la «racionalidad económica», no es
sino el sueño del fin de la historia, el Matrix que nos hace desaparecer como
humanos, mientras la máquina extrae de nosotros la energía necesaria para
seguir funcionando eternamente. Guevara supo ver que la economía no puede ser
una ciencia que se impone ni mucho menos una técnica en manos de profesionales.
El socialismo se construye como alternativa solo en la medida en que
recompone esta relación rota; se restaura la unidad política-economía y se
antepone al hombre por encima de las cosas. En esta reconstrucción resulta
imprescindible la «construcción de un hombre nuevo», el hombre político que
hará desaparecer al hombre económico. La discusión y el debate incorporan a
todo el pueblo cubano, lo que genera el consenso necesario o la legitimidad,
para emprender el angosto camino lleno de dificultades, pero en el que el
pueblo está implicado tanto en el tipo de medidas adoptadas como en el debate
sobre sus posibles consecuencias.
En la transición socialista, individuo y sociedad tampoco son entes
autónomos ni antagónicos. Así, democracia y economía, legitimidad y gestión,
dibujan el eje de coordenadas de la construcción económica socialista. Decía el
Che: «Con las armas melladas del capitalismo no se puede realizar el
socialismo». En su última contribución al debate económico, «La planificación
socialista», Fernando reconoce el cúmulo de conocimientos en que el Che basa su
oposición al «tipo de socialismo que fortalece el mercado, el interés material
y el auge de la ley del valor» (p. 221).
El Che entró en el debate sobre la economía política del socialismo porque,
en cierto sentido, la Revolución cubana supuso un cuestionamiento a la
dirección de los proyectos socialistas —una herejía, dice Fernando—, porque
desde el punto de vista político (los sujetos revolucionarios) y socioeconómico
(una isla subdesarrollada), ese debate era crucial para la propia viabilidad de
la Revolución cubana y para la viabilidad del socialismo. También el
pensamiento del Che, fuertemente armado por la práctica, suponía una herejía
hasta el punto de que sus métodos fueron acusados de «voluntaristas y
administrativos» al mismo tiempo.
En los apartados «Conciencia y plan en la transición socialista» y «La
economía socialista debe ser dirigida conscientemente», Fernando deja claro que
en el pensamiento económico del Che está la clave de la transición socialista y
en la cita que reproduce de una entrevista para L’Express está toda la fuerza
con la que luchaba por esta concepción:
El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos
contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación […] Si el
comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición,
pero deja de ser una moral revolucionaria. (p. 83)
Para el Che, el Plan —dice Martínez Heredia— es muy diferente a lo que se entendía
en ese momento por Dirección centralizada y planificada de la economía (quizá
también es diferente a lo que se entiende ahora por economía planificada);
es el producto de la conciencia organizada, que tiene el poder y conoce los
límites de la voluntad, los datos de la realidad y las fuerzas que tiene a
favor y en contra. Conciencia es también, por consiguiente, la comprensión que
los individuos van alcanzando de los hechos económicos y el grado en que los
dominan mediante el plan. (p. 82)
Los debates que surgieron en Cuba, en los años 60, sobre la asignación de
precios, el trabajo voluntario, los estímulos morales y los económicos, han de
ser reformulados ya que, aunque las propuestas del Che fueran en parte
derrotadas, en estos momentos existe ya una trayectoria en relación con todos
estos temas que permite una evaluación enriquecedora en la nueva coyuntura. No
para hacer borrón y cuenta nueva, actitud muy propia del subdesarrollo —y a la
que también los españoles somos muy dados—, sino para que la evaluación de lo
que fue nutra el futuro.
En este sentido, la crisis que vivió Cuba en los 90, a pesar de su significado
en términos de sacrificios, también puede ser leída en cuanto a qué es lo que
permitió la supervivencia de una sociedad sometida a un derrumbe económico de
tal magnitud. Es probable que en ese análisis aparezca la potencialidad de las
propuestas del Che. Fernando lo cita en lo que mejor resume su concepción sobre
la relación dialéctica entre el plan y la ley del valor. Por un lado, la acción
consciente en la que todo el pueblo está implicado; por otro, la dirección
política de la economía:
El plan es al socialismo como la anarquía de la producción es al capitalismo
[…] La dirección centralizada del plan es importante, aunque es el trabajo de
todos […] El plan tiene vigor y tiene vida en el momento en que llega a las
masas […] Es decir, el plan también, como una característica de la época
socialista, junta a las personas […] Esa es la diferencia entre el cálculo
económico que puede hacerse de lo que va pasar en un país, conociendo la cifra,
y lo que tiene que pasar en un país cuando se está en revolución […] obra
creadora del pueblo […] acción de la voluntad del hombre, sobre las
posibilidades o sobre la economía, para transformarla y cambiarle su ritmo. (p.
94)
Fernando afirma categóricamente que la posición del Che es inequívoca: la
ley del valor en el socialismo no opera a través del plan. Acabar con la ley
del valor, que convierte toda producción en mercancía, incluida la fuerza de
trabajo, es requisito fundamental del camino hacia el socialismo. La
complejidad de su pensamiento permite a Fernando proponer la necesidad de una
reactualización de sus propuestas acompañada de una valoración del sistema que
acabó por implementarse en Cuba porque, a su juicio, basándose en informaciones
de compañeros del Ministerio de Industrias, el sistema implantado por el Che
«era mucho más eficaz para la producción, el control, la agilidad en la
gestión, la adecuada descentralización de responsabilidades —y otros aspectos—
que el sistema que rigió después» (p. 119). Así, según este autor, el Sistema
presupuestario de financiamiento es una herramienta valiosa que ha de ser
recuperada en toda su extensión y señala que la mayor fuerza de la revolución
socialista cubana reside en la participación popular en la «dirección y el
control de todo el proceso»:
La dirección será centralizada, pero el plan tiene que ser obra de todos, o
no será […] El plan no es un simple diagnóstico de la economía y una previsión
del comportamiento económico en los años venideros. Para eso no es necesario el
pueblo. (p. 130).
Si algo ha caracterizado a la Revolución cubana hasta el momento ha sido el
consenso sobre los principios de igualdad y justicia social. Estos son la férula
imprescindible para guiar el Plan.
Es en otra obra de Martínez Heredia, El ejercicio de pensar, donde
encontramos la mejor definición del pensamiento del Che, cuando dice que el
pensamiento para ser crítico ha de estar en la frontera, en el borde, entre lo
constituido y lo constituyente, incapaz de acomodarse. Un pensamiento en el
margen (no marginal), en los bordes. Pero, nos dice, ha de tener un horizonte,
un proyecto, una brújula que señale siempre el norte. En este caso, el norte
trazado por el Che abarcó todos los planos necesarios, en las condiciones de la
Cuba de los años 60 y su inserción internacional para construir el socialismo.
Por eso, no descuidó la relación entre la transición socialista cubana y las
luchas del mundo; también entre el «modelo cubano» si es que existe, y sus
condicionantes externos. Ningún país es una isla. De la inserción de Cuba en el
mundo, de su comprensión de la evolución y las lógicas del capitalismo, de su
propia historia como país subdesarrollado es de donde se puede extraer las
mejores enseñanzas en el diseño del futuro socialista. Tomás Gutiérrez Alea, en
Memorias del subdesarrollo, diagnosticó con precisión el significado del
subdesarrollo en Cuba: desarticulación, desconexión, desmemoria, incapacidad
para acumular conocimientos.
La Revolución cubana deshizo las relaciones mercantiles al priorizar las
necesidades sociales sobre los intereses económicos, al tiempo que rompía la
ideología liberal que identifica mundo «no mercantilizado» con miseria, y
crecimiento económico con bienestar. Los datos objetivos sobre mortalidad
infantil, educación, niveles de salud, biodiversidad, calidad de vida, etc.
durante estos años han sido el mal ejemplo cubano hacia los países pobres y la
constatación de que es posible el desarrollo social y el ético proporcional.
Estos son aspectos urgentes que incorporar en la reflexión sobre la transición
socialista y la actualización del «modelo económico» cubano.
La Revolución cubana fue, según Fernando, la base de la concepción del Che,
pero también este cambió la Revolución cubana que sin él no hubiera sido como
la conocemos hoy. El Che la marcó desde su florecimiento en 1959 y, sin duda,
marcará el futuro inmediato. Todavía no sabemos de qué manera. Se me ocurre
una: en forma de resistencia a las fuerzas que dentro y fuera de la Isla se han
ido alejando del proyecto de justicia social que significó la Revolución
cubana. El poder revolucionario es popular y estatal y en esas dos dimensiones
es en las que el Che pensó y analizó los problemas del socialismo en Cuba, nos
dice Fernando.
Las potencialidades del presente se encuentran en el pasado, en el rescate
de lo que no fue y pudo llegar a ser. El futuro se construye sobre el pasado.
Frente a la probabilidad de un futuro determinado por la necesidad del presente
Walter Benjamin propondría uno posible aunque todavía no probable; es decir, la
construcción de la posibilidad de un futuro socialista para Cuba solo puede
estar en la recuperación de las potencialidades de la historia. Luchar por el pensamiento
del Che es luchar por la historia de Cuba, encontrar en ella la redención del
presente. La revolución de 1959 recuperó las luchas anteriores de las que
extrajo el humus que alimentó las nuevas semillas. En la nueva coyuntura, la
transición socialista no puede sino partir de su historia, de las luchas dentro
de la Revolución, para construir un futuro cierto. Este ha de reconocerse en el
pasado; si no lo hace, corre el riesgo de perderse definitivamente al arriesgar
una de las claves de su éxito: la independencia.
El socialismo cubano fue bloqueado desde que dejó claro que el proyecto
pasaba por construir una alternativa al capitalismo asegurando la soberanía
(independencia nacional) y un sistema basado en la solidaridad. Lo alternativo
no es —como pudiera pensarse y como insistía el Che al despreciar las
herramientas del capitalismo— una opción más; por el contrario, es lo
radicalmente opuesto. La alternativa al capitalismo —según Martínez Heredia—
solo es el socialismo. Dentro del capitalismo no puede haber alternativas
porque su naturaleza es tan destructiva que los daños que produce son
irreversibles. Si estalla una plataforma petrolífera y se derrama petróleo al
mar, solo se pueden cuantificar los daños y hacer que alguien «pague la
factura», pero los peces y el ecosistema que rodea al desastre habrán muerto.
Una de las características esenciales de dicho sistema y que lo distingue de su
alternativa socialista es la irreversibilidad de los daños que produce, la
explotación hasta el exterminio del hombre convertido en mercancía —fuerza de
trabajo—, y la destrucción de la naturaleza convertida en recurso económico. El
investigador de la CEPAL Roberto Guimaraes definió de manera contundente el
capitalismo como socialmente injusto, ecológicamente depredador y políticamente
perverso.7
Si para el Che fue un reto «pensar un tiempo de revolución» en un momento en
el que esta tenía lugar, también supuso la fragua de su pensamiento sobre la
transición socialista; las fuerzas estaban desatadas, sin duda era un momento
complejo y vital. En la actualidad, Cuba no está en tiempo de revolución, pero
puede que el testigo esté en otros países. La experiencia y la trayectoria de
la Isla será uno de los activos fundamentales para las revoluciones presentes y
futuras. Entre ellos, el «modo de ser marxista del Che» que apunta Fernando
Martínez Heredia: anticapitalista, antiimperialista y con vocación de entrega.
Entonces en Cuba, «las fuerzas productivas fundamentales, las estructuras
organizativas, las relaciones sociales decisivas, el Estado, el poder, el
consenso y la iniciativa quedaron del lado de la Revolución» (pp. 45-6). En el
momento en que el Che escribía, el «mundo político y espiritual» de la nación
cubana estaban de parte de la Revolución. ¿Pero, y ahora? ¿Siguen existiendo
esas fuerzas revolucionarias incontenibles, esos humildes para los que se hizo
y que hicieron la Revolución? ¿De qué lado están las fuerzas políticas y
espirituales?
Quiero finalizar con las palabras de Fernando en otro de sus textos: «El
socialismo va a emerger otra vez como propuesta para este mundo, y eso lo hará
avanzar como promesa y volver a presentarse como política y como profecía».
Para ello, «deberá ganarse la conducción de la esperanza», o lo que es lo mismo
deberá volver a discutir su teoría y «radicalizar y transformar sus proyectos
desde la realidad de los datos favorables y desfavorables del presente». Es
perfectamente coherente afirmar que Cuba siempre ha estado en transición y en
ese camino hacia el socialismo ha sido capaz de subordinar el poder al proyecto
político. Esta subordinación forma parte de la batalla que emprendió el Che y
sigue siendo la que hoy se abre, aunque, por desgracia, no existe una figura de
la categoría de aquel capaz de poner en la agenda la hoja de ruta cubana.
Tendrá que ser la tarea, como dice Martínez Heredia, de una nueva revolución de
los humildes, que reactive la voluntad y la fuerza que haga retroceder de nuevo
«los límites de lo posible». Cuba tiene que seguir mostrando que puede producir
los bienes necesarios para satisfacer las necesidades básicas de su población,
que puede, a su vez, definir correctamente cuáles son esos bienes, y que no lo
hará a costa de la naturaleza ni de la explotación del hombre.
Las claves para hacerlo pueden ser rescatadas en el pensamiento del Che. En
último término, encontramos en él las pautas que podrían hacer que la política
revolucionaria tome de nuevo el mando de la economía para realizar lo
objetivamente necesario. Nada de esto puede ser una tarea de expertos, ni de
economistas, ni de historiadores, ni de sociólogos. El rearme ideológico corre
por cuenta de la población cubana en su conjunto y de todos los revolucionarios
estén donde estén.
Notas
1. Néstor Kohan, «La “manzana prohibida” del comunismo. Sobre el Sistema
Presupuestario de Financiamiento hoy», Rebelión, 14 de marzo de 2011,
disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=124197.
2. Véase Rolando García, «Epistemología y teoría del conocimiento», Salud
Colectiva, n. 2, Buenos Aires, mayo-agosto de 2006, pp. 114 y 119.
3. Andrés Bilbao, Principios teológicos de la lógica económica, UNAM,
México, DF, 1999.
4. Hace tres años escribí sobre este tema, planteando que la separación
entre «economía» y política favorecía, en el capitalismo, la dominación, al
ocultar las relaciones de poder inscritas en la lógica económica. Véase Ángeles
Diez Rodríguez, «Sobre el capitalismo, la economía y los pretextos», Rebelión,
26 de noviembre de 2008, disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=76518.
5. Pierre Bourdieu, Poder, derecho y clases sociales, Descleé de Brower,
Bilbao, 2000, p. 10.
6. Entiendo este debate como una necesidad de que se produzca un
intercambio ideológico y conceptual que vaya más allá de las disquisiciones de
orden técnico, por ejemplo, fijar las medidas concretas para recaudar
impuestos, aumentar la productividad, etc. No considero que estos sean debates
estrictu sensu pues no abordan la raíz de los problemas, sino aspectos
puramente técnicos.
7. Roberto Guimaraes, «El desarrollo sostenible en América Latina», La
cooperación internacional y el desarrollo sostenible en América Latina,
Sociedad Editorial Síntesis, Madrid, 1993, p. 17.
Fuente:
http://www.temas.cult.cu/articulo.php?titulo=La%20transici%F3n%20socialista%20desde%20la%20perspectiva%20del%20Che&autor=%C1ngeles%20Diez%20Rodr%EDguez&datos=Profesora.%20Universidad%20Complutense%20de%20Madrid%20%28UCM%29.&numero=70%20abril-junio%20de%202012&link=revistas/70/136-141%20Angeles.pdf&num=70&name=Democracia%20&%20sociedad,
y
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155228,