martes, 9 de diciembre de 2008
Poesía de San Luis, Villa Mercedes, Oscar Sosa Rios Darío Santillán piquetero Casa de Amistad con Cuba Chaubloqueo Toto
Piquetero
A veces
uno se lleva por delante un perro muerto
o el bochorno de un viejo barbudo
que se enllaga en la cicatriz de la noche.
A veces
uno encuentra monedas olvidadas
tapitas de cerveza
una botella dormida en el árbol de la esquina
un zapato asido a su lengua de escarcha
y silentes cigarros de sombras pisoteados...
...¡y uno piensa!...
¿Quién anduvo por acá?
A veces
uno cruza una mirada con la mujer más bella
recoge un jazmín
siente por el aire sutil de las veredas
un antiguo perfume
un trino alondra por la brisa
y alguna melodía de Mozart por la espalda...
...¡y uno piensa!...
¿Quién vive por acá?
A veces uno escucha un llanto
y el ácido del llanto es germen de rebaño
y una herida
un grito
y un escándalo.
También escucha insultos
un ruido
un golpe derribando un cuadro
un zarpazo
y el sonido cuarteto que inunda el patio...
...¡y uno se pregunta!...
¿Qué pasa por acá?
A veces
los jardines perfumados
son el marco irónico del paisaje atávico.
Una alada mil quinientos
el último modelo del Rover cotizado
una hermosa niña que luce de niñera
un esbelto muchacho rubio y despeinado
un Collie
un Setter
un Rottweiler por el parque
trotando y orinando el pasto...
...¡y uno reflexiona!...
¿Qué lugar es este en este mundo
que no viven asombrados
y que las horas son la dicha
del domingo llamando a campanario?
A veces
uno cruza de espanto
por las ciegas calles del barro
con podridas aguas en los pies descalzos
donde niños agrietados
hacen posible la risa en la siesta del barrio...
...¡y uno nuevamente piensa!....
¿De qué útero vino el primer llanto?
¿En qué vientre germinó el embarazo
que unos fueron a la quema
y otros a la preñez del canto?
A veces
uno silba una canción
porque esa noche
la tristeza amarra sueños y cansancios
y poco a poco la vida se lastima
y el cuerpo firme y duro
pide descanso...
...¡pero a pesar de eso
mañana es otro día!...
... y el puente está esperando.
Oscar Sosa Ríos
Julio 2004
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A Darío Santillán
Miércoles 26 de Junio 2002
Avellaneda (Pcia. de Bs. As.)
¡Vamos Darío!
¿No me digás que te vas a quedar ahí tirado
muerto para siempre?
¿No me digás que vas a abandonar ahora
cuando las plazas se llenan de nosotros?
¡Caramba Santillán!
Abrí por favor tus insolentes ojos
y mirá como el sol cae de punta.
Levantá el palo de quebracho enhiesto
y volvé al torrente combativo
del pan y los geranios.
¡Vamos Santillán! ¡Darío piquetero!
No les des el gusto de morirte ahora
de invierno y guisos colectivos
en esta hora de cálidas canciones
que el gendarme acribilla.
En este momento donde tu mano solidaria
tu pelo enarbolado
tu juventud de alba
tu pecho abastecido de amor
necesita presencias de insólitas ternuras.
¡Vamos Darío Santillán!
Levantate y caminá por el puente del futuro
airoso
despeinado
barbudo y rebelde.
Caminá por las calles de la patria
junto a Maxi
que los pobres y marginados esperan
el abrazo que ustedes se dieron
con el último aliento de victoria.
Oscar Sosa Ríos
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SER PERONISTA
¡Me hubiera gustado ser peronista!
Vivir en Villa Lugano
o en el antiguo Rosario
o en el sur tan turbio
como el turbio hollín crucificado.
Ser hincha de Boca
llevar colgado el escarpín celeste
y la foto de Gardel.
Me hubiera gustado tener lo que ahora tengo.
Un pecho solidario
lo que me contó Lenín después del 17
el coraje comandante de la sierra luminosa.
Ser peronista ungido en la clase
saturado de sangre proletaria
para soñarles la roja flor en la solapa augusta
para
índice por medio
señalarles la preñez frutal que nos espera.
Decirles que Perón se abrumó en mitad del camino
y que Evita surgió abanderada
descamisando el sendero de su muerte.
Ser peronista para tener los codos juntos
las llagas de la vida
la villa cenicienta colgada de los párpados
el riachuelo dormido
La Matanza y Tucumán.
Las manos roturando la tierra de los otros
las manos apretando las tuercas de los otros
azuzando la caldera del metal
para la 4 x 4 que pasará sin mirarnos.
Quisiera peronizar las edades
o sea
volver atrás los gemidos
para encontrar mi juventud de cantos
y la palabra libre preguntando... preguntando:
¿Porqué somos todos peronistas muchachos?
El rico de la casa mayor
y el pobre de la quema.
¡Jorge Antonio o López Rega!
¿Porqué mi general nos dijo: “del trabajo a casa
y de casa al trabajo”? –con la lengua seca
con la pala al hombro-
¿Porqué nos convenció que la hoz de las espigas
y el martillo azul del dilatado yunque
eran nuestros enemigos?
¿Porqué la imberbe pulcritud del joven nuevo
se fue de la plaza cuando su rabia trizaba el aire
y la tarde caía rigurosa?
Quisiera volver las angustias de las horas
y taparles la boca a los culpables
sin contemplaciones.
Al traidor del ¡Síganme!
A los que aúllan todavía con humanizar el capital
¡Tan pulcro!... ¡Tan harto!...¡Tan miserable!
Me hubiera gustado ser peronista
para soñar desde adentro la victoria
con mis hermanos terrenos
con los que detentan el vino y las cebollas
y que definitivamente serán los elegidos
para sembrarles vendimias a la patria
y a todos los hombres de la tierra.
En fin
Me hubiera gustado ser hincha de Boca
llevar el celeste escarpín colgado
la foto de Gardel y Evita en el corazón.
Oscar Sosa Ríos
Julio 2004
Villa Mercedes – San Luis - Argentina
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CONCATENADOS
Extiende tu amor adonde puedas
adonde genéticamente puedas
adonde sea posible el químico proceso
y desde allí
el canto
el verbo
el turbio soliloquio
la alegría o el naufragio.
Porque no existen relámpagos mas allá de las cenizas
si no ves el hueco de tu frente acorralada.
Porque tampoco existe luz
cuando el horizonte es sombra indefinida.
Y átomo
protón
elemental partícula o gen
dejan o no dejan anunciar la vida.
Y yo
y tú
y nosotros
“y nuestras circunstancias”
pueden o no pueden corregir el vuelo
el ala del paisaje
el rumbo... la bitácora del tiempo
la brújula del cielo
la aurora o el crepúsculo del miedo.
Estás predestinado
circunscripto
condicionado
al millonésimo milagro del cerebro humano.
Y ni un gramo más
ni una gota más
ni un milímetro más
ni una mísera idea de más.
La justa
la que en el instante es y permanece.
Por eso
no hay más camino que la espera
el minuto
la hora
el día
el siglo.
Tu lógica prolongación.
Tu materia modulada en tiempo y movimiento
y en repetidos silencios
para extender adonde puedas nuevamente
el odio o el amor.
Oscar Sosa Ríos
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JUAN GELMAN ESCRIBE CONTRA “LOS ORGANIZADORES DEL OLVIDO”
“El infierno no termina al cerrarse las
puertas del campo de concentración”
El Ministerio de Cultura español promovió el Primer Encuentro Internacional de Memoria Histórica en la Universidad de Salamanca, la misma donde Miguel de Unamuno enfrentó al dirigente franquista Millán de Astray cuando éste entró a los claustros pistola en mano gritando “Viva la muerte, abajo la inteligencia”. En esa reunión, de la que participaron delegaciones de Chile, Argentina, República Dominicana, Portugal y Alemania, el poeta y columnista de Página/12 fue el encargado de realizar la conferencia inaugural sobre “el imperativo moral de la memoria colectiva”.
Por Juan Gelman
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-116349-2008-12-09.html
Soy padre de un hijo de 20 años secuestrado, torturado, asesinado en 1976 por la más reciente dictadura militar argentina, que también desapareció sus restos. Fueron hallados, gracias a la infatigable labor del Equipo Argentino de Antropología Forense, 13 años después. Soy suegro de su esposa, secuestrada cuando tenía 19 años, trasladada de Buenos Aires a Montevideo encinta de ocho meses y medio y asesinada por la dictadura militar uruguaya dos meses después de dar a luz. Sigue desaparecida y su hija fue entregada a un policía de matrimonio estéril. Soy abuelo de una nieta de la que me robaron sus primeros 23 años de vida y que mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de mis hijos, y yo buscamos y encontramos al cabo de una larga investigación. Nada de esto hubiera sido posible sin el testimonio oral de sobrevivientes uruguayos y argentinos, sin expedientes judiciales y aun militares, sin ese archivo tan particular que es el banco de datos sanguíneos de familiares de desaparecidos del Hospital Durand de Buenos Aires, sin una campaña internacional de denuncia que tuvo la solidaridad de decenas de miles de poetas, escritores, artistas y gente de a pie de 122 países, sin libros, sin documentos, sin Internet, sin videos y, sobre todo, sin la voluntad imperiosa de encontrar la verdad.
Hablo desde la experiencia argentina. ¿Por dónde empezar? ¿Por la madre de un desaparecido que año tras año y día tras día arreglaba el cuarto de su hijo y a la noche le preparaba la sopa que él solía tomar al regreso del trabajo? La sopa se enfriaba en la mesa sin remedio. ¿Por el sueño de la hija de una desaparecida? Este sueño: “Mamá vive en el departamento de la calle 47. Voy a visitarla. Tengo miedo de que me abrace y al hacerlo se convierta en fantasma”. Ha pasado mucho tiempo desde la desaparición de ese hijo y de esa madre, pero no hay final del duelo todavía. No lo habrá mientras no se encuentren sus restos y descansen en un lugar de recuerdo y homenaje. No lo habrá mientras esa madre y esa hija no sepan toda la verdad sobre su sufrimiento. No lo habrá mientras esa verdad no conduzca a la Justicia.
El infierno no termina cuando se cierran las puertas del campo de concentración y los hornos se apagan: hace un cuarto de siglo que cesó el infierno militar en la Argentina y centenares de miles de personas –hijos, padres, hermanos, familiares, amigos de los desaparecidos– viven esa segunda parte del infierno que crepita en la memoria y no hay modo de apagar. “Desde entonces, a una hora incierta/esa agonía vuelve/y hasta que mi cuento espantoso sea contado/mi corazón sigue quemándose en mí”, dice el viejo marinero de un poema de Coleridge que recordó Primo Levi. Para muchos argentinos, uruguayos, chilenos, centroamericanos y nacionales de tantas otras latitudes del mundo esa estrofa poética es vida real y quema cada día.
“En nuestro país el olvido corre más ligero que la Historia”, dijo el escritor Adolfo Bioy Casares. Pues no sólo en la Argentina. Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido. “¿Para qué renovar las penas? –dice Ismene a Edipo–. El dolor se sufre al recibir las penas y se vuelve a sufrir al recordarlas.” El Día de Muertos, el pueblo mexicano acude a los cementerios, se sienta alrededor de sus difuntos, toca la guitarra y les canta, les pide que sigan muriendo en paz y que dejen en paz a los vivos para que los recuerden sin terrores. Pero los familiares de los desaparecidos no tienen dónde hablarles y ellos son fantasmas inciertos que vuelven a doler en la memoria.
“Los padres quedaron sin hijos y no terminan sus quejas. Conocen al fin cuál es el dolor total sin remedio”, dice Esquilo. ¿Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor? ¿Es posible dialogar con el dolor, fingir que tiene rostro y que no es una potencia que viene y va y protesta contra la muerte del ser querido y le da cuerpo y la afirma negándola? ¿La locura sería la última puerta del dolor, una manera de convertirse en dolor para no padecerlo y desaparecer en el dolor? ¿No será ésa una forma de fundirse con la víctima y así morir con ella? Los familiares de los desaparecidos están en otro lugar. “Un loco, solamente un loco que perdió la mente olvidar puede la muerte de su padre”, dice Electra. O la muerte de un hijo. No es ésa la locura de los familiares: su única “locura” consiste en exigir verdad para las víctimas y justicia para los victimarios. Es un camino lleno de obstáculos con los que se tropieza día a día. Los comisarios del olvido tienen recursos y conocen su trabajo.
Un pacto de silencio sella la boca de los militares argentinos, con pocas excepciones. Cuando sus camaradas conocen que alguno está dispuesto a hablar, lo callan con una buena dosis de cianuro: le ocurrió al prefecto naval Héctor Febres, a punto de ser condenado por los crímenes que cometió durante la dictadura militar. O desaparecen a testigos importantes de los juicios por delitos de lesa humanidad, como desaparecieron a Julio López, para agitar el miedo en las víctimas testimoniantes. La policía facilita la huida del represor atrapado o quema archivos de sus operaciones. La jerarquía de la Iglesia Católica argentina que, a diferencia de la chilena, santificó la matanza –un obispo del Vicariato llegó a decir “cuando hay derramamiento de sangre, hay redención”–, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina, que ordenó tranquilizar a militares desasosegados porque venían de tirar prisioneros vivos al océano, se niega a abrir sus muy prolijos archivos de la época, que permitirían recuperar al menos los restos de numerosos desaparecidos.
Ciertos jueces, ciertos fiscales y ciertas instancias judiciales como la Corte de Casación argentina encajonan procesos contra los represores, quienes pueden quedar en libertad por la falta de sentencia. Y lo peor, verdaderamente lo peor, es la perversión que mancha a sectores políticos y sociales que, de un modo o de otro, por acción o por omisión, fueron cómplices de la matanza y callan lo que saben y niegan al Otro lo que saben. Y luego, por qué omitirlo, la actitud pasiva de ciertos familiares que, ante todo por falta de medios, y luego por desánimo, cansancio, resignación, desesperanza o temor, todavía temor, depositan su no hacer en los organismos de derechos humanos. Y también, por qué omitirlo, ciertos organismos argentinos de derechos humanos que burocratizan el dolor o militan contra la búsqueda de los restos de los desaparecidos “para que sigan con sus compañeritos”. Así hacen tabla rasa de la historia personal de las víctimas y del lugar que ocuparon en la historia. Es la continuidad civil, bajo otras formas, del pensamiento militar.
La voluntad de corregir la memoria, como es notorio, viene de muy lejos. En el siglo V antes de Cristo, la sangrienta oligarquía de los Treinta prohibió en Atenas por decreto recordar la derrota militar que le infligiera Esparta. Cada ciudadano fue obligado a pronunciar el juramento “No recordaré las desgracias”. Pasan los siglos y los vencedores siguen reorganizando el pasado a voluntad. En el año de gracia de 1040 el monje Arnold von Saint Emmeram explicaba así el método que había elegido para escribir la historia del ducado de Baviera: “No sólo es pertinente que las nuevas cosas modifiquen las viejas; también es correcto, si las viejas son desordenadas, el de-secharlas por completo, e incluso, aunque estén bien ordenadas pero sean poco útiles, el enterrarlas con reverencia”. La voz de los vencidos es “desordenada y poco útil” en los manuales de historia al uso, cuyo marco de referencia esencial es el Estado. Numerosas víctimas de crímenes contra la humanidad fueron y son carne de olvido, “ese acuerdo con aquello que se oculta”, al decir de Blanchot. Los que falsifican la historia así, falsifican la vida y están presentes y activas las antiguas herencias de nuestra tan moderna, o posmoderna, civilización occidental, en la que los extraordinarios avances tecnológicos conviven o malviven codo a codo con genocidios nunca vistos.
Proliferan las teorías sobre la historia como relato y otras sobre todo lo contrario. De lo primero hay pruebas más que suficientes, algunas francamente ridículas. La historia del Partido Comunista soviético ha sufrido continuos liftings con el correr del tiempo y se convirtió en un acto de predicción del pasado. Es famosa la fotografía del estado mayor bolchevique tomada días después del triunfo de la Revolución Rusa, con Lenin en el centro, a su derecha una escalera y luego Stalin. El lugar de la escalera lo ocupaba Trotski, excomulgado por el Termidor stalinista. El acto tiene pretensiones mágicas y la voluntad de abolir la historia. De ahí la importancia fundamental de los archivos de la memoria. De ahí la importancia fundamental de esta reunión. La pretensión de mutilar la memoria cívica de todos los días corrompe su salud y despeja el camino a nuevos autoritarismos.
El imperativo moral de la memoria colectiva tiene hoy más urgencia que nunca y no faltaron en la Argentina y en otros países quienes entendieron esto muy temprano y crearon y ordenaron personalmente, sin apoyo oficial alguno y movidos por su moral ciudadana, informaciones utilísimas que se pueden ver por Internet. Estos archivos contribuyen a deshacer las artimañas de los asesinos de la memoria, como ésas que pretenden que no hubo cámaras de gas y que el primer pueblo ocupado por el nazismo fue el pueblo alemán. Si queremos que la barbarie no se repita y pase al reino del nunca más, no deberían, creo, ser archivos mudos para la sociedad civil y viceversa: habría que acercar sus contenidos a sectores sociales y políticos en los que hay no poco a despejar todavía.
¿Y se podrá alguna vez despejar mentes en el estamento militar para que obedezcan a lo ético y opongan la desobediencia debida a órdenes criminales? El capitán de navío Juan Carlos Rolón, miembro de un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires donde la marina desapareció a 5000 personas, declaró impávido: “Nos enseñaron que la tortura era una forma moral de combatir al enemigo”. Se recuerda el diálogo que Hannah Arendt sostuvo con un oficial nazi que admitió haber gaseado y enterrado a prisioneros con vida en el campo de concentración de Maidanek. La pregunta de la filósofa: “¿Se da cuenta de que los rusos lo van a colgar!”. La respuesta del nazi: “¿Por qué? ¿Yo qué hice?”.
Las dictaduras suprimen el testimonio de las víctimas, pero llevan sus propios archivos. En Auschwitz hay gruesos volúmenes que registran la muerte de los prisioneros gaseados. En la primera columna de cada página figuran el nombre, la edad y la nacionalidad de la víctima; en las dos restantes, hora y causa de la muerte. La hora es la misma a lo largo de páginas enteras, las 8.15, o las 8.30 o las 9.00 de la mañana. También se repite la causa de la muerte, “influenza” casi siempre. Este no es sólo un acto burocrático; sustituye la vida por una mentira de papel y muestra abismos de la condición humana. Se impone abrir esa clase de archivos. Pero ésta es una decisión de Estado y, lamentablemente, todavía hay gobiernos democráticos que no se atreven a disponer que se dé ese paso indispensable. Los familiares de los desaparecidos sólo conocen la dolorosa mitad del crimen. La otra yace oculta, custodiada por centinelas militares, policiales, eclesiásticos. Jacques Derrida habló del “mal de archivo”, pero ésos son los archivos del mal.
Que se me perdone la insistencia en subrayar la importancia de los testimonios orales, vehículos de una memoria que en ocasiones se transmite de generación en generación. Frente a Panamá –narra el periodista José María Pasquini Durán– hay una isla llamada San Blas en la que vive una etnia indígena. Una vez al año todos se reúnen y los ancianos cuentan a los jóvenes la historia de la etnia, que arranca del casamiento del Sol con la Luna, para que su memoria perdure. Los jóvenes comenzaron a emigrar y a quedarse en Panamá, pero mandan grabadoras a la isla para registrar el relato de los ancianos. Ahora la maravillosa historia que comienza con el Sol y la Luna está en casete y los jóvenes lo tienen en su casa entre los discos más recientes de pop norteamericano. Menciono esto porque en muchas sociedades del mundo no hay casete todavía.
En el año 1987 seguía yo exiliado en Francia y el diario recién nacido entonces para el que trabajo, Página/12, me pidió que cubriera el proceso a Klaus Barbie, el ex jefe de la Gestapo en Lyon, bautizado “El carnicero”.
A una víctima que le detallaba sus crímenes, Barbie dijo: “Yo no me acuerdo de nada. Si se acuerdan ustedes, el problema es de ustedes”. Efectivamente: recordar y denunciar los crímenes contra la humanidad y exigir su castigo es un problema nuestro.
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