de Lilibeth Alfonso Martínez
En estos días, parece más inminente que nunca la guerra contra la República Islámica de Irán por un Israel que, llegado el momento, tendrá las "espaldas cubiertas" por el poderío militar y estratégico de los Estados Unidos, según dijo el presidente Barack Obama en su último encuentro con Benjamin Netanyahu, líder del gobierno sionista.
A estas alturas, el pretexto –no se puede llamar de otra forma a las sinrazones contra la nación persa- es el programa nuclear desarrollado por Irán desde mediados del pasado siglo, y que se desarrolla actualmente con fines pacíficos, como aseguran sus gobernantes y no ha podido contradecir con pruebas en la mano ningún detractor hasta el momento.
Lo que parece olvidarse, o al menos, no se dice, es que el inicio de los planes de Irán para desarrollar la energía nuclear como medio para obtener electricidad, preferida antes que el petróleo, destinado mayormente a la exportación, tuvo el apoyo y la iniciativa de los Estados Unidos.
En 1957 se firmó el primer acuerdo de cooperación nuclear civil, bajo el programa Átomos por la Paz, entre los dos países. Estados Unidos veía en Irán la posibilidad de una reserva de crudo futura, con un gobierno lo suficientemente "agradecido" como para no representar una amenaza, incluso si desarrollaban armas nucleares.
Y claro, con la Guerra Fría andando, Irán también era un aliado más, en una situación geográfica estratégica y generosa, frente al desarrollo militar y la propuesta ideológica del bloque de repúblicas socialistas soviéticas.
Sólo después de la Revolución Islámica, y la llegada al poder de gobernantes non gratos a los ojos de la Casa Blanca, se comenzó a cuestionar el uso de los átomos en las plantas generadoras iraníes, cuyo primer reactor fue una donación de los americanos, por cierto.
Sin embargo, y a pesar de los cambios de bando tan de moda en los últimos tiempos -recordar la antigua Yugoslavia, Libia e Irak, por sacar al sol los más cercanos-, la verdad es que las razones para una eventual agresión a Irán tienen menos sustento que una mesa con dos patas.
Razones reales, según las convenciones internacionales, no hay y no las van a encontrar ni aunque busquen con lupa, en cada centímetro de suelo iraní, todos los observadores de la ONU y de cuanto organismo internacional patentado o de mentiritas.
Y no las van a encontrar, porque esas razones son armas nucleares y de esas, en Irán, no hay. Y no lo digo yo. Un informe clasificado, elaborado a principios de 2011 y que obtuvo el consenso de 16 agencias de inteligencia de los Estados Unidos, confirmó que Teherán desistió de buscar la bomba atómica desde el año 2003.
La información, que pasó de ser clasificada a pública gracias a su publicación en el diario Los Ángeles Times y su reproducción en varios sitios digitales, parece no hacer la diferencia en las intenciones de atacar Irán militarmente, luego de una escalada de agresiones en el plano económico, incluido el bloqueo a sus exportaciones.
Por ahora, todo se basa en suposiciones del Consejo de Seguridad de la ONU, de Estados Unidos, de Israel –que casi son la misma cosa-, la falta de definiciones esclarecedoras y definitorias del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el dime que te diré sobre un supuesto campo donde se hacen pruebas nucleares que nadie ha visto…
Claro que con los estadounidenses la matemática clásica no funciona, ni nada en realidad que no les convenga a sus intereses. Así que si ellos dicen que en el país persa hay armas nucleares, argumentar, incluso demostrar lo contrario es trabajar para el inglés, como se dice en buen cubano, para nada.
Al final, será una versión mal encuadernada de lo que pasó en Irak: se lanzaron primero al ataque, destruyeron ciudades milenarias con millones de bombas, mataron civiles a diestra y siniestra, como daños colaterales de sus muy convenientes errores de puntería…, y nada de bombas atómicas, ni una cabecita nuclear encontraron. Claro que a esas alturas no importaban las disculpas porque ya la guerra, más bien la matanza, estaba hecha.
Sólo que esta vez, al parecer, los titulares se los llevará Israel. Con el apoyo estadounidense, que esta vez se saldrá con la suya sin ensuciarse demasiado las manos –ya en una reunión anterior Israel había dicho que actuaría contra Irán aún sin el concierto de sus aliados norteños, primos cercanos de Poncio Pilatos.
Israel, acostumbrado a campear en el Medio Oriente, ni siquiera se molesta en justificar una posible invasión a la nación de Mahmoud Ahmadineyad –como tampoco el progresivo genocidio contra Palestina. Sencillamente afirma que no va a permitir, así sea con el uso de la fuerza, que Irán se equipe con armas nucleares.
Lo que teme el gobierno sionista, a la luz de los acontecimientos, no es que Irán use las armas para atacarlo, si no que sea capaz de defenderse y representar una oposición real a sus andanzas impulsadas, por un lado, por su imaginario de nación destinada por Dios para gobernar el mundo -¿en verdad no les suena?- y el contubernio con los Estados Unidos, al menos por ahora.
Así las cosas, si Irán estuviera desarrollando un programa nuclear con fines armamentistas, estaría en todo su derecho. Con no revalidar su firma en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (NPT en sus siglas en inglés), y sumarse la lista de los ocho países reconocidos como Estados Nuclearmente Armados, Estados Unidos como el primero; le bastaría.
A fin de cuentas, nadie puede cuestionar la decisión soberana de un gobierno de armarse con arsenal nuclear, sobre todo, si desde hace años vive bajo la amenaza del único país en el mundo que ha usado sus bombas nucleares contra poblaciones humanas: en Hiroshima y Nagazaki, al final de la Segunda Guerra Mundial, por razones cada día más cuestionadas.
En una ocasión leí que el problema de que Irán tuviera armamento nuclear es que podía usarlo. Pues claro, el poseerlo le da las posibilidades de usarlo, como todos los países -declarados o no- que las tienen, incluido Israel, entre los que las reservan bajo la manga.
Claro, ante la balanza de una guerra, más de uno se cuestionaría la tozudez del gobierno iraní de llevar adelante su programa con fines energéticos y biotecnológicos, con semejante soga al cuello. Pero la realidad es que la opción nuclear no es un capricho.
El periodista Salvador Capote lo califica como un dilema, entre usar el gas natural para continuar con la explotación de sus pozos petroleros –la principal riqueza iraní- o destinarlo a la generar electricidad, que además exporta a Afganistán, Armenia, Azerbaiyán, Irak, Paquistán, Turkmenistán y Turquía, con una importante inyección a su economía.
Para colmo, el éxito en la campaña para presentar a Irán como una amenaza para el mundo civilizado –los iraníes a menudo son representados como un pueblo de extremistas religiosos-, es incuestionable, tanto que una encuesta reciente de Gallup reveló que el 32 por ciento de los norteamericanos consideran a Irán como "el enemigo mortal número 1 de Estados Unidos".
Irán, por su parte, asegura que responderá ante cualquier agresión contra su suelo. Muchos hablan de un conflicto que pudiera desencadenar una nueva guerra mundial, cuando todavía se conservan heridas de las dos anteriores, con un impacto sobre la humanidad y la Tierra devastador…
Pero los que deciden no escuchan. Construyeron un pretexto, tienen el arsenal, los planes de destrucción y reconstrucción, y el consentimiento y la mala memoria de los únicos ciudadanos que importan, aunque la mayoría ni siquiera puedan ubicar a Irán en un mapa.
La mesa está servida. Como siempre, la realidad no importa.
Tomado de Facebook