Por Giraldo Mazola Collazo
DEL TABLERO AL CAÑAVERAL
En los primeros años de la década del sesenta el trabajo voluntario fue una necesidad perentoria de nuestra economía y una insustituible herramienta para la formación ideológica de nuestro pueblo.
En el trabajo voluntario, aporte de las masas a una obra creadora colectiva, competían su utilidad económica con su profundo contenido político; era la forja donde se acorralaba el egoísmo, la ausencia de camaradería y el individualismo que durante tantos años el capitalismo convirtió en nuestros hábitos y costumbres más arraigados. Fue un cambio súbito que por su esencia solidaria cobró conciencia popular muy rápidamente.
El Che, con su ejemplo personal, siempre estuvo a la vanguardia de ese titánico esfuerzo de todo el pueblo. Tanto que, todavía hoy, asociamos su nombre al trabajo voluntario.
Mucho se ha escrito sobre su presencia en todo tipo de tareas voluntarias. Él mismo escribió y habló bastante sobre eso. Las imágenes suyas en la construcción, en la zafra, en fábricas, probando nuevos prototipos de combinadas cañeras, nos son familiares. La secuencia filmada en el puerto habanero con el torso desnudo descargando pesados sacos en una carretilla, con la destreza y júbilo de un experto estibador, son recuerdos imperecederos para nuestra juventud.
Organizó un sistema de bonificación para las horas aportadas en el trabajo voluntario en el Ministerio de Industrias y sus empresas que sirvió como acicate para todos los cuadros, técnicos y trabajadores, y programaba su participación personal para estar entre los más celosos cumplidores de ese deber, a pesar del tiempo que tenía que dedicar a sus enormes responsabilidades.
Una noche, en el Hotel Habana Libre, después de concluida una sesión del torneo Capablanca in Memorian, en un saloncito aparte donde habían unas mesas con tableros destinadas a los maestros para sus análisis, jugábamos varias partidas, rotando los jugadores y permaneciendo los demás haciendo comentarios, criticando una mala jugada o elogiando una buena. Estaban presentes varios jugadores cubanos que participaban en el evento, el Comisionado de Ajedrez y otros aficionados.
Nos dio la madrugada. El Che jugaba con el Comandante Bayo, aquel ex-general del Ejército Republicano Español que entrenó a los expedicionarios del Gamma en México, en la guerra de guerrillas. Había conocido en Marruecos cómo operaban los bere-beres, precisamente contra los ocupantes españoles, y trasmitió lo que sabía a nuestros combatientes. Ahora jugaba ajedrez en Cuba, donde había venido a residir, con quien se convirtió en un guerrillero nato y escribió después los fundamentos teóricos de esa guerra irregular.
Bayo no era muy fuerte pero le gustaba el ajedrez con delirio y tenía una columna regular en el periódico El Mundo dedicada al deporte ciencia. Había jugado mucho con el Che en México y cada vez que se presentaba una ocasión como esta reclamaba muy elegantemente ese cierto derecho de antigüedad. Aunque el Che lo vencía casi siempre, era muy respetuoso con él y aceptaba resignadamente jugar dos o tres partidas, aunque quisiera hacerlo con otros de los presentes.
En un momento de la partida miró su reloj. Pensé que iba a apremiar otra vez a Bayo, que se demoraba mucho en cada jugada, pero dijo: "Hay que acabar porque por la mañana tengo que ir al trabajo voluntario". Era una forma de instar a los presentes a hacer lo mismo, pensé. Era domingo, la zafra estaba en curso y se hacían movilizaciones de los capitalinos a cortar caña en los centrales cercanos.
Generalmente los organismos y empresas radicados en La Habana, que teníamos brigadas de macheteros permanentes en campamentos cañeros cercanos, hacíamos esas movilizaciones hacia esos lugares para estimular a quienes llevaban meses en ese duro trabajo.
En el ICAP, desde el principio, por las características propias de nuestra actividad, promovimos el trabajo voluntario y solíamos destacarnos con la labor de nuestros macheteros permanentes en la zafra, con las movilizaciones quincenales y dominicales dentro del Sindicato de la Administración Publica al que pertenecíamos, a pesar de ser una institución con un reducido número de trabajadores.
Existían entonces asociaciones de residentes en Cuba de distintas nacionalidades; de algunos países el número de exilados era mayor, en otros predominaban los técnicos que habían venido a ayudarnos, pero la característica común de todos era su disposición para ayudar a la Revolución. Ese domingo nos acompañarían en la movilización varias de esas asociaciones y se habían hecho todos los preparativos para el transporte, la merienda y la propia organización del trabajo con nuestros movilizados permanentes.
Cuando el Che hizo ese comentario, automáticamente añadí: "Yo también voy a ir al trabajo voluntario". Miré mi reloj y me di cuenta que no podría dormir, pues si me acostaba no habría nadie capaz de despertarme. Ya eran cerca de las tres de la madrugada.
El Che no dejó pasar mi altisonante declaración y me preguntó a donde iba a ir. Le expliqué lo que teníamos preparado, la participación de los latinos residentes, dónde estaba el campamento y respondí otros detalles que inquirió.
Mirando nuevamente su reloj me dijo: ¿"Tú estas seguro de que irás?". Lo afirmé y poco después él se levantó y el grupo se disolvió.
Fui a mi casa a cambiarme de ropa pero con muy pocas ganas de ir a cortar caña. Estaba cansado, tenía sueño y fue un verdadero milagro que venciera la tentación de tirarme a dormir. Para lograrlo incluso me dije a mí mismo que el Che era capaz de verificar la semana siguiente si había ido o no y me sacaría en cara mi flaqueza.
Llegué a tiempo para la salida de las guaguas y los camiones y me decía en el camino que no podía volver a combinar esas veladas nocturnas con la caña. Dormité hasta que llegamos, ignorando la amena charla de mis compañeros de asiento. Nuestra gente ya estaba en los campos que debíamos cortar y fueron dispersando a los grupos muy organizadamente.
Les habíamos advertido que ese día se distribuyeran entre los asistentes al trabajo, para enseñarlos y vigilar lo que hacían; sabíamos que muchos de ellos jamás habían cortado caña y podían dejar el campo hecho un desastre. Hacían un gran esfuerzo pero no eran diestros en esas labores.
Yo me quedé en los primeros surcos del primer campo, después que conversé un rato con el jefe de nuestra brigada permanente. Cuando empecé a trabajar me parecía que tenía el machete más pesado de Cuba y que aquellas cañas estaban más acostadas y con más hojas que ninguna otra.
Nunca fui "largo" cortando caña pero me "defendía" y aquella mañana me la sentí como nunca. Avanzaba muy poco. Me di mis propios consejos mentales para eludir el “majaseo” y buscando conversación con mi vecino de surco logré reanimarme y hasta olvidarme de la noche de insomnio.
El sol apretaba y a media mañana me paré a comerme en medio del surco un pan con tomate verde que previsoramente llevaba en un bolsillo y a tomar agua otra vez del porrón de barro. Mi cercana pareja no quiso compartir el pan porque solo comía tomates maduros, de lo que me alegré. El mismo me advirtió de la bulla que se escuchaba en la guardarraya y pensé que traían la merienda.
Salí y vi que el Che venía con un grupo de compañeros del Central, el administrador entre ellos, y que los movilizados con los que vinimos salían alborotados para saludarlo y se iban pasando la noticia a los que aún estaban dentro. "Es el Che", decían.
Venía sudado, mejor dicho, empapado de sudor. Se detuvo y conversó con un grupo de latinos que virtualmente lo rodearon y se disputaban su atención. Reconoció a algunos técnicos y bromeó con ellos diciéndoles que seguramente no fueron con sus empresas porque aquí la merienda sería mejor.
No me acerqué al grupo, sorprendido por lo que consideré una casualidad y cuando me vio me dijo: ! "Ah, viniste"! El tono de esa simple frase se traducía en que realmente no esperaba verme por allí. Quise decirle algo más pero sólo le dije: "Si, vine con el alma" o algo por el estilo.
Siguió hasta los jeeps que yo no había visto acercarse por el otro lado del campo y se fue con el grupo que lo acompañaba mientras en la guardarraya todos comentaban con satisfacción la presencia del Che en la zona y las frases de estímulo que les dijo.
Después supe que había ido a cortar caña en un área cercana del propio central y quiso dar una vuelta a algunos grupos de movilizados y en particular a los latinos. Comentaban en el central que había dicho que mientras se hacía el descanso de la merienda iba a hacer ese recorrido.
Cuando volví a verlo, enseguida me espetó en forma de broma: "Fui a chequear si habías ido al trabajo voluntario pues tu cara aquella noche no indicaba que lo fueras a hacer"
Le dije y me acuerdo bien: "Comandante, era lo que menos deseaba hacer pero no tenía alternativa. Sabía que iban a participar varios cientos de latinos y Usted con su afirmación categórica diciendo que del tablero iba a cortar caña, desarmaron al diablito malo que me enseñaba la cama cuando fui a mi casa y me decía, duerme un ratico, un ratico nada más.
Giraldo Mazola Collazo fue con jóvenes 21 años el primer Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos nombrado por Fidel Castro.