Por Richard Levins
Democracia
La democracia es un tema central para los socialistas. Vale la pena examinar la cuestión de la democracia en los socialismos emergentes, no sólo para corregir algunas interpretaciones obviamente erróneas, sino, lo que es más importante, para ampliar nuestra propia comprensión de la democracia. Los liberales que critican a Cuba por su desempeño en el terreno de los derechos humanos son muy selectivos en lo tocante a los artículos de la Declaración Universal a los que hacen referencia. Suelen reconocer de una rápida pasada cosas tales como los derechos a la satisfacción de las necesidades básicas, como la alimentación, el agua, la educación, la salud pública, la igualdad de géneros, el acceso masivo a la cultura, los deportes y la seguridad social en la vejez, pero los consideran carentes de importancia comparados con los derechos políticos. Y su crítica sobre la ausencia de derechos políticos asume que nuestros derechos formales son la única medida legítima de la democracia. Para sustentar el modelo antidemocrático de Cuba que trazan, dicen cosas como “Fidel le entregó el poder a su hermano Raúl”, cuando lo que ocurrió en realidad fue la sucesión legal del presidente del Consejo de Estado por el primer vicepresidente, debido a razones de enfermedad del primero.
Los críticos de Cuba, profundamente sumidos en la ignorancia, lamentan constantemente la ausencia de elecciones en el país. Por supuesto que hay elecciones en Cuba, mediante el voto secreto y directo, con urnas custodiadas por escolares e inmunes al depósito de votos fraudulentos. Peter Roman ha hecho el mejor estudio de esos procesos eleccionarios, que difieren mucho de los nuestros: no se elige entre miembros de distintos partidos, pero tampoco son unipartidistas (el Partido Comunista no postula candidatos, aunque muchos candidatos son comunistas). Las nominaciones de candidatos a delegados a las asambleas municipales se hacen en reuniones abiertas en los barrios, y se vota por uno de entre dos a ocho propuestos. En alrededor del 10% de los casos, ninguno obtiene más del 50% de los votos, así que se va a una segunda vuelta entre los dos contendientes que obtuvieron más sufragios en la primera. No hay campañas electorales, anuncios en la televisión ni entrevistas, sino sólo una biografía de una página de cada candidato. Los cubanos se ufanan de que no hay que ser rico ni tener amigos ricos para ser candidato en sus elecciones.
En los niveles superiores (provincial y nacional), los candidatos son propuestos por comités de nominación. El propósito expreso es garantizar una amplia representación de cada sector de la población y contar con personas capacitadas que alimenten los debates. Los cubanos quieren que su Asamblea Nacional sea lo más representativa posible de todos los sectores. Pero “sectores” significa ocupaciones, capacidades, edades, etc., no ideologías políticas. En las pasadas elecciones se consideró un logro importante que aumentó la representación de las mujeres, los afrocubanos y los jóvenes. Todo el proceso se asemeja más a las elecciones de las sociedades de profesionales, o de nuestras cooperativas locales para la producción de alimentos que a unas elecciones políticas a nivel nacional en el capitalismo. Si se entienden las elecciones como un proceso de selección de un grupo diverso bien informado y con un alto grado de compromiso, el sistema parece funcionar bien. Pero si se entienden como un campo de batalla de ideologías diversas, es terriblemente deficiente. Aunque no hay ningún obstáculo legal a que un disidente se postule e incluso sea elegido, todos sabemos que no sucedería. Las elecciones son dentro del socialismo, no sobre el socialismo, excepto en el sentido de que la participación y la votación constituyen una especie de referendo. Los cubanos evalúan el porcentaje de participación y consideran los votos en blanco o nulos como muestras de desafección. Según esa medición, la oposición cuenta con menos de un 10% de los electores, aunque algunos amigos que son miembros del Partido me han dicho que estiman que la cifra se acerca más al 20%.
La Asamblea Nacional por lo general analiza muy pocos proyectos de ley en sus dos sesiones anuales. No hay proyectos que sean favores políticos, o presentados para poner en evidencia al gobierno, o tan vastos que los representantes votan sin haber leído sus contenidos. Cuando un proyecto de ley importante se lleva a votación, ha pasado previamente por las comisiones de la Asamblea Nacional, reuniones con los votantes y consultas con las organizaciones implicadas. Los diputados reciben un borrador al menos veinte días antes de que se ponga a votación. Las leyes suelen aprobarse por unanimidad. Al observador suspicaz, ello le parece una mera ratificación ceremonial, por parte de una asamblea dócil, de decisiones ya adoptadas por otros (¿Por el Partido? ¿Por el jefe de estado?). No obstante, el proceso legislativo es mucho más complejo. Peter Roman estudió el funcionamiento de la Asamblea Nacional siguiendo el desarrollo de la Ley Agraria del 2006. La iniciativa procedía de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). En el 2008, una nueva ley de Seguridad Social que incrementó la edad de la jubilación de sesenta a sesenta y cinco años para los hombres y de cincuenta y cinco a sesenta para las mujeres, se debatió en 85 301 asambleas organizadas por los sindicatos, a las cuales asistieron 3 085 798 participantes. De ellos, noventa asambleas y 28 596 miembros votaron contra la ley. La Federación de Mujeres Cubanas, por intermedio del Centro de Educación Sexual, trabaja en la actualización del código de familia para que se reconozca legalmente la existencia de distintos tipos de familias y para reforzar los derechos de lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgéneros. La diputada Mariela Castro planea presentar la legislación en una próxima sesión de la Asamblea.
Las estructuras del gobierno cubano han venido evolucionando desde mediados de los años setenta y lo siguen haciendo. La invención de la democracia socialista es un proceso complejo. Sus deficiencias y problemas no resueltos son los suyos propios -y se miden por sus objetivos-, y no desviaciones de la democracia capitalista. Entre esos problemas no resueltos están los siguientes:
a) Liderazgo político y productores asociados. La membresía en la Asamblea Nacional no es un empleo de tiempo completo. Los delegados tienen empleos regulares, y, dado que fueron nominados, es probable que participen también en cierto número de organizaciones locales. Están muy presionados por el tiempo y no tienen asesores que los ayuden. En una sociedad en la que la división sexista del trabajo sobrevive en muchos hogares, este es un problema especialmente agudo para las mujeres. El cargo no conlleva ningún privilegio. Exige mucho de quien lo desempeña y a menudo es fuente de frustración, cuando todo lo que puede hacer el delegado es explicar por qué un problema no puede solucionarse por el momento. La tasa de renovación es alta, tanto porque las personas deciden no volver a ser candidatos como porque los votantes son muy exigentes y críticos.
Es deseable contar en la Asamblea Nacional con miembros provenientes de las comunidades, que mantienen fuertes vínculos con sus vecinos, y con expertos en los diversos temas que la Asamblea debe considerar. No siempre las mismas personas cumplen ambas condiciones. Los expertos sueles ser dirigentes nacionales en sus esferas. En una sociedad en la que la educación masiva es un fenómeno nuevo en términos históricos, se le concede un gran valor al conocimiento, lo que puede implicar que se nomine a los jefes de las organizaciones. De ahí que el parlamento del pueblo no esté compuesto fundamentalmente por obreros, sino por líderes de obreros (Un poco menos de la mitad de los diputados, fundamentalmente los que también son delegados en sus municipios, son obreros).
Al visitante norteamericano que considera que la dirigencia es antagónica con la membresía de fila, y que están en una relación de “ellos y nosotros”, esto le resulta sospechoso. Puede considerarse que una brecha en las condiciones de vida y la ideología entre los dirigentes y los miembros de fila podría socavar la naturaleza democrática del proceso. Durante el Período Especial, las desigualdades aumentaron en Cuba, aunque no entre los dirigentes y el resto de la población. Los nuevos ricos son más bien quienes reciben dinero de sus parientes de Miami, o quienes trabajan en los hoteles o compañías extranjeras, donde tienen acceso a los dólares, o los dueños de los pequeños negocios que se han legalizado, o quienes operan en la economía informal (mercado negro).
Pero si los dirigentes a nivel nacional que cuentan con los conocimientos necesarios no siempre están vinculados a sus distritos y a la población, puede que no sean conocidos por la mayoría de los votantes ni tengan una relación con ellos. He oído a algunos comunistas leales declarar que no votarían por personas que no conocen. Por tanto, como ocurre en muchas elecciones europeas, a los votantes se les insta a votar por la candidatura completa y no por candidatos individuales. Estos han sido propuestos por los comités de nominación por sus conocimientos, pero es muy probable que se elimine a quienes se considera demasiado críticos.
La ideología cubana entiende que la sociedad se torna cada vez más democrática mediante una amplia participación y el esfuerzo por lograr consensos. Desde los primeros grados, los niños eligen representantes de aula, y en todas las organizaciones de masas los dirigentes son electos. En cierto sentido, el proceso consultivo desdibuja la distinción entre gobierno y sociedad civil, un giro inesperado hacia “la extinción gradual del estado” que Lenin anticipara. Es más cercano a la realidad considerar que todas las organizaciones de masas son órganos de la sociedad.
Peter Roman describe de la siguiente manera la Asamblea Nacional:
La Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) funciona sobre la base de cinco principios. Primero, debe ser representativa de la sociedad cubana. Por tanto, los diputados provienen de la mayoría de los sectores y ámbitos de la sociedad, lo que incluye expertos en economía, agricultura, salud, educación, deportes y otras áreas que supervisa la Asamblea Nacional. Segundo, debe sostener un contacto y una relación estrechos con la población. Ello se logra, en buena medida, gracias a que casi la mitad de los diputados son también miembros de las asambleas municipales. Tercero, la Asamblea debe consultar con los votantes, los diputados, los expertos, las partes interesadas, funcionarios gubernamentales, el Partido Comunista de Cuba (PCC), la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y las organizaciones de masas las leyes que se proponen y la determinación de las listas de candidatos. Cuarto, debe permitir la expresión de la oposición en lo que respecta a las medidas que se debaten, tales como acápites específicos de las leyes propuestas, pero no de la oposición organizada o una oposición que ataque el sistema. Y quinto, su papel es reconciliar las diferencias para alcanzar consensos antes de presentar las medidas a sus sesiones plenarias. [4]
La relación entre las organizaciones locales y las instancias superiores varía mucho. Un amigo se negó a ser electo secretario general del núcleo del PCC en su centro de trabajo porque decía que su función se limitaba a trasladar instrucciones de las instancias superiores acerca de las tareas a realizar. Otro, un diplomático, me dijo que el núcleo de su misión diplomática debate sobre todo las tareas de la misión y tiene poco tiempo para discutir cuestiones políticas. Cuando les conté lo anterior a algunos amigos de otro centro de trabajo se mostraron indignados. Su núcleo siempre sostiene debates políticos y había encabezado la demanda de que se despidiera al director de la empresa por no atender las necesidades de los trabajadores. Asistí a una discusión con miembros de un núcleo de otro centro donde planificaban cómo presentar su enfoque ecológico sobre el desarrollo en una reunión nacional, y anticipaban la oposición de quienes seguían fascinados con la tecnología “avanzada” y consideraban que la ecología era mera nostalgia de una mítica edad de oro. Un estudiante me describió los debates sostenidos en su aula de secundaria acerca del rock and roll: el tema era si se podía separar la música del estilo de vida de sus practicantes.
Aun con todas sus dificultades, las estructuras formales del gobierno cubano resultan adecuadas para que los productores asociados conduzcan la sociedad. Los factores limitantes son más ideológicos que formales. Entre ellos, el primero es la mentalidad de plaza sitiada como respuesta al hecho de que tres generaciones de cubanos han vivido sujetas a la agresiva hostilidad de los Estados Unidos. Esta no es una excusa para las escaseces e ineficiencias, sino un verdadero factor de la vida en Cuba.
b) Identidad y diferencia. Un segundo problema no resuelto es que en la historia cubana abundan los ejemplos de sublevaciones revolucionarias fracasadas debido a la desunión entre sus miembros. De ahí la alta prioridad que se le concede a la unidad, que no siempre distingue entre acción enemiga y desacuerdo, y, por tanto, fomenta la timidez a la hora de expresar grandes diferencias de opinión. La metáfora militar del asedio está muy extendida. Una valla habanera, muy común durante el Período Especial, mostraba un retrato de Fidel vestido de uniforme y la consigna “¡Comandante en Jefe, ordene!”, lo que sin dudas no alentaba el pensamiento crítico.
Las maneras de referirse a Fidel Castro son diversas. Antes de su retiro, la prensa reproducía la lista de sus cargos, esto es, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y primer secretario del Partido. Ahora se le llama líder de la revolución. El papel de Fidel en Cuba es dual: es un símbolo de la revolución y el político más capaz del país. Pero el primero de esos dos papeles es el predominante y desalienta la crítica. También fomenta los estereotipos, el consignismo y las expresiones de aprobación rutinizadas. Lo más irritante son los discursos leídos por niños muy pequeños en las Tribunas Abiertas, en los que se incluyen palabras que no pueden haber escrito por sí solos y quizás apenas entienden.
La prioridad que se le concede a la unidad también le establece límites al debate, dado que las personas no quieren que se las margine por parecer demasiado negativas. Quizás puedan temer que no se les tome en serio y después se les relegue a la hora de las promociones o del acceso a bienes escasos, que se conceden a quienes hacen “contribuciones a la sociedad”. La deferencia hacia los dirigentes respetados a menudo sirve como disuasivo a las señales de alarma.
Estuve presente en un foro en el que un participante se mofó de la participación recitando:
Yo participo
Tú participas.
El y ella participan.
Nosotros participamos.
Ellos deciden.
Esto es injusto como generalización, poro sí identifica el problema de la toma de decisiones de arriba hacia abajo. Los progresistas sienten aversión por la toma de decisiones “de arriba hacia abajo” por contraposición a la de “de abajo hacia arriba”, y por lo que a menudo es lo mismo: el poder centralizado por contraposición a la descentralización del poder. Además de que la centralización se opone a nuestro concepto de la democracia, la criticamos porque muy a menudo conduce a tomar decisiones erróneas al tratar de aplicar en todas partes la misma fórmula, al no reaccionar ante la crítica, al no tomar en cuenta las peculiaridades, necesidades y posibilidades de cada situación; y también porque subutiliza la gran creatividad de las comunidades y los talentos de los individuos. No obstante, la singularidad de lo particular también es un argumento a favor de la centralización, dado que lo que puede ser óptimo para una localidad puede no ser bueno para el país. En Yugoslavia, el control obrero de las empresas a menudo condujo a los colectivos a comportarse como empresas capitalistas en busca de la maximización de las ganancias.
En la agricultura, la crítica a la centralización es también la crítica al monocultivo a escala industrial. Pero no son exactamente lo mismo. Es en el capitalismo donde la propiedad plena y el derecho a alienar la tierra, a decidir cómo se emplea y a disponer de su producto está concentrado en las mismas manos. Pero no tiene por qué ser así.
En algunas sociedades, la tierra pertenece a la comunidad, pero se divide entre las familias para hacerla producir, en ocasiones periódicamente, atendiendo a sus necesidades o su capacidad para darle uso. En otras sociedades, una familia tiene derecho a cultivar y otra a llevar a sus animales a pastar, etc. Al analizar cómo se debe organizar la agricultura, hay que distinguir entre las unidades de planificación, cultivo y remuneración. Las unidades de planificación dependen de las escalas en las que los planes resultan relevantes. La divisoria de las aguas es una unidad natural para algunos fines, y se seleccionan los cultivos según sus demandas estacionales de agua y trabajo y la diversidad requerida para satisfacer las necesidades nutricionales y de consumo de la población. El tamaño deseable de un terreno se relaciona más con el tipo de cultivo y la movilidad de las plagas. Por ejemplo, yo recomendaría que un campo de boniato tuviera unos cuarenta metros de ancho y estuviera flanqueado por matas de plátano, de manera que la hormiga león que vive en los platanales pudiera buscar su sustento entre los boniatos, hacer sus hormigueros alrededor de los tubérculos en desarrollo y repeler al gorgojo del boniato. La unidad de remuneración no puede depender del valor de las cosechas, porque no existe una relación necesaria entre el valor alimenticio y el valor económico de un cultivo. No es justo pedirles a los agricultores que sacrifiquen parte de sus ingresos para que su tierra incremente la producción de la de sus vecinos o satisfaga las necesidades de los almuerzos escolares. Tiene que hacer cierta redistribución de los ingresos entre las unidades productivas para recompensar equitativamente un trabajo igualmente arduo. Lo que se requiere, obviamente, es una planificación en múltiples niveles, según las escalas de los problemas.
Una adecuada división de la autoridad entre los organismos locales y los de niveles superiores no es algo que se pueda establecer de manera abstracta, sino que depende de las circunstancias. En un momento de la década de los sesenta, a una cubana amiga mía, una costurera con muchos años de experiencia en la lucha contra Batista, le pidieron que dirigiera una granja de cría de pollos. Mi amiga no sabía nada de pollos, excepto algunas recetas para cocinarlos, pero en ese momento su selección era acertada, porque los que la eligieron podían estar seguros de que no sabotearía la producción. Los niveles superiores le dieron instrucciones muy detalladas, y ella se sintió agradecida por cada una de ellas. En aquellos momentos, la carencia de personal calificado hacía de la centralización el menor de dos males. Pero a veces las instrucciones pueden llevar a la parálisis. Se suele creer erróneamente que la planificación central significa directivas uniformes para cada lugar, con independencia de las condiciones, cuando puede significar en realidad la coordinación de la diversidad.
Esta faceta de la planificación central está presente de manera similar en la medicina. Es obvio que cada paciente es diferente, y que el médico tiene que ser capaz de tratar a cada uno de ellos como un ser humano completo, combinando el examen físico, la historia clínica, los exámenes de laboratorio y sus impresiones de las entrevistas con él. Pero también es cierto que los médicos poco experimentados necesitan apoyo. Sus errores suelen tener por origen la falta de experiencia, sobre todo cuando se trata de enfermedades poco comunes. Las consultas a larga distancia con los especialistas pueden resultarles útiles a los jóvenes clínicos. Pero sería igualmente erróneo juzgar a partir de una lista de resultados de laboratorio o de informes clínicos sin tener en cuenta la sutil singularidad de cada paciente. Cómo integrar esos dos tipos de conocimiento es un tema de la mayor importancia para la atención primaria, que no puede resolverse de manera abstracta.
Por ejemplo, en 1995, el pueblo de Yaguajay decidió organizar toda su estrategia de desarrollo en torno al tema de la salud. La definieron en términos generales y pronto comenzaron a evaluar el estado de la vivienda, la estructura etaria de la población, la morbilidad y la mortalidad, la atención de salud disponible, la tasa de familias disfuncionales y otros aspectos de la vida en la comunidad. Para hacerlo, llevaron especialistas a nivel nacional de varios ministerios, no para que dirigieran los trabajos, sino para que les proporcionaran los conocimientos necesarios, y todo fue coordinado por la asamblea municipal. Resulta, pues, que la fácil oposición entre lo central y lo local nos impide entender bien las cosas. El problema es cómo integrar “de abajo hacia arriba” con “de arriba hacia abajo”, y no de escoger una de las dos cosas.
Los sindicatos están entre las organizaciones de masas que desempeñan un papel vital en el funcionamiento del país. ¿Pero son “sindicatos independientes” en el sentido que le damos a la expresión o “sindicatos controlados por el estado?” Y si son independientes, ¿cómo es que no hay huelgas en Cuba?
De nuevo, el visitante se siente tentado a aplicar criterios perfectamente sensatos a la situación errónea. Las relaciones entre los sindicatos y el estado son diversas. Los sindicatos pueden proponer leyes a la Asamblea Nacional. Muchos diputados son miembros de los sindicatos. Dos veces al año, los sindicatos se reúnen con los ministros para debatir cuestiones de interés mutuo. Los sindicatos auspician debates en todo el país sobre asuntos laborales, y en ocasiones han rechazado propuestas de la Asamblea Nacional. El estado y los sindicatos monitorean conjuntamente el cumplimiento de la legislación laboral (hay muchas violaciones, debidas en algunos casos a ignorancia de la ley, en otros a indiferencia o a no querer mover el bote cuando es urgente producir, y algunas veces a oportunismo). Si no vemos a grupos de trabajadores piqueteando frente a las puertas de la Asamblea Nacional es por las mismas razones que no vemos a banqueros o gerentes piqueteando ante el Congreso o la Casa Blanca: ya es de ellos, e incluso si se sienten insatisfechos con algunas decisiones específicas, saben que tienen un interés compartido.
c) Burocracia e innovación. Una queja frecuente de los cubanos y los visitantes extranjeros es la burocracia. Una parte demasiado grande de la vida cotidiana se ve limitada por regulaciones y procedimientos que a menudo se aplican de manera rígida a inhumana. Por ejemplo, hay que obtener muchos documentos para hacer alguna modificación constructiva en el hogar, y las oficinas a las que hay que acudir en busca de esos documentos pueden estar en lugares alejados, o cerradas cuando llega el solicitante –aunque llegue a una hora en que deberían estar abiertas- y, mientras tanto, el interesado ha tenido que faltar al trabajo para ir y no atiende sus propias responsabilidades. O el personal que trabaja en la oficina gubernamental puede estar completamente enfrascado en una conversación y no mostrar el menor interés por las necesidades de quien acude a ella, y cuando finalmente ya están todos los papeles no se puede ir simplemente al mercado a comprar un saco de cemento. Un innovador que tenga una idea brillante a medio elaborar no puede ir corriendo a la esquina a comprar un muelle y tres baterías. (Este es el tipo de quejas que figura de manera más prominente en la sección de correspondencia de Granma, que se publica los viernes.)
Pero no se trata de simple ruindad. La burocracia surgió históricamente como el antídoto burgués al capricho feudal en la concesión de privilegios y la imposición de sanciones. El ideal de la aplicación uniforme del “estado de derecho” con independencia de los individuos resulta muy atractivo y forma una parte importante de la conciencia estadounidense en respuesta a la anarquía imperante en la frontera. Además, para mantener las prioridades y la justicia hacen falta procedimientos conocidos. La frustración de no poder entrar a una tienda y comprar un saco de cemento garantiza que una clínica o una escuela tienen la primera prioridad para la utilización de recursos escasos. Por tanto, la escasez de recursos hace necesarios los procedimientos formalizados.
Nuestro rechazo a la burocracia se basa en que interpone muchos procedimientos entre una necesidad y su solución, aplica la misma medida a todo de modo inhumano, sin atender a las circunstancias individuales, o bien es violada por los burócratas por razones malsanas u oportunistas. Además, la mentalidad burocrática se resiste a la crítica, el cambio y las quejas. El ideal sería un estado de derecho flexible que se aplicara de modo que tratara a cada quien según sus necesidades. Pero esto exige un alto nivel de conciencia y compromiso del personal burocrático, y un estrecho control por parte de la comunidad. Ello se logra de manera desigual en Cuba, aunque el movimiento de “atención al hombre” es un paso en esa dirección.
d) Socialismo y medios de comunicación. La democracia es, ante todo, la movilización de la inteligencia colectiva para solucionar problemas comunes. Cómo se logra es en sí mismo un reto importante. En la antigua Atenas, modelo de democracia (sólo para los hombres libres), no había prensa, por supuesto. El teatro era un órgano importante de formación de opinión, y las obras del teatro griego clásico a menudo eran polémicas y sátiras acerca de personajes públicos famosos. Los versos de los trovadores medievales, las rimas infantiles y otras formas artísticas también fungieron como focos de comentarios y formación de opinión.
Los observadores que examinan los niveles de democracia a menudo centran su atención en indicadores específicos que pueden o no resultar apropiados. La prensa cubana de circulación masiva no se ajusta a nuestra imagen acerca de lo que debe ser, y desde hace mucho no es, la prensa en nuestro país. Su cobertura de noticias es escasa, y muchos artículos se refieren a conmemoraciones históricas o eventos formales, visitas de diplomáticos, etc. Es, por tanto, un cruce entre un periódico y una revista. Se ha producido un aumento del periodismo investigativo en los últimos años, sobre todo de artículos que examinan por qué una empresa no cumple su misión. Las cartas a Granma, que se publican los viernes, no sólo se quejan de las muchas frustraciones de la vida diaria, sino que también incluyen las respuestas a esas quejas de las empresas criticadas. Otras publicaciones, como Havana Times y Temas, publican un rango más amplio de opiniones.
En sentido general, la prensa cubana no es el órgano de formación de opinión que los liberales imaginan en sus idealizaciones de la prensa en el capitalismo. En otros tiempos, en las trece colonias, cuando había una imprenta en cada esquina y cada impresor era un editor, y cada editor tenía opiniones vívidas, la “libertad de prensa” era la libertad para oponerse al dominio británico y debatir las vías para conquistar la independencia. Ese tiempo feliz acabó hace mucho. Cuando los medios de comunicación están monopolizados, cuando los anuncios comerciales son la “libertad de expresión” y la guerra psicológica y la manipulación se han convertido en una ciencia, cuando los costos de publicación se han incrementado tanto que no están al alcance de las causas impopulares, la libertad de prensa se ha tornado una caricatura de lo que finge ser. Los especialistas en la guerra psicológica pueden calificarse a sí mismos de periodistas, cubrirse con un manto de objetividad y exigir la protección que esa profesión ha demandado tradicionalmente y algunas veces ha obtenido. De ahí que descubro que no estoy por la “libertad de prensa”. Estoy por el derecho de los trabajadores y los oprimidos a tener acceso a la información y la oportunidad de debatir sus preocupaciones. Cómo llevarlo a la práctica no es un problema menor, pero no se resuelve con llamados generales a la “libertad de prensa”. En Venezuela y Argentina se han aprobado nuevas leyes encaminadas a distribuir la banda de transmisiones nacional entre el estado, las comunidades y organizaciones populares, y la empresa privada. Estas leyes contradicen la libertad del mercado, pero amplían el nuevo tipo de democracia que se está inventando justo ante nuestros ojos.
e) Democracia en el contenido y en la forma. Muchas otras consignas democráticas son igualmente descaminadas cuando se las toma como principios absolutos y no como medios válidos para alcanzar fines humanitarios. Por ejemplo, en la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, se denunciaba la “segregación” y la “discriminación”. En el contexto del racismo imperante era una demanda obvia, justa e inspiradora. Entonces el bando contrario inventó la “discriminación inversa” para socavar la acción afirmativa. Por tanto, las universidades negras y los cursos universitarios exclusivos para mujeres llegaron a verse formalmente como una forma de segregación, cuando, en realidad, las instituciones exclusivamente blancas y exclusivamente masculinas son órganos del racismo y el sexismo, mientras que las escuelas o clases exclusivamente afronorteamericanas o femeninas son ambientes seguros para los miembros del grupo oprimido que no quieren pasarse su etapa de estudiante justificando su existencia. Algunos querrán poner en jaque el monopolio de los blancos o de los hombres y se aventurarán a entrar en la guarida del león, mientras que otros necesitan apoyo y seguridad para florecer y acumular fuerzas y después volver a salir al exterior Me doy cuenta entonces de que no estoy en contra de la “segregación”, sino del racismo y el sexismo. Es un error frecuente convertir un medio efectivo en una cuestión de principio y después parecer hipócritas cuando resulta que, después de todo, no es lo que realmente queremos.
En la América Latina se han producido movimientos revolucionarios en varios países, que han tenido diversos grados de éxito. Algunos han llegado solos al gobierno (Guyana) o como parte de coaliciones (Chile, Uruguay, Brasil). Otros se han hecho del poder del estado (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador). Cada uno de ellos es diferente, tanto porque las situaciones políticas de cada uno difieren como porque sus ideologías también muestran ciertas discrepancias. Es posible examinar esas diferencias con una lupa y contraponer las experiencias sobre la base de un determinado criterio, por ejemplo, si llegaron al gobierno mediante el triunfo en unas elecciones, movilizaciones de mases, una lucha armada o alguna combinación de lo anterior. Así, Mark Cooper, en The Nation, considera que Salvador Allende y Fidel Castro son opuestos, y apoya al primero y denuncia al segundo. Pero esos dos líderes no pensaban lo mismo. Allende fue siempre un aliado de Cuba y ayudó a escapar a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana del Che después de su derrota. Cuba honra a Allende como a un héroe revolucionario. Lo importante de todos ellos es que encabezaron rebeliones populares contra las viejas oligarquías que mandaban en sus países en alianza con el imperialismo estadounidense. Cada quien tiene su propia historia y se desarrolla dentro de sus propios límites.
Todos han tenido relaciones distintas con “el estado de derecho”. Pero el “estado de derecho” no puede avalarse inequívocamente sin preguntarnos primero: “¿Qué derecho?” De ahí que en Brasil, donde el Partido de los Trabajadores gobierna sólo en coalición, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra hace tomas de tierras en franca violación de los derechos de propiedad que el gobierno está obligada a sustentar. En Cuba, la reforma agraria se hizo por ley. En Bolivia, Ecuador, Venezuela y Honduras, gobiernos progresistas hicieron un llamado a la redacción de nuevas constituciones y a realizar una “refundación” de cada uno de esos países sobre la base de combinaciones de democracia representativa y participativa, para que el estado de derecho se acercara lo más posible a las demandas de justicia e igualdad.
Crítica revolucionaria
Como dice la famosa cita de C. Wright Mills en Listen, Yankee!, “Estoy a favor de la revolución cubana. No me preocupa, sino que me preocupo por ella y con ella:” [5] Podemos tomar sus palabras como un principio general. El punto de partida para examinar una sociedad socialista que surge es un 100% de solidaridad con la revolución, una apreciación de su significación histórica mundial y un profundo gozo por sus logros. Ello exige una defensa incondicional de la revolución contra todos los intentos de reestablecer la explotación capitalista y el dominio imperialista.
Un 100% de compromiso con la revolución no significa estar de acuerdo con todas sus decisiones o sentirse satisfecho con todo lo que sucede en ella, o incluso ni siquiera sentir un total aprecio por todos sus dirigentes. La crítica es una parte integral del compromiso revolucionario, y la disposición a examinar las cosas de manera crítica debería considerarse uno de los requisitos para ser miembro de las organizaciones revolucionarias. Pero la crítica de la revolución tiene como objetivo fundamental la corrección de sus debilidades, No puede evitarse, pero tampoco debe ser la manera fundamental de participar. El visitante debe apoyar la revolución, aprender de ella y gozarse con ella.
La crítica revolucionaria significativa tiene tres prerrequisitos fundamentales:
La crítica debe surgir de una participación basada en el apoyo. Las críticas de los visitantes que participan en calidad de aliados y contribuyen a alcanzar objetivos compartidos pueden ser útiles y bienvenidas. Hay que recordar dos cosas: es la revolución de ellos, emprendida por personas muy parecidas a nosotros que enfrentan tareas que nadie está nunca totalmente preparado para enfrentar, y que son víctimas de una hostilidad crónica y de dificultades y frustraciones inmediatas y cotidianas. Contemplamos sus esfuerzos con admiración, simpatía y amor. Pero hay que recordar a la vez que también es nuestra revolución, ya que forma parte de un proceso global en el que todos tenemos cosas en juego, obligaciones y derechos.
La crítica tiene que estar basada en el conocimiento y en la comprensión del lugar y el momento. El primer elemento de la comprensión es el conocimiento de la historia y la cultura del país, de dónde viene, qué tratar de lograr, cuáles son sus obstáculos fundamentales. Tenemos que saber si lo que vemos es un rezago del pasado, un avance parcial, una concesión a fuerzas retrógradas o un problema no detectado. Y si se trata de una concesión, ¿se le reconoce como tal o se la exhibe como un socialismo creativo? Es importante conocer los contextos de cada decisión. La crítica tiene que basarse en las realidades sociales, históricas e intelectuales de un país, de modo que las observaciones se puedan ubicar en su contexto y los tontos y arrogantes errores producidos por la ignorancia logren evitarse. Mientras más profundos sean el conocimiento y la comprensión en simpatía, mientras mayor sea la capacidad para distinguir entre el desarrollo socialista a largo plazo y los zigzags de la fortuna, más precisa y útil será la crítica.
La crítica tiene que nutrirse de la teoría para evitar que nos abrume lo inmediato, aunque sin ser indiferentes a ello. La experiencia cubana nos permitirá ver con más escepticismo las consignas de la democracia liberal, no para arrasar con ellas, sino para apreciarlas en su relativa validez y su limitación última. Contribuir a ubicar el socialismo incipiente en el contexto de la historia mundial y la sobrevivencia de nuestra especie, viendo tanto la continuidad como la discontinuidad de nuestra evolución social, también nutrirá nuestras propias luchas en nuestro país.
Bon voyage!
[4] Ponencia presentada en el simposio “Cuba Today: Continuity and Change since the ‘Periodo Especial,’” Cuba Project, Bildner Center for Western Hemisphere Studies, Graduate Center, City University of New York, 4 de octubre del 2004.
[5] C. Wright Mills, Listen, Yankee! (Nueva York: Ballantine, 1960), 179.
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Texto íntegro en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106870
Texto en Inglés : http://www.monthlyreview.org/100401levins.php
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