LEZAMA HABLA DE MARTÍ.
Eso ocurre con José Lezama Lima un grande de las letras cubanas, apegado a su cultura y universal por sus escritos, llenos de ese mundo tan de él, erudito, sarcástico, lleno de claves, pero certero para caracterizar a otros que le precedieron de una forma distinta y poético, esto hizo ante una pregunta del periodista Félix Guerra y dejó esta semblanza de José Martí, que debe ser un reto para quienes la traduzcan y traten de leerla en otro idioma, pero que retrata al Apóstol como pocos:
«Martí es un vecino arropado de los senderos, un solitario que mira de frente y se abanica con palmas. Una levita olorosa a camino, a monte, a ciervo que busca amparo, a banderón de la entrada. Su mentón huidizo carece de importancia, porque vive bajo un follaje bigotudo.
Es una persona intensa, olvidada de los espejos. Crece duplicándose desde la barbilla a la frente, donde redoblan faldas y palmares.
El mar es un apócope de su persona y él es un aféresis bien pensado del mártir. La suma amplitud de su patriotismo se ensancha con la magnitud del hueso frontal y algunas occipitaciones de fondo.
Ojo de mirar profundo, aunque no oscuro, penetrante, aunque sin filo, perfila una sinuosa búsqueda sin sombrero sobre la tierra. Se entrega, con cariño manifiesto, manosea, acaricia de cerca, exhibe dedos irrefragables, se acoda, escucha, percibe, riposta.
Y entre ambos, platicador y platicado, abulta una enredadera de tilos y cundiamores, saúcos y buganvillas, hasta que amanece y las crepitaciones se rinden incondicionales al verbo. ¡Qué mansa inmensidad, qué furiosa dulzura! Adereza palabras inefables para alabar virtudes y anatemas espantosos para azotar pecados.
Aunque nunca se detuvo en ninguna mejilla con el látigo en la mano. La sátira o la ironía, raramente mordaz, se tendían como puente imperceptible o como rosa de enero.
En el rostro le jugaba una sonrisa, leve, no de alegría ni por chistes o bromas (aunque sí parece que se podía constatar su eventual sentido del humor), sino por una dulcedumbre tristeza de amor que se alelaba en el aire, entraba a los pulmones, planeaba como hoja de otoño, se dejaba atrapar, silbaba otro poco y luego iba a buscar nido al anochecer.
Nunca nadie fue igual, tanto en días de vendimia como de vivaqueo. Fue un peregrino en movimiento, abandonado a ratos y a ratos oculto de su propio parapeto cervical. Su ternura se alimentaba de un encantado manto freático, en territorios ubicados al sur y al norte.
Al viajar, alternando miradas de águila y de paloma, le crecieron nuevas ramas y raíces, como al ser destinado por los aleros para meditar en las más agudas y suaves aristas materiales. Era un coloso colosal. Aunque el estilo griego, no por la estatura sino por la figura.
Su esqueleto fibroso dimensionaba dentro del traje y desbordaba la elocuencia de las diversas locaciones. Rimaba estrella con locura, mientras advertía el remanso de las expansiones y la demencia de las lejanías.
No fue ciertamente hombre para vivir atribulándose hasta los 70, ni para fallecer durmiendo en un catre o hamaca, sino, paradójicamente, para atacar con un arma que no dispara y cabalgar hacia un enemigo que ama más que aborrece, que desea más redimir que derribar…(1)
1. Tomado del libro "Para leer debajo de un sicomoro" que contiene una serie de entrevistas que Félix Guerra le hizo a Lezama Lima en la década del sesenta sobre diferentes temas.
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