martes, 24 de abril de 2007

Mil millones de seres humanos pasan HAMBRE.

HAMBRE: VERGÜENZA DE NUESTRO TIEMPO Jorge Gómez Barata

Quienes alguna vez miraron de frente a la pobreza coinciden en que su peor consecuencia es el hambre que debilita, enferma y humilla. Carecer de comida provoca dolores y angustias terribles, condena a los niños al raquitismo, los entristece y les impide desarrollar la inteligencia.
El hambre que golpea implacablemente a los más inocentes y vulnerables y avergüenza a padres y madres, no es para los países extremadamente pobres una referencia histórica ni un fenómeno circunstancial, propio de una etapa desafortunada, sino una herencia maldita, venida no saben de dónde y una constante que acompaña su existencia y la convierte en un calvario.
El hambre nunca viene sola, sino acompañada por las enfermedades y la ignorancia. Ella mata más personas en el Tercer Mundo que la malaria, el SIDA y la tuberculosis juntas. Compañeras suyas son también la opresión y el despotismo. Los países con más hambre tienen menos libertad. Nunca he escuchado a los países ricos, asociar la lucha por la democracia a la erradicación de la pobreza.
Aunque lo parezca, el hambre no es resultado de la maldad humana, sino de la irracionalidad de un orden social injusto. De hecho casi el 80 por ciento de los hambrientos viven en zonas rurales donde sobran las tierras aptas para la agricultura y la cría de animales y más del 60 por ciento son ciudadanos de países con excedentes de alimentos, algunos de ellos grandes exportadores: Brasil y Argentina son los peores ejemplos.
El fondo del problema es que los alimentos, tanto como la salud y la educación, están sometidos a las reglas de mercado en países donde el mercado no funciona, por el simple hecho de que no corre dinero. Según las reglas de la Organización Mundial del Comercio, los alimentos importados por los países africanos pagan más impuestos por el valor agregado que los chocolates suizos consumidos por los británicos.
Según estimados de la FAO, la cosecha de cereales del 2007 se incrementará en más del cuatro por ciento y puede llegar a 2 082 millones de toneladas. Eso no evitará que aumente el número de personas con hambre que pueda llegar al millardo. Más alimentos tampoco significa precios más bajos; al desviarse alrededor de 100 millones de toneladas de maíz y otras tantas de soja hacía la producción de biocombustibles, se disparan los precios de los piensos, y naturalmente, la carne, los lácteos y los huevos.
No discuto la capacidad del mercado para estimular la economía y promover el bienestar; no obstante habría que acotar que esa “mano invisible” funciona allí donde forma parte de un sistema coherente. El problema radica en que los pobres no tienen como ganar el dinero necesario para adquirir alimentos.
La producción de alimentos crece en todas partes menos en África que es donde más hambre existe. La inmensa mayoría de los 82 países de bajos ingreso y con déficit de alimentos y los 33 en situación de crisis alimentaría severa son africanos.
Como quiera que la necesidad y la demanda son categorías diferentes, la escasez de alimentos no implica mayores posibilidades de venderlos.
No existe ningún empresario interesado en invertir en la producción de alimentos en África, por la sencilla razón de que no tendría a quien vendérselos. Al no existir una demanda solvente, tampoco se desarrolla la producción.
Como consecuencia de semejante mal entendido histórico, países que apenas producen divisas deberán importar todos sus alimentos. Los esfuerzos de los donantes públicos y privados, las ONG, los grupos ciudadanos, las iglesias y las órdenes religiosas, no logran compensar la ineficacia del sistema.
En un mundo en el que miles de millones de personas adquieren conciencia de la necesidad de preservar el medio natural, se angustian por el calentamiento global, temen por la suerte de las ballenas, se interesan por la supervivencia de los escarabajos del desierto, cuidan amorosamente a sus mascotas y convierten la preservación de la biodiversidad en vademécum, 1000 millones de personas pasan hambre, de ellos 300 millones son niños, de los que 12 millones no sobrevivirán.
El hambre es un mentís a la condición humana y la evidencia de que algo muy importante anda mal y debe ser cambiado.