miércoles, 23 de septiembre de 2009

PRISIONEROS TORTURADOS ABANDONADOS PERIODISTA ANA CACOPARDO ADOLFO PREMIO NOBEL PEREZ ESQUIVEL LEYES BLUMBERG RUCKAUF

Buenos Aires, 20 de setiembre de 2009

ENTREVISTAS: ANA CACOPARDO

Esa mirada

"Caí por robar vacas y caballos cuando tenía 15 años. Un tipo me dijo que ahora tenía que ser su "mujer", concretamente que me bañara y fuera para la celda. Me acerqué al carcelero y le planteé la situación. Me contestó que no podía hacer nada, que eran las reglas de la cárcel, que eligiera entre ser la "mujer" de un preso o de todo el pabellón. Otro preso que escuchaba me llamó y me dijo: mirá, no son esas las únicas opciones, y me dio una faca, el famoso cuchillo carcelario. Me acerqué al tipo por la espalda y le di seis o siete puñaladas, lo maté en ese lugar. Después tuve que hacer lo mismo con otros dos compañeros suyos y de esa forma obtuve el respeto. En la cárcel aprendí a matar, a robar, a secuestrar, a traficar y me convertí en el peor de los presos, en el peor de los seres humanos». Con este testimonio de Ramón Solari –aún en el encierro–, comienza Ojos que no ven, el largometraje dirigido por Ana Cacopardo y Andrés Irigoyen, ganador del XI Festival de Cine y Derechos Humanos de América Latina y el Caribe, realizado recientemente en Buenos Aires.

Cacopardo es también directora ejecutiva de la autónoma y autárquica Comisión por la Memoria y su Comité contra la Tortura de la Provincia de Buenos Aires. Allí, junto con el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, entre otros, batalla contra la violación de los derechos a las personas privadas de su libertad en ese distrito. Precisamente desde esta función sus singulares ojos celestes eligieron una mirada profunda para interpelar a la invisibilización o banalización de las calamidades que se perpetran tras los muros y las rejas, y que otros ojos prefieren eludir. En la premiación el jurado de la competencia oficial, integrado por Jorge Denti, Cristian Calónico, Stefan Kaspar, Alejandro Sammaritano y Susana Sel, afirmó que se han destacado la sensibilidad y el compromiso social con los cuales Cacopardo e Irigoyen describen la situación del sistema carcelario argentino y latinoamericano. Pero a la vez, Ojos… obtuvo el premio del público que, en este caso, estuvo compuesto por mujeres detenidas en la cárcel de Ezeiza.

Como realizadora, ya había filmado Cartoneros de Villa Itatí, junto con Eduardo Mignogna y otros, con el que ganó el premio al Mejor documental y al Mejor film del X Festival Latinoamericano de Video (Rosario 2003) y Mejor película del V Festival Nacional de Cine y Video Documental (Buenos Aires 2003). También, con Un claro día de justicia, film que narra el juicio al represor Miguel Etchecolatz y la desaparición de Julio López, obtuvo el primer premio del IXº Festival de Cine de Derechos Humanos (Buenos Aires 2007).

Formada como periodista en la Universidad Nacional de La Plata, tomó cursos de producción y realización en la Televisión Española y en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba. Condujo el ciclo de biografías Historias debidas, emitido por Canal 7 y luego por la señal Encuentro. Este programa la consagró como entrevistadora en base a su particular estilo en el género.

Aunque sus actividades son diversas, la periodista sostiene que el tema del encierro la desvela. Si al decir de Albert Camus, una sociedad debe juzgarse por el estado de sus prisiones, Ana Cacopardo indica que «la sociedad argentina se halla en serios problemas, porque allí son despositados para su segregación, neutralización o aniquilamiento los sectores considerados "sobrantes", "excedentes" de un capitalismo que los despoja de su entidad humana en el último bastión de la exclusión y la miseria».

–¿Cómo llegó a investigar lo que sucede en las cárceles?

–Mi primer contacto fue en el año 2006, cuando la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, a través de su Comité contra la Tortura, empieza a hacer inspecciones sistemáticas a las prisiones bonaerenses. Yo era directora ejecutiva de la Comisión y acompañaba esas auditorías, que nacían de un diagnóstico certero: la violación masiva de derechos en los ámbitos de detención. Había que ejercer un control social, y para eso, las inspecciones debían ser sorpresivas. No teníamos, claramente, un amparo legal para hacerlo, sólo la decisión y la certeza de que era necesario. Sucedía por entonces que las cárceles tenían la fisonomía que tomaron después con las llamadas «leyes Ruckauf» y «leyes Blumberg», que endurecieron fuertemente la legislación de excarcelaciones, con lo cual las prisiones estallaban, los niveles de hacinamiento no tenían precedentes, las condiciones realmente ofendían la dignidad humana y fue muy impactante recorrer esa cárcel, entrar a los buzones (celdas de castigo), entrar a sanidad, sentarte en una cama y charlar con los pibes.

–Concretamente ¿cuál fue el cambio en la cantidad de detenidos?

–Fue escandaloso, particularmente en la provincia de Buenos Aires. Pasamos de 15.000 detenidos a superar los 30.000 al finalizar la gestión de Ruckauf. Y hoy parece que el reloj atrasara. En diciembre del año pasado se vuelve a aprobar una reforma al Código Penal Procesal que endurece las excarcelaciones y ya la población carcelaria trepó a las cifras de la época pos Ruckauf de 2004/2005.

–¿Cuál es el principal problema que usted registró en las prisiones?

–La violencia estructural es el elemento que define y organiza la lógica del sistema penitenciario. Según la Constitución, la única condena a un detenido es la privación de la libertad, todo lo demás son violaciones a los derechos humanos, actos degradantes a los que ninguna persona debe ser sometida y, sin embargo, son hechos cotidianos. Desde la situaciones más básicas de no acceso a la educación y a la alimentación hasta tener intimidad, a hacer tus necesidades sin que otro te esté viendo. Vos tenés derecho a no ser violado. A que no te torturen ni te humillen agentes del propio servicio penitenciario. A que no se desaliente las visitas de tus familiares con requisas invasivas y esperas extensas unidas al maltrato. A que el penitenciario no se cruce de brazos viendo cómo dos detenidos se matan en una pelea que probablemente se inició porque uno de los presos es un «cochebomba». El término «cochebomba» en la jerga carcelaria se usa para referir a un detenido que en acuerdo con el servicio penitenciario «explota» contra otro, lo ataca.

–O sea que desde su visión no existen posibilidades reales de resocializar…

–El mito de la resocialización tenemos que abandonarlo definitivamente. La cárcel no busca resocializar, no busca reeducar, es el último bastión de la exclusión, el último y el más terrible, que empezó mucho antes, afuera. Pero ahí, adentro, se consagra una situación que desdibuja lo humano y hasta llega a aniquilarlo. Abandonemos el mito de la resocialización porque la función de la cárcel hoy es segregar, neutralizar o eliminar a las poblaciones sobrantes. Así lo explican Alcira Daroqui y otros importantes sociólogos foucaultianos (por Michel Foucault). Después, si vos me decís, «¿por qué esa mirada?, en la cárcel también hay gente que termina los estudios, hay talleres, experiencias interesantes». Sí, por supuesto, eso también, pero ¿cuánta población carcelaria tiene acceso a la educación, y cuánta es la que puede seguir estudiando de verdad dos meses después? ¿Cómo estudiás cuándo te trasladan de un lugar a otro?, ¿cuando ni siquiera podés dormir tranquilo, porque lo hacés con los ojos abiertos esperando un ataque sorpresivo, en una situación de estrés o pánico permanente? En 2007 hubo 102 muertos y en 2008, 112 en las cárceles de la provincia. A las muertes violentas, se le suman los decesos por desatención médica, por abandono de persona. Por sida ni hablar, porque no se sabe cuántos son los casos reales, la tuberculosis no se trata... Entonces, cuando el certificado dice que alguien murió de «paro cardiorrespiratorio», esconde datos de relevancia y así se enmascara la violencia estructural.

–¿De qué modo analiza políticamente esta realidad?

–En la Argentina se viene consolidando un proceso de exclusión social, el modelo que empezó a gestarse en la dictadura y que no necesitó del terrorismo de las armas durante el menemato, nos dejó una sociedad distinta. Habitan las cárceles los pobres, los morochos, los jóvenes, con las excepciones que lo confirman. Son hijos y nietos de los 90, cuando una generación empieza a perder empleo estable y otras seguridades y sus hijos pierden toda vinculación con el mundo del trabajo y otros mundos. La dictadura apuntó claramente a un grupo definido en términos políticos que había que eliminar en nombre de un orden occidental y cristiano perpetrado por el Estado terrorista con determinado consenso social. Si pensamos eso en el tiempo histórico actual, la sensación que tengo es que empieza a consolidarse bajo el paradigma de la «seguridad ciudadana» un peligroso concepto de aniquilación del otro. Me produce una gran preocupación el «sentido común», de cierta opinión pública, que apunta nuevamente a consolidar la idea de que hay un sector descartable, una población que hay que eliminar.

–¿Cómo define el tipo de entrevistas que realiza en Historias debidas?

–Me interesa la entrevista de fondo, la que intenta asomarse al mundo del otro. Por eso hago un ciclo como este, que ya tiene casi 10 años en pantalla. Hicimos personajes bien distintos porque lo que fundamentalmente nos interesa es la condición humana y, por supuesto, la memoria colectiva. Esa posibilidad extraordinaria que un trayecto de vida tiene para explicarnos un momento de la historia. Se trata de mujeres y hombres representativos de la cultura popular, de organizaciones sociales, desde Eduardo Galeano y Pérez Esquivel, hasta Sabina Sotelo, Houseman, Acavallo y el dueño de «Bolichón con historias» de Berisso. Este hombre, un laburante del Swift, fue parte del sindicato de la carne, y gestionaba un barcito de la calle Nueva York en Berisso, donde se cantaba tango y se recuperaban una serie de tradiciones del encuentro en una calle que tuvo una historia muy ligada al nacimiento del peronismo. Destaco especialmente los programas que hicimos con Hugo Mugica, el payaso Firulete, el cura Carlos Cajade, la flaca Rossetto, Leonardo Favio... El encuentro con Ulises Barrera, un maestro del periodismo, sus relatos boxísticos eran en verdad una excusa para la crónica social. Lo recuerdo emocionado contando sus últimos encuentros en la cárcel con Monzón, o a Osvaldo Bayer, mirándose en el espejo de una foto donde tenía apenas 20 años y diciendo: «Tendrías que haber amado más».

–¿Qué técnicas utiliza en este ciclo?

–En cada programa hay una búsqueda que tiene que ver con la condición humana, son diálogos en profundidad, trabajo con una estructura de entrevista que toma conceptos de la historia de vida en términos antropológicos. Utilizamos una serie de recursos, por caso el uso de fotos del álbum familiar, la apelación a la genealogía de los personajes. No son programas que se graban en serie, rapidito y salen con dinámica en vivo, sino que se producen mucho, hay una investigación previa de los personajes. Para mí es también un homenaje a la entrevista, donde el lugar del conductor es propiciar la mejor manera de contar una historia, donde lo que yo hago para desplegar mi oficio de entrevistadora es lograr que el personaje encuentre primero la confianza para dejar de ser personaje y ser persona, aún delante de la cámara. Y segundo, para llevarlo a los núcleos centrales tanto en la historia personal como en ese cruce con lo colectivo.

–No está pensando en el rating...

–No, claro que no. Te das el lujo del silencio. Con el Chango Spasiuk fuimos a Misiones, estuvimos en la carpintería donde el papá y el tío fabricaban violines, un taller de luthiers maravilloso. El Chango estuvo (siempre lo digo porque estoy orgullosa), un minuto y cinco segundos en silencio mirando una imagen. Ese el ejercicio con el que terminamos habitualmente el programa, confrontar al personaje con una foto de otro tiempo, es una suerte de juego de espejos dirigido a ver qué te pasa con el que eras y qué le pasará al que eras con lo que esperaba ser. Y él se quedó con un rostro, una mirada tan expresiva, un minuto y cinco segundos en silencio. Y nosotros lo bancamos. Cuando se editó el programa, se mantuvo ese rostro y esa referencia. La verdad, me parece que esas cosas las pudimos hacer en una tele pública, y en un espacio que tiene una búsqueda que sólo es posible en una tele que no está cruzada, ni por el rating, ni por el zapping, ni por la imposición del mercado.

–¿Cómo nace su vocación de realizadora?

–El puente para llegar a la realización audiovisual tiene mucho que ver con las ganas de un abordaje más complejo y más profundo de determinadas realidades que se nos habían aparecido trabajando desde el periodismo. Y en 2001, Cecilia, una monja misionera coreana, me llama por un caso de gatillo fácil que hubo en la Villa Itatí, donde asesinaron a Carlos, un cartonerito de 15 años, que era miembro de la cooperativa naciente. Le dije a Andrés, el co-director de Ojos que no ven, vamos a Itatí, porque era el sepelio del cartonerito. Iban a convertir el sepelio en una gran marcha de protesta encabezada por el coche fúnebre y atrás todos los carros de los cartoneros. Una hilera enorme, con carros tirados a caballo, partieron de Villa Itatí y llegaron al cementerio de Avellaneda. La verdad, esa columna abriéndose paso en el medio del acceso sudeste, con los autos esquivándolos, con los carteles que pedían justicia para Carlos, fue una imagen muy impresionante por todo lo que decía sobre ese momento de la sociedad argentina. Y entramos al cementerio, los acompañamos, grabamos la despedida, después grabamos una quema de gomas que se hizo frente a la villa continuando con el reclamo. Y decidimos hacer la película Cartoneros de Villa Itatí.

–¿Fue su primera experiencia?

–Sí. Entre otras cosas, me demostró mis limitaciones. Yo soy periodista, centralmente soy periodista, y aparecieron mis propias limitantes expresivas, con lo cual sentí una profunda necesidad de estudiar. Entonces, hice cursos de realización en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, que fue una experiencia muy valiosa, por el curso y por el contacto con compañeros de todas partes. Y a partir de ahí se fue generando un camino, después hicimos Un claro día de justicia, que me causó una sensación ambivalente. Por un lado la sensación reparadora de cualquier acto de justicia. Eso fue la condena de prisión perpetua a Echecolatz, para las víctimas en términos subjetivos y también para la sociedad. Pero la contracara es la impunidad por la desaparición de López, que me deja un sabor profundamente amargo y de impotencia. Cada vez que por alguna razón veo la película, allí está Julio López en los relevamientos que se hacían a los centros clandestinos, con su gorrita, con su obsesiva recapitulación de cada detalle. Ves el reconocimiento en la Brigada de Avellaneda. Allí está Jorge Julio López, reconcentrado, revisando cada rincón, evocando momentos, recordando nombres. «López, pare de recordar, pare de recordar», le dice en un momento el juez Carlos Rozanski. El secretario del tribunal no llegaba a tomar nota. Y López no paraba de recordar.

–¿Cómo se sintió al filmar el juicio?

–Respecto de los acusados, mostrarlos de frente, ver sus rostros y sus gestos es importante en términos de la condena social a estos personajes. Pero también porque nos enfrenta a su humanidad. Sería mucho más tranquilizador verlos como monstruos. Pero no. Son personas que han perpetrado o consentido hechos atroces. Y forman parte de nuestra sociedad. Y no sólo son integrantes de fuerzas de seguridad. Son gremialistas, jueces, abogados, funcionarios… Eso también se ve en el documental. Y nos inquieta porque es un espejo en el que preferimos no mirarnos.

–¿En qué circunstancias surgió la idea de Ojos que no ven?

–Los tres documentales nacieron de una conmoción. Cartoneros de Villa Itatí, de la conmoción del caso de Carlos y de la Asociación de Cartoneros. Un claro día de justicia, por la conmoción de la desaparición de Julio López. Y Ojos que no ven, por la conmoción que nos produjo ver las condiciones en que sobrevivían los presos de la Provincia de Buenos Aires en ese tránsito que hicimos por Olmos, Alvear, la Unidad 9 y otras. Y nace también de la voluntad muy fuerte de tratar de que ese sistema que garantiza los mecanismos de la propia impunidad dejara de serlo un poco menos, que nuestro trabajo fuera un ojo de la sociedad que abría una ventana y ofrecía una pintura bien diferente de la que se ve en televisión.

–¿Qué opina acerca de las actuales formas televisivas de abordar estos temas?

–La mirada sobre las cárceles que está por ejemplo en los productos de Endemol, que también hace Policías en acción, blanquea a las fuerzas de seguridad, y la encontrás también en otros programas y noticieros. Muchas de esas miradas son las que se regodean en la cultura «tumbera» desde la perspectiva de cierta clase media porteña que fisgonea el universo de lo marginal. Y ese fisgoneo se detiene en un conjunto de aspectos que definen la cultura carcelaria y que además terminan banalizando situaciones que le cuestan la vida a la gente, porque los que mueren son seres humanos. Esa mirada me rebela porque yo conocí la cárcel real, y quizás uno puede ser optimista y decir hay mucha gente que no sabe lo que pasa dentro de las cárceles, si lo supiera desearía que las cosas fueran distintas. Entonces apostemos a una sensibilización de una porción de la sociedad que no ve porque no puede ver. Porque claramente hay un sector de la sociedad que no quiere ver.

–¿Cómo le impactó ganar el Festival de Cine y Derechos Humanos, y hacerlo con el veredicto de los dos jurados, el de la competencia y el de las propias detenidas de Ezeiza?

–Todos los reconocimientos sobre el trabajo de uno son un aliento, pero en un trabajo como Ojos que no ven, que tiene una clara intención de intervención política, el reconocimiento tiene un valor político enorme, un subrayado sobre el tema que incorpora la valoración artística. El jurado es muy respetable, por sus trayectorias y sus producciones, pero que las mismas chicas de Ezeiza nos eligieran tiene un valor inigualable porque se sintieron representadas por la película. Yo ahí me dije: misión cumplida. Porque la idea era que la película documentara «esto es la cárcel». Y el segundo objetivo era hablar sobre sus trayectos de vida, y ellas también se sintieron identificadas. Fue muy emotivo que lo dijeran ellas allí, con el Servicio Penitenciario Federal en la puerta.

–El panorama desolador que usted recogió en las cárceles, ¿admite alguna posibilidad de transformación?

–Es que precisamente, si en este contexto de condiciones de vida inhumanas, naturalización de la tortura y la muerte, y uso y abuso de la prisión preventiva, comenzó a funcionar el Comité contra la Tortura de la Comisión por la Memoria, es porque apostamos a una lucha. Todavía recuerdo bien la primera inspección. Fue en mayo de 2005. La encabezó Adolfo Pérez Esquivel en la Unidad 9 de La Plata. Él fue preso político y estuvo detenido allí. También repaso un acto que hizo la Comisión en el patio de esa misma unidad el 24 marzo del 2006. Se cumplían 30 años del inicio de la última dictadura militar. Hacer el acto allí y dar la palabra a los detenidos fue una forma de afirmar con toda convicción que la memoria tiene que servirnos para iluminar este presente y transformarlo. A mí me gusta pensar en un universo donde las cárceles no formen parte del proyecto. Aunque si ahora fueran sanas y limpias ya sería un gran avance. Hoy las rejas son el horizonte de una sociedad que expulsa cada vez más, mientras que algunos se encierran en los countries y pretenden no ver el despojo, la humillación y el sufrimiento. Y la verdad es que ese horizonte, tan triste, no puede formar parte de mis sueños.

Oscar Castelnovo

 

«No es cualquier mar»

«Nací en Necochea, soy provinciana, tengo una identidad muy fuerte de mar, porque además nací en un casa que está a una cuadra de la playa, me asomo a la ventana de mi dormitorio (digo mío, porque mis viejos aún viven allí) y lo escucho, y no es cualquier mar, es el poderoso Océano Atlántico. Y uno se da cuenta de lo constitutivo que es de su persona ese mar recién cuando se va», reflexiona Cacopardo.

–¿En qué la constituye?

–Lo siento como un espacio donde me encuentro, tomé muchas decisiones sentada frente al mar, del mismo modo que nos constituyen ciertos olores o ciertos afectos. Extraño esas olas.

–¿A qué jugaba?

–Las muñecas mucho no me gustaban, era bastante machona, como decía mi mamá. Me encantaba treparme a los árboles. Tenía hermano y primos varones y yo era la más pequeña, y me parecían más divertidos los juegos de mis primos que los de las nenas. Hice mucho deporte, voley, pelota al cesto, handball, tuve un dilema vocacional muy fuerte: si iba a venir a La Plata a estudiar Periodismo o Educación Física.

–¿Por qué eligió el periodismo?

–Entendí que una cosa era que me gustase mucho el deporte y otra era que eso fuera mi oficio en la vida. Siempre tuve mucha curiosidad por el mundo de los otros, me gustó escuchar, andar, esto cruzado con que para mí la radio era una suerte de magia que me encantaba, ese fue uno de mis juegos más tempranos. Con una amiga improvisábamos un programa de radio con dos grabadores, poníamos las cortinas, música y yo entrevistaba. Y ya a los 15 años me iba a escuchar los programas de radio que se hacían en LU13 Radio Necochea, la única AM que había. Iba y me instalaba, en algún verano hasta hice colaboraciones con la radio. Fue una de las cosas que más me decidió a estudiar periodismo. Y al final no hice radio, los caminos de la vida me fueron llevando más a la tele, a lo audiovisual, pero en el origen estuvo la radio.

(Agradecemos a la revista Acción, donde originalmente se publicó esta entrevista)

AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH

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  Para la libertad

Voces que atraviesan los muros y las rejas

Por qué

 

Porque la prisión murada nació con el capitalismo para control y disciplinamiento de los sectores sociales oprimidos.

Porque la cárcel es un depósito de seres condenados al aniquilamiento de su condición humana.

Porque los hombres y mujeres que la padecen, invariablemente, habitan el territorio de la pobreza y la rebeldía.

Porque no podemos derribar los muros y las rejas, pero sí atravesarlos con las voces de tantas compañeras, de tantos compañeros, quienes se hallan sentenciados al silencio y al olvido.

Porque de este modo podemos compartir con nuestros lectores, sus denuncias, sus tristezas y sus sueños, es que la Agencia Rodolfo Walsh promueve este sitio de expresión.

Porque las razones que nos impulsan, en conjunto, provienen del mismo dolor y de la misma terquedad en emprender el vuelo hacia un horizonte de justicia y libertad.

 

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No se bien si Dios es argentino.     Pero juro por lo que más quiero, que Ernesto Che Guevara   SI   lo es.     Toto
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores   calle Rojas 129  local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina  telefax: 4-903-3285 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
colectivos 1 - 2 - 25 - 26 - 32 - 42 - 53 - 55 - 85 - 86 - 103 - 180
a solo 25 metros de la Estación "Caballito" del Ferrocarril Oeste y a cien metros de la Estación de Subterráneos "Primera Junta" de la vieja línea "A"
doná sangre, doná órganos, doná células madre, sé solidario, SÉ VOS.
¡Salven a los argentinos! "las ballenas"

ENVENENAMOS A NIÑOS, JOVENES Y ADULTOS GLIFOSATO ARGENTINO PESTICIDAS HERBICIDAS INTA BASAVILBASO CONCEPCION DEL URUGUAY


 
Sent: Wednesday, September 23, 2009 4:26 PM
Subject: ¿Celebrar la vida? Para los D´Angelis y para el INTA que se calla

... y para todos aquellos que apoyan esta ultra derecha que se viene!!!
 
Villa Mantero es un localidad agroindustrial, con un molino arrocero y otro de maíz, dentro del Departamento Uruguay, ubicada a unos 13 km de Basavilbaso y a 50 km de nuestra ciudad Concepción del Uruguay.
 
Es una de las primeras zonas donde ya ha habido muertes, casos de cáncer y degeneramiento fetal humano producto del excesivo uso de pesticidas y herbicidas.
 
 
 
No se bien si Dios es argentino.     Pero juro por lo que más quiero, que Ernesto Che Guevara   SI   lo es.     Toto
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores   calle Rojas 129  local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina  telefax: 4-903-3285 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
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¡Salven a los argentinos! "las ballenas"
 
 
 

CARTA A VICTOR JARA POR CARLOS ALBERTO RUIZ CHILE COLOMBIA LA HABANA JUANES URIBE EL ASESINO NARCO BOSE BLOQUEO

 
Carta a Víctor Jara

Juanes, el silencio despreciable y el des-concierto que viene

Por: Carlos Alberto Ruiz[1]    (Especial para La Pluma)

21 de septiembre de 2009                                                                                         

Querido Víctor,         

El espasmo de esta carta, hoy, tras el concierto de ayer en La Habana, es en parte un pretexto, pues también corresponde a una vieja idea justificada sólo en el hecho de querer rendir un homenaje íntimo a la memoria de un ser excepcional que tuvo su voz y guitarra como armas al lado de los pueblos.

Son unas líneas para expresar, a través de un instrumento limpio y apto, lo que ahoga por dentro y necesita ser compartido, quizá para intentar sanar de ese modo una vieja herida recién abierta, hace apenas unas horas, unos minutos.

Mejor de esta forma, aunque podría haber sido un artículo de un modesto análisis político o sociológico, referido en general al mal estado de nuestra cultura, para usar así un puente freudiano.

Cuando digo esto, quiero decir deliberadamente la cultura de la izquierda, de ese espectro de hombres y mujeres en minoría que construyen alternativas y humanismos frente al dominio del capitalismo, y quiero subrayar cultura para pensar sobre los modelos que tenemos como ejemplares, como valores.

Comenzaré por contarte brevemente que en Colombia, de donde es el cantante Juanes, se mata desde hace años, a gente del pueblo, por decenas de miles, y que allí hay millones de indigentes, de hambrientos, de excluidos. Millones de empobrecidos en un país de inmensas riquezas.

Que a lo largo de estas décadas han sido asesinados cerca de 50 mil militantes de izquierda, de partidos, de comunidades campesinas, de sindicatos, de indígenas y afrodescendientes; que cientos y cientos de jóvenes pobladores que seguramente escucharon la camisa negra de Juanes, murieron hace unos meses con las camisas verdes que los militares les pusieron antes de ser ejecutados y presentados falsamente como guerrilleros dados de baja; que hay unos 15 mil detenidos-desaparecidos; miles de torturados; miles de presos en inhumanas condiciones de reclusión; cerca de 5 millones de refugiados internos.

Qué voy a contar que no sea conocido: sobre cómo hay un poder mafioso, de narcotraficantes y paramilitares, de oligarquías y multinacionales voraces, cuyas fuerzas armadas han acudido a la mutilación con motosierra, a rajar el vientre de las mujeres sospechosas de insurgentes, a la violación carnal, a jugar fútbol con la cabeza de sus víctimas, como sucedió con Marino López, caso en una cadena de hechos que hace pocos días un genocida ex general refirió como sucesos sabidos en un contexto bajo control del hoy presidente Uribe Vélez, el "demócrata" que se ha encaballado en el gobierno gracias al asesinato.

Por que allí, Víctor, donde se han aniquilado sueños de transformación, reina el crimen y la impunidad que lo premia.

Escribo esto con estupor. Con pesar. Veo, escucho y leo sobre un gran concierto. Dizque histórico. Frente a la imagen del Ché, en la Plaza de la Revolución. Y estoy impresionado. Puedo entender razones de oportunidad, de apertura, de conveniencia, de mercado; puedo creer en motivos tácticos y estratégicos. Pero duele. Este caballito de Troya no sólo ha enfurecido a miles de gusanos en Miami o Bogotá.

También ha penetrado en el campo de una cuestión de honor, puesto ahí, para lo que viene. E interpela la moral o la ética, y no sólo los gustos o la estética, de seres que no nos hemos acostumbrado a la posmodernidad de la palabra paz servida como neutralidad, tan atractiva como la palabra reconciliación, una y otra tan miserablemente usadas cuando sirven para ser pronunciadas tapando la injusticia, la ignominia. La palabra paz puede así conjugarse con buen rollo, como buena honda, con lo que sea; puede conjugarse con la nada.

Para un puñado, el concierto representa el desconcierto. Hay desfiles de la victoria, célebres y celebrados cuando pueden doblegarse sutilmente cerebros, cuerpos, corazones y almas, de miles que danzan con la embriaguez de los que triunfan y callan con inteligencia.

Por ese silencio tan ruinmente calculador; sin una condena al bloqueo contra Cuba; sin una condena al Imperio que mata, por ejemplo en Afganistán o Irak (¡quedan tan lejos!); sin palabras de solidaridad con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en Colombia; sin palabras de repulsa a las bases militares que amenazan a pueblos que viven procesos de cambio; sin condena al golpe de Estado en Honduras; sin palabras que den dignidad a la palabra paz, enferma, robada o prostituida, como Julio Cortazar alguna vez nos lo advirtió en Madrid: puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido…según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo (…) Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias…¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? (…) Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros.

Por ese silencio tan mezquino y contaminante, ayer fue un día de derrota, y hoy sigue expandida, en la pantalla del televisor y en la mente, pues aunque se apague y se cierre también el periódico, ya lo hecho queda, en aquella Plaza donde hubo silencio, y en los comentarios mentecatos de decenas de hombres y mujeres en páginas de izquierda, de opinión alternativa, que se han llenado de elogios a Juanes, mirando como otros medios, hacia otro lado.

Basta recorrer miles de líneas de gente que aparcó la solidaridad y la denuncia, a las que les falta poco por poner en el mismo horizonte histórico y ético a Juanes como ayer estaba en alguna panorámica: al lado de la imagen de Ernesto Guevara. Como un revolucionario. Por eso siento vergüenza.

Cortazar está muerto. Igual que vos, Víctor. Y otros están vivos, muy vivos. Esta carta no es una pataleta emocional ni una revuelta visceral, aunque parezca ridícula. Lo que la provoca no es trivial. Es inaudito lo que la causa.

Hemos seguido de cerca las declaraciones de Juanes respaldando la política criminal de Uribe, su alianza con los poderes, su simpatía con los militares, o las de Bosé contra el proceso bolivariano de Venezuela.

Con las mismas luces que hemos hecho nuestras las letras y la voz de Silvio, a pesar de que hoy sangran muchas de sus estrofas, que podría citar en paralelo, para discutir epistolarmente con él sobre las contradicciones.

Pero ni él tendrá forma de enterarse, ni tiempo, y yo no tengo derecho, ni altura, ni vías para hacerlo.

Por eso esta carta a ti, a vos. Porque no te has ido. Por tu Manifiesto con el que fuiste consecuente y digno hasta la muerte y más allá de su pasaje: por tu guitarra trabajadora, que no es guitarra de ricos ni cosa que se parezca, por tu canto de los andamios para alcanzar las estrellas.

Que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas, no las lisonjas fugaces ni las famas extranjeras, sino el canto de una lonja hasta el fondo de la tierra… canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva.

Aunque nos sepamos dialécticos, aunque dudemos sobre si un hombre y la humanidad entera pueden cambiar, pero luego luchemos por aprender y superar viles enajenaciones, hoy en todo caso duele más esa mediocridad que nos inoculan. Duele, no por ese nuevo héroe llamado Juanes, quien al fin y al cabo es un producto de la época de la banalidad del bien y del mal, del buenísimo nihilista y de la lógica de la mercancía, que posa y pasa, un comerciante aprovechado que se ha lavado de la impronta fascista llevando ayer camisa blanca, usando a miles de seguidores para su exorcismo, un neutral cómplice, poderoso por mediático, de aquellos que tanto repudiaba Mario Benedetti o Bertolt Brecht, o Joan, o que hoy repudia la madre de la joven desaparecida o del muchacho asesinado en Colombia, cuya suerte no ha merecido nunca palabras del señor Juanes, quien no es el problema, ni por uribista, ni por su visión anti-insurgente o contraguerrillera, ni lo es tampoco el antichavista Bosé.

Somos nosotros el problema. Adentro. Porque a estas tribus de izquierda, a nuestros pueblos en ciernes, pueden llegarle a encantar y a cantar artífices de silencios perversos.

Más allí, en la Plaza de la dignidad, de la Revolución, donde ayer se hospedó un interesado silencio, tan egoísta y ambicioso como su innegable eco.

Llega ahora a millones de oídos el efecto de esa comparsa, que no termina acá, sino que apenas comienza. Vendrán más conciertos y más desconcierto.

Nos debemos preguntas. Seres que luchan por otro mundo y que aplauden la promiscua palabra paz que hábiles bufones y no trovadores pronuncian, y quienes también luchan por nuevos espacios de dignificación y por eso no están dispuestos a vender lo poco que queda.

Víctor, hoy miles de jóvenes en América Latina y el Caribe no saben por ejemplo quién eras o por qué te mataron.

Por lo que sea, millones beben en muchas cloacas. Van del reggaetón a los movimientos de cadera de Shakira, no a los movimientos sociales, que no les suenan.

O algunos ostentan la presunta cultura política del antichavista Alejandro Sanz, entre otros de los que viven en Miami o en el mundo rico y raquítico.

De eso tenemos responsabilidad. Y no corregimos con situaciones como las de ayer.

Víctor, escribo con el afecto y el respeto que he profesado por ti, no sólo por tu canto, que ha acompañado fiestas y lutos, con la partida de compañeros y compañeras que, como tú, lucharon hasta la muerte, hasta la victoria, sino que hoy te escribo esto porque se entrelaza como un grito racional, cargado de sentido y vergüenza, como rechazo al lacerante silencio que se enseñorea en sectores de la izquierda, que pueden tan fácil y puerilmente no leer, no enterarse, pasar página; por mera constancia y responsabilidad personal por lo que viene, si lo de ayer no se cuestiona y si no prende como inquietud la necesidad de dignificar las consignas en la que la paz sea la paz con justicia, sin imperialismo, sin bloqueo, sin hambre, sin humillación.

Lo escribo porque no ceso de escuchar las palabras que retumban y que me obligan, las que una vez cantaste en La Habana, que quiero de este modo honrar con humildad.

Fue la noche del 4 de marzo de 1972 en la Casa de las Américas (acabo de escuchar de nuevo la grabación), cuando te referiste a los que cantan por la moda, a los oportunistas, a la usurpadora industria de la canción (que industrializa la canción "que está al lado de los combates del pueblo" para desarmarla), a los ídolos populacheros, a los cantantes protesta, a los de la canción para el turista, a los que hacen canción de tarjeta postal, y cuando antes de la octava canción, Ni chicha ni limoná, la comentaste diciendo que se refería a gente que no están ni allí ni allá…

Y cantaste: La fiesta ya ha comenzao, y la cosa está que arde, uste' que era el más quedao, se quiere adueñar del baile, total a los olfatillos no hay olor que se les escape...

Ya déjese de patillas, venga a remediar su mal, si aquí debajito 'el poncho no tengo ningún puñal, y si sigue hociconeando, le vamos a expropiar, las pistolas y la lengua y toíto lo demás…

Usted no es na', ni chicha ni limoná, se la pasa manoseando, caramba zamba su dignidad…

Recordé hace una semana los treinta y seis años de tu muerte, cuando te quebraron las manos por tu guitarra con olor a primavera, como bien dice Manifiesto.

 Apenas puedo disponer de estas cuartillas. Si fuera cantante te hubiera recordado coreando.

Ni tengo una buena voz ni estaba ayer en La Habana, para haber entonado en soledad alguna estrofa tuya, como respuesta a la infamia. Ni soy por fortuna Juanes ni Bosé.

De ellos tampoco esperábamos que te recordaran. 1973 y Chile quedan también muy lejos, para ellos, que son escasamente figurillas, a los que, como masas histéricas, no les dice nada la historia, la memoria.

No hay que pedir peras al olmo. Supongamos que en un futuro la diplomacia no es doblez, que ese silencio no es tal, que podrá haber creaciones del arte, de la cultura, para el combate ante lo injusto.

El criminal bloqueo contra Cuba revolucionaria sigue, el terrorismo de Estado en Colombia sigue…

Víctor Jara, gracias por tu ejemplo, que no muere. Hoy alumbra.

"No somos jueces somos testigos.
Nuestra tarea es hacer posible que la
humanidad sea testigo de estos crímenes
horrendos y ponerla del lado de la justicia.

Bertrand Russel



[1] CARLOS ALBERTO RUIZ SOCHA es abogado de la Universidad Externado de Colombia. Trabajó en la década de los noventa como defensor de derechos humanos y presos políticos; fue abogado suplente de Eduardo Umaña Mendoza; profesor universitario y asesor externo de la Comisión Gubernamental para la Humanización del Conflicto Armado y la Aplicación del Derecho Internacional Humanitario en Colombia. Realizó estudios de Maestría en Teorías Críticas del Derecho en la Universidad Internacional de Andalucía y es Doctor en Derecho, por la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, España. Es autor de varias investigaciones sobre el conflicto político colombiano, el desplazamiento forzado de población, la estrategia paramilitar y la impunidad de crímenes de lesa humanidad. Conferencista y profesor invitado en varias universidades de España. Labora en la actualidad en áreas de la cooperación internacional para el desarrollo. Autor de  "La rebelión de los limites (Quimeras y porvenir de derechos y resistencia ante la opresión").  Ediciones desde abajo, Bogotá, junio de 2008. Asiduo colaborador de La Pluma



OBAMA CASTRO BARACK FIDEL CUBA CAMBIO CLIMATICO ESTADOS UNIDOS POLUCION AMBIENTAL PLANETA LIMPIO ESPECIE HUMANA EN RIESGO

el Mago de la Libertad                  
 Reflexiones   de   Fidel   Castro:

El  Obama  serio

El presidente bolivariano Hugo Chávez fue realmente original cuando habló del "enigma de los dos Obamas".

Hoy habló el Obama serio.   Hace poco reconocí dos aspectos positivos de su conducta: el intento de llevar la salud a 47 millones de norteamericanos que carecen de ella, y su preocupación por el cambio climático.

Lo que ayer expresé sobre la amenaza inminente que se cierne sobre la especie humana, podría parecer pesimista, pero no se aleja de la realidad. Está por conocerse ahora la opinión de muchos Jefes de Estado sobre el tema ignorado y olvidado del cambio climático.

Obama fue el primero en emitir su opinión como país sede de la Reunión de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre ese tema.

¿Qué dijo? Transcribo las palabras esenciales de sus pronunciamientos:

"Reconocemos que la amenaza contra el planeta es seria y creciente."

"La respuesta a este reto ambiental será juzgada por la historia."

"No hay nación, por grande o pequeña que sea, que escape al impacto del cambio climático."

"Cada día aumentan las mareas altas que azotan las líneas costeras, tormentas e inundaciones más fuertes amenazan nuestros continentes."

"La seguridad y estabilidad de todas nuestras naciones peligran."

"Hemos puesto el clima en el tope de las prioridades de nuestra agenda internacional, de China a Brasil, de India a México, África y Europa."

"Uniéndonos, estos pasos son significativos."

"Entendemos la gravedad de la situación y estamos determinados a actuar."

"Pero no vinimos hoy aquí a celebrar progresos."

"Queda mucho trabajo por hacer."

"Y ese trabajo no será fácil."

"Notamos que la parte más difícil del recorrido está frente a nosotros."

"Esto ocurre en momentos en que la prioridad para muchos es revivir las economías."

"Todos enfrentamos dudas en cuanto al desafío climático."

"Las dificultades y las dudas no son excusas para no actuar."

"Cada uno de nosotros debe hacer su parte para que nuestras economías crezcan sin poner en peligro el planeta."

"Debemos hacer de Copenhague un paso significativo de avance en cuanto al debate climático."

"Tampoco debemos permitir que viejas divisiones obstaculicen la búsqueda de soluciones, unidos."

"Las naciones desarrolladas han causado la mayor parte del daño y deben asumir su responsabilidad."

"No sobrepasaremos este reto a menos que nos unamos."

"Sabemos que estas naciones, especialmente las más vulnerables, no tienen los mismos recursos para combatir los retos climáticos."

"El futuro no es una opción entre crecimiento económico y planeta limpio, porque la supervivencia depende de ambos."

"Tenemos la responsabilidad de proveer ayuda financiera y técnica a estas naciones."

"Buscamos un pacto que permita aumentar la calidad de vida de los pueblos, sin afectar al planeta."

"Sabemos que el futuro depende de un compromiso global."

"Pero el camino es largo y duro y no tenemos tiempo para hacer el recorrido."

El problema ahora es que todo lo que afirma está en contradicción con lo que Estados Unidos viene haciendo desde hace 150 años, particularmente desde que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, impuso al mundo el acuerdo de Bretton Woods y se convirtió en amo de la economía mundial.

Los cientos de bases militares instaladas en decenas de países de todos los continentes, sus portaaviones y sus flotas navales, sus miles de armas nucleares, sus guerras de conquista, su complejo militar industrial y su comercio de armas, son incompatibles con la
supervivencia de nuestra especie. Las sociedades de consumo y el despilfarro de los recursos materiales son igualmente incompatibles con la idea del crecimiento económico y un planeta limpio. El derroche ilimitado de recursos naturales no renovables, especialmente el petróleo y el gas, acumulado durante cientos de millones de años y que
en apenas dos siglos se agotarán al ritmo actual de consumo, han sido las causas fundamentales del cambio climático. Aun cuando se reduzcan los gases contaminantes en los países industrializados, lo que sería loable, no es menos cierto que 5 mil 200 millones de habitantes del planeta Tierra, es decir, las tres cuartas partes de la población, viven en los países que en mayor o menor grado están por desarrollar, los cuales demandarán enormes consumos de carbón, petróleo, gas natural y otros recursos no renovables que, de acuerdo con patrones de consumo creados por la economía capitalista, son incompatibles con el objetivo de salvar la especie humana.

No sería justo culpar al Obama serio del mencionado enigma por lo ocurrido hasta hoy, pero es menos justo todavía que el otro Obama nos hiciera creer que la humanidad pueda preservarse bajo las normas que hoy prevalecen en la economía mundial.

El Presidente de Estados Unidos admitió que las naciones desarrolladas han causado la mayor parte del daño y deben asumir la responsabilidad. Fue sin dudas un gesto valiente.

Sería justo reconocer también que ningún otro Presidente de Estados Unidos habría tenido el valor de decir lo que él dijo.

                                                                                                   Fidel   Castro   Ruz
Septiembre 22 de 2009


 
No se bien si Dios es argentino.     Pero juro por lo que más quiero, que Ernesto Che Guevara   SI   lo es.     Toto
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
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¡Salven a los argentinos! "las ballenas"

JORGE LUIS BORGES NO VINO AL MUSEO DEL CHE GUEVARA EN CABALLITO PERO CRISTINA CASTELLO SI

 
 
 
Jorge Luis Borges: la palabra universal
¿Un ciego con luz, o un lúcido enceguecido?
 
                                                                                 por Cristina Castello

                 
 «Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed»
J. L. Borges, de «El Inmortal»
 
         Jorge Luis Borges es una metáfora de sí mismo. Es uno de los escritores más destacados del siglo XX y un emblema de su patria argentina, donde todos lo nombran pero pocos lo leyeron. Niño prodigio, vivió su infancia vestido de niña por su madre, quien lo llamaba «inútil» e «infeliz». 

         Su erudición tiene pocos parangones. ¿Fue tan lúcido para descubrir la sacralidad de la vida, como para escribir? ¿O la lucidez dañó esa parte del espíritu donde está escrito que nada de lo humano debería ser extraño?
 
         Pocos artistas son tan amados y aborrecidos. Y se comprende: los versos de Borges son sagrados, pero su boca fue incontinente. Calificó a Federico García Lorca, como un «poeta menor», y de la misma forma honró a los vates de la Generación del XXVII española;  no se privó de críticas a Julio Cortázar; de Cien años de soledad, de García Márquez dijo: «Lindo título, ¿no?». Fue implacable con Charles Baudelaire, se ensañó  con Pierre Corneille –autor de «El Cid»– y con Isidore Ducasse (el Comte de Lautréamont).     

         Más: al ritmo de cada sorbo de su té inglés calificó a Arthur Rimbaud como «un artista en busca de experiencias que nunca logró», y criticó salvajemente a André Breton, potencia de imaginación y poesía; y, aunque nacido en las pampas, su anglofilia era tan fuerte como su franco fobia (Juan José Saer dixit). Demasiado, Mister George.
         Su sed, su sed eterna. Este 24 de agosto, se cumplen 110 años de su nacimiento, y la pregunta de siempre sigue en pie: ¿Tuvo sed de poesía, o, también –y sobre todo– de sentirse amado por una mujer?
 
 Él, la pluma universal, tuvo amores imposibles y sufrió como los personajes de las novelas más vulgares, que despreciaba. Hasta que llegó su cauce: María Kodama, con quien tuvo una unión en el misterio.

         Mente prodigiosa, en «El jardín de los senderos que se bifurcan»,  propuso –sin saberlo­­­­– una repuesta a un problema de la física cuántica. Y toda su vasta obra fue un hito, como disparador de la fantasía de lectores y gentes de letras.

         A la par, si bien en su momento condenó a Adolfo Hitler y a Benito Mussolini, después hizo loas de autores de crímenes de lesa humanidad: Francisco Franco, Jorge Rafael Videla y Pinochet, entre otros. Asesinos, condenados en tal condición por la Justicia.

         Más que por otros poetas, se sintió marcado por el enorme Walt Whitman. Pero, ¿qué asimiló de él? La palabra de Whitman se batía por la libertad de los pueblos y la dignidad humana; la palabra hablada de Borges defendía –también– la invasión-masacre norteamericana en Vietnam.

         Su obra de ficción, plena de ironía,  es sobria y precisa pero, en general, tiene una gran distancia con la vida viviente, como si lo que escribía hubiera pasado por su cerebro y no por su sangre; está plena de símbolos, de metáforas tan ricas como poco comprensibles para la mayoría; tiene un sentido metafísico, y muchas veces intensamente lúdico. «Historia universal de la infamia» y «El Aleph», entre otras, son piezas maestras del siglo XX.

         Borges fue uno de sus espejos de tinta. Un acertijo. Una suerte de estatua de sí mismo, un monumento, un ser sin piel, por cuyos poros asomaba su inteligencia. Pero en la poesía que escribió asoman sus venas terrenales, irremediablemente: [...] Sin que nadie lo supiera, ni el espejo, /ha llorado unas lágrimas humanas. /No puede sospechar que conmemoran /todas las cosas que merecen lágrimas (de «La cifra»).
        
La poesía es una voz: la vida viva. Ni siquiera este hombre de la esquina rosada, pudo esconderse tras los muros de cristal del poema. El poema no tiene tapias: es revelador.
 
La hora de la espada:     Borges, Pinochet y Videla                  
 
Amaba la música de Pink Floyd, de Los Beatles, de los Rolling Stones y de Brahms. Adoraba a «Bepo», su gato. Mientras, aplaudía al gobierno que hizo desaparecer a 30.000 personas –luego de torturas satánicas–,  durante el golpe de Estado de 1976 en Argentina. Abrazado a su gato, Borges reclamó públicamente «cien años de dictadura militar».
         «Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno», dijo en mayo de aquel año. Se refería a la reunión que mantuvo con el genocida Jorge Rafael Videla, primer presidente de facto de aquella etapa; había asistido, presuroso, con Ernesto Sábato, quien fue después defensor de los derechos humanos: los rictus de la vida.

         El tiempo hizo su juego y en 1980, con o sin el gato «Bepo», recibió a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, gesto en el cual –aunque ella lo niega, discreta– hay una influencia evidente de María Kodama. Entonces se mostró conmovido, y hasta indignado con los militares asesinos; y reiteró esa conducta cuando, ya en democracia, se juzgó a los desaparecedores de seres humanos: recién en ese momento quiso enterarse de los suplicios y muertes sufridos por sus congéneres, y escribió una crónica para la agencia EFE.      ¿Había despertado por fin su lucidez para la fraternidad?    Ojalá.

          Pero las palabras son una suelta de pájaros: imposible remontarlas cuando vuelan a voluntad del viento. ¿En cuántas personas influyeron sus primeras declaraciones? ¿Cuántas, sin pensamiento propio, repitieron los conceptos del poeta sólo porque «lo dijo Borges»?

         Paseó entre laberintos, espejos, libros de arena, ruinas circulares y bibliotecas de Babel. Cultivadísimo –es una de las más grandes glorias mundiales de la literatura– se fue de este planeta el 14 de junio de 1986, siempre en espera del Nobel. La condecoración que, orgulloso, había recibido de las manos con sangre de Augusto Pinochet, fue un escollo insalvable para el premio. Aquel día se alborozó con su flamante doctorado Honoris Causa de la Universidad de Chile, y enarboló la hora de la espada. La hora de la espada, el discurso reaccionario de Leopoldo Lugones, quien –con esas palabras– avalaba la siembra de muerte de los futuros golpes de Estado. 

         Borges fue Borges, ni más ni menos, a pesar de haberse definido como anarquista. A los 17 había sido tildado de comunista, con la prohibición de entrar a Norteamérica. En realidad, sólo había tenido un  enamoramiento adolescente de la Revolución Rusa, fuente de inspiración para el poemario «Los salmos rojos», que destruyó tres años después. Sólo se publicaron los versos de la poesía que da título al libro, en la revista «Grecia», en un periódico de España y en otro de Ginebra.

         De su pecado de juventud sólo queda esa huella, y las cenizas de tantas estrofas incendiadas.
         En 1983 anunció su suicidio en el diario La Nación, en el relato «Agosto 25, 1983». Por cierto que no se quitó la vida;  y justificó haber jugado con las palabras y con la opinión pública, en su cobardía para auto inmolarse. ¿Buscaba con sus actitudes, la fama y el espacio que su país le negaba como escritor? ¿Era un exquisito provocador?

         Lúdico, me dijo en una entrevista que el deporte que más le gustaba era la riña de gallos; y con su proverbial ironía bajo el aspecto de ingenuidad, se preguntaba por qué en el fútbol 22 hombres corren detrás de una pelota, en lugar de comprar 22 pelotas.

         Se jactaba de haber tomado mescalina y cocaína en su juventud. Pero aquello no duró más que un instante: su droga dura fueron los caramelos de menta, y su devoción, la merluza hervida.

         Travieso, guardaba billetes de 10, 50 y 100 dólares entre los libros de su Paraíso: la biblioteca. A pesar de no haber creído en ningún dios, antes de morir rezó el «Padre Nuestro», porque así lo había dictaminado muchos años antes, su madre. Doña Leonor Acevedo seguía rigiendo el destino del hijo –el «inútil» e «infeliz»–, obediente hasta el último soplo, que exhaló el 14 de junio del '86. 
 
«Me duele una mujer en todo el cuerpo»
 
         Su padre lo llevó a un prostíbulo en Ginebra,  para que ejerciera por primera vez como varón; y desde entonces, el amor le fue una frustración. Muy amigo de Adolfo Bioy Casares, escritor y caballero excelso  y de una personalidad fuertemente seductora, Borges vivía a través suyo, lo que la vida no le daba: la pasión de una dama. Se sentía el patito feo.

         El nombre de una mujer recorrió el mundo en los versos borgianos: «Yo que he sido todos los hombres, no he sido aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach». Matilde no existió jamás: era el personaje de una novela ignota y de baja calidad, a quien él dio entidad universal con su estrofa.

         La soledad puede ser una telaraña.
         A Elsa Astete Millán, su primera esposa, la conoció en 1931, cuando él tenía 32. La relación fue terrible: sin amor, sin pasión, sin interés de ninguno de los dos por el otro. Ella se enamoró de Ricardo Albarracín Sarmiento, dejó al poeta ciego y amante de las espadas, y se casó con el candidato nuevo.  Sólo después de decenios, Elsa relató aquel fracaso, sin mucha elocuencia:
         ―«No se dio», contó, apenas.
         ―«Sólo la esperaba a ella», gimió el poeta a modo de narración.

         Para mitigar la espera, Borges se enamoró de Estela Canto –quien jamás lo amó–, de Silvina Bullrich, de María Esther Vásquez, y más.    
               
         Y llegó 1965 –habían pasado más de treinta años– y el reencuentro con Elsa. Él ya estaba casi ciego, tenía 68 años y ella 57. Sin que le importara su agnosticismo, se casaron por iglesia: por amor, todo podía sacrificarse. Al menos eso creyó.

          Doña Leonor Acevedo había influido una vez más:    ―«¿Cada noche de su vida, antes de acostarse, miraba tu foto», dijo a su futura nuera.

         El matrimonio se terminó después de tres años, en 1970. Georgie se cansó: sin una palabra, salió de la casa conyugal y no volvió jamás. Unos meses después, mientras paseaba con su sobrino por la calle Florida de Buenos Aires, Elsa Astete Millán se cruzó con el escritor y lo saludó:        
         ―«¿Quién es? », preguntó el poeta, ya totalmente ciego.     ―«Es Elsa, tío», fue la respuesta
         ―«¿Y quién es Elsa?», repreguntó Borges.  

         Enterraba el amor, ¿el amor? ¿Fue Millán la pasión que le hizo escribir me duele una mujer en todo el cuerpo? Todo hace pensar que no, pero... Qui sait?

         Alcanzó la fama recién en la antesala de la vejez, a pesar de haber comenzado su vida literaria como un superdotado. A los siete años había escrito en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, el cuento «La visera fatal», inspirado en un episodio del Quijote; y a los nueve tradujo del inglés «El príncipe feliz» de Oscar Wilde.

         Su obra incluye cuentos, ensayos y poesía. Fue un innovador, abrió senderos. No hay que olvidar que dos de las grandes revoluciones de la lengua castellana, tuvieron su origen en la América morena: una fue la de Rubén Darío y el modernismo; y la otra, la de Borges, a partir del cambio que impuso a la narrativa. Además, hizo guiones de cine, crítica literaria y prólogos; escribió en colaboración con otros escritores, y tradujo obras del inglés, francés, alemán, anglosajón y escandinavo antiguo.

                  Era como Leonardo da Vinci, complejísimo y lleno de matices, con inteligencia fascinante e imaginación enorme. ¿Era como el genio da Vinci? Así lo siente María Kodama. Cultivadísima, escritora e incansable cancerbero de la obra del Maestro, ella amaba tanto «su rostro de conejo» como verlo reír tal «un cachorro de tigre al sol».

         «Ulrica», según él la llamaba –nombre  nórdico que quiere decir «Osita»–, escuchó por primera vez un poema del que sería su esposo, cuando tenía cinco años; lo conoció a los 12 y la relación amorosa empezó a finales de los'60, pero se hizo exclusiva, desde el adiós a Elsa. «Osita» fue también un gran soporte de la actividad literaria y personal de  Borges, lo ayudó en la dirección de su colección «Biblioteca personal»; y escribieron juntos, en colaboración, «Breve antología anglosajona» y «Atlas».

         Fue desenfadada, fresca y espontánea con el Maestro: a pesar de su juventud, le discutía cosas que podrían haber parecido una insolencia y que, sin embargo, a Georgie le gustaban y divertían. Y así la disfrutó: libre como un animal en la selva, según ella se define, a costa de ser prisionera de su libertad.

         María fue los ojos a través de los cuales Borges descubrió geografías, amaneceres y obras de arte presentidas pero vedadas para sus pupilas en penumbras.  Hoy, el poeta descansa  –por su elección–  en el cementerio Plainpalais (Ginebra), cerca de donde había tenido su primera experiencia sexual, en aquel prostíbulo. Vaya coincidencia.
         Y tantos amores frustrados, y tantos versos, y dos esposas, tan diferentes.

         Elsa le había dicho: 
         ­«Georgie, aprovecha tu cuarto de hora; hoy estás en el candelero, pero dentro de dos o tres años nadie se acordará de vos».

          María lo acompañó hasta el final y hoy recorre el mundo, para mantener vigente y hacer crecer la obra del poeta. Y no le debe de ser fácil: no es sencillo tener talento y ser la viuda de un grande, en un país como Argentina, donde tantos quieren apropiarse del alma del Maestro. ¿La amó? Nadie puede saberlo, el corazón del hombre es insondable, aún para sí mismo.

        «Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. / Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines de Oriente y de Occidente, cuánto Virgilio», le escribió, entre tantos versos.  Es como el ojo del huracán: serenidad y silencio cuando todo se arremolina a su alrededor, dijo de su mujer.

         «Y que nadie temiera», está grabado en la tumba de Jorge Luis Borges, un grande de las letras y un poeta sin compromiso con la vida humana. Sediento, lúdico, incontinente verbal, brillante, desamparado, a veces un niño. En los días anteriores a su muerte, contaba a su esposa de los caramelos «toffie» que le compraba su abuela, hablaban de literatura y estudiaban árabe.

         ¿Fue un hombre ciego pero con la lucidez a flor de alma, o la luz del conocimiento lo encegueció? «Debo justificar lo que me hiere. /No importa mi ventura o mi desventura. /Soy el poeta», había escrito.

         Quizás sea la mejor sentencia y la única conclusión.
 
*Cristina Castello es poeta y periodista, bilingüe (español-francés) y vive entre Buenos Aires y París.
http://www.cristinacastello.com
http://les-risques-du-journalisme.over-blog.com/
* Este artículo es de libre de reproducción, a condición de respetar su integralidad y de mencionar a la autora.


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