lunes, 9 de julio de 2007

Fidel joven, Fidel mayor, Fidel anciano nunca cambio es como Bolívar como Martí













FIDEL por Tariq Ali


Los otros “Piratas del Caribe”
Atilio Boron


ALAI AMLATINA, 09/07/2007, Buenos Aires.- Tariq Ali, el notable
intelectual pakistaní radicado en Londres, uno de los más agudos
críticos del capitalismo y de las políticas imperialistas impulsadas por
la Casa Blanca en todo el planeta, acaba de publicar un libro
extraordinario. Su título: Piratas del Caribe. El eje de la esperanza
(Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2007). En este volumen, el autor,
hombre que ya el público hispanohablante conoce a través de sus ensayos
y novelas como El choque de los fundamentalismos y Bush en Babilonia: La
recolonización de Irak, analiza con brillantez y una elegancia
estilística poco común el itinerario recorrido por la Revolución Cubana,
el bolivarianismo venezolano, la experiencia de gobierno de Evo Morales
en Bolivia y la más reciente de Rafael Correa en Ecuador. Pero el autor
no se limita a incursionar sobre la problemática de estos cuatro países:
sus conocimientos y frecuentes viajes por la región amén de las
múltiples entrevistas sostenidas con algunos de los más importantes
líderes de la izquierda latinoamericana lo facultan para formular
incisivos comentarios sobre los gobiernos de la decepcionante
“centro-izquierda” latinoamericana, principalmente Argentina, Brasil y
Chile. La sutil ironía con que el autor critica las distintas versiones
del pensamiento de la derecha –y también de la pseudo-izquierda–
contribuye a acrecentar aún más el atractivo de su obra.

El libro, cuya lectura fluye con singular facilidad gracias a la
privilegiada pluma de su autor, examina en profundidad los fundamentos
históricos y estructurales de los procesos revolucionarios –consolidados
o en ciernes– y las transformaciones políticas en curso en la región.
Todo esto haciendo gala de un estilo polémico, a la vez llano e
incisivo, en donde la demolición de los argumentos más socorridos del
pensamiento único en sus distintas variantes se realiza apelando a
contundentes evidencias sabiamente combinadas con un humor muy refinado
que deja a las víctimas de su crítica totalmente desarmadas.

Pero Piratas del Caribe no se limita a exponer las llagas del
capitalismo en América Latina y el Caribe. Es asimismo un vibrante
alegato a favor del socialismo y nuestras luchas emancipadoras y un
ensayo crítico que denuncia implacablemente la forma en que la
autodenominada “prensa seria” tergiversa permanentemente las noticias
relativas a nuestra región. Se trata de una política sistemática y
persistente de desinformación de masas que hace de la mentira y la
manipulación informativa instrumentos cotidianos para consolidar la
hegemonía ideológica del neoliberalismo. En el libro se comprueba la
forma en que Le Monde, El País, The New York Times, The Economist y el
Financial Times distorsionan groseramente con sus crónicas e informes
especiales la visión difundida sobre los países que concentran la
animosidad del imperio y sus aliados, y la estratégica función política
desempeñada por esa prensa en la perpetuación del sometimiento de
nuestros pueblos.

No se trata, como podría pensarse en un alarde de ingenuidad, de
“errores” atribuibles a la superficialidad con que despistados
corresponsales observan ciertos hechos o a la inevitable premura del
ritmo periodístico. Son, en cambio, productos de una política
premeditada, sistemática y persistente de desinformación de masas, eso
que en un notable y pionero trabajo Noam Chomsky denominara la
“fabricación del consenso”. Política que constituye un componente
fundamental de la “batalla de ideas” y que ha hecho de la mentira y de
la manipulación informativa instrumentos cotidianos de lucha para
consolidar lo que en términos gramscianos podría denominarse “la
dirección intelectual y moral” de la sociedad, componente esencial de la
hegemonía global del neoliberalismo. Ali desmonta en algunos pasajes
ejemplares de su libro la forma en que las falsedades e infundios son
presentados por la supuesta “prensa seria” como si fueran informaciones
veraces y objetivas, siendo el propósito de esta manipulación no otro
que el de confundir al lector, al oyente o al televidente; desorientarlo
y desinformarlo para, posteriormente, facilitar su movilización en
contra de los gobiernos que intentan construir un mundo mejor. La
evidencia que ofrece es tan contundente que cuesta imaginarse a alguien
que, luego de conocer los antecedentes que se proporcionan en el libro,
no sea ganado por un sentimiento de indignación ante la aviesa
manipulación de que es objeto por los mercaderes de la información al
servicio del capital.

En relación a la cobertura que hiciera la “prensa seria” del golpe de
estado de abril de 2002 en Venezuela, Ali plantea:

“La cobertura del golpe que hizo la prensa a ambos lados del Atlántico
–The Economist y el Financial Times– fue previsiblemente tendenciosa,
desplegando con frecuencia una inclinación hacia la fantasía y la
expresión de deseos más que a informar sobre la realidad sociopolítica.
Los respectivos corresponsales en Caracas eran Philip Gunson (quien
también trabaja como corresponsal del Miami Herald y como reportero
antichavista “todo terreno” donde se lo precise) y Andrew Webb-Vidal.
El dúo se posicionó permanentemente detrás de la oligarquía venezolana y
sus partidos políticos. Contemplando la situación desde este punto de
vista privilegiado, estos dos reptantes periodistas se convirtieron en
los principales garantes de la llama oligárquica en los medios
occidentales. El pasado de izquierda de Gunson como partidario de la
Revolución Sandinista en Nicaragua y su desencanto luego de que esta
colapsara amargaron su visión de Venezuela. Resentido y cínico, se
transformó en un fervoroso opositor al proceso bolivariano, ligeramente
avergonzado durante los primeros años, pero más y más rabioso en cuanto
Chávez comenzó a crecer en figura y fuerza. Webb-Vidal –menos
inteligente, pero más sesgado– desarrolló un tono, un método y una ética
periodística de artículos de denuncia que, curiosamente, tenían
reminiscencias con el Pravda de la época de Brezhnev. Este sórdido
juglar de un orden social desprestigiado no escondió sus simpatías
oligárquicas y el Financial Times no encontró razón para cuestionar su
‘objetividad’” (pp. 22-23).

Para quienes padecemos a diario la lectura de la “prensa seria” en
América Latina –o nos sometemos masoquísticamente ante las cadenas
televisivas o radiales que prevalecen en nuestros países– lo anterior no
hace sino ratificar un modelo de comportamiento político harto
conocido. No obstante, algunos pensábamos que estas cosas se harían con
un poco de mayor recato en los medios de comunicación de los
capitalismos desarrollados. Estábamos equivocados. Otros, más ingenuos
aún, se sorprenden ante la pasividad de Reporteros sin Fronteras o de la
Sociedad Interamericana de Prensa ante tamañas afrentas a la labor
periodística. Nueva desilusión. ¿Y qué decir del medio que durante
largo tiempo fuera considerado como un verdadero modelo de “periodismo
serio” y, para más señas, “progresista”: Le Monde? Un análisis
exhaustivo del modo en que este periódico hoy (des)informa a sus
lectores permite calibrar los alcances de su involución como periódico.
El desprecio por sus lectores y por el tan pregonado “derecho a la
información” (que no puede circunscribirse a los emisores de la misma
–el derecho a informar– sino que debe remitir fundamentalmente al
derecho que tienen quienes la reciben a ser informados de manera
objetiva y verídica) queda evidenciado no sólo en la superficialidad de
los reportes despachados por sus corresponsales desde Venezuela sino
también en su imperdonable arbitrariedad, en la selectividad política
con que nutren sus noticias y en el sesgo oposicionista que las
informa. La abierta toma de partido de Le Monde en contra de Chávez y
la revolución bolivariana lleva a nuestro autor a preguntarse:

“¿El partido de Le Monde distribuye, al menos, un periódico que informa
a sus lectores? Este es un problema sobre el que volveremos en algún
momento, ya que de los 500 artículos de todos los tamaños que Le Monde
ha dedicado, más o menos directamente, a Venezuela desde 1999, ni uno
solo brinda detalles acerca de la Constitución Bolivariana, ni uno solo
ofrece precisiones sobre los decretos adoptados en 2001, ni uno solo
explica las ‘misiones’ fomentadas por el gobierno. Ni siquiera con el
propósito de evaluarlos. Escasamente, unos pocos párrafos al azar
enmarcados en artículos de ‘análisis’ o ‘comentarios’. Sin embargo,
para Le Monde no existen dudas: el gobierno de Chávez es una forma de
‘nacional-populismo tropical’ [...] Y de todos los medios, como
afirmábamos anteriormente, Le Monde no es el peor… pero es un referente”
(p. 191).

Párrafo aparte merece la forma en que Ali encara su examen de las dos
experiencias de transformación social más antiguas de la región. Es un
análisis sin concesiones ni facilismos de alguien inequívocamente
identificado con los procesos emancipadores de Cuba y Venezuela pero
que, al mismo tiempo –y desde adentro de los mismos, lo cual es muy
importante– no oculta sus críticas a algunos aspectos o episodios que
contrarían sus convicciones. Su análisis de la revolución cubana
entrelaza magistralmente la visita de Jean Paul Sartre y Simone de
Beauvoir a la isla en 1960, las tropelías de Washington a lo largo de
medio siglo, los avatares de la Revolución Cubana y sus diálogos con los
cubanos durante la visita que realizara en el 2005. Una buena muestra
de lo que es el libro lo ofrece la narración del encuentro de su autor
con intelectuales, artistas y público interesado que tuvo lugar en La
Habana en Casa de las Américas. El pasaje dice lo siguiente:

“Antes de intercambiar recuerdos, una mujer canosa y vivaz me pide que
le explique ‘su actitud hacia nuestra revolución’. Le respondo:

“Era también nuestra revolución. Crecimos juntos. Mi generación se
enamoró de la Revolución Cubana. Era el elemento lírico que nos
atraía. El elemento que condiciona la psicología y la moral de
cualquier sociedad. Leíamos sus libros, colgábamos en nuestras paredes
esos pósters fascinantes que producían, reeditábamos en nuestras
revistas discursos de Fidel y el Che, los defendíamos contra los
marxistas dogmáticos que no creían que hubieran hecho una revolución y
contra los liberales que sí lo creían... y porque los amábamos,
creíamos en ustedes. Luego nos traicionaron yéndose a la cama con un
burócrata feo y gordo llamado Brezhnev, y defendieron la invasión a
Checoslovaquia del Pacto de Varsovia, y este giro afectó su cultura, y
el elemento lírico prácticamente desapareció, y entonces nos tuvimos que
separar.

“Hubo algunas sonrisas tristes y luego silencio, hasta que mi
interlocutora volvió a hablar:

“¿Y ahora?

“Ahora –le respondí– estamos los dos viejos. Nos necesitamos. Es el
amor en los tiempos del cólera” (pp. 130-131).

Tiempos del cólera que encuentra a Tariq Ali y a un sector creciente de
intelectuales y artistas (basta recordar el carácter multitudinario e
internacional de los sucesivos Encuentros en Defensa de la Humanidad) y,
por supuesto, de hombres y mujeres de todo el mundo, solidarios con
Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador; con los movimientos sociales y las
fuerzas políticas que luchan por la emancipación de nuestros pueblos y
cada vez más compenetrados con la impostergable necesidad de poner fin
no sólo a la pesadilla neoliberal sino al sistema capitalista en su
conjunto, convertido en una mortal amenaza para la sobrevivencia de la
especie humana. El papel de Fidel en el mantenimiento de la llama
sagrada de la revolución, no sólo en Cuba sino en toda América Latina,
cuando cundían el desconcierto y el derrotismo, es elocuentemente
subrayado en el libro. Inspirado en la obra de Hemingway, El Viejo y el
Mar, Ali dedica un capítulo entero al Comandante bajo el título de “El
Viejo y la Revolución”. En él dice, entre otras cosas:

“Frecuentemente insultado por la Casa Blanca y tratado como una reliquia
pasada de moda, Castro se mantiene firme. Si se viaja con frecuencia
por América Latina, es difícil evitar su presencia. Se ha convertido en
un ícono continental de la talla de Martí y Bolívar. Su historia y su
ubicación geográfica ayudaron a Cuba a evitar el destino de Europa del Este.

“¿Por qué Fidel no se retiró como Nelson Mandela? Porque sabía que la
lucha todavía no estaba terminada; que La Habana no era Johannesburgo;
que ningún millonario de Miami ayudaría a construir su estatua en tamaño
real para que sirva de telón de fondo para fotografiar a delegaciones
visitantes de empresarios del mundo globalizado, ansiosos por hacer
negocios con el gobierno cubano. Y fundamentalmente porque, al igual
que Bolívar, piensa en continentes, no en balances bancarios. Tiene un
sentido real de la historia, sus zig-zags, sus sorpresas y su
originalidad. Veinte años atrás, pocos hubieran creído que las
aspiraciones expresadas en la Primera Declaración de La Habana
recibirían un ímpetu tremendo mediante elecciones democráticas en
Venezuela y Bolivia” (pp. 147-148).

Ali es plenamente conciente de la irreemplazable contribución hecha por
la Cuba revolucionaria para el sostenimiento de las luchas cuando
parecía que el imperialismo iría a arrasar con todo. Sólo Fidel estaba
absolutamente convencido de que Cuba podía resistir el brutal golpe que
significó el derrumbe de la Unión Soviética, dejando a la isla a merced
de la desbocada agresividad del imperio. También de que más pronto que
tarde la heroica resistencia del David caribeño iría a desencadenar un
juego de fuerzas que se traduciría en el despertar de los pueblos de
nuestra América. Sus extraordinarias dotes de liderazgo –una
peculiarísima combinación del idealismo y sed de justicia de Don Quijote
con la férrea voluntad de Ignacio de Loyola– tuvieron la virtud de
galvanizar una resistencia popular que sin la ejemplaridad de su máximo
dirigente tal vez no hubiera sido posible alcanzar. Como lo demuestra
en sus páginas este libro, ese pensar en continentes y en procesos
históricos de larga duración requiere de un liderazgo dotado de una
visión que llega mucho más lejos que el común de los mortales. Exige
además una inusual amalgama de inteligencia teórica (que lo faculta para
comprender el mundo en que vivimos) y de férrea voluntad política. O,
dicho en otros términos, una síntesis harto infrecuente entre capacidad
intelectual y el coraje y el valor tan exaltados en la filosofía
política de la Grecia clásica. Exaltados también por el propio
Maquiavelo, cuando definía al gran estadista, a los fundadores de
estados y civilizaciones, como aquellos que sabían combinar la astucia o
sabiduría del zorro con la fuerza del león. Y, como se comprueba aquí
una vez más, Fidel ha combinado ambas cosas a la perfección a lo largo
de más de medio siglo.

El libro de Tariq Ali, en suma, aporta una valiosa mirada panorámica
sobre la política latinoamericana contemporánea y, muy especialmente,
sobre los avatares de los intrépidos “Piratas del Caribe” que, como bien
se deja sentado en el subtítulo de su libro, constituyen una alentador
“eje de la esperanza” para nuestros pueblos.

Más información: http://alainet.org
ALAI - 30 AÑOS
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