martes, 9 de octubre de 2007

Che Guevara clandestino en el Uruguay, Zitarrosa cantó el poema de Salvador Puig


URUGUAY

EL CHE CLANDESTINO - Lo que en Uruguay era un rumor, apareció confirmado
este viernes por el semanario Brecha. En medio de un verdadero pacto de
silencio, se filtró hace ya muchos años que, antes de su arribo a Bolivia
(donde encontraría la muerte), Ernesto Che Guevara estuvo clandestinamente
en el Uruguay. La investigación del periodista Sergio Israel recuerda la
llegada del revolucionario como integrante del gobierno revolucionario
cubano en agosto de 1961. Ya en aquella oportunidad su seguridad estuvo en
manos del Partido Comunista de Uruguay. Se produjo una segunda visita, ahora
con un carácter clandestino, con el revolucionario llegado de su peripecia
en África, y presto a partir hacía el altiplano latinoamericano. Relata el
semanario que en el momento de su ejecución en Bolivia el Che poseía 2
pasaportes uruguayos (robados a la Cancillería uruguaya), uno a nombre de
Ramón Fernández y otro a nombre de Adolfo Mena González. Los documentos
falsos lo mostraban con el pelo corto, usando lentes, disimulando su
verdadero rostro, el que todos atesoramos en la memoria. La llegada de
Guevara a Bolivia fue producto de una coordinación que se produjo entre
Fidel Castro y el entonces secretario general de los comunistas uruguayos,
Rodney Arismendi. Incluso un grupo de comunistas uruguayos habría sido
entrenado en Cuba para combatir en Bolivia. Sin embargo no habían viajado a
dicho país, cuando llegó la noticia de la muerte del Che. Quedan muchos
puntos oscuros por esclarecer, pero para quienes aún permanecen en el
Partido Comunista de Uruguay, el pacto sigue sin romperse y sigue siendo un
tema de dominio exclusivamente interno. A 40 años de la caída del Che, el
recuerdo de un texto del poeta uruguayo Salvador Puig hecho en 1968, que
magistralmente supo decir Alfredo Zitarrosa:

Las palabras no entienden lo que pasa:
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:
-Vuelve a pelear Ramón, aunque te mueras...
Las palabras no entienden lo que pasa.
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