domingo, 5 de abril de 2009

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Clínica de un médico maldito
por Alejandro Wajner, médico cardiólogo

La muerte anunciada del “negro” Hadava (ficciones de lo real)

Conocí al doctor “negro” Hadava en la década del ’80, trabajando en la guardia hospitalaria.

Un personaje diferente. Autodefinido como “peón sanitario” atendía a la gente que en masa acudía a la guardia como único recurso de atención de salud.

Cantaba las verdades a quien quería escucharlo. Una especie de payador urbano.
La democracia formal comenzaba con los discursos incumplidos oficiales. La estructura fascista del hospital público no se había modificado demasiado.

Los sectores médicos autoritarios seguían gozando de impunidad y privilegios.

Gente vinculada al catolicismo pre-conciliar ultramontano, sectores elitistas de clases altas o medias, simpatizantes de la dictadura militar y de su metodología eficiente de orden y progreso.

El hospital público con sectores de negocios particulares y dueños de parcelas: Sutecba, la AMM y los representantes del gobierno de turno, la estructura burocrática kafkiana eterna e intocable.

El negro atendía de manera especial con pasión y cierto humor. Trabajaba en la provincia de Buenos Aires (La Matanza) en una salita donde realizaba atención primaria a su manera y con escasos recursos.

Era querido por su estilo gauchesco y sus buenas intenciones. Le tocó caer en una trampa de esas que soportamos los trabajadores de la salud en los espacios críticos.

De noche, le trajeron un preso torturado por la policía y lo hicieron responsable de su muerte (mala praxis, abandono del paciente, etc.)

El hospital público no lo defendió y le inició un sumario administrativo. Se comió ‘solito’ un juicio y un despido.

Durante años soportó la judicialización de la atención médica de urgencia pasando de curador a víctima de la mejor policía del mundo y de la estructura administrativa de un hospital que descuida y maltrata a sus trabajadores.

¿De qué vivió el negrito? ¿Quién lo ayudó? La comunidad médica le dio la espalda y lo abandonó a su miserable suerte.

Como un paria, un bicho maldito que podía contagiar con su mala suerte y desgracia.

Al negro, durante la dictadura militar, lo secuestraron y chuparon durante una semana y luego lo largaron.

Sufrió una desgracia familiar, un divorcio malavenido, la fractura hogareña y la separación de su hijita.

Una vida tanguera.

El negrito fue apoyado económicamente por la barriada de la provincia de Buenos Aires y pudo ejercer la medicina a pesar de haber sido expulsado de la administración metropolitana.

Su cuerpo no soportó tanta agresión y desarrolló una especie de aplasia medular que lo viene apagando día a día, viviendo como un paciente más del montón, con un pésimo pronóstico próximo.

¿Quién se acuerda del “peón sanitario”, del médico gauchito que trabajó tantos años en una guardia de hospital público?

Vayan estas palabras en su memoria.
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