viernes, 26 de junio de 2009

OEA Organizacion de Estados (sin Cuba) Americanos sin Fidel sin Raul sin Che Guevara sinverguenza sin etica sin futuro sin solidaridad Chaubloqueo

Bill Clinton derrotado en la pulseada con Fidel, en su hombro y asustadísimo el loro de Carlos Menem. El dibujo es de Gerardo Canelo dedicado "Para Toto el entusiasta"



Las mentiras de la derecha continental ante la anulación de la injusta separación de Cuba socialista del seno de la Organización de Estados Americanos VI parte y final

Por Orlando Cruz Capote*

Por otro lado, los países centroamericanos y Venezuela -esta última había roto las relaciones de todo tipo con Cuba, el 11 de noviembre- se alinearon junto a la propuesta colombiana. El Embajador de Guatemala dio la mejor muestra del sentimiento anticomunista y reaccionario que primó en las exhortaciones y ataques al decir que “[...] Todo enfoque a la crisis cubana que signifique amnistía interamericana no es realista, ni práctico, ni operante, ni está en concordancia con nuestras insoslayables responsabilidades históricas. Estamos deliberando y actuando, si me permiten la expresión, con tiempo prestado.” (Acta de la Sesión Extraordinaria del Consejo de la OEA, celebrada el 14 de diciembre de 1961. OEA/ Serie G/61, Documento 13, p. 7; en Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba).



Por su parte, el Presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, sumándose al concierto anticubano envió una Nota al Secretario General de la OEA, en la que con una doble moral y oportunismo de baja laya señaló que su gobierno era contrario a la idea de la intervención unilateral de cualquier país americano en Cuba, pero que el problema en su conjunto debía ser analizado y debatido ya que Cuba venía perturbando la tranquilidad política del hemisferio.



Concordando por iniciativa propia, dado el carácter oligárquico burgués de estos regímenes, o debido a las presiones y sobornos norteamericanos, los gobiernos latinoamericanos y caribeños demostraron que no estaban en condiciones per se de convivir con el ejemplo revolucionario, nacional liberador y socialista cubano. La historia volvió a corroborar que la reacción capitalista internacional (incluyendo la regional) hace siempre una “Santa Alianza” contra cualquier intento de construcción de un modelo de pluralismo ideopolítico diferente, que cuestione de raíz el status quo burgués y la sacrosanta propiedad privada. La miopía política de los regímenes latinoamericanos fue total como también su posición contrarrevolucionaria a toda ultranza.



Un nuevo elemento en la agenda de la discusión acerca del peligro a la paz y la seguridad hemisférica lo expuso Cuba en una Nota enviada al Presidente del Consejo de la OEA, el recién nombrado canciller colombiano, Alberto Zulueta Ángel, al plantear la necesidad de que se convocase una sesión extraordinaria para analizar los planes norteamericanos de realizar una operación militar-intervensionista en los asuntos internos de República Dominicana, luego del asesinato del dictador Trujillo y la desestabilización en ese país. El acto acusatorio cubano advirtió que, con el fin taimado de “garantizar un camino de transición hacia la democracia,” lo que trataban los EE.UU., era de obstaculizar la actuación del movimiento democrático, popular y progresista en los cambios futuros de ese país. La moción cubana creó un gran embarazo en la sede de la OEA, pues si en el caso cubano se habló de hipotéticas amenazas a la paz y la seguridad colectiva, en el problema dominicano estos planes ingerencistas conjuntos eran reales. La denuncia dejó al desnudo la violación de numerosos artículos de la Carta del organismo interamericano y del propio Tratado de Río, por parte de los EE.UU. Pero la respuesta del representante norteamericano fue completamente hipócrita al declarar los propósitos “humanitarios” de la presencia de 15 barcos de guerra y de los cien aviones de combate cercanos a las costas quisqueyanas. Y se quejó indignado de que el Gobierno Revolucionario cubano había hecho pública su acusación también en la ONU.



La polémica en la OEA, se elevó de tono a raíz de la intervención cubana en las Naciones Unidas, realizada por el Canciller cubano Raúl Roa, en la que se apoyó la posición de la Unión Soviética de un desarme general y completo a través de un control internacional en contraposición a la posición norteamericana de reducir el control a la esfera de los armamentos. También la línea de principios de la política exterior cubana fue partidaria de restituir los derechos en la ONU, de la República Popular China, de concertar un pacto de no agresión entre los dos bloques militares, la celebración de un tratado de paz entre los dos Estados alemanes, la desaparición del colonialismo en todas sus formas y la abolición de las bases militares extranjeras establecidas en contra de la voluntad de los gobiernos y pueblos. En una profética demanda de nuestros días, el delegado cubano, llamó a la necesidad de reformar las estructuras democráticas de la ONU y de su Consejo de Seguridad, propiciando la entrada de nuevos miembros de las regiones de Asia y África. Asimismo, el representante cubano reiteró las acusaciones referentes a la hostilidad de EE.UU. contra Cuba y sus planes de agresión, en contubernio con los gobiernos latinoamericanos y caribeños miembros de la OEA. Y reafirmó con fuerza: “[...] Déjese a Cuba en paz y se verá como se extingue, de súbito, el foco de tensión internacional deliberadamente creado por el Gobierno de los Estados Unidos con ostensibles fines de reconquista y hegemonía.” (Raúl Roa García Posición de Cuba ante la situación internacional, intervención en la Asamblea General de la ONU, el 10 de octubre de 1961; en, Raúl Roa García Canciller de la Dignidad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 267).



Sin embargo, los matices equívocos de la política exterior soviética y sus planes militares dieron margen a ciertas dudas sobre el alcance de su propuesta de desarme. La URSS, en ese propio mes de noviembre, había realizado un ensayo nuclear en la zona ártica y la comunidad internacional lo rechazó. El Gobierno de Uruguay aprovechó la ocasión para presentar un proyecto de resolución en la ONU contra la Unión Soviética, después en la OEA, apoyando la decisión de la Asamblea General y esperó la votación de la misma con la intención de conocer la posición cubana.
Ernesto Che Guevara dá palmadas en las nalgas del lloroso Rambo estadounidense. dibujo de Gerardo Canelo - agosto 1995 - dedicado "Para Toto que contagia solidaridad"


La delegación cubana explicó que jamás guardaría silencio, como era política desde el triunfo de la Revolución sobre cualquier aspecto internacional y que su postura no podía ser académica, frívola y oportunista, recordando que en la reunión de Belgrado (MNOAL) había firmado conjuntamente con 24 países un llamamiento a las grandes potencias para que concluyeran un urgente acuerdo de prohibición de las pruebas nucleares y termonucleares. Inmediatamente hizo un recuento histórico y político del inicio de la carrera armamentista y de las armas nucleares demostrando que la URSS había asumido una posición defensiva y justa ante las amenazas de las potencias occidentales, en especial, los Estados Unidos que poseían el arma atómica, la bomba de hidrógeno y que en esos momentos desarrollaba las pruebas de la futura bomba de neutrones. Y entonces, explicó su voto de no rechazo a la prueba desarrollada por la Unión Soviética, aunque confirmó su posición de que se suspendieran todos los ensayos en la tierra, el mar y la atmósfera pero, por parte de todos y no de una potencia en particular, porque la paz y la seguridad mundiales eran una tarea de todos y también debía alcanzar a todos por igual. (Por ejemplo, Francia continuaba realizando ensayos nucleares y era una aliada militar de EE.UU.)



La verdad cubana acerca de quiénes eran los principales países que violaban los presentes y futuros acuerdos sobre las armas nucleares quedó confirmada cuando la delegación norteamericana votó, el 24 de noviembre, en contra de una resolución aprobada por la Asamblea General que declaraba que sería una violación a la Carta de la ONU, el usar armas atómicas en la guerra y que llamó a todos los miembros a que respetasen a África como una zona desnuclearizada. La posición cubana fue entonces clara y tajante, pero fue acogida con “júbilo” por las oligarquías gobernantes de la región y los EE.UU., como una prueba más de la alianza y la simpatía entre el Gobierno Revolucionario y la URSS. Todos los países latinoamericanos -conjuntamente a Estados Unidos y Canadá- votaron contra “el ensayo nuclear ruso” y Cuba quedó “aislada” en el seno de la OEA. La respuesta norteamericana era de esperarse. Las autoridades de Washington estuvieron muy molestas e irritadas por las declaraciones cubanas ante la ONU, la participación de la Isla en la fundación del Movimiento de Países No Alineados en Belgrado, y por las visitas del Presidente Osvaldo Dorticós a la URSS y China, y por ello emitieron un documento que circularon en la OEA, llamando la atención sobre esos hechos como evidencia del complot cubano-chino-soviético contra el hemisferio.



La hipocresía y la farsa fueron corroboradas tiempo después cuando en 1972, el ex-canciller de México, Manuel Tello, en su libro “México: una posición internacional”, planteó que el 19 de mayo de 1961 el Embajador de EE.UU., Thomas Mann, le solicitó una entrevista en la cual le dio a entender claramente la posición de su gobierno sobre el caso de Cuba. Se hacía necesario -le dijo Mann- resolver el problema cubano a través de una intervención directa y armada por parte del ejército de su país y las tropas regulares de algunos países latinoamericanos y que tal acción debía ser precedida por una Reunión de Consulta de la OEA en la que se aprobarían los siguientes puntos: 1) reconocimiento de que Cuba se había convertido en un Estado comunista y había caído en la órbita soviética; 2) como consecuencia de ello se romperían las relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con Cuba; 3) creación de una patrulla aeronaval para vigilar e impedir que se enviaran tropas o elementos bélicos de Cuba para países latinoamericanos, y 4) constitución de un Comité de seis u ocho países que se encargaría de observar el cumplimiento de todas aquellas resoluciones relacionadas con Cuba y que al mismo tiempo, vigilaría que no se conculcara la libertad en América. Todo, como hemos demostrado en los párrafos anteriores, formó parte del gran plan para aislar, desacreditar, subvertir y destruir a la Revolución Cubana. Si las afirmaciones del ex-Canciller mexicano no fueran suficientes, los documentos de la “Operación Mangosta” son confirmatorios acerca de lo que se orquestó alrededor y contra Cuba revolucionaria.

un país, una bandera, un gobierno y un pueblo que le dijeron SI A CUBA y nó a Estados Unidos y a la OEA

El 4 de diciembre de 1961, se decidió por una votación de 14 países a favor, 2 en contra y 5 abstenciones, la decisión que daba el visto bueno a la realización de la Reunión de Consulta de Cancilleres de la OEA, a pesar de que se le negó el derecho a la palabra al Ministro de Relaciones Exteriores de México (el Canciller mexicano Vicente Sánchez Gabito protestó ante tal arbitrariedad y proclamó que parecería ser que la votación estaba ganada). Inmediatamente, el 6 de diciembre el Gobierno de los Estados Unidos envió a la Comisión Interamericana de Paz, un documento que contenía información sobre los vínculos de Cuba con el bloque chino- soviético. Al día siguiente, la susodicha comisión le preguntó a Cuba si aceptaba una visita para investigar en territorio cubano la veracidad de las acusaciones. La respuesta de la Isla fue digna y declaró que el acuerdo de la Comisión era una intromisión en los asuntos internos cubanos que no iba a ser nunca aceptada, que no era a Cuba a la que tenían que investigar y que si se proponían realizarla debían hacerlo en pleno zafarrancho de combate.



Sin embargo, a estas alturas de la tensa discusión alrededor de Cuba, la reunión estuvo de hecho decidida. El largo recorrido del funcionario estadounidense Adlai Stevenson por la América Latina durante el mes de junio y las visitas de cancilleres y senadores, incluidos algunos presidentes latinoamericanos a Washington habían brindado a la Casa Blanca los resultados apetecidos. El viaje de John F. Kennedy por algunos países del subcontinente, Colombia y Venezuela, a mediados de diciembre de 1961, fue el punto semifinal de la compra de los votos necesarios para sancionar a Cuba. Pero la batalla continuó. A fines de ese año, una delegación cubana presidida por el Viceministro de Relaciones Exteriores C. Olivares Sánchez realizó un periplo por varios países latinoamericanos con el fin de explicar la posición del país en relación con los principales problemas internacionales y de la región. Se trató de encontrar puntos de convergencia en asuntos comunes del derecho internacional e interamericano que imposibilitara una acción conjunta de América Latina contra el Gobierno Revolucionario. Por su parte, el Comandante en Jefe Fidel Castro, desde el 18 de enero de 1962, advirtió que la Isla asistiría a la cita interamericana “[...] a combatir por el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la soberanía nacional.” (En periódico Revolución, La Habana, 18 de enero de 1962,. p. 1).



La VIII Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA. La separación del Gobierno Cubano.



La cita de los cancilleres comenzó el 22 de enero de 1962 (hasta el día 30), en Punta del Este, Uruguay, (6) lugar que, por ironías del destino, también fue el escenario de la aprobación de la Alianza Para el Progreso. El discurso de apertura del Canciller costarricense dejó claro, desde el inicio, los fines anticubanos del cónclave al plantear que “[...] las amenazas a que se enfrenta el Sistema Regional por la introducción de doctrinas condenadas en anteriores conferencias [...] (recordar la Resolución 93, de Caracas, contra Guatemala) y llamó a “[...] los presentes a tomar las medidas que se requieran para la defensa de las instituciones americanas.” (Acta y Documentos de la Octava Reunión de Consulta de la OEA. Washington, D.C., 1962. OEA/Serie F/62, Documento 11, p. 3; en, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba).



En el mismo tono se expresó el Secretario General de la OEA, cuando en sus palabras de saludo, que fueron aún más allá de las que correspondían a un funcionario quien debió mantener una actitud imparcial, señaló las posibles posiciones e insinuó las futuras decisiones que debían tomarse. En su alocución el dirigente expuso sin ambages y, quizás en un ataque de sinceridad clientelista, los problemas que acarreaba la Revolución Cubana en el continente al aseverar que “[...] las inquietudes sociales y las pasiones de los pueblos se han abierto paso y están ahora presentes en los debates de la OEA.” (Idem, Documento 12, p. 12) Todo parecía, si no lo era, un libreto preparado en cada uno de sus detalles, pero la defensa de Cuba y las contradicciones dentro de las posiciones latinoamericanas introdujeron algunos cambios en el guión elaborado a priori. Rebatiendo el famoso informe de la Comisión Interamericana de Paz, Cuba argumentó la imposibilidad de que EE.UU. y los países que ya no tenían relaciones con ella, fueran juez y parte en el caso que los ocupaba a todos, porque ello violaba el Estatuto de la propia Comisión, en su Artículo 10 donde se precisaba que “[...] Ningún Estado miembro de la Comisión podrá actuar en tal carácter cuando sea parte interesada en un conflicto o controversia en que se haya solicitado la actuación de la Comisión.” (Idem, Documento 18, p. 22).



La respuesta de la Comisión fue de “indignación y ofensa” hacia la “ilustre” institución que había basado su información en fuentes y testimonios “serios a toda prueba” como lo podían ser las entrevistas concedidas por personas salidas de la Isla recientemente o que habían visitado el país en el último tiempo y por “[...] los valiosos datos aportados por los gobiernos de Estados Unidos, Guatemala, Nicaragua, Venezuela y Perú”, (Informe de la Comisión Interamericana de Paz a la Octava Reunión de Consulta de la OEA, Idem. p. 26), los que respondieron un cuestionario previamente elaborado que indujo y reprodujo las acusaciones del imperialismo yanqui contra Cuba. El susodicho documento, ilegal y falaz, acusó al Gobierno de La Habana de violar los derechos humanos, de promover actos subversivos que configuran atentados a la paz y la seguridad hemisférica y acentuó al final que “[...] los actuales vínculos de Cuba con los países del bloque chino-soviético como ostensiblemente incompatibles con los principios y normas que rigen el Sistema Interamericana.” Tales ideas fueron las mismas que se habían elaborado como parte de la doctrina de política exterior de los norteamericanos desde los años cuarenta (teniendo a los nazis como objetivo) y que fueron corroboradas luego de la Guerra Fría con “la amenaza del comunismo internacional”, “las perturbaciones de la paz de las Américas”, “las amenazas a la seguridad, la paz y la integridad territorial de los países del hemisferio”, como sucedió en la Conferencia de Caracas en 1954. En los años que decursaron, desde 1959 hasta 1962, tal pensamiento dogmático y maniqueo se aplicó a Cuba con toda la intención y manipulación posible. El extremo sucedió en esta VIII Reunión de la OEA. En la misma estuvieron presentes el Presidente de Cuba Osvaldo Dorticós Torrado, y el Secretario de Estado de los EE.UU. Dean Rusk, lo que auguró un enfrentamiento entre ambos gobiernos y sistemas políticos al más alto nivel.



Los planes norteamericanos no salieron bien del todo desde el principio. En sus afanes de excluir o separar a Cuba de la OEA y de aplicarle sanciones diplomáticas, políticas, jurídicas, económicas y comerciales -incluidas las financieras- solo pudo llevarse a vías de efecto el primer objetivo. En su camino reaccionario no contaron con el apoyo de un grupo de países latinoamericanos que no respaldaron, por el momento, las sanciones económicas, jurídicas y comerciales y la ruptura de relaciones diplomáticas con el Gobierno de La Habana. Rápidamente en el seno del cónclave, se pudieron apreciar dos posiciones; un grupo de países como México, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Chile, en correspondencia con sus principios defendidos desde meses atrás, decidieron no coincidir con la denuncia colombiana y por lo tanto no aplicar sanciones a Cuba, el segundo grupo, compuesto por los países centroamericanos y las dictaduras del continente pujaron por las medidas más drásticas.



Las maniobras para lograr uno de los dos objetivos fueron variadas. A tales efectos, unos días antes el 12 de enero de 1962, en la cancillería brasileña se realizó una reunión con algunos gobiernos de la región para informar la posición del gigante sudamericano en la próxima reunión de la OEA. El pragmatismo político de este país fue impresionante al afirmar que, las fórmulas intervensionistas o punitivas que no tenían fundamentos jurídicos y que producen como resultado práctico el agravamiento de las pasiones y la exacerbación de las incompatibilidades, no podían esperar su aprobación. Y continuó exponiendo que “[...] Hemos observado con placer que de un modo general las Cancillerías Americanas coinciden en la condenación del recurso de sanciones militares contra el gobierno revolucionario. En primer lugar, la acción militar no dejaría de caracterizar una intervención por ser colectiva. En segundo lugar, la acción militar provocaría una justificada reacción en la opinión pública latinoamericana que favorecería la radicalización de la política interna de los países del Hemisferio y debilitaría los lazos de confianza mutua esenciales a la existencia misma del Sistema Interamericano. En el plano mundial, sería de temer repercusiones en otras áreas viniesen a deteriorar aunque fuese temporalmente las condiciones generales de paz [...] Las sanciones económicas parecerían también un remedio jurídico condenable, en los términos del Artículo 16 de la Carta, y políticamente ineficaz, ya que el comercio de Cuba con América Latina no ha pasado, en sus promedios, del 4,5 % del volumen global de las exportaciones y el 9 % de las importaciones [...] El rompimiento de las relaciones diplomáticas -finalizó Brasil- que se explica en el cuadro de las medidas bilaterales, solo se comprendería multilateralmente, en el presente caso, como un paso al que siguieran otros mayores, ya que disminuiría la posibilidad de influir sobre el gobierno con el que se rompe, privaría a los disidentes del recurso humanitario del asilo y sacaría del plano continental la cuestión cubana para colocarla en el área del litigio entre Occidente y Oriente, cuando desearíamos que no trascendiese los límites del hemisferio”.



Si los párrafos anteriores pueden convencer a cualquier observador de una realpolitik, el complemento de ese análisis también advirtió, a los más confusos, que no se podía sancionar a Cuba, pero daba la clave para la idea de elaborar una proposición que no fuera aquellas enmarcadas jurídicamente en el Hemisferio y sobre la cual debía pronunciarse la próxima reunión de la OEA. Se dio por sentado que el régimen cubano podía adoptar la forma de un gobierno marxista-leninista y, al mismo tiempo, se dejó “la puerta abierta” para proclamar la “famosa” tesis de la incompatibilidad entre un régimen marxista-leninista y el Sistema Interamericano. Alrededor de esta concepción se debatieron los gobiernos en la VIII Reunión de Consulta de Cancilleres. Todos en mayor o menor medida apoyaron la concepción de la incompatibilidad. Las dudas estaban si esta nueva norma era un marco jurídico lícito para separar al Gobierno de Cuba de la OEA y aplicar las otras sanciones.

águila rapaz depredadora y esclavista

Muy tempranamente, el Secretario de Estado Dean Rusk, propuso en una intervención la necesidad de que la Conferencia debía “[...] proclamar la incompatibilidad del régimen cubano con los propósitos y principios del Sistema Interamericano” y en consecuencia “[...] excluirlo de participar en los órganos y organismos de dicho sistema.” (Informe de la Comisión Interamericana de Paz a la Octava Reunión de Consulta de la OEA; en Actas y Documento de la Octava Reunión de Consulta de la OEA. Washington, DC., 1962, OEA/Serie F/62, Documento 35, p. 13). Exigiendo, además, la suspensión de relaciones diplomáticas, consulares, económicas y de las comunicaciones de todo tipo con la Isla, así como la creación de una Comisión Especial de Seguridad que recomiende medidas individuales y colectivas contra cualquier acto o amenaza de agresión, directa o indirecta, de las potencias chino-soviéticas o de otras que estén asociadas con esos países. En una falsa argumentación -que ya hemos aclarado anteriormente- D. Rusk, aseveró que el discurso de Fidel Castro del 1ro de diciembre de 1961, fue la mayor evidencia de que Cuba había “[...] roto definitivamente con sus hermanos de América [...] y le ha proporcionado al comunismo una cabeza de puente en el Hemisferio.” (Idem. p. 15). El Secretario de Estado norteamericano estuvo todo el tiempo preocupado por conocer si se obtenía el 75 % de los votos-países necesarios para aplicar las medidas de separación. Que por cierto, este Reglamento fue extraído del TIAR y llevado al marco de la OEA como forma de propiciar la sanción, lo que constituyó otra flagrante violación. La tarea de separar al Gobierno Revolucionario de la OEA no fue fácil en ningún sentido, pues si la mayoría de los gobiernos estuvieron de acuerdo en este punto, un grupo de ellos le “forcejeó” a los yanquis la venta del voto. Otros fueron muy presionados para que apoyaran esta expulsión. Los gobiernos de México junto a los de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Chile tuvieron una posición justa pero, a la vez, muy ambigua. Varios ejemplos pueden ilustrar estas aseveraciones. La intervención del Canciller mexicano, Manuel Tello no dejaba lugar a dudas acerca de una contradicción diáfana entre varias concepciones: “[...] Parece, pues, indudable que existe una incompatibilidad entre la pertenencia a la OEA y una profesión política marxista-leninista [...] Con la misma energía con que defendemos el derecho de autodeterminación de los pueblos, del pueblo cubano, por consiguiente, sostenemos que es inconciliable la calidad de miembro de nuestra organización con la adopción de un régimen de Gobierno, cuyas características no son las de la democracia representativa”.



La tradicional “Doctrina Estrada” mexicana de no injerencia, intromisión e intervención en los asuntos internos de otros Estados y el derecho a la independencia y la autodeterminación nacional chocó con la ideologización extrema de la política exterior del gobierno burgués mexicano de ese momento. El delegado de Panamá, en un típico oportunismo, aunque apoyó la medida trató de imponer a los EE.UU. expuso que su gobierno vería de muy buen gusto abrir conversaciones sobre el Canal y la propiedad absoluta que poseían los norteamericanos sobre ese territorio istmeño. En otro acápite tragicómico, el gobierno del dictador Duvalier puso reticencias en apoyar a los EE.UU. El juego, nada serio, era aprovechar la ocasión y vender su voto a un precio más alto, hecho que logró en los finales del cónclave al recibir mayores dádivas financieras por parte de Washington. Por su parte, los gobiernos centroamericanos, en especial los de Nicaragua y Guatemala se pronunciaron abierta e ingerencistamente sobre el tema y llamaron a “[...] devolverle al pueblo cubano su libertad, su fe, su religión, su moral, su derecho a seguir siendo cubano [...]”. Las presiones de los EE.UU., hicieron su mella en otro grupo de países. Blandiendo la amenaza de que los que no se uncieran a la política norteamericana verían afectados sus relaciones económicas con Washington y su participación en la Alianza para el Progreso, el Imperio del Potomac doblegó al grupo de países más proclives a no tomar medidas contra Cuba. Y aunque uno de ellos votó en contra (Cuba), el resto solo pudo abstenerse (México, Argentina, Chile, Ecuador, Brasil y Bolivia).



Algunos de estos gobiernos hicieron constar en el Acta Final -otra contradicción- que el acuerdo de excluir a Cuba carecía de fundamento legal y violaba lo establecido en la Carta de la OEA, que no contenía mecanismos que justificaran tal medida. Como colofón de la VIII Reunión de Cancilleres de la OEA, Cuba y su Gobierno Revolucionario fueron separados de la Organización Interamericana. Los votos 13 y 14 se los brindaron el régimen dictatorial de Haití y, también, la genuflexión y entreguismo de última hora del gobierno del Uruguay. De ello, quedó constancia en la Resolución No. VI que, además, recomendaba “[...] la más continua vigilancia de parte de los países miembros [...] los que deben informar al Consejo de todo hecho o situación capaz de poner en peligro la paz y seguridad del Continente.”



Este intento de seguimiento fue muy peligroso para la Revolución Cubana y los movimientos revolucionarios en el subcontinente pues, a través de esta resolución y otras que se tomaron, la OEA se convirtió en una especie de policía en el hemisferio occidental al servicio de los EE.UU. aunque en contra esencialmente de Cuba. En la Resolución No. VIII, sobre las relaciones económicas, se resolvió “[...] suspender inmediatamente el comercio y tráfico de armas e implementos de guerra de cualquier índole con Cuba”, (Idem, Documento 68, p. 21) recomendando que esta prohibición debía extenderse también hacia otros artículos. Fue la antesala del bloqueo económico continental contra Cuba. Finalmente, la Resolución No. II, la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, aprobó la creación de una Comisión Especial de Consulta sobre Seguridad contra la acción subversiva del Comunismo Internacional que tuvo la misión de asesorar a los gobiernos de los países miembros de la OEA, para prevenir cualquier acto de agresión, subversión y otros peligros que provinieran de la continuada intervención de las potencias sino-soviéticas en el Hemisferio.



La posición de la delegación cubana fue digna y firme. El Presidente Osvaldo Dorticós expuso que “[...] la OEA se hace incompatible con la liquidación del latifundio, con la nacionalización de los monopolios imperialistas, con la igualdad social, con el derecho a la educación, con la liquidación del analfabetismo [...] y en ese caso Cuba no debe estar en la OEA.” Y en otro momento de su intervención expresó que “ [...] Podremos no estar en la OEA, pero Cuba Socialista estará en América; podremos no estar en la OEA, pero el gobierno imperialista de los Estados Unidos seguirá contando a 90 millas de sus costas con una Cuba revolucionaria y socialista [...] El Gobierno cubano ha reiterado su decisión de mantener una política internacional basada en el apotegma de José Martí, que nos recomendó: “Marchar con todo el mundo y no con parte de él”. Los que respeten a Cuba, encontrarán el respeto de Cuba. Los que quieran comerciar con Cuba, hallarán en Cuba una disposición a comerciar. Los que estén dispuestos a negociar las diferencias que existen con Cuba, verán a Cuba dispuesta a debatir esos diferendos con una agenda abierta y sin limitación alguna. Pero si lo que se pretende es que Cuba se someta a las determinaciones de un país poderoso y de los que pueden ser sus instrumentos circunstanciales; si lo que se busca es que Cuba capitule, renuncie a las aspiraciones de bienestar, progreso y paz que animan su Revolución Socialista y entregue su soberanía; si lo que se intenta es que Cuba vuelva la espalda a los países que le han demostrado una amistad sincera y un respaldo cabal; si, en una palabra, se intenta esclavizar a un país que ha conquistado su libertad total después de siglo y medio de sacrificios, ¡sépase de una vez!: ¡Cuba no capitulará!“ (En revista Cuba Socialista, La Habana, 1962, pp. 98-99).



La derrota de Cuba no era absoluta sino relativa y también temporal. El solo hecho que algunos países latinoamericanos no se plegaran a los derroteros estadounidenses de lograr sanciones de mayor envergadura contra el Gobierno Revolucionario puede considerarse un triunfo de la diplomacia cubana en aquel contexto histórico. La victoria de los EE.UU., sin menospreciar su alcance y objetivos reales, fue pírrica en lo que a Cuba se refiere, por cuanto sus propósitos siempre tuvieron un mayor contenido. En un primer momento, la exclusión del Gobierno de la Isla de la OEA, ayudó a los gobernantes de la Casa Blanca a desatar una campaña anticubana de gran dimensión y, por ende, contra el movimiento revolucionario -de liberación nacional y social- del continente, bajo el pretexto de la amenaza comunista exterior; en un segundo momento, junto a la separación de uno de los miembros del sistema hemisférico, al margen de los marcos jurídicos de la Carta de la OEA, se desarrolló una crisis institucional de este organismo regional. La organización había perdido en legitimidad y credibilidad ante los ojos de los pueblos al convertirse en un instrumento más dúctil y dócil al servicio los intereses monopólicos y más reaccionarios del vecino de norte.



Luego de la VIII Reunión de la OEA, muchos países se vieron conmovidos por golpes militares y cambios institucionales al margen de las constituciones burguesas vigentes. Lo que los Estados Unidos no habían logrado en la conferencia, es decir, sancionar económica, comercial y financieramente a la Isla, debía hacerlo a través de la intromisión en los asuntos internos de los que, incluso, consideraron sus aliados.



La pequeña osadía de algunos países latinoamericanos de oponerse o abstenerse de votar a favor de los EE.UU., la pagaron caro un breve tiempo después. La experiencia de República Dominicana, al ser asesinado en mayo el dictador Trujillo y más tarde, la caída del gobierno de Brasil solo fueron los anuncios premonitorios de lo que sucedería posteriormente en otros lugares del continente. El 25 de agosto de 1961, anunció su renuncia el Presidente de Brasil Janio Quadros, cuatro días después que condecorara al Comandante Ernesto Che Guevara con la Gran Cruz de la Orden Cruceiro do Sul. Asumió la presidencia, el vicepresidente Joao Goulart, quien se encontraba de gira por el exterior, luego de tener que realizar concesiones a una facción militar del país. Finalmente, Goulart es derrocado también por un golpe de estado en 1964. El 8 de noviembre de ese propio 1961, es derrocado el presidente de Ecuador José María Velazco Ibarra, siendo sustituido por Julio Arosemena, un hombre más afín a los intereses norteños y a la oligarquía de su país. En El Salvador se hizo del poder un titulado Directorio Civil-Militar, que terminó con la institucionalidad burguesa representativa. Más adelante, en marzo de 1962 fue derrocado el gobierno de Argentina y en junio de ese año, el del Perú. Los gobiernos de Honduras, Guatemala y Uruguay fueron defenestrados en 1963.



La ola dictatorial y de terror se amplió a toda la región. Y el auge del movimiento revolucionario siguió creciendo en todos los rincones de la geografía de Nuestra América. Pero antes, los EE.UU. y las oligarquías de la región tuvieron que escuchar un nuevo documento programático de la proyección internacional de la Revolución Cubana: La Segunda Declaración de La Habana.



Ahora, cuando entramos por la puerta grande al conglomerado de naciones latinoamericanas y caribeñas, comprendemos el porqué de esos combates y sus enormes resultados en el tiempo. Una Revolución vale por lo que sabe defenderse, y esa máxima leninista fue llevada a cabo por la dirección histórica de la Revolución Cubana, en primer lugar, Fidel y Raúl, Camilo y el Che, Dorticos y Roa, pero más que todo por el pueblo, el verdadero protagonista de esta epopéyica resistencia y desarrollo.



La OEA se está yendo a bolina, como un viejo cometa que ya no posee ningún viento a favor y el timonel, los EE.UU:, está desprestigiado y deteriorado moralmente. No podremos regresar jamás, porque continúa siendo un instrumento de los círculos de poder estadounidenses, con su denigrante “Carta Democrática” y la “gobernalidad democrática alterna de los partidos burgueses”. El Ministerio de Colonias Yanqui fue rebasado y desbaratado por los pueblos que marchan con Cuba y con la América Nuestra. Ahora sí podemos pretender la creación de una organización latinoamericana-caribeña sin la presencia de los Estados Unidos de América.



Esperamos que los señores del diario “El Nacional” lean y aprendan algo de esta lección histórica y política, y cesen con sus histerias y mentiras fraudulentas contra América Latina y el Caribe, y contra Cuba revolucionaria y socialista. Si no se han percatado de los cambios de época o la época de cambios que vive el subcontinente serán inexorablemente barridos por la historia. Y de eso se encargará el pueblo bolivariano y revolucionario de Venezuela.



(Fin)



--
Lic. Rosa Cristina Báez Valdes
"La Polilla Cubana"

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"Somos cinco revolucionarios cubanos a los que no podrán doblegar jamás, y habrán de vivir cada día la humillación de ser incapaces de entender el porqué"
René González, uno de los 5 héroes prisioneros en los Estados Unidos