jueves, 2 de julio de 2009

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Sonia la autora con su familia en Camagüey Cuba

El rostro oculto de la violencia

por Sonia Castillo Cabrejas

Estoy viviendo el año 45 de mi existencia. Y desde que tengo memoria veo a mis semejantes pelearse, descalificarse, agredirse, con una vehemencia tal que los diferendos terminan, no pocas veces, o casi siempre, en desgarramientos imborrables, sufrimiento, dolor e, incluso, la muerte.

Pareciera que ni la cultura, ni el arte, ni el impresionante desarrollo de la ciencia y la técnica que ha ido experimentando la humanidad, nos ponen a salvo del instinto animal que llevamos dentro. Viene a ser, quizás, la más elocuente evidencia de la teoría darwiniana de la evolución de las especies.

Ilustres caballeros, sublimes poetas, renombrados literatos, músicos eminentes, científicos consagrados, políticos ardorosos, en fin, hombres “estudiados y leídos”, se han dejado tentar por la violencia hacia sus semejantes, o se han hecho cómplice de ella que, al fin y al cabo, es lo mismo.

Con el saber se sufre, porque este viene a revelar que la historia del hombre hasta nuestros días no ha sido más que una historia de violencias. ¿Por qué?- me pregunto una y otra vez. Y una y otra vez me respondo: por egoísmo.

Tengo a la vista un Larousse, diccionario básico de la Lengua Española, y busco una definición académica del término que no devela toda la inclemencia que entraña una actitud egoísta: “inmoderado amor de sí mismo que antepone a todo la conveniencia y el interés propio, incluso en perjuicio de los demás”.

Aunque clara y precisa, ciertamente resulta insuficiente cuando se piensa en los siglos y siglos de dolor que ha acarreado a nuestra especie esta suerte de enfermedad, y que los textos bíblicos han pretendido exorcizar con la conocida frase: “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Pero ni siquiera la fe, ni el oscurantismo, ni el fanatismo religioso han podido curarnos en salud.

¿Por qué pretenden unos hombres vivir a expensas de otros? ¿Por qué quieren privilegiarse unos pocos a costa de la penuria de muchos? ¿Qué circunstancias son necesarias para que prolifere el egoísmo?

Si todos los hombres somos iguales en nuestra condición humana, ¿por qué las sociedades se empeñan en hacer distingos de toda índole- raciales, religiosas, de clases, de género,…-, de manera que unos siempre vean a los otros desde sus imaginadas ínfulas de superioridad?

En sus inicios, la Comunidad Primitiva fue respetuosa de la plenitud humana. El más social de los animales (1), el hombre, procuró relaciones con sus iguales que se sustentaban en el trueque a fin de satisfacer necesidades vitales. Nunca antes vivió con tan poco ni fue tan feliz, en su estado natural.

Cuando las relaciones de producción se tornaron más complejas, por el propio desarrollo de las fuerzas productivas, y hubo un excedente de mercancías, de inmediato apareció la codicia y con ella el deseo de algunos de someter y explotar el trabajo ajeno.

La acumulación de riquezas, que no de virtudes, acentuó las diferencias sociales; así
surgieron las castas, luego las clases y, con estas una ordenación de la sociedad que
privilegió el poder de la minoría adinerada sobre la mayoría trabajadora.
En el plano de las ideas y el pensamiento todo fue diseñado para el respeto y la veneración de ese orden de cosas.

Para quienes disintieran de él, fueron creados los órganos represivos correspondientes que acumulan abultados expedientes de horror y deshumanización.

(1) Engels, Federico, La importancia del trabajo en la transformación del mono en hombre. Obras Escogidas de Carlos Marx y Federico Engels en Tres Tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981, Tomo 3, pp. 66-79.

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Insaciable en sus apetitos y su vanidad, enajenado de los derechos de los demás, aquel poder no escatimó medios ni recursos para expandirse y perpetuar su señorío, vale decir, sus privilegios.

Las guerras de conquista, el sometimiento de unos pueblos por otros, la Santa Inquisición, la esclavitud, la piratería, son apretada memoria del egoísmo humano, es decir, y vuelvo al Larousse, de esa reprobable actitud que “antepone a todo la conveniencia y el interés propio, en perjuicio de los demás”.

Apelando al engaño, la manipulación y la mentira, los egoístas han echado a pelear a los hombres, alimentando odios inventados por su maldad para dividirlos, llenando de contenidos tendenciosos los conceptos mejores de nuestra especie como la igualdad, la justicia, la democracia, la paz.

En nombre de sus exclusivos intereses han lanzado poblaciones enteras a la muerte, el odio y la destrucción.

¿Qué si no fue el Fascismo con su inadmisible concepción de la superioridad de la raza aria respecto a las demás? Si no fuera por las imágenes dantescas de los campos de concentración y de las naciones devastadas por las bombas y la avaricia; si no fuera por la sangre de tantos hombres, mujeres y niños que fluye acusadora en las entrañas de la opulenta y olvidadiza Europa, una creería que son invenciones del más allá, no de seres humanos como usted, como yo, o como los vecinos que me dan los buenos días cada mañana cuando voy para mi trabajo.

¿Hasta dónde somos capaces de llegar para saciar apetencias impostadas y necesidades ficticias, ajenas a nuestra naturaleza, y perjudiciales a nuestro hábitat?
Viet Nam, Afganistán, Yugoslavia, Palestina, el Golfo Pérsico, Irak, son la respuesta. Angola, Namibia, el Congo.

Honduras esta noche es la respuesta. Así tan lejos es capaz de llegar el egoísmo.

¿Cómo si no puede alguien entender la reacción de los poderosos cuando el presidente constitucional de ese país latinoamericano intenta, sólo intenta, repartir los panes y los peces a partes iguales, a la usanza de aquella Comunidad Primitiva?

¿Cómo si no puede una creerle a las imágenes de Telesur que muestran a los jóvenes hondureños ataviados con sus uniformes militares, golpear, atropellar y matar a sus hermanos de patria, azuzados por los burgueses que los ponen de carne de cañón a defender los intereses de su clase, mientras se mantienen ocultos en las madrigueras de su ilegitimidad?

¿Qué sentirán esos muchachos cuando llegan a sus casas, se quitan sus ornamentos de fuerza, se lavan la sangre de las manos, y miran a los ojos de sus madres humildes e incrédulas? ¿Qué sentirán?

Estoy viviendo el año 45 de mi existencia. ¿Cuántos más existiré? ¡Quién sabe! Pero el tiempo que sea servirá mi pluma, léase mis ideas, a la igualdad y la felicidad humanas.

¡Qué viva el pueblo de Honduras!

Camagüey, dos de julio de 2009. Año del 50 aniversario del Triunfo de la Revolución. 12:25 p.m.