miércoles, 13 de abril de 2011

norteamericanos coleccionan dedos meñique y matan para ello ag1

 

La construcción del enemigo. (reenvio) 


Por Miguel A. Semán.   

Fotografiar a alguien es cometer un asesinato, 
un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada.
Susan Sontag

Jeremy Morlock creció en Alaska entre cazadores de alces y pescadores de salmón. Un lugar donde muchos creen que el diablo, además de negro, debe ser musulmán.

Gente que no dudaría en sacar un rifle y matar a un inmigrante pero que piensa que un embarazo producto de una violación puede ser un designio divino. Entre esos hombres y esas mujeres Morlock era un chico con problemas.

No porque no compartiera sus principios, sino porque tal vez le resultaban una carga demasiada pesada. Lo cierto es que se drogó, se emborrachó todo lo que pudo y salió cada día a la ruta sin registro y listo para dejar a alguien inválido y escapar.

En diciembre de 2009 su mujer lo denunció por haberle producido quemaduras en el cuerpo con la brasa de un cigarrillo. Un mes después, con apenas 21 años, viajó a Afganistán a perseguir talibanes. 

El 15 de enero su unidad entró en Mohammad Kalay, una pequeña aldea cerca de Kandahar. Los soldados revisaron hasta el cementerio pero no había talibanes sino campesinos asustados que vivían casi sin agua y sin electricidad.

La decepción habría sido insoportable si Morlock no se hubiese encontrado con Gul Mudin, un chico de 15 años que trabajaba en una plantación en las afueras de la aldea. En ese mismo instante tuvo una idea maravillosa: convertir a ese campesino en talibán y matarlo.

Sin pensarlo más arrojó una granada al suelo para simular un ataque e inmediatamente él y su compañero, el cabo Andrew Holmes, lo acribillaron. 

Minutos más tarde los dos se fotografiaban orgullosos sobre el cadáver ya casi desnudo. Después llegó el sargento Gibbs, tomó sus tijeras de cirujano, cortó el meñique de Gul Mudin y se lo regaló al cabo Holmes como testimonio de su primer afgano muerto. 
En la fotografía Morlock levanta de los pelos la cabeza del chico muerto y sonríe, cínico y grotesco, con la mueca de un gato de historieta. Holmes hace algo parecido, pero se lo ve más serio. Las fotografías circularon entre la tropa junto con otras en las que aparecen piernas, torsos y cabezas de supuestos talibanes. También se ven soldados norteamericanos junto a niños afganos de cinco o seis años que los miran con los ojos más tristes de la tierra. 
El Pentágono en persona intentó capturar las fotos y tapar el escándalo, pero fue imposible. Hoy las imágenes son más escurridizas que el agua y el aire. Muchas de ellas se publicaron en el último número de la revista RollingStone, junto con declaraciones de soldados que dan a entender que tanto los retratos como las mutilaciones son prácticas frecuentes en el ejército norteamericano.

 Ante la evidencia de la derrota el Pentágono emitió un comunicado: "Las fotografías son repugnantes para nosotros como seres humanos y contrarias a las normas y valores del Ejército estadounidense". 

De las muertes nada se dice. Del desguace de cadáveres, tampoco. Sólo se refieren a las fotografías. No hablan de la realidad sino de su reproducción. De su miniatura. No de la historia sino del espectáculo. 
Morlock y Holmes congelados para siempre. Aferrados a ese cadáver como a un gran salmón tamaño humano no se resignan a perder su trofeo en el flujo del tiempo. Una presa semejante no crece de un día para otro. El enemigo se concibe, se construye y se modela paso a paso, año a año, generación tras generación.

Se trata de un proyecto colectivo y milenario. 

En el siglo XIV Dante condenó a Mahoma a la pena del taladro perpetuo y confinó a sus fieles a un infierno hecho a la medida de los miedos católicos.

Hoy el mundo capitalista, mucho más efectivo, llevó el infierno hasta la misma casa de Mahoma y, una vez ahí, derribaron sus puertas, entraron, mataron y lo fotografiaron todo. (PE/APe)

 Sigla. APe. Agencias de Noticias Pelota de Trapo. 

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