miércoles, 27 de julio de 2011

DIFUNDIR: El Shopping que fue chupadero Filosofía reconstruyó la historia de sus 400 estudiantes desaparecidos + Lunes Invitación Instituto Espacio para la Memoria

Agencia de Noticias DH

El shopping que fue un chupadero

Año 4. Edición número 166. Domingo 24 de julio de 2011

Por 

Patricio Torres Díaz

 

Un pasado oscuro. En el subsuelo del centro comercial se encontraron en 1987 quince pequeñas celdas.

La historia oculta del centro clandestino que funcionó en los sótanos de las Galerías Pacífico en la última dictadura.

Edificios públicos, dependencias militares y policiales, terrenos presuntamente abandonados e incluso casas particulares. Durante la última dictadura, cualquier lugar podía ser reacondicionado para transformarse en un Centro Clandestino de Detención y Exterminio (Ccde). Y el edificio donde hoy se encuentran las Galerías Pacífico no fue la excepción: en sus sótanos funcionó uno de los tantos chupaderos que se encargaron de la muerte y desaparición sistemática de miles de personas.
En 1889, se levantó el emblemático edificio que aún hoy ocupa la manzana comprendida por las calles Viamonte, San Martín, la peatonal Florida y la avenida Córdoba. Su propósito era albergar las elitistas tiendas de Bon Marché, convirtiéndose así en la sucursal sudamericana de la casa de ropa parisina. Pero, por distintos problemas, el negocio no fue rentable y se abandonó al año siguiente. Al poco tiempo, la flamante compañía de trenes Buenos Aires al Pacífico puso allí sus oficinas y para 1930 ocupaba la totalidad del edificio. El viento de cola que trajo la posguerra reactivó la idea de colocar negocios en la desolada planta baja. Durante los años siguientes, se abrieron y se cerraron distintos locales pero a principios de la década del '70 se clausuraron todos los negocios. Fue entonces cuan­do comenzó a operar allí la Superintendencia de la Policía Ferroviaria.
Durante los primeros años de la dictadura que comandó Jorge Rafael Videla el edificio estaba aparentemente inactivo, ya que en los pisos superiores se encargaban de la restauración de frescos y murales. Pero el acceso de la calle Viamonte, que comunica directamente a los subsuelos, se ocupaba para tareas un tanto diferentes.
Recién en 1987, durante la filmación de la película Las esclavas, los trabajadores del Sindicato de la Industria Cinematográfica (Sica) se percataron de la existencia de un polígono de tiro, quince pequeñas celdas, inscripciones en las paredes y restos de prendas personales. Carlos Borcosque y Salvador D'Antonio eran –respectivamente– el director y el productor de aquel film. Consultados por este diario, dijeron no recordar nada de lo acontecido.
Desde Sica alertaron en ese momento a las Madres de Plaza de Mayo, quienes lo denunciaron en su periódico en junio de ese mismo año sin que ningún medio u organismo le diera relevancia. Pero en 1990 las tareas de remodelación para instalar allí el flamante centro comercial Galerías Pacífico (ver aparte) volvieron a dejar en evidencia las esquirlas de la represión: un grupo de albañiles que trabajaban en las obras le dieron un nuevo impulso a la denuncia y gracias a la ayuda de Jorge Caneilles, un difunto gremialista de la construcción, difundieron la noticia. De inmediato, Carlos Zamorano y Raúl Schnabbel, abogados de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, denunciaron el hallazgo ante la Cámara Federal. Al día siguiente, periodistas, fotógrafos e integrantes de organismos de derechos humanos acudieron al lugar para documentar las evidencias.
Mercedes Meroño, integrante de Madres y presente en aquella oportunidad relata la experiencia a Miradas al Sur y anticipa el desenlace: "Había ropa, zapatillas y sectores enrejados. Las persianas estaban bajas; todo muy sucio. Yo vi todo eso y después nadie hizo nada, no lo tomaron como evidencia y limpiaron todo".
Luis Moreno Ocampo era por entonces fiscal de la Cámara Federal. Fue él quien tomó cartas en el asunto. Aseguró que entre 1977 y 1981 había funcionado allí un Ccde integrado al circuito ABO (Atlético-Banco-Olimpo), bajo la supervisión del ex general Guillermo Suárez Mason, por entonces jefe del Primer Cuerpo del Ejército. Agregó que Raúl Guglielminetti y Juan Antonio Colores Del Cerro habían estado a cargo de los tormentos y estableció que el lugar pertenecía desde 1973 no sólo a la Policía Ferroviaria sino también a Coordinación Federal.
Por último, Moreno Ocampo ordenó un recurso de no innovar para detener las obras de remodelación y poder llevar a cabo una inspección ocular en los sótanos. El objetivo era incluir el ex Ccde en la causa 450, que investigaba los crímenes cometidos por el Primer Cuerpo del Ejército.
En los medios, comenzaba a hablarse de que allí podría haber sido conducida Carmen Candelaria Román –aún desaparecida–, secuestrada por un grupo de tareas junto a seis compañeros del Partido Comunista el 20 de mayo de 1977 en la puerta del local que el partido aún tiene sobre la avenida Callao. Cesáreo Arano, Isidro Gómez y Luis Cervera Novo, secuestrados junto a Román, también permanecen desaparecidos. Miguel Lamotta, Miguel Ángel Prado y Juan Carlos Comínguez –detenidos en el mismo operativo– recuperaron la libertad tres días más tarde, aunque nunca pudieron precisar dónde habían estado.
La periodista Lila Pastoriza, en el artículo titulado Las dos manos del Cóndor, publicado en Página/12 en 2001, relacionaba esta operación con la acción simultánea de la Dina, la policía secreta de Chile, que había detenido en suelo argentino a comunistas chilenos en estrecha colaboración con la Side local. El móvil, según Pastoriza, era desbaratar el financiamiento de los partidos a ambos lados de la cordillera.
Así las cosas, sólo era cuestión de tiempo para señalizar los subsuelos del inminente shopping como uno de los tantos resabios de la feroz represión estatal. Pero el día que debía producirse la inspección, los sótanos decidieron inun­darse con el aceite de las calderas que allí funcionaban, por lo que hubo que dejar pasar tres días para acceder al lugar. El aceite bajó, y de pronto no quedaban rastros de ningún tipo.
Moreno Ocampo, en un súbito revés, afirmó entonces: "No hay pruebas de que aquí haya funcionado un centro clandestino de detención". Al día de hoy asegura haber hecho lo posible por incluirlo en la causa, pero se vio impedido por la falta de evidencia. Sin pruebas no hubo investigación, la denuncia fue desestimada y el descubrimiento se hundió en el olvido. En cuanto a los responsables, las leyes de Obediencia Debida y Punto Final se habían ocupado de exculpar a la mayoría. Los venideros indultos del menemato terminarían la tarea.
Para 1994, el paseo comercial Galerías Pacífico marchaba a todo vapor. Turistas y porteños se deleitaban con los murales de Antonio Berni o la cúpula tramada por Raúl Soldi, mientras compraban los más lujosos artículos importados en casas de primera marca.
Durante ese tiempo, un fotógrafo de la televisión portuguesa solicitó permiso para filmar en sus instalaciones, a fin de obtener escenas para un videoclip del nuevo disco de Fito Páez. Tamaña fue su sorpresa cuando identificó el mismo piso que él había visto mientras estaba detenido ilegalmente en la pasada dictadura. "Actualmente, está citado para dar testimonio, pero está residiendo en Portugal y tiene identidad reservada", aclara a Miradas al Sur Sara Bouillet, del Instituto Espacio para la Memoria.
Si bien Bouillet no confía demasiado en que el fotógrafo se presente a declarar, asegura que intentarán que la Legislatura porteña reconozca y señalice el lugar como ex Ccde. Además, advierte que aún quedan muchos otros ex centros que aún no se han podido localizar. Lo mismo opina Carlos Zamorano, uno de los abogados que denunció el hallazgo: "Es probable que el número de ex Ccde llegue a más de quinientos. El problema está en que hay mucha gente que ya no quiere declarar por el fuerte trauma que le generó la represión. Recién en estos últimos años comenzaron a animarse".

IRREGULARIDADES. La concesión, un negociado más del menemismo
Apenas dos meses antes que el descubrimiento del ex centro clandestino en las Galerías Pacífico saltara a los medios, el abogado Julio Raffo –actualmente, legislador por Proyecto Sur– alertaba en el diario Sur del 9 de abril de 1990 sobre la inquietante adquisición del edificio de la avenida Córdoba por parte de la firma Galerías Pacífico S.A.
El lugar que originalmente sería destinado al "Proyecto Imaginario para América Latina" (propuesta impulsada por Fernando Pino Solanas y Julio Bárbaro) era en ese entonces propiedad de Ferrocarriles del Estado, aunque ya había sido transferido a la órbita de la Subsecretaría de Cultura. Sin embargo, el 27 de noviembre de 1989, Ferrocarriles decidió convocar –sin difundirlo– a un concurso privado para adjudicar el inmueble. Al día siguiente, se preadjudicaba a Galerías Pacífico S.A., firma creada tan solo cuatro días antes, con trámite de inscripción ni siquiera en trámite y sede social en el domicilio familiar de su síndica suplente. Tampoco tenía empleados inscriptos.
De todas maneras, esto no impidió que Ferrocarriles calificara a la empresa de "primera línea y con reconocido prestigio" o hacer hincapié en "la idoneidad específica de la adjudicataria, que resulta decisiva tratándose de un inmueble que ha sido declarado monumento histórico nacional". Para fin de ese mismo mes, se le adjudicó por treinta años la explotación comercial a la joven sociedad. Según Raffo, fue "un negociado más del menemismo", en este caso entre el propio Carlos Menem y el empresario Mario Falak.

Fuente: Miradas al Sur


Gracias al trabajo de cuatro mujeres

Filosofía reconstruyó la historia de sus estudiantes desaparecidos

Publicado el 24 de Julio de 2011

Por Gimena Fuertes
Más de 400 militantes fueron secuestrados cuando cursaban en la Facultad de Filosofía y Letras. Tras un arduo trabajo de investigación, sus familiares pudieron reunirse con las fichas académicas y rearmar sus historias.
Luis se había cambiado de carrera. María tuvo un bochazo en la facultad. Adriana había dejado de estudiar después de tener a su primera hija, y luego pudo retomar. María Eugenia hablaba siempre en chiste.
Las historias de vida de más de 400 estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que la dictadura quiso borrar vuelven a aparecer en legajos académicos, fotos, libretas de notas, certificados de vacunación, recibos de sueldo y exámenes libres escritos con nervios y apuro.
Cuatro mujeres de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de esa facultad se dedicaron a buscar y encontrar los legajos de los estudiantes, docentes y no docentes desaparecidos de esa facultad, para luego digitalizarlos y entregarles una copia a sus familiares.
Antes del golpe militar la Facultad de Filosofía y Letras contenía también a las carreras de Sociología y Psicología. La represión ilegal fragmentó las carreras, y los legajos de los alumnos, docentes y no docentes de ese entonces quedaron compartimentados en distintas oficinas. Hasta que, recién en 2006, las integrantes de Cátedra Libre de Derechos Humanos Samanta Casareto, Marcela Cabrera y Andrea Pico, bajo la coordinación de Graciela Daleo, comenzaron a desempolvarlos y sistematizarlos.
En mayo de este año los familiares y amigos de los estudiantes, docentes y no docentes recibieron de las manos de estas investigadoras la copia digitalizada de la documentación en el aula mayor de la facultad, donde quedó instalado un mural con las fotos de todos.
"La cátedra que tiene como primer objetivo consolidar una nómina de los desaparecidos de  la Facultad de Filosofía y Letras. Conseguimos una nota que nos autorizaba a acceder a los legajos. Fue todo ad honorem, a contra turno de nuestros trabajos", relata Samanta Casareto.
Marcela Cabrera cuenta que "fue y es un largo trabajo de investigación". "Después de la mudanza de la facultad nunca se volvieron a acomodar algunos archivos. Tuvimos que ir revisando paquetes que todavía estaban cerrados desde el golpe", sostiene. Las investigadoras también se sirvieron de los archivos de la CONADEP, y el padrón de un censo trunco que la dictadura quiso hacer en el año 1977 sirvieron de cotejo para contrastar con el listado de todos los alumnos inscriptos alguna vez en esa facultad.
Syra de Franconetti era la mamá de Adriana Franconetti, estudiante de Antropología, que fue secuestrada junto a su esposo a los 27 años. Ambos militaban en Montoneros en la zona norte del Conurbano. Habían empezado con un trabajo de alfabetización en La Cava. Tenían dos hijas, una de un año y otra de dos y medio. Ambos fueron vistos por última vez en la ESMA.
Recién este año, Syra se reencontró con la documentación académica de su hija. "Me sacudió muchísimo, ya estoy vieja pierdo la resistencia, lo sentí como un acercamiento a mi hija. Ella era una chica muy estudiosa, muy inteligente, respetaba mucho el poder aprender. Veo la copia de la foto de la libreta universitaria y pienso que está muy rara. Ella siempre usó flequillo pero para esa foto le hicieron sacarse el flequillo porque era para la documentación. Es algo muy fuerte, te golpea. La ficha de inscripción también me pegó un sacudón porque reconocí la letra de ella. Y es tan poco lo que hemos podido guardar, en ese momento trataba de deshacerme de todo lo que podía ser comprometedor, y tiré cosas, rompí papeles, ni me fijaba lo que era, estaba sobrepasada por el temor con que vivía", relató Syra.
"El trabajo que se tomaron estas chicas es tremendo. Para los familiares ha sido un reencuentro con una etapa de la historia de cada uno que es muy importante. En el acto quise decir unas palabras, pero no pude porque estaba muy sacudida por la emoción. Les agradezco sobre manera a las investigadoras, fue un acto hermoso porque fue hecho desde el cariño y el respeto, fue un acto militante", expresó la mamá de Adriana.
Las investigadoras contaron con la ayuda del archivo biográfico familiar de Abuelas de Plaza de Mayo para digitalizar los archivos con quienes a su vez comenzaron a compartir archivos. Fue así como descubrieron que hubo más de 20 estudiantes embarazadas que desaparecieron y que ahora se buscan a sus hijos.
María Susana Ursi era estudiante avanzada de la carrea de Historia del Arte y ayudante de trabajos prácticos de Plástica 1. También era maestra y militaba en la Juventud Peronista. Se había anotado en la carrera de Psicología para seguir militando. La secuestraron el 7 mayo de 1977 junto a unos compañeros a sus 26 años. Su hermana María Eugenia Urzi recibió la carpeta que contenía su legajo y la foto ampliada de la inscripción. También el certificado de las materias que rindió y la constancia de las designaciones como docente.
"A partir de proyectos como este mi hermana deja de ser una desaparecida y aparece socialmente como un sujeto pensante, vital, que generó cosas para esa facultad. Al desaparecer los cuerpos, la dictadura quiso borrar la memoria colectiva y destruirlos materialmente. El mural hermosísimo que quedó en el aula de la facultad es un legado de lucha por un mundo más justo y menos individualista para las generaciones futuras", opina María Eugenia.
María Giuffra es hija de Carlos Rómulo Giuffra. Gracias al trabajo de las investigadoras María se enteró que antes de estudiar arquitectura, su padre se había anotado en Letras. "Las personas que hoy son homenajeadas podrían estar acá junto a nosotros con sus diplomas, con sus profesiones, con sus hijos. Podrían estar acá como docentes, como profesionales, como colegas, como compañeros, como padres. Pero sin embargo no están. Sus proyectos quedaron truncos. No están porque dejaron sus aspiraciones personales por la militancia. Pero no por el "romanticismo" de la militancia, sino que nuestros padres tuvieron como prioridad la justicia social, la salud y la educación pública, el derecho al trabajo, en pos del bien de todos. En resumen, un proyecto de vida, de país. Ellos se jugaron la vida y la perdieron. Una parte de la justicia llegará cuando conozcamos el destino de cada uno de los desaparecidos y todos los asesinos y sus cómplices estén presos. Y la otra parte llegará cuando podamos decir que en nuestro pueblo se han acabado las desigualdades económicas, políticas y sociales".

Fuente: Tiempo Argentino
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