sábado, 1 de octubre de 2011

Comodoro Rivadavia Libro: "Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos), de Miguel Angel de Boer (por Silvia Coicaud)

Presentación del Libro: "Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y
otros textos), de Miguel Angel de Boer

Silvia Coicaud

Des-arraigo: sin arraigo. Miguel dice que el arraigo "consiste en un
profundo sentido de pertenencia, sin menoscabo de la propia identidad. El
sujeto debe poder discriminar lo malo, lo penoso, lo triste, lo injusto que
lo impulsó a tomar la decisión de partir (que es morir un poco) para poder
establecerse creativamente, sanamente, en su nuevo lugar de existencia",
apunta en su libro.

Esta apuesta por la creatividad como un modo de arraigarse a un nuevo
entorno y lograr apropiárselo y pertenecerle nos lleva a pensar que no hay
un único mundo real, preexistente a la actividad mental humana y al lenguaje
simbólico humano. Y cada sistema de símbolos tiene sus propiedades
referenciales, en las cosas que imaginamos, en las figuraciones, en las
creaciones literarias, en nuestras metáforas, las cuales median entre un
símbolo y lo que representa.

Lo que nosotros llamamos "mundo" es siempre el producto de alguna mente. El
mundo de las apariencias, el mundo mismo en el que vivimos, es el que
creamos con la mente. El mundo humano se hace desde la actividad cognitiva
del artista (y aquí tenemos, por ejemplo, la prolífica obra narrativa de
Miguel), desde las ciencias o de la vida ordinaria (como el mundo de la
casa y la familia, donde reina el sentido común). El saber es una ilusión
de certeza, pero es provisional, porque a un paradigma le sucede otro, por
sus inconsistencias, por los olvidos, por las mejores explicaciones.

Todos estos mundos –ciencia, arte, política, juego, cotidianeidad….- han
sido construidos, pero siempre a partir de otros mundos, creados por otros.
Ningún mundo es más real que los demás, ninguno es ontológicamente
privilegiado como el único mundo real. Los materiales con los que trabaja el
ingeniero no son más reales que los procesos psicológicos que los
produjeron. Borges, Mozart y Van Gogh no encontraron hechos los mundos que
produjeron, ellos los crearon.

Nosotros, los hijos y nietos, y ellos, los padres y abuelos inmigrantes que
llegaron a Comodoro Rivadavia, tampoco encontraron la ciudad hecha, forjada,
y contenedora de todos los sueños. Como dice Miguel: tuvieron un trabajo de
duelo, una lucha laboriosa en la que afloraron la idealización, la negación
o la disociación para resolver los conflictos que se producían en sus almas
por el mundo que habían dejado atrás, y por el nuevo mundo que les tocaba
construir en estas tierras. Y apuesta Miguel: " es posible que les competa a
las generaciones actuales recuperar la historia de Comodoro, de lograr la
integración tomando la experiencia como un todo … condición indispensable
para posibilitar un mayor compromiso con lo que acontece día a día,
superando el deseo fantástico o la ilusión de estar de paso, o lo que es
peor, de que todo seguirá irremediablemente igual" .

Pero la realidad en la que vivimos nos muestra que las identidades clásicas:
naciones, clases, etnias, ciudadanía, ya no nos contienen como antes en este
planeta globalizado en el que existe inconformismo. La crisis de los
paradigmas y de las certidumbres provocan insatisfacción. Pero la identidad
es un proceso de construcción permanente. Como dice Miguel: "no se logra de
una vez y para siempre, sino que se va estructurando continuamente en una
ardua tarea de elaboración". Nuestra ciudad tenía -según el censo del año
1944- ciudadanos provenientes de 42 países diferentes. Constitución de
catalejo de identidades étnicas, nacionales y extranjeras que generó una
interdependencia asimétrica y desigual. Esta diversidad es analizada por
Miguel a través de varios relatos en su libro. En el capítulo "Desarraigo y
depresión en Comodoro Rivadavia" explica que, a pesar de que las migraciones
parecían voluntarias, en realidad fueron forzadas, y aquí aparece crudamente
el problema del exilio. Miguel ilustra con anécdotas las dificultades que
tuvieron los grupos oriundos de otros países para adaptarse a un clima
inhóspito, a la distancia, al aislamiento y a otro idioma. En la estancia de
los Visser, por ejemplo, él, el director, hablaba afrikaans, su mujer inglés
y el maestro de la escuela español.

Desde estas historias que nos aporta el autor, descubrimos escenarios de
tensión, de conflicto y de lucha por acomodarse a otra vida, pero también a
la necesidad emocional de no perder lo propio. Es entonces que desde los
intersticios podemos reflexionar sobre estas realidades de nuestra historia
reciente, intersticios donde las narrativas se cruzan o se oponen, donde hay
encuentros y desencuentros, grupos de elite que deciden las reglas de juego
del vivir y del trabajar, sectores subalternos que obedecen, posturas
colonialistas y fronteras fuertemente marcadas entre los poseedores del
saber técnico para extraer la riqueza minera, y los desposeídos total o
parcialmente del capital simbólico de los conocimientos que otorgan los años
de escuela.

Miguel nos dice que las personas "van conformando su psiquismo en base a
sucesivas identificaciones… nos vamos constituyendo en relación al modo en
que son nuestros padres (o quienes cumplen las funciones de tales) …tanto en
lo que representan como modelos en sus conductas externas, como lo que nos
transmiten por sus características internas…. Y esto no sólo remitiéndonos
sus vivencias individuales, sino también las pautas culturales (la cultura
misma) de la que son producto y en las cuales se hallan insertos". Este
énfasis en la cultura como propiciadora de las identificaciones del
psiquismo humano nos lleva a pensar en la obra de Jerome Bruner: "La
educación, puerta de la cultura". Aquí se nos plantea que en los años
noventa coexistieron dos hipótesis fuertes acerca de los modos de
funcionamiento de la mente humana. Una era que la mente podía concebirse
como un mecanismo computacional, procesando información, almacenándola,
organizándola, distribuyéndola y recuperándola de manera similar a como lo
hacen las computadoras. La otra hipótesis se aleja de esta analogía con las
máquinas, y explica que la mente se constituye por y se materializa desde el
uso mismo de la cultura humana. La evolución de la mente no podría darse si
no fuera por la cultura, porque está ligada al desarrollo de una forma de
vida en la cual la realidad está representada por un simbolismo que es
compartido por los integrantes de una comunidad.

Si bien los significados están en la mente, sus orígenes y sentidos radican
en la cultura misma en que se crean. Y es este rasgo situado de los
significados lo que asegura su negociabilidad y su comunicabilidad. Son la
base del intercambio cultural. Por eso, el conocer y el comunicar son
interdependientes, pues por mucho que el sujeto parezca actuar por su
cuenta, nadie puede hacerlo sin la ayuda de los sistemas simbólicos de la
cultura. Vivimos en una sociedad con escombros. Cuando propiciamos un nuevo
orden simbólico, lo hacemos sobre otro pre-existente. Construimos sobre los
escombros que ya están, y esto permite que no se derrumbe lo nuevo. Desde
esta concepción, el aprendizaje y el pensamiento se sitúan siempre en un
contexto cultural, y dependen de la utilización de recursos culturales
diversos.

La función cultural colectiva más importante consiste en externalizar el
pensamiento a través de obras. Obras que casi llegan a alcanzar una
existencia propia, y que pueden manifestarse en la ciencia y en el arte, o
en producciones más modestas pero que otorgan identidad a sus creadores. El
"inventor de la Nostalgia de este siglo", como lo llama Miguel a John
Lennon, fue un ejemplo de esta apuesta por los sueños plasmada en música y
poesía gestadas para ser compartidas. Dice Miguel que revolucionó el mundo
de aquella época, "en un planeta que sangraba por los cuatro costados con
guerras inmorales…. Lennon trampeaba –casi con ingenuidad- tanta locura. Un
joven de origen humilde, huérfano e inculto –un chilote de Liverpool- se
transformó en un creador irreverente que testimonió lo válido de la vida".


Las obras del mundo de la cultura posibilitan, a través del trabajo mental,
liberarnos de la ardua tarea de volver a pensar en nuestros propios
pensamientos, rescatando la actividad cognitiva y emocional de su estado
latente, para hacerla pública, negociable y accesible a otros. El proceso de
pensamiento y sus productos se van amasando, pasan de ser ideas vagas y
borradores a adquirir formas que estimulan las reflexiones colectivas. El
cine, nos dice Miguel, ha sido desde sus comienzos "un sorprendente y
formidable anticipador de la realidad". Su magia consiste en que "nuestros
conflictos y sentimientos más íntimos se `proyecten` en la pantalla, donde
los tiempos y los espacios transcurren y se despliegan –como en los sueños-
libremente". Miguel comparte con nosotros un pedazo de su infancia y
adolescencia, cuando en Comodoro teníamos varios cines en distintos barrios,
y aún con mucho frío o tormentas de viento íbamos a disfrutar del encanto de
las películas, que tironeaban de nuestra imaginación y nos metían en
historias inolvidables.

Sin embargo, esta apuesta por las obras de la cultura, por la creación de
mundos posibles del pensamiento en la literatura, en la música, en la
pintura, en la ciencia sólo será posible si logramos educarnos. Y para ello
tenemos que comprometernos en la construcción de culturas escolares que
funcionen como comunidades mutuas de aprendices. Miguel en su libro cita un
diálogo mantenido entre un chico y su padre, en el que le pide en forma
urgente dinero para pagar la cooperadora de la escuela, porque si no la
señorita los reta, y les dice que "…pobre el que no venga mañana con la
plata de la cooperadora". Porque el autoritarismo se puede manifestar en
todos los ámbitos, y la educación no es inmune. La persona autoritaria vive
al otro como una amenaza, confunde sitio con atribución y autoridad con
mando. Clasifica en buenos y malos, vigila y controla, hace del sufrimiento
una virtud elogiable, ritualiza las formas y desconoce las necesidades
ajenas, porque en realidad, dice Miguel, le angustia pensar. No puede
hacerlo creativamente. En nuestras instituciones educativas persisten
situaciones de autoritarismo, en todos los niveles. A veces se manifiesta
desde fenómenos bruscos y evidentes. Otras veces, desde

dispositivos sutiles y solapados, pero con efectividad real. El prejuicio
etiquetador de los que enseñan, expresado en la clasificación de "chicos
inteligentes y chicos no inteligentes con problemas" implica un destino
implacable para muchos jóvenes. Alguien dijo que educar es aquello que
hacemos para impedir que el origen se convierta en una condena, pues la
pedagogía consiste en hacer amable la violencia simbólica que siempre existe
en las escuelas. Los docentes que apuestan por enseñar para acortar la
distancia entre sus verdaderas aspiraciones educativas y las condiciones de
la realidad se comprometen con propósitos emancipadores, pues confían en el
principio de la igualdad de las inteligencias. Los contenidos nunca
emancipan. Lo que emancipa es la propia relación educativa, cuando los que
enseñan se asumen como sujetos de la palabra y sujetos sociales. Porque como
dice Miguel, el poder está en todas partes, y "…todos buscamos, deseamos
igualdad de oportunidades….en pos de un pleno desarrollo afectivo e
intelectual…. Quienquiera que ocupe un lugar o un rol de responsabilidad
respecto a los demás, que ejerza su poder –el que le cedimos- para beneficio
de todos".

Al final de su libro, Miguel nos narra el cuento "Somnolencia", en el que a
Comodoro le roban su minita, que le daba todo, pero se las banca. Esta
narración representa la preocupación que el autor expresa en la Introducción
de su obra, cuando dice que Comodoro, que el sur, que la Patagonia deben
tomar conciencia de su propia existencia, renunciando a su inercia. Porque
como dice Borges: "El Palacio no es infinito…. A nadie le está dado recorrer
más que una parte infinitesimal del palacio. Alguno no conoce sino los
sótanos. Podemos percibir unas caras, unas voces, unas palabras, pero lo que
percibimos es ínfimo y precioso a la vez. La fecha que el acero graba en la
lápida y que los libros parroquiales registran es posterior a nuestra
muerte; ya estamos muertos cuando nada nos toca, ni una palabra, ni un
anhelo, ni una memoria. Yo sé que no estoy muerto".

Imágenes de la presentación en Comodoro:

www.lasbabasdelangel.blogspot.com
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