viernes, 18 de mayo de 2012

José Martí Cónsul argentino en Nueva York Mallarme Dos Rios Jesus de cara al sol

El Museo Ernesto Che Guevara de CABA-llito, Buenos Aires, Argentina difunde

el bello escrito del compañero cubano Julio César Sánchez Guerra y le dá razón

en que la espiritualidad de Martí vive en cada cubano. También vive el Jesús cubano

roto en muchos compatriotas del libertador nacido en Rosario de Santa Fé.  toto

 

Martí: La isla espiritual.

                                       por Julio César Sánchez Guerra*

 

Aquel domingo 19 de mayo de 1895, la tropa mambisa recibió la mañana con una fiesta saltando entre las palmas; Gómez había regresado al campamento después de andar dos días persiguiendo fuerzas enemigas.

A las once de la mañana se reúne la tropa para escuchar la palabra viva de los jefes de la guerra, y por primera vez, muchos de aquellos hombres, escucharon a Martí. Era un tono protoplasmático, parecía, comentó un testigo, que hablaba con inspiración bíblica, como el Moisés del Génesis lazando el mensaje a su pueblo.

Nadie recogió las palabras de nuestro apóstol, apenas se conservaron en la memoria retazos de aquel torrente de ideas y amorosa energía. Lo que muchos no pudieron olvidar, fue el instante en que Martí expresó: Por Cuba, sépase bien, estoy dispuesto a dejarme clavar en la cruz.

Hay algo del martirio de Jesús en la vida de Martí; “Jesús inútil”, le había llamado Ramón Roa sobre el vapor  Alfonso XII, pero el mismo Martí nos dice: “yo soy un Cristo roto”; nos asegura que “Jesús no murió en Palestina sino que vive en cada hombre”, y por si fueran pocos los símbolos y las premoniciones, las mujeres de la emigración le regalan, antes de partir para Cuba, una cruz de caracoles de medio metro.

Ahora en la manigua, vuelve la imagen de la cruz, y se une a los versos de anunciación: Yo soy bueno y como bueno / moriré de cara al sol. Por eso cuando corre la noticia por el campamento de que se acerca una columna española, nadie le puede exigir a Martí que la vanguardia no es su puesto… Ha llegado la hora de los hornos, y no se ha de ver más que la luz.

En medio de la batalla y la escaramuza, Martí se queda completamente solo, encuentra a un joven que venía de cumplir una misión, es Ángel de la Guardia; y con él, parte a la carga. Dicen que Martí vestía como quien va para una boda, todo en él era reluciente, desde el revólver hasta el caballo. Lleva en los bolsillos unos versos de Estephan Mallarme, la carta a Mercado, fotos, y un pañuelo para el sudor, o la sangre.

Había llovido mucho por aquellos días; la vegetación es verdísima, la primavera revienta en frutos, el suelo está húmedo, pero a la tierra le falta una semilla, entonces, suenan los disparos…

La bala que le rompe la lengua lo echa sobre la hierba, otra bala en el muslo, y Martí, sobre una “carro de hojas verdes”, por un hilo de vida respira. Manos al servicio de España y de una mala causa, dan el tiro de gracia que atraviesa en diagonal, el pecho. Parece que todavía nos perforan las balas a nosotros mismos.

Ha pasado un siglo y diecisiete años, y Martí es de esos hombres que “no para de nacer”. El mayor homenaje a su memoria no son los rincones, ni actos formales, ni repetición fría de frases fuera de contextos y de su magisterio ético; sino vivir en nuestras vidas la inspiración dolorosa del amor a los hombres, a la patria, a la humanidad entera.

José Martí es para los cubanos, una isla espiritual que recoge el sustrato de una cultura de emancipación y resistencia; es un visionario, hombre del fuego y la ternura.

Hablamos mucho de Martí pero todavía no hemos develado toda la savia que esconde la cáscara. Él es conocimiento y sabiduría. Nos da un método para entender el mundo: una dialéctica del equilibrio o “genio de la moderación”; y un camino para asumir el sentido de la vida haciendo el bien a los hombres.

No solo es el político que se convierte en autor intelectual del glorioso día del la Santa Ana; es también el poeta con experiencias místicas, el hombre que lucha con dos medicinas; la libertad del pensamiento, y el amor…

Conmueve hasta los tuétanos de la nación, saber que la espiritualidad de Martí vive, y que cada cubano le rinde misteriosa honra. El mayor reto cultural, es impedir que los jóvenes vivan sin descubrir la inmensa isla del pensamiento y la sensibilidad martiana, esa de dar el corazón con que vivimos, y la limpieza de una mano franca.

Todavía en las aguas de Dos Ríos, y en el portal silencioso de la tierra, hay un hombre que nos habla desde la muerte que no lo mata: Escuchemos el himno, la voz de Martí se confunde con nuestro canto, cuando regamos otra semilla en el surco.

 

* Profesor de la Universidad "Jesús Montané Oropesa"