Falleció en La Habana el fotógrafo Liborio Noval (2012/09/29). (Tomado de Habana Radio) 3 de agosto de 2005. El aroma de un puro cubano parece concentrar los olores del pasado. Asisten a la convocatoria sus más caros "fantasmas" de la adolescencia en el barrio habanero de Puentes Grandes, donde aprendió a saborear las fumas de los tabaqueros que llegaban a la bodega del tío. Desde entonces no ha podido despojarse de ese gusto, como mismo le resulta imprescindible llevar a cuestas su cámara fotográfica. Su pasión por salvar de la desmemoria las imágenes que aprendió a descubrir gracias al lente de ese "artefacto mágico", apareció años más tarde. Aunque en los paseos dominicales de la niñez, la camarita del tío dejó constancia de la historia familiar. Se suceden las escenas en la vieja Habana, donde su padre (quien murió cuando él tenía diez años), era empleado de una peletería y su madre confeccionaba los más distinguidos abanicos de la Isla en una tienda nombrada La Villa de París. De sus progenitores españoles dice haber heredado el sentido de la honradez y la amistad, el respeto incondicional a "los mayores" y en el trabajo, el ejercicio de la más férrea disciplina, rayana en el fanatismo, que se encargaron de reforzar los curas del colegio de Belén y los Escolapios. No por gusto es autor de un envidiable archivo de instantáneas que pueden narrar de manera autónoma la historia de la nación cubana en estos últimos cuarenta años. Tan sólo del Comandante en Jefe Fidel Castro, son de su autoría más de noventa mil negativos, atesorados en innumerables recorridos dentro y fuera del país, reuniones, actos públicos, momentos íntimos. Sin embargo, Liborio Noval llegó a la fotografía casi por accidente, después de varios años como investigador de mercado en la agencia publicitaria Siboney: "Un día me ofrecieron trabajo en el laboratorio fotográfico de la agencia porque se suponía que después de cuatro años como investigador de mercado cualquiera estaba viciado. La primera vez que presencié el proceso de revelado e impresión de una foto terminé preguntando si se botaban los negativos en la basura. Con la respuesta descubrí que con uno solo podría obtener miles de copias. Y me fascinó". En aquellos años no tenía una clara conciencia política a pesar de que en Puentes Grandes me crié con Pedro Marrero, Miguel Ángel Oramas, Fernando Chenard que visitaban la bodega de mi tío. Un día supe que habían participado en el asalto al Cuartel Moncada y que algunos de los conocidos del barrio murieron. Nunca había salido de La Habana y los viajes a provincias por el trabajo en la publicitaria me mostraron otra cara de Cuba: la más extrema miseria. Ya estaba acostumbrado a ver los mendigos en La Habana; a mi casa tocaban a ratos pidiendo un plato de comida, algunos llegaban a la bodega pidiendo fiado un medio de arroz, dos quilos de sal pero lo que vi en Oriente, por ejemplo esas fotos de los niños barrigones por los parásitos, eran imágenes reales muy fuertes. Puentes Grandes era un barrio obrero, donde la situación límite del país era una evidencia cotidiana. Alguna vez tuvo que correr con los amigos para huirle a los golpes de bicho de buey de los capos del esbirro Ventura y en la Agencia colaboraba como muchos ocultando la confección de bonos del Movimiento 26 de Julio y pequeños grabados para el periódico Revolución, entonces clandestino. Todo eso era más bien un juego para mí, que en aquellos tiempos tenía poco más de veinte años. Cuando los rebeldes entran en La Habana, Fidel empieza a pronunciar aquellos famosos discursos de ocho y diez horas: comienzo a ver cómo va cambiando todo aquello que estaba mal en otra época y creo que las tantas imágenes de otros fotógrafos que tuve que revelar en el laboratorio de Revolución fueron una tremenda escuela política. Un buen día dejó el laboratorio y salió a la calle a fotografiar... Me bauticé en la gran vorágine de movilizaciones, sabotajes, actos políticos, me uní al grupo de reporteros que como Korda, Corrales, el viejo Salas, Ernesto Fernández, conformaron la historia gráfica de esos primeros años de la Revolución".
Liborio Noval se detiene a contemplar las figurillas que el humo del tabaco delinea a contraluz. Y de nuevo los recuerdos pasan por ese aroma inconfundible.
"El Che solía fisgonear en el bolsillo de su camisa donde guardaba la tabaquera, cuando en algunos de los trabajos voluntarios de cada domingo, olvidaba los suyos en la oficina. Un día me mandaron al reparto Martí para fotografiar al Che en un trabajo voluntario. En cuanto llegó el argentino, como le llamábamos entre nosotros, me preguntó qué hacía allí. Tomar fotos le contesté. Entonces me pidió que colgara la cámara y lo ayudara a llenar las carretillas y transportarlas. Así estuvimos todo el día. Sólo me dio diez minutos para hacer mi trabajo. Con el tiempo me prohibió fotografiarlo los domingos. No quería que los "jodedores" en el Consejo de Ministros lo bonchearan cada mañana de lunes por haber salido en el periódico. Pero al trabajo voluntario si tenía que seguir asistiendo, sin cámara, por supuesto.
La amistad entre el Che y Fidel es para Liborio una de las grandes pérdidas tras la muerte de Guevara: Para mí era el complemento ideal de Fidel, era fabulosa la comunicación, la complicidad entre los dos. El argentino siempre estaba arriba de los problemas. Si veía algo mal hecho lo decía de inmediato y conmovía su ejemplo: cuando llegaba a una fábrica para hacer trabajo voluntario preguntaba invariablemente cuál era la norma. Nunca dejó de cumplirla o sobrecumplirla.
El tabaco es también una constante en la relación del fotógrafo con Fidel, quien alguna que otra vez en esa década del sesenta, se los pedía "prestados". Pública y notoria, la adicción de Liborio es sólo contenida con cierto pudor, frente al líder cubano: "Hace muchos años que delante del Comandante no fumo, por respeto a ese gesto de compromiso con el mundo entero, de abandonar el hábito de fumar". CAZADOR DE IMÁGENES -¿Cuándo está seguro de que debe apretar el obturador de la cámara? - Eso se llama intuición y lo da la experiencia. Alguien a quien aprecio mucho, y que se dedicó a estudiarme durante una jornada de trabajo en el Palacio de las Convenciones, me definió como un cazador de imágenes. Por supuesto, no todas las fotos que tomo son buenas. También están las malas que no enseño. Hay que poseer esa agilidad que va del ojo a la mente y de la mente al dedo índice que aprieta el obturador de la cámara. Porque siempre puede haber alguien que mueva un brazo o cambie de postura y se te eche a perder la imagen. Debes conocer a la persona que tienes delante para descubrir el momento justo. Con Fidel me pasa, desde que llega a una actividad, quizás por los tantos años que llevo retratándolo, sé cómo se siente, cuál es su estado de ánimo, por la manera de caminar, la postura, como mueve las manos y pone la cabeza. Lo observo a través del telefoto y me resulta familiar. -¿Nunca fuera del telefoto? - Casi nunca. Para fotografiar sólo vale lo que ves a través del lente. Cuando voy a una entrevista, trato de observar al entrevistado algunos minutos y me alejo un poco para que olvide que existo. Estudio sus gestos, cosa que prefiero hacer con un pequeño telefoto, hasta que me hago una idea de cómo es. Debes estar metido en tu trabajo, no pensando en las musarañas. Sobre todo si se trata de Fidel. Tienes que estarlo "cazando". Pararte detrás de una cámara con un trípode, así hable seis horas, dándote un chance sólo para quitar el rollo. Ni siquiera puedes ponerle mucho interés al discurso en ese momento. Suelo leerlos o verlos por televisión después. Esperar, eso es parte de nuestro oficio. A veces cuando habla desde una tribuna como la del Palacio de las Convenciones y se dirige a la presidencia dándonos tres cuartos de perfil sin mirar hacia el público, me pongo a decirle bajito, para mí nada más, como si rezara: Comandante por favor, mire para acá y dele un chance a los fotógrafos. -¿Es difícil de fotografiar? - Es tremendamente fotogénico. Tiene una especie de aura fabulosa para retratarlo, pero a nosotros se nos dificulta el trabajo muchas veces por la posición en que nos ubican, en ocasiones desde el mismo ángulo. Y a mí me gusta cogerlo un poco si se quiere, desprevenido hacerle instantáneas. También transparenta con facilidad su estado de ánimo. Recuerdo que una vez, al principio de la década del ochenta, Jorge Enrique Mendoza, entonces director de Granma, me rechazó un juego de quince fotos - a él había que ponerle muchas variantes sobre la mesa -, porque en ninguna el Comandante tenía un rostro suave, agradable. Pero en el discurso de ese día Fidel había estado "cabrón" alertando sobre diversos problemas. Y sólo se me ocurrió responderle a Mendoza: esa fue mi percepción hoy como fotógrafo. No le podía pedir que pusiera otra cara para complacerlo a usted. En definitiva, el director me otorgó después la razón. -Es verdad: Fidel dio un discurso "duro" hoy, me confesó-. -¿Y a Fidel le gustan las fotografías? - No me ha dicho que le gusta verse retratado, no he hablado mucho con Fidel, pero sé que aprecia nuestro trabajo. Siempre quise tener algunas de las fotos que le he hecho firmadas por él, pero nunca me atrevía a pedírselo, me autocensuraba porque siempre está muy ocupado. Pero cada vez que viajábamos me llevaba dos que me gustan mucho por si se daba la oportunidad. En el año 1995, en China, nos dedicó a los periodistas, como es su costumbre, un tiempo para conversar. En esos momentos suele preocuparse de cómo nos atienden, si descansamos, si comemos bien, todos esos detalles. Y ahí me tiré de cabeza. Le pedí que me las firmara y accedió. Me dice entonces: ¿por qué no me mandas una foto de estas que yo no la tengo? Cuando llegué a Cuba me tiré de nuevo de cabeza en la piscina sin agua y le mandé catorce fotos que le había tomado en distintos viajes. Pero otros colegas también poseían una buena colección de instantáneas de Fidel, y de ahí surgió la idea de realizar después una exposición, y el libro Cien imágenes de la Revolución Cubana, que preparamos varios fotorreporteros, en ocasión de sus setenta cumpleaños. -Dice usted que no ha hablado mucho con Fidel, ¿cómo es posible después de tantos años? - Yo no tengo que hablar con él. Lo mío es retratar a Fidel. -Después de acompañarlo de cerca tantas veces, ¿cómo lo describiría? - Para mí es una gente de pueblo, un cubano más al que respeto mucho por haber liderado una Revolución reconocida en el mundo entero. No me complacen esas visiones que algunos tienen sobre él, como si se tratara de un extraterrestre y no de un ser humano, que disfruta un helado, se toma una cerveza, habla con la gente y les pone el brazo encima. Conservo en mi memoria muchas imágenes que reflejan su humanidad y dan su dimensión real. Por ejemplo, recuerdo esa escena, sentado en un taburete en casa de un campesino, tomando café acabado de colar por la dueña de la casa, y después tirándose una foto con ellos como si se tratara de la familia. Eso lo disfruta, y mucho. Sé que le preocupan los problemas de la gente, como algo natural de su persona. Y también lo he visto en las grandes reuniones recalcando y remachando para que se resuelvan los problemas y se hagan bien las cosas. Es didáctico y explica hasta la saciedad cualquier medida que se deba tomar. Y además, aunque no las hace, sé que le gustan las bromas y lo he visto reírse de lo lindo como espectador de alguna. Pero lo que más admiro es su ritmo, ese don de ser incansable. -¿Alguna vez ha sentido que no puede seguirlo? - Hasta ahora no. Es duro el ritmo pero he logrado adaptarme. Mientras él habla resisto y cuando llegan los recesos en cualquier recorrido, allí mismo me tiro a dormir para recuperarme, dondequiera, en el piso, en un butacón, en el avión algunos colegas me han tirado fotos muy simpáticas en esos momentos. Si él resiste por qué yo no voy a seguir haciéndolo también. -¿Cuál prefiere de las instantáneas que le ha tomado? - La de la boina en el Cacahual, el siete de diciembre de 1961. Le tengo cariño porque quedó atrapada esa expresión de los ojos, sólo dada a los pintores, por la cual desde cualquier ángulo en que se mire la foto, el retratado sostiene la mirada de quien lo observa. Hay otras interesantes como la de la primera vez que usó guayabera, pero es difícil elegir. Son más de noventa mil negativos. Unos pocos los tengo en la casa, pero la mayoría están en los archivos del periódico Granma. Hoy las condiciones de los archivos fotográficos son delicadas por la escasez de recursos con que contamos y a eso hay que sumarle un clima como el nuestro, tan húmedo, donde proliferan los hongos. Sufro cada vez que registro los negativos viejos. -¿La foto que lamenta no haberle podido tomar? - La de Girón tirándose del tanque, por ejemplo. Yo estaba en Guantánamo en ese momento por si pasaba algo allá. Pero de cualquier manera nunca he lamentado que otros compañeros hayan podido preservar esos momentos para la historia del país. No soy envidioso. -¿Qué desvaríos se tiene prohibidos como fotógrafo? - No hacer las cosas bien. Suelo imprimir mis fotos y hasta que no estoy conforme con ellas no las entrego. Siempre hay cosas que debes limpiarles, alguien que no es importante que aparezca, pero lo fundamental debe estar en el negativo. Para eso debes estar a la viva y no mariposeando. -¿Está de acuerdo con quienes afirman que el fotógrafo debe ser un espectador objetivo e inmune y que sólo resulta su trabajo si se distancia del universo que intenta hacer perdurar? - La emoción es muy necesaria en nuestro oficio a pesar de que también son necesarias la paciencia y los nervios. Si se trata de un retrato debes reflejar la personalidad, el mundo interno de ese ser humano, sobre todo a través de su rostro; un universo que aparece mucho más cuando está en su medio natural. Tiene que haber un fluido interno, una comunicación entre el fotógrafo y las imágenes que refleja. De lo contrario no funciona. Por eso digo que las fotos deben tomarse con el corazón.
(En este texto aparecen fragmentos de una entrevista concedida a la periodista por el fotorreportero y publicada en Juventud Rebelde en 1998, y de otra ofrecida por Noval para el espacio En mi Habana, de Habana Radio.
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