No es desde Usuhaia a La Quiaca ( ¡
Usuhaia casi es su centro ! ) : la Argentina termina en el Polo Sur
Quizás no lo conozcas, pero hay un
San Martín entre nosotros, es el general Jorge Leal. En el frontispicio de la
Escuela de Pitágoras en la Antigua Grecia decía " conócete a ti
mismo". ¡ Conocete a vos mismo argentino, estás en el mejor país del mundo
y ya va a pasar esta noche interminable !
Reportaje
al general Jorge Leal, pionero antártico y primer presidente del CEMIDA
Escrito
por Eduardo Tagliaferro
La política de Estado para la Antártida argentina profundiza el perfil científico de la presencia nacional en el continente blanco.
ANTARTIDA ARGENTINA ¡PRESENTE!
La Argentina es pionera en la actividad antártica y ha
tenido una presencia permanente e ininterrumpida en el continente blanco desde
hace 105 años.
Un 22 de febrero de 1904 se izó el pabellón nacional
en la primera base antártica permanente del mundo, en las Islas Orcadas del
Sur, donde la Argentina instaló un Observatorio Meteorológico y Magnético junto
con la primera Oficina de Correos de la Antártida.
Ello contribuyó a consolidar una presencia que la
Argentina ya tenía en las regiones antárticas desde la época de los foqueros
criollos, hacia 1817.
Entre los logros científicos obtenidos en las bases de
nuestro país se destaca el proyecto Genoma Blanco, llevado a cabo en
cooperación entre el Instituto Antártico Argentino y el laboratorio Biosidus.
Científicos de ambas instituciones llevaron a cabo
campañas que permitieron aislar más de 200 microorganismos altamente
resistentes a ambientes extremos, de gran interés para la comunidad científica
por su potencial para aplicaciones farmacéuticas e industriales.
La actividad de las bases permanente y temporarias que
conforman el Sistema Antártico Nacional son muestra del compromiso de la
Argentina con el afianzamiento de su soberanía en la Antártida, el
fortalecimiento del Sistema del Tratado Antártico y su vocación por cumplir los
objetivos de ese instrumento.
El Tratado Antártico, concluido en 1959, ha
evolucionado en la regulación de casi todas las actividades susceptibles de ser
llevadas a cabo en el continente blanco.
El acuerdo fue concebido para evitar escenarios
competitivos en torno a los recursos de la Antártida, y, para ello, se ha
erigido a la cooperación internacional de las 46 partes consultivas y
adherentes como elemento central de la actividad y las políticas antárticas.
REPORTAJE AL GENERAL JORGE LEAL, PIONERO ANTARTICO Y PRIMER
PRESIDENTE DEL CEMIDA
Fue el primer argentino en llegar al Polo Sur, el primer presidente
del grupo que reunía a los militares democráticos y el defensor del coronel
Cesio, cuando lo querían expulsar del Ejército. A los 85 años, fue homenajeado
en la Base Marambio, en esa Antártida que es su amor y que siempre vio como un
continente pacífico e internacionalizado.
Por Eduardo Tagliaferro
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–¿Qué aprendizaje deja la Antártida?
–La Antártida obliga al hombre a ser tolerante, a ser
amigo en serio. La Antártida obliga a convivir. Saber convivir es tan difícil
en este mundo supuestamente civilizado. La Antártida es mucho más civilizada
que cualquier otro lugar del planeta. Cuando digo civilización, no estoy
hablando de comodidad, de placer sino del término exacto de la palabra
civilización. Si los países supieran vivir civilizadamente, en el mundo no
habría tantos problemas.
–¿Por qué la Antártida obliga a la convivencia?
–Al estar unos cuantos hombres durante todo un año,
bueno antes, era todo un año, vivir juntos obliga a aprender a convivir o de lo
contrario, se termina muy mal. Se aprende a convivir si se pone voluntad. En
ese sentido la Antártida es un laboratorio maravilloso de autoanálisis. Yo
puedo ir a la Antártida convencido de que soy el trabajador número uno. Al poco
tiempo ya sé cuánto valgo. Y lo curioso es que los demás también lo saben. Así
aprendo quién soy. Casi nada. La búsqueda de los filósofos de todos los
tiempos, conócete a ti mismo. Si los argentinos todos nos conociéramos a
nosotros mismos, seríamos mejores.
–Usted señaló que “Argentina solita no podrá defender
sus derechos” antárticos. ¿Por qué?
–La unidad latinoamericana es posible porque es
necesaria. Es necesario que nos unamos porque si no, nunca vamos a ser nada. Ni
la Argentina, ni Brasil, ni ninguna de estas seudo naciones, no sé si utilizar
este término, llegaremos a nada. Los latinoamericanos nunca debimos habernos
convertido en veintitantas repúblicas. ¿Cuánto pesamos en el mundo estas
repúblicas desunidas y débiles? Qué distinto sería si nos uniéramos. Tenemos
poco menos de 15 millones de kilómetros cuadrados. Más de 500 millones de
habitantes con todas las riquezas imaginadas, capaz de alimentar todas las
industrias necesarias. Salvo Brasil, los demás países latinoamericanos no
estamos industrializados. ¿Por qué? Porque no tenemos mercado interno de
consumo. 500 millones de habitantes sí son un mercado interno interesante.
–¿Por qué en sus presentaciones reitera nuestros
antecedentes históricos y geográficos en la región?
–El cuadrante antártico de 90 grados que enfrenta a
América del Sur ha sido calificado por los geólogos del mundo como una
continuación de la Cordillera de los Andes. Cordillera que pasa por Tierra del
Fuego, luego se va para el Este, aparece en las Georgias, desaparece y aparece
nuevamente en las Sandwich, vuelve a mostrarse en Orcadas, va hacia el Oeste,
aparece otra vez en las Shetland y luego se ve otra vez en nuestra península
antártica. Ese arco, llamado arco de Escocia, está conformado por los Andes.
Todo ese cuadrante es continuación de la Cordillera de los Andes. La naturaleza
está señalando que esa parte de la Antártida es parte de la América del Sur. Si
a eso se suma la bula papal de Alejandro VI que les da a españoles y
portugueses y a sus herederos, que somos nosotros, una línea imaginaria de
posesiones que va del Polo Norte al Polo Sur, no quedan dudas de nuestros
derechos. El Polo Sur, dice el Papa. Cuando nos independizamos heredamos
nuestras tierras.
–¿Teme que se nos arrebate la soberanía?
–Más que arrebatarnos la Antártida, creo que podrán
negarnos nuestras posesiones. Estados Unidos no reconoce ninguna pretensión de
soberanía a nadie. Tampoco la reclama. Así se coloca en la mejor posición para
dar el zarpazo cuando se le ocurra. Cuando todavía existía la Unión Soviética
se comportaba de la misma manera. Se da cuenta de que es una situación
totalmente inestable. El que pega primero o el más fuerte podrá negar a los
restantes.
–En la Antártida predomina un espíritu pacífico y
colaboración entre distintos países.
–Esto que se está viviendo en la Antártida se debe al
Tratado Antártico. En el mundo no se conoce un tratado que haya durado para siempre.
No hay ninguno. Por qué sería distinto con éste. Está previsto que si los 28
países que lo integran deciden que termine, terminará. Ese día van a empezar
las pretensiones sobre un territorio rico en petróleo, como lo es el cuadrante
sudamericano. Se sabe que los mares tienen petróleo. En este continente están
todos los minerales. Este cuadrante nuestro fue el que mejor se estudió. Ya que
al pronunciarse tan al Norte está más libre de hielo. Si no fuese por el
Tratado Antártico, ya la Shell, la Esso o cualesquiera de las siete hermanitas
petroleras estaría tratando de poner sus plataformas en la Antártida. En la
Isla Ross, en esa zona del mar de Weddell, se sabe que hay petróleo. Y el día
en que cualquiera de las siete hermanitas ponga una plataforma allí, sin
pedirnos permiso a los argentinos, a los chilenos, a los sudamericanos, ya no
podremos hablar más de que eso es nuestro.
–¿Es inevitable entonces la militarización?
–El territorio antártico es el único continente
desmilitarizado. Las fuerzas armadas están en función de apoyo logístico a la
ciencia. No llevan ni una pistola. Son los científicos los que llevan pistolas
para dormir a las focas o estudiar otros animales. No se puede en la Antártida
llevar a cabo ninguna actividad atómica, ni llevar residuos tóxicos. Es bueno
recordar que la desnuclearización del continente antártico fue una imposición
de la Argentina cuando se estaba discutiendo el Tratado. Estoy hablando del año
1959. Tanto la URSS como los Estados Unidos tenían en sus manos la monopolización
del tema atómico. Para firmar el tratado, la Argentina pidió la
desnuclearización del continente. El presidente de la delegación argentina en
Washington, el fallecido embajador Adolfo Scilingo, asesor del presidente
Frondizi, me contaba que cuando propuso la desnuclearización se produjo una
sorpresa general. En ese entonces el tema atómico era partidario de las dos
superpotencias. Parecía imposible lograr la desnuclearización. Este fue el
punto que más se discutió. Poco a poco las potencias fueron entrando en
razones.
–¿Qué se temía en esa época?
–La Argentina y Chile, que nos apoyó, querían la
desnuclearización y especialmente, que se prohibiera llevar residuos
radiactivos altamente contaminantes. Estados Unidos y la URSS no sabían qué
hacer con los desechos radiactivos. Esos residuos son letales para el hombre
por la friolera de 10 mil años. Esa sí que es una bomba atómica. Y no sabían
qué hacer. Nosotros sabíamos que en algunos círculos científicos circulaba la
idea de que la Antártida podría ser un depósito radiactivo.
–¿Qué efectos hubiera tenido?
–Estamos hablando de residuos que desarrollan altas
temperaturas. Los científicos de esos países pensaban ponerlos en containers,
buscar un lugar en el que la colata de hielo fuera suficientemente alta, le
recuerdo que hay zonas en los que ésta tiene hasta 2 mil o 3 mil metros.
Pensaban depositar allí esos contenedores. Al desarrollar temperatura se irían
enterrando en la nieve y en el hielo. Eso quedaría tapado por 100 o 500 años.
Lástima que son letales por 10 mil años. Qué pasaría cuando esos contenedores
llegaran a la línea roca. Comenzarían a recibir la presión de millones de
toneladas por kilómetro cuadrado. No hay contenedor, ni material que soporte
esa presión. Se iban a romper y entonces los residuos comenzarían a caminar por
debajo del continente antártico. Siempre lo comparo con la miel sobre una
rodaja de pan. La miel comienza a deslizarse hasta llegar a los bordes. Los
mares hubieran sido infectados y los primeros países que recibirían las
consecuencias serían los países cercanos a la Antártida. Casualmente, ni los
Estados Unidos, ni Rusia, ni Inglaterra, ni Nueva Zelanda. La Argentina y Chile
hubieran sido los principales afectados. Por eso es que la Argentina impuso
como requisito la desnuclearización y la prohibición de instalar residuos
atómicos en la Antártida. El tratado fue muy conveniente para nosotros, a pesar
de que en su tiempo, se nos criticó mucho.
–¿Qué gobierno tuvo duda en firmarlo?
–No fue de algún gobierno la duda. Fueron algunos
argentinos. Recuerdo un diplomático argentino de apellido Candiotti, que en la
década del ‘60 habló pestes del tratado. También hablaron pestes de Frondizi.
Nunca entendí por qué los militares sacaron a Frondizi, un presidente
brillante. Tampoco entendí por qué los militares sacaron a Illia, ni a Yrigoyen
hace 70 años atrás.
–¿Entendió por qué sacaron a Perón?
–Tampoco lo entendí. Yo no fui peronista, pero nunca
fui golpista. Desde 1943, cuando me recibí de subteniente, tuve la suerte de
estar alejado de Buenos Aires, desde donde llegaban las revoluciones o, mejor
dicho, los golpes. Con el grado de capitán vine a la Escuela de Guerra y luego
me fui a la Antártida. A partir de ese momento estuve en el tema antártico.
¿Qué pasaba con los golpistas? Los golpes se preparaban contabilizando las
unidades que estaban de cada lado. Lo que se contaban eran los fierros.
Nosotros, en la Antártida no teníamos fierros. Además, siempre nos consideraban
los locos que trabajábamos en la Antártida. Para qué sirve sumarlos, decían.
Gracias a esto, me liberé de que me involucraran en cualquiera de las internas.
Nunca entendí por qué en el año ’30 se produjo el primer golpe. Le cuento algo
reciente. Yo odiaba cordialmente al ex secretario del Tesoro norteamericano Paul
O’Neill, porque siempre nos criticaba duramente. Hasta que un día dijo algo que
me dejó pensando. Dijo “de qué se quejan los argentinos, si desde hace 70 años
vienen haciendo las cosas al revés”. Setenta años dijo. Se remontó hasta 1930,
la primera vez que los militares echamos a un gobierno legal. Desde ese
momento, no lo odié tanto, porque dijo una gran verdad.
–¿Qué recuerdo tiene del general Pujato?
–Por mi general yo tengo una especie de devoción. Yo
era capitán cuando me seleccionó para ir a la Antártida. Fue un hombre
extraordinario. Primero exigente consigo mismo y luego con los demás. También
le decían el loco Pujato. Interesó a Perón para que el Ejército estuviera en la
Antártida. Hasta 1950, en que funda la base San Martín, la presencia la tenía
la Marina. El Ejército se hizo presente en la Antártida, porque había un
militar Pujato, montañés de toda la vida, que era agregado militar en Bolivia
en el ’47. Ese año Perón visitó Bolivia. Como se conocían ya que habían estado
juntos en la montaña en más de una ocasión, el coronel Pujato le dijo a Perón:
“Si nosotros decimos que aquello es nuestro, tenemos que estar allí”. Perón le
dijo: “Cuando termine su misión en Bolivia venga a verme. Pero tráigame por
escrito una propuesta”. Cuando Pujato terminó su misión en Bolivia volvió a ver
a Perón. El plan tenía cinco puntos. Primero tener bases en la Antártida,
segundo, el país debía contar con un rompehielos. No dijo el Ejército sino el
país. Pensaba que de esta manera se podría llegar a las más altas latitudes.
Tercero, había que hacer un caserío. Tenían que ir familias a la Antártida.
Cuarto, debería contarse con un instituto, un organismo científico que tuviera
relación directa con los estudios a realizarse en la Antártida. El quinto punto
no lo escribió, pero nosotros lo conocíamos. El Ejército tenía que llegar por
tierra al Polo Sur. El general decía: “Si yo tengo un casa con un fondo largo y
nunca llegué hasta esa tapia, el día de mañana entrará cualquiera y me negará
que sea mía”. No tuvo ningún ideario político y, sin embargo, le cargaron el
tilde de peronista, porque le propuso a Perón la presencia del Ejército en la
Antártida.
–¿Cómo surgió su expedición al Polo Sur?
–Estaba en la mente y en el corazón de Pujato llegar
al Polo Sur. Pero no pudo hacerlo, lo retiraron estando en la Antártida y no
pudo cumplir su viejo anhelo. El pidió que yo lo fuera a relevar como jefe de
base. Jamás podré olvidar cuando me hizo entrega formal de la base. Las dos
dotaciones formadas frente a una barrera de hielo de 500 kilómetros de frente
por 500 de profundidad. Allí estaba “Belgrano I”. Me dijo, nos dijo: “Yo no
pude llegar al polo, ustedes tienen que llegar”. Fue la última orden que yo
recibí de mi general. La cumplimos.
–¿Cómo fue la travesía?
–Tardé 45 días en llegar y dieciséis en regresar.
Entre ida y vuelta caminamos tres mil kilómetros. Ibamos con vehículos, trineos
y perros. El polo está a tres mil metros sobre el nivel del mar. Necesitábamos
los perros para que nos marcaran el camino. La Antártida se portó bien con
nosotros, porque la temperatura mínima fue de 41 grados bajo cero. Creíamos que
haría más frío. Esperábamos muchas grietas. Perdimos dos trineos grandes en las
grietas y por suerte, no perdimos ningún hombre, ningún vehículo. Esperábamos
muchas tormentas polares. Estuvimos cuatro días sin poder movernos dentro de
nuestras carpas. Había que meterse dentro de la carpa y rogarle a Dios que no
se volara. Esos fueron los momentos más difíciles. Son carpas chiquitas, con
espacio para dos bolsas camas de cada lado y en el medio el cajón de patrulla
con el espacio para hacer la comida. Cada carpa es autosuficiente. Adentro hace
un poco menos de frío que afuera, apenas un poco. El calentador Primus con el
que hacíamos agua y la comida, volvía amable la temperatura. Si afuera hacía 30
grados bajo cero con el calentador prendido, dentro de la carpa esto podía
descender a 5 bajo cero. No se puede tener prendido el calentador en todo
momento. En la expedición todo estaba previsto. Qué se hace dentro de la bolsa
cama todo el tiempo. ¿Se duermen 10 horas, quince, veinte? No se puede leer, ni
hacer otra cosa que estar dentro de las bolsas. Ese fue un momento muy bravo.
Hay una pequeña película que hicimos. Allí se ve la locura que nos agarró al
llegar al Polo Sur. Saltábamos, tirábamos los gorros al aire, nos abrazábamos.
–¿Qué cosas le quedaron grabadas?
–Entre las felicitaciones, una del papa Paulo VI.
También recuerdo una frase de ese Papa que no se volvió a repetir: “Sobre toda
propiedad privada pende una hipoteca social”. Si se materializara, qué frase
sabia.