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El país | Lunes,
31 de diciembre de 2012
Abrir los ojos Por Julián Axat * y Guido L. Croxatto **
No hay pruebas del Batallón 601. No hay 601. (Ese es el silogismo del derecho que absolvió a los imputados del caso Verón.) La Justicia cómplice quiere, necesita, “pruebas”. (No alcanza con la palabra lacerada de las víctimas contando violaciones, robos, torturas, no alcanza, hacen falta “pruebas”.) Los vuelos. Pero nosotros sospechamos de una Justicia que estuvo 20 años callada, (tenemos el deber de ser mejores que una Justicia que no quiere ver), que exige del desaparecido (de la víctima de la trata, de los vuelos de la muerte, de los torturados) que “prueben”. Que expliquen con pruebas (que prueben lo que no quiere probar la Justicia, lo que no quiso nunca probar el derecho). De eso se trata la “prueba”. (Los que ayer se oponían a los juicios hoy piden “más pruebas”, pero muchas veces las pruebas son eliminadas como son eliminadas las personas: desaparecen las “pruebas”, esto es, según Lynn Hunt, el mayor dilema de los derechos humanos, el mayor dilema que enfrentan los abogados que se dedican a los derechos humanos es la “falta de pruebas”, es la necesidad no sólo de matar sino también de “hacer desaparecer” de los genocidas, por eso no es casual que después de haber avalado el proceso y la desaparición muchos medios cómplices que se oponen a los juicios de derechos humanos pidan ahora “pruebas”, más “pruebas”.) Hay que someter a revisión ese escudo legal. La prueba es esencial. Pero la que debiera muchas veces explicar su lugar, y “probar su pasado” (y aprender a probar, aprender a ver las “pruebas”), su red de complicidad, de silencio y de entrega, es la Justicia. Es el Poder Judicial que calló. Como lleva a cabo, esta Justicia (acostumbrada a callar hábeas corpus que eran vidas, a encerrarse en sus “recursos” como laberintos, a la vez que se presenta como ajena a la política, e “independiente”) la ponderación de “elementos suficientes”. La Huevera, el empalamiento es la cara ciega de cada recurso que no prosperó. Que no avanzó. De una Justicia que también hacía política cuando callaba. Porque callar era tomar partido. Era dejar morir. Porque no encontró jueces dignos. Esta es la Justicia de los abogados desaparecidos. Los únicos que lucharon por el derecho real y la justicia son los abogados que ya no están. No hubo otro “poder judicial” más valioso que ese. Ellos edificaron la Justicia y la República con sus nombres enterrados y sus firmas valientes. Pero todavía hay una Justicia que habla así. Le quedó el reflejo, su ser “ajena a la política” es hoy su forma de decir de nuevo “yo no sé”. No quiero saber. No me meto. Absuelvo. No busco. No quiero ver. Los abogados que murieron por presentar hábeas corpus son la Justicia. Ellos fundaron la democracia real. Y la democratización es en memoria de ellos. Son el camino por recorrer.
En los tribunales británicos, recuerda Susan Estrich, a las mujeres que denunciaban violencia sexual, se les pedía una prueba de “resistencia absoluta” para no tener por consentido, por “consentida”, la violación o el abuso que estaban denunciando. Esto era difícil de probar. Ya el hecho de que hubieran logrado sobrevivir, estar vivas, era una muestra de que no habían opuesto una “resistencia absoluta” sino relativa. El mensaje de la Justicia para la mujer era callate, tenés que defender “tu honor” y dignidad con tu vida. Deberías haber muerto. Sobre tu cadáver puro sí hubiéramos probado que el acto no era “consentido”. Pero viva estás manchada por siempre. Vos cargás con la “culpa”. La Justicia siempre fallaba a favor de los hombres. Lo que la mujer denunciaba eran “cuestiones privadas”. De “pareja”. Que debían resolverse “en casa”. Siempre la carga quedaba del lado de la mujer. No del hombre. La palabra de la mujer no cuenta.
Tal vez la Justicia argentina no ha sabido nunca ver a la mujer. Tal vez para las mujeres nunca haya justicia. Tal vez nuestra Justicia quedó congelada durante el Proceso. “Estos hijos de puta no me lo van a devolver, tengo miedo de no volver a verlo nunca” (dijo Laura Carlotto, narró María Laura Bretal, después de que le robaran a Guido, en La Cacha). En ese momento la Justicia tomó partido, un camino que acaso no ha abandonado jamás (porque Guido no está). El abandono de la mujer. Es el mismo camino de Verón. La Justicia que no encontró (porque no buscó) a Guido es la Justicia que no ve, que no encontró (porque no buscó) a Marita. Y esa Justicia es parte de una sociedad que “no sabe”. Pero el Derecho debe saber, debe aspirar a saber la verdad.
Los abogados no sabemos ver. Somos maquinitas fabricadas con un código. Hay que reformular todo lo que nos enseñaron. Es la única manera de hacer “derecho”. Tenemos que aprender a ver. Los abogados tenemos que aprender a ver. Tenemos que aprender a pensar por qué todavía la Justicia no encontró a Guido. Por eso absuelve. Esa ausencia perdura. Estamos encerrados en un círculo del que no podemos salir. Tenemos una Justicia cómplice. Objetiva. “Independiente”. Completa. Acostumbrada a callar. Acostumbrada a callar a Guido, callar a Marita. La Justicia aún no ha bajado sus cuadros. No ha hecho una crítica de su rol en la dictadura. Tal vez algún magistrado llame a esto “dramatismo”. Es que la ausencia del robo lo es. El derecho es dramático. Para Susana la ausencia de Marita es un drama que el derecho no comprende. Para Estela la ausencia de Guido es un drama que el derecho debe sentir cada día. Compartir con Estela la urgencia, el drama. El dolor. Debe abrirse a su dolor. Y escuchar. Para empezar a ver lo que es negado. (Debemos combatir el proyecto positivista de un derecho anti-emoción, como dice Nussbaum y Enrique Mari, un derecho que exige pruebas, mientras combate las emociones para no ver a las víctimas, víctimas que también son las víctimas del derecho.) Porque los tiempos de Marita no son los tiempos de la Justicia. Mientras la Justicia trabaja felizmente, a Marita la violan. A Guido lo esconden. Hace 30 años. ¿Justicia? ¿Nombre? ¿Complicidad? Silencio. ¿Felicidad? No en el sentido aristotélico de la palabra. Que significa virtud. Que es lo que le falta al derecho. Jueces virtuosos. Valientes. Y honrados.. Al derecho le faltan nombres. Demasiados nombres. Los nombres de Marita, Guido. La misión del derecho es luchar contra la mentira.
Pero la Justicia no cambia de la noche a la mañana. Conserva un lenguaje. Hay una Justicia cómplice acostumbrada a ver/dejar desaparecer. Porque nunca aparecen culpables. El patrón es el mismo. Hay algo que no cambió. Y es ese “algo” del derecho lo que debe democratizarse. (Se debe democratizar la palabra.) Tal vez a eso se refiere la Presidenta cuando dice que hay que democratizar la Justicia. Hay un lugar del derecho donde todavía no llegó la democracia. Ese es el derecho que mató a Laura, que hoy deja morir a Guido. Que hoy deja morir a Marita. Un derecho que necesita –pero todavía no sabe, no se atreve– a abrir los ojos. El desafío de los legisladores es atreverse a ver lo que no se atreve a ver el derecho.
* Defensor juvenil.
** Asesor de la Secretaría de Derechos Humanos.