inundados, ombligos, cunas, dientes del ratón, alcancías, escarpines de abuela, Dali, rabia por Horacio Cárdenas
un maestro argentino.
De: Horacio Cárdenas
[mailto:cardenashoracio@yahoo.com.ar]
Enviado el: domingo, 07 de abril de 2013.
Enviado el: domingo, 07 de abril de 2013.
De la inundación
Por primera vez en casi 30 años se desbordó el arroyo Cildáñez.
Increíble conquista de un idiota amarillento, vagoneta de papá. Iba a estar
bueno...
Los vecinos más viejos cuentan que la última y lejana inundación
no fue tan grave: al menos la tierra y el empedrado se bebían el desmadre. Pero
esta vez metro y medio de agua escupían las alcantarillas sobre el arroyo de la
sangre, eterno vertedero de matarifes. Cien kilos de hierro forjado lanzados al
aire porque un reverendo hijo de puta derivó el agua del Maldonado, cauce de
barrios pudientes, al arroyo Cildánez, subterránea vena de gente pobre.
Paredes, alcancías y libros; fotos, ombligos y cunas; dientes del
ratón, sobresalientes de la seño, escarpines de la abuela navegando en los
pasillos. Un incendio de agua negra; un terremoto de río. Silencios y vidas
escurridos como recuerdos.
El agua corriente no se puede tomar, abarronada de hiel
hepatítica. El ácido moho horada los pulmones. Los colchones derretidos como
relojes de Dalí pintan un desparramo de inconsuelos, estragario tendal de
lágrimas.
Los vecinos nos ayudamos entre los escombros, agua por la rodilla,
drenando baldes como en la trilla. La noche baja y no deja secar tristezas.
Sigue el desfile de harapos arrojados al pavimento. Varios arrojan bolsas
enteras de historias al cantero del boulevard. Varios, más triste aún, buscan
entre los despojos algo para llevar.
Iluminamos los callejones, fauces de lobo, con hogueras
desaforadas. Niñas sin leche buscan madres sin abrigo, atoradas por el humo de
llantas y cajones. Nadie viene: ni la policía, ni un funcionario, ni siquiera
las cámaras carroñeras. El Estado está en muy mal estado.
Somos invisibles como la cúspide del fuego. ¡Pero cuidado… ! Ese
temblor no se ve pero quema el aire.
Somos invisibles como el ruido. ¡Pero guarda…!
Que la queja arde, hiere y acaba por explotar.
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Saludos rabiosos.
Horacio
Horacio