El Museo Ernesto Che Guevara de CABA´llito (Hebe) aplaude cada concepto de lo que leerán. Toto
Argentina: mujeres en vías de empoderamiento
José Steinsleger
De lo mero-mero principal: en Argentina se
está dando (uso del gerundio en tanto proceso) una revolución radical,
irreversible y profunda en el llamado mundo de las mujeres. Y lo esperado:
cualesquiera sea su nacionalidad, clase o ideología, muchos hombres miran al
costado, o relativizan el fenómeno con inaudibles y concesivos qué bien, qué
interesante, “uf…”.
Aclaración: el opinólogo
admite que no es feminista, y que la noción de género lo incomoda. Pero como noblesse
obligue, el periodista reconoce que, a pesar de los ingentes esfuerzos de
su especie (digamos desde el neolítico), nunca entendió bien a las mujeres.
Cosa que a ellas, sin duda, les tendrá sin cuidado. ¿O alguien no para la olla
mientras ellos hacen, teorizan, rehacen y se cuentan los cuentos que ellas
deben repetir sin chistar?
Que algo, geológica y
antropológicamente sustantivo, y por momentos inconcebible, empieza a moverse
en Argentina. Veamos si no el caso del primer niño que en días pasados fue
legalmente registrado con el apellido materno, anteponiéndose al paterno por
vía administrativa y sin que medie una orden judicial que invoque la Ley de
Nombres del Código Civil.
Así podrá entenderse,
con más precisión, el informe reciente de la Organización Panamericana de la
Salud sobre legislaciones contra la violencia de género, donde se dice que
América Latina tiene mejores leyes que en otras regiones. Y que Argentina
figura a la vanguardia porque su legislación “…incluye elementos poco tomados
en cuenta como la violencia institucional, simbólica y mediática”.
Una lectura pueril
podría concluir que tales avances responden a que en Argentina gobierna una
mujer. Sólo que hay mujeres y mujeres. Y la mujer de la que hablamos tiene voz
propia, decide, se impone con la fuerza del discurso, y con medidas que
ejecutan las jefas del Banco Central, la Procuraduría Federal del Tesoro, el
Ministerio de Industrias, la Defensa del Consumidor, el Ministerio de
Desarrollo Social, la Procuraduría General, la bancada mayoritaria de los
diputados y, hasta hace poco (aunque durante seis años), el Ministerio de
Defensa y la Subsecretaría de Seguridad.
¿Será que la confianza
de Cristina Fernández de Kirchner en tantas mujeres que en su gobierno ocupan
puestos estratégicos, obedece a que finalmente llegó el turno de las mujeres en
Argentina? Negativo. Al margen de teorías feministas, parecería que en esa
confianza subyace el reconocimiento a la mitad más uno de la sociedad que,
históricamente, apuntaló las luchas sociales y emancipadoras del pueblo
argentino.
Visitemos el Salón
Mujeres Argentinas del Bicentenario, lugar abierto al público y ubicado dentro
de la Casa Rosada que Cristina suele utilizar para mensajes presidenciales. En
la iconografía dedicada a homenajear a mujeres destacadas en distintas
disciplinas (y aunque siempre faltará alguna) están todas: peronistas y
antiperonistas, socialistas y radicales, oligarcas, indígenas, proletarias,
artistas, luchadoras sociales.
Mujeres, en fin, que
dejaron huella en Argentina. Y en las afueras, allí donde la estatua del gran
almirante que nos descubrió permaneció un siglo, se erigirá en su lugar un
monumento de 10 metros de altura para evocar a una gran guerrera de la
independencia: la ignota Juana Azurduy de Padilla (1780-1862), nacida en Sucre,
Bolivia, cuando este país era parte de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. Colón se va, y la embajada de Italia en el país frunce el ceño.
Conociendo el paño,
siento que ningún político argentino se hubiera atrevido a tanto. Pero así es
ella. Cuando la visitan gobernantes de otros países, los discursos de Cristina
se transmiten en el patio central de la casa, donde gigantescas imágenes del Che,
Evita, Allende y Perón, guían sus palabras.
Los adalides de la
libertad de expresión, la odian. Previsible y contenidamente, los medios la
tratan de autócrata, populista, corrupta, demagoga. Pero en las calles le dan
cuerda a las tropas de la gente bien: ¡Yegua! ¡Subversiva! ¡Puta! ¡Montonera!
Nada nuevo. Cuando en su agonía Eva Perón se retorcía de dolor, las calles de
Buenos Aires amanecían con grafitis que rezaban ¡Viva el cáncer!
Cualidad y contribución
ético-política con perfume de mujer: no responder a los insultos, ni a los
espots televisivos que la difaman, o alguna portada del periodismo
independiente que la mostró masturbándose y alcanzando el clímax frente a las
masas. Con intuición femenina Cristina sabe que, a la postre, la historia
prueba que la violencia termina revirtiéndose sobre los violentos.
Así, bailando cumbia
para celebrar los 203 años de la emancipación, con pasitos a la izquierda y
pasitos a la derecha, CFK ha ido neutralizando y sacando de quicio a los machos
de la antipatria. En particular, los de su propia fuerza, el Partido
Justicialista que aún vive de la transa y la corruptela institucional.
Cristina tiene en qué
inspirarse. Néstor Kirchner, en primer lugar. Y, por sobre todo, el alter
ego de los hombres y mujeres que, durante 60 años, soñaron en Argentina con
serlo de verdad: Evita.