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Estados Unidos y el fatalismo geográfico
Estados Unidos y el fatalismo geográfico
Estados Unidos y
el fatalismo geográfico
Salvador Capote
Hay países y ciudades
que parecen signados por una fatalidad geográfica, como Ciudad Juárez, a donde
se llega con sólo cruzar la frontera Estados Unidos-México desde El Paso y
donde cada día, en promedio, han sido asesinadas siete personas en la
persistente ola de violencia relacionada con las drogas.
“Pobre México (la
frase se atribuye erróneamente a Porfirio Díaz), tan lejos de Dios y tan cerca
de Estados Unidos”. No estoy tan seguro de que esté lejos de Dios –más bien
pienso lo contrario-, pero sí estoy seguro de que en su cercanía a Estados
Unidos está el origen de la violencia que asola a gran parte de su territorio.
El expresidente
Felipe Calderón culpó de las masacres en su país al consumo de drogas en
Estados Unidos: “El origen de nuestros problemas de violencia es el hecho de
que México está ubicado junto al país que posee los más altos índices de
consumo de drogas en el mundo. Nuestro vecino es el mayor drogadicto del mundo”.
En efecto, 22
millones de estadounidenses consumen drogas ilegales y gastan anualmente en ellas
142 billones de dólares (cifras de 2009). Estados Unidos es el mayor consumidor
mundial de cocaína. Es tanto el dinero que mueve la droga, que permite
organizar sofisticadas operaciones de contrabando, con largos túneles que
cruzan la frontera, minisubmarinos y aviones que son destruidos después que les
extraen sus cargamentos en territorio de Estados Unidos. Los choferes de
camiones cargados de drogas que cruzan de noche el desierto, utilizan GPS y
visores infrarrojos que les permiten manejar en la oscuridad sin encender las
luces, mientras que observadores los guían por radio desde las montañas. Estas
mismas vías se utilizan para el tráfico de armas y de seres humanos.
El tráfico de
drogas se acompaña inevitablemente del tráfico de armas, necesarias para
asegurar los traslados, atemorizar y dirimir disputas entre grupos rivales por
el control de territorios. Los negocios prosperan en ambos lados de la
frontera: armas de Estados Unidos hacia México, drogas de México hacia Estados
Unidos.
Según datos de la
agencia federal ATF (“Bureau of Alcohol, Firearms and Explosives”) citados por
el presidente Barack Obama en 2009, el 90 % de las armas que se confiscan en
México y se logra determinar su origen, proceden de Estados Unidos; y estas
armas, según la GAO (“Government Accountability Office”) son cada vez más
poderosas y letales. En 2010 la ATF se vió envuelta en un gran escándalo de
contrabando de armas. La operación, con el nombre de “Fast and Furious” comenzó
en noviembre de 2009 y consistió en dejar pasar 2,200 fusiles de asalto al
interior de México, supuestamente para monitorearlos hasta su destino final en
los centros operativos de los cárteles de la droga y poder así destruirlos. La
operación ilegal resultó un desastre y estas armas están ahora al servicio de
los capos de la droga.
Estados Unidos es
el mayor fabricante de armas en el mundo y la abrumadora mayoría de las
utilizadas en el tráfico ilegal internacional es de procedencia norteamericana.
Puede decirse, sin exageración, que el mundo está lleno de armas “made in USA”
procedentes del tráfico ilegal, y este hecho a los sucesivos gobiernos de
Estados Unidos parece no preocuparles. Por ejemplo, todavía se desconoce a
donde fueron a parar los 190,000 fusiles de asalto AK-47 y otras armas y
materiales de guerra, que se esfumaron en Irak entre junio de 2004 y septiembre
de 2005, como informó en su oportunidad el Washington Post (agosto 6, 2007).
Panamá es otro de
los países afectado por la fatalidad geográfica. Con la construcción del Canal,
parte de su territorio fue ocupado por las fuerzas armadas de Estados Unidos, y
desde 1946 hasta 1984 funcionó en la Zona la tenebrosa Escuela de las Américas,
lugar donde se adiestró en métodos de tortura, asesinato y represión a miles de
miembros de los cuerpos represivos de toda Latinoamérica. El tiempo ha
transcurrido pero en algunos persiste su fascinación por el amo; el presidente
Ricardo Martinelli, estrenando un nuevo método de denuncia diplomática a través
de redes sociales, y con caja de resonancia en los grupos anticastristas de
Miami, intenta crear un incidente grave en relación con el barco norcoreano
retenido en el Canal.
No es al viejo
material bélico enviado a reparar por Cuba al que debe temer Martinelli, sino a
los que invadieron su país el 20 de diciembre de 1989 en un bárbaro acto
violador del derecho internacional y la soberanía de un país pequeño y a los
que ahora, lacayunamente, les pide ayuda.
Después de todo,
el fatalismo geográfico no tiene por que ser una maldición perpetua. Así lo
demostró Cuba al romperlo para siempre en mil pedazos en 1959 y así lo
demostraron también los bravos patriotas que en sangrientas jornadas lograron
el reconocimiento de la soberanía panameña sobre la Zona del Canal.