lunes, 1 de diciembre de 2014

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MÉXICO: COMPRENDER Y ENCARAR

                                                                                 Jorge Gómez Barata 

Limitar a México una situación que involucra a media docena de países; y pretender aplicar soluciones locales a problemas regionales puede no ser una buena idea. Al responsabilizar a un solo hombre con una problemática global, se obvian importantes elementos históricos y geopoliticos. Se puede exigir la renuncia de Peña Nieto, pero no vivir la ilusión de que esa es la solución.

La droga, el dinero sucio, la añeja corrupción político administrativa, y la emigración ilegal forman un cuarteto maldito que se alimenta de las deformaciones estructurales, las debilidades institucionales, los problemas sociales, económicos, demográficos y políticos presentes en la historia y el desempeño reciente de México y Centroamérica. A tales factores se suman elementos geográficos, de gobernabilidad y soberanía, a los cuales es preciso agregar las inconsecuencias de los Estados Unidos.

Esos y otros factores, algunos asociados al diseño de un estado que, entre otras cosas y con la excusa del federalismo, ha favorecido el caciquismo y el localismo, y que involucrándose en los negocios, principalmente en el del petróleo, ha favorecido también la formación de una economía rentista; permiten la expansión de la mafia y el crimen organizado, que en México y otros países centroamericanos, penetra las estructuras estatales, principalmente la actividad policíaca, la administración de justicia, y los gobiernos regionales.

La situación, más grave en México que en ningún otro lugar, ha llegado a niveles que amenazan la supervivencia de la nación y del Estado, y ante la cual es preciso reaccionar. La pregunta y el problema del momento no es cómo y cuándo acabará el entuerto, sino ¿por dónde y cómo comenzar?

Las mafias narcotraficantes, algunas locales y otras internacionales, establecieron sus bases en México porque encontraron condiciones propicias para acceder por tierra a los Estados Unidos, un insaciable mercado para la droga, y un gigantesco y atractivo mercado de trabajo que, desde los años 40, absorbe enormes masas de braceros.

Las facilidades para el traslado por tierra de la droga, tanto la cosechada y producida en México como en centro y sudamerica a los Estados Unidos a través de una frontera de alrededor de 2.500 kilómetros, favorece el contrabando que se realiza en dos direcciones: una lleva la droga y los emigrantes ilegales, entre los cuales se infiltran delincuentes y criminales, y en la otra viajan enormes sumas de dinero sucio que alimenta la corrupción y financia la deformación de las instituciones. Por la ruta del dinero fluyen también las armas que convierten a las bandas en virtuales ejércitos.

En los años cuarenta del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial y otros procesos incrementaron la necesidad de mano de obra, que en los estados norteamericanos fronterizos fue saldada con trabajadores mexicanos. Concluida la guerra la práctica continuó, y con el tiempo los trabajadores inmigrantes se establecíeron, originando así la condición de indocumentados, que creció exponencialmente. La falta de políticas atinadas y coherentes ha creado un problema que, en lugar de resolverse, creció desmesuradamente. 

A ello se une el incremento de la demanda de drogas, que comenzó absorbiendo la marihuana de México y Centroamérica, y continuó con la cocaína sudamericana, y con el opio y la heroína de Asia por la vía del Pacífico. El narcotráfico adquirió una escala que produjo lucros que le permiten financiar su ilegalidad en varios países, incluidos Estados Unidos. Los escándalos de corrupción y cohecho en la DEA, la Patrulla Fronteriza, y otros cuerpos locales y federales son conocidos.

Ignoro si será posible, si habrá la voluntad política y la coherencia que se necesita para diseñar una estrategia regional de largo aliento y gran calado que comprometa a los gobiernos concernidos, incluya a las sociedades respectivas y a sus recursos, en particular a la prensa, para enfrentar de conjunto y con diversidad de fuerzas y medios problemas que son de todos. Tal vez una conferencia internacional vinculante pudiera ser un comienzo.

México y sus vecinos necesitan comprender la naturaleza y la escala del problema para encararlos y avanzar en soluciones múltiples e integrales. La parcialidad, el unilateralismo, y el reduccionismo no son buenas opciones. Allá nos vemos.

 

 




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