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CHARLESTON
Mumía Abú-Jamal
22-6-2015
Un joven Blanco, justo en la edad de ser considerado adulto, entra a la iglesia de más historia para los Negros de Charleston y, antes de salir, una nueva historia es escrita.
Presente en los estudios Bíblicos de los Miércoles por la noche, el joven se sentó por casi una hora; pero sus pensamientos no estaban en la vida de Jesús ni en sus Discípulos. Sus pensamientos estaban en muerte. En matar a muchos. En asesinato en masa. Cuando las puertas de la iglesia se cierran detrás de él, nueve almas de Negros, la mayoría ancianos respetados, han sido segadas, matados con la Biblia en sus manos.
El hombre, o mejor dicho el muchacho y no hombre todavía, no vino a aprender nada sobre religión, porque él ya tenía una creencia: la superioridad de los Blancos, o su profundo odio contra los Negros.
Supremacía de los Blancos es la leche que bebés maman de los senos de las madres de Charleston, de Carolina del Sur, del Sur... De todo los Estados Unidos de Norteamérica. Porque la pura verdad es que la esclavitud fundó y construyó los Estados Unidos; la idea básica fue la devaluación, explotación y opresión de los Negros. Ésto es lo único que quizás hace la masacre de la Iglesia en Charleston remotamente comprensible.
Nueve personas Negras fueron sacrificadas al ídolo ciego de la superioridad de los Blancos por la misma razón que miles de hombres y mujeres Negros fueron linchados en los olmos y en los pinos estadounidenses: como sacrificios a una idea, para perpetuar un sistema de injusticia económica.
Dylan Roof, el muchacho de 21 años acusado de esta masacre, no tenía amigos, no tenía un lugar para vivir, otro que el sofá en la casa de un conocido, no tenía trabajo, y una relación distanciada con sus padres. Aislado, alienado, solo en el mundo, la única posesion que le quedaba era su ser Blanco, lo único que daba sentido a su existencia. Ésa fue energía que nutrió la masacre en Charleston, Carolina del Sur.
Esa energía ahora está como demonio íncubo en el alma Norteamericana, hirviendo con odio y miedo, aguardando por más vidas de Negros para devorar.
Traducción libre del inglés transmitida por
Prison Radio, info@prisonradio. org,
enviada por Fatirah Aziz, Litestar01@aol.com,
hecha en REFUGIO DEL RÍO GRANDE, TX, EE.UU.
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Charleston
Mumia Abu-Jamal
A young white man, barely at the age of his majority, walks into Charleston's most storied Black church and, before he leaves, a new history is written.
Attending the Wednesday night Bible study, he sits for nearly an hour, but his mind isn't on the life of Jesus nor his disciples. It's on murder, mass murder. When the door shuts behind him, nine Black souls, elders mostly, had been slain, Bibles in hand.
The man, or boy more than man really, hadn't come to learn about religion, for he had a belief, white supremacy, or the profound hatred of Black people.
White supremacy is the mother's milk of Charleston, of South Carolina, of the South, of America. For surely as slavery funded and built America, the underlying principle was the devaluation, exploitation, and oppression of Black life. It's the only thing that makes the church massacre in Charleston even remotely intelligible.
Nine Black people were sacrificed to the blind idol of white supremacy for the same reason that thousands of Black men and women were lynched on American elms and pines: as sacrifices to an idea, to perpetuate a system of economic injustice.
Dylan Roof, the 21 year old accused of this massacre, had no friends to speak of, no place to stay other than an associate's couch, no job, and a tenuous relationship with his parents. Isolated, alienated, alone in the world, his sole remaining possession was his whiteness, the only thing that gave his existence meaning. That was the energy that fueled the massacre in Charleston, South Carolina.
It now sits like an incubus in the American soul, seething hatred and fear, waiting for more Black lives to consume.
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