17 de noviembre de 2015: el regreso de la militancia
Nunca fue tan obscena la ignominia volcada sobre nuestro pueblo y sus líderes como después del golpe de 16 de setiembre de 1955. De Evita, la vileza escribió elogios al cáncer que la mató; a Perón le endilgaron desde un jamás comprobado enriquecimiento ilícito hasta un imaginario romance con una menor en la UES. Al pueblo peronista, el haber sido ovejas cobardes conducidas por un demagogo.
La mayor parte de la dirigencia sin distinción de grado, edad ni sexo fue a poblar la sentina de los buques y las mazmorras -hasta la de Ushuaia, cerrada por inhumana durante la gestión de Roberto Pettinato, albergó las 17 almas que homenajeó Jauretche.
Sobre la cabeza de los insumisos pendía la amenaza de una pena de muerte que se aplicó sin ley ni piedad a la luz del día y en las tinieblas de las comisarías y los cuarteles, el Decreto 4161 que castigaba hasta el derecho a pensar, la constante sospecha que hacía de cada joven un delincuente, una persecución política sin límites lícitos ni morales, el odio de clases desatado y feroz.
Una probada pintura de lo que es capaz el liberalismo vernáculo.
Pasaron días, tal vez semanas de incredulidad y aturdimiento: la realidad no parecía posible; dolía creer. Pero ahí estaba, ante nuestros ojos, el mazazo de la derrota… y sus consecuencias.
Cuando todo parecía perdido, otra vez se rebeló calladamente, sin proclamas ni estridencias, el subsuelo de la Patria. Si no se pudo evitar lo que ocurrió, ahora había que reparar lo dañado por el enemigo y reconquistar lo perdido.
(Cualquier similitud con personajes o acontecimientos de la vida real será pura coincidencia, reza a veces un cartelito en las películas, para esconder en la trama de la ficción dramática dolorosas actualidades).
Empezaron a llenarse de jóvenes activistas los escondrijos más diversos, los rincones de reunión de las comisiones internas en las oficinas y los talleres, los pocos locales sindicales que se salvaron de la intervención y el saqueo, las colas de familiares en las cárceles, las porterías, los pasillos de los conventillos, las cocinas de las madres peronistas. Salieron a encontrarse unos con otros. Florecieron los focos de pensamiento en volantes, hojas sueltas, periódicos, libros. Se labraron programas de insurrección y de lucha. Más de tres ya era una organización.
Nació lo que más tarde se llamó “la resistencia”. Inmersas en ella las nuevas generaciones plagaron de fervor y fanatismo el territorio; cada barrio, pueblo o ciudad vio germinar los primeros brotes de militancia de la Juventud Peronista.
¿Quién los convocó? La Patria. ¿Qué los armó? El amor y la solidaridad. ¿Qué cargaban en sus alforjas? 400 años de heroica historia de pueblos indomables. ¿Qué herramientas enarbolaron? Acción, paciencia, formación política, perseverancia y coraje. ¿Qué los unía? El ansia de justicia. ¿Cuál era su objetivo? Vencer. ¿Quién mandaba? Perón, desde el imaginario que cada uno elaboraba sobre un líder exiliado a miles de kilómetros de distancia. ¿Cuál era el programa? Libertad a los perseguidos, democracia y elecciones sin proscripciones, convenciones paritarias y devolución de los gremios y, por sobre todas las reivindicaciones materiales posibles, dos mayúsculas que entonces parecían meramente simbólicas: ¡Por la devolución del cadáver de Evita y Por el retorno incondicional de Perón a la Patria y al Poder!
En las jerarquías partidarias los más guardaron silencio o se mandaron a guardar, cuando no se hicieron merecedores del vergonzoso título de “cantores de las cosas nuestras”. Entre esos últimos del 50 y los años 60, la militancia ya conciente de su papel en la historia acuñó un indeleble anatema: “Mariscales de la derrota”. Una especie maldita estigmatizada por Evita que nunca se extinguió.
Mientras, la militancia, laboriosa e incansable, tejió alianzas políticas, encuentros solidarios y una organización potente y a la vez flexible que articulaba numerosas expresiones de una misma pasión. Se la llamó JP, pero no todos sus integrantes eran necesariamente jóvenes; sí, todos eran peronistas, aunque de diversa manera. Permearon el poroso tejido social de tal manera que fueron capaces de conducir a millones de argentinos provenientes de todas las clases e ideologías tras las tres banderas históricas del peronismo.
Nunca, ninguno de esos combatientes se sintió exclusivo, individual, particularmente protagonista merecedor del título de militante: cada uno era parte indisoluble, inseparable, del colectivo resultante de aquella definición del mílite: soldado de una milicia con disciplina compartida y acción colectiva tras una conducción indiscutible, en tanto tropa de un ejército superior. Esa humildad es la propia de la militancia de verdad. Aunque cada uno de esos militantes esté habilitado, si es capaz, de portar el bastón de mariscal.
Y llegó el día. Las demandas que parecían utópicas se hicieron realidad. El “Luche y vuelve” se encarnó en la heroica legión de hombres y mujeres que luchaban por sus derechos y Juan Domingo Perón desembarcó en Ezeiza con un séquito de hombres y mujeres leales.
50 mil soldados acordonaron el ingreso del pueblo a la bienvenida, y no hubo fusiles ni tanques, ni alambres, zanjas, ríos ni cadenas que evitaran la celebración épica de la victoria de un pueblo feliz.
Ese día lleva justamente, desde entonces, el alborozado título de “Día de la militancia”.
En este noviembre 2015, otra encrucijada de la historia pone en tensión la urdimbre que ha tejido la experiencia de lucha, coloreada por la conciencia política de las mayorías argentinas. Otra vez no tenemos nada que esperar: la victoria está en nuestras propias manos; las de la militancia.
Aquel día de 1973 nació una nueva clase dirigente. Cada hito histórico es partero de una generación política. A los que ni lo soñaban y a quienes venían aspirando a una carrera en la política, este presente es la ocasión: de esta crisis nacerá una nueva generación de dirigentes de nuevo cuño que, con el tesón y sacrificio que emularán de aquella JP, llevarán al pueblo a un actualizado Día de la Militancia.
Para eso hay que tener ovarios y cojones. Perón nos dijo en su Conducción Política: “El supremo mérito de la conducción política es el saber jugarse, de una vez, todo a una sola carta”.
¡Que el 22 de noviembre sea un nuevo y trascendental Día de la Militancia!
¡A la calle! ¡A las plazas! ¡A las villas! ¡A los barrios! ¡A los lugares donde siempre fuimos irreductibles! ¡A movilizar! ¡Al asalto de la conciencia y la voluntad de una ciudadanía embrollada por los medios corporativos y las direcciones incompetentes! ¡A honrar una nueva jornada del Día de la Militancia!
Otra vez: acción, perseverancia y coraje. Es ahora o nunca. La política es contingente. Ni prejuicios pequebú ni remilgos intelectuales. Ni vacilaciones de conciencia ni cálculos oportunistas.
En aquellos tiempos se ejercía un consejo campero cuyano muy apropiado: “No suelte la cola de la vaca aunque le cague la mano”.
¿Se entiende, no?
¡VIVA LA PATRIA!
¡VIVA PERON!
SCIOLI PRESIDENTE…
y nada más
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Ernesto Jauretche
El joven profesor de Tango Milonguero se llama Manuel Emiliano González su link es:
https://www.facebook.com/pages/El-Amague-Tango-Escuela/636058229821046
https://www.facebook.com/pages/El-Amague-Tango-Escuela/636058229821046
informó el Museo “ ERNESTO CHE GUEVARA ” de Caballito, CABA
calle Rojas 129, esq. Yerbal, Buenos Aires (AAC 1405) Argentina
Visitar lunes a viernes de 10 a 19 hs. (corrido) – entrada libre y gratuita
Escuela de Solidaridad con Cuba “ CHAUBLOQUEO ”
Registro donantes voluntarios de Células Madre (INCUCAI)
Coordinador Mesa Vecinal Participativa en Seguridad de Caballito
Tel. 4 903 3285 Irene Rosa Perpiñal - Eladio González (Toto)
email - museocheguevara@fibertel.com.ar
Lea libro Cuba Existe, es Socialista y No está en Coma del Arq. Rodolfo Livingston en http://estudiolivingston.com.ar/libros/cubaexiste.php y emocionate.