Ecuador, muy buenos días. América Latina, muy buenos días.
Quiero saludar, respetuosamente, a cada una de las personas del continente, de Ecuador, de Argentina, Nicaragua, de El Salvador, de Venezuela, de Cuba, de Brasil, de Perú, de Colombia, de Chile, de mi hermosa Bolivia, y del resto del Continente que se han hecho presentes en este encuentro latinoamericano progresista.
Agradecer la invitación y las generosas palabras del vicepresidente
de la República de Ecuador, muchas gracias. Saludar con mucho
cariño al ministro que nos acompaña, al ministro de Cultura, a la
secretaria ejecutiva de la Alianza País, embajadores, embajadoras,
representantes de todo el continente.
El día de hoy quisiera dialogar con ustedes, algo así, como un
balance de estos últimos 15 años, un balance rápido y esquemático,
pero que pudiera ayudar a visualizar el horizonte de estos 15 años
de grandes transformaciones en nuestro continente, en la mayoría
de nuestros países de América Latina y, no cabe duda, en el
mundo.
Quiero destacar, en diez puntos, no solamente algunos avances,
algunos logros en el ámbito de los procesos revolucionarios en el
mundo, sino que también quisiera destacar las tensiones, las
complejidades, las propias contradicciones que son motor de la
transformación, de nuevas luchas y de nuevos logros.
Porque somos un proceso en movimiento, porque no somos algo
estático es que tenemos futuro. Y quienes hablan del fin del relato
progresista, como agoreros funcionales a la ofensiva imperial,
sepan que venimos de la lucha, que nos hemos forjado en la lucha,
que nada de lo que se ha hecho en el continente ha venido como
regalo ni concesión de nadie y que estos procesos habrán de
continuar, porque tenemos un pueblo y un continente de lucha y
seguiremos teniendo un continente y un proceso de lucha.
Un primer elemento que quisiera destacar, de estos 15 años, es la
resignificación de democracia en los procesos revolucionarios.
Muchos de nosotros, de nuestros profesores, de la izquierda de la
que emergemos o de la izquierda d la cual heredamos sus glorias y
sus derrotas, en el siglo pasado, había concebido a la democracia
como un escenario sospechoso, digámoslo así, hasta cierto punto,
incómodo que tenía que ser utilizado de manera instrumental para
conseguir y llegar a la revolución, para conseguir y llegar al
socialismo.
El siglo XX estuvo marcado, en las izquierdas, en general, por una
mirada esquiva respecto a los procesos democráticos. Estos últimos
15 años han mostrado, a partir de lo que ha sucedido inicialmente
en Venezuela, en Ecuador, en Argentina, en Brasil, en Bolivia, en
Uruguay, en Nicaragua, posteriormente en El Salvador, de que no
es así. Nuestro proceso revolucionario está mostrando que la
democracia no es una etapa temporal, un puente, que nos conduce,
necesariamente, hacia una nueva sociedad.
El aporte que está incorporando América Latina al debate de las
izquierdas en el mundo es que la democracia no solamente es un
método, es también el espacio, es el escenario del propio proceso
revolucionario, es en el desarrollo de las capacidades organizativas
autónomas de la sociedad en el desarrollo de la capacidad de
participación y de intervención en los asuntos colectivos, en los
asuntos comunes que los procesos revolucionarios
latinoamericanos han prosperado, consolidado y se están
desarrollando.
Pero, ciertamente, no es una concepción de la democracia de
manera procedimental, como modos de selección de gobernantes,
ni siquiera solamente como principios éticos, en la versión literal de
lo democrático, en la versión procedimental y minimalística de lo
democrático.
Lo que América Latina está mostrando es que esta reivindicación de
lo democrático como el espacio mismo de la revolución, como
escenario inevitable y obligado de la revolución, requiere y necesita
una reinvención de lo democrático, una refundación de lo
democrático; ya no únicamente como de seleccionar gobernantes -
que lo es-, ya no únicamente como modo de respetar asociatividad,
pensamiento y actividad política -que lo es-, sino una reinvención de
lo democrático a partir de su fundamento, de su esencia, lo
democrático como creciente participación de la sociedad en la toma
de decisiones.
Estamos hablando, entonces, de lo democrático por encima de la
concepción fósil que nos viene, muchas veces, de los países,
llamados tradicionalmente, democráticos del norte, donde ni la
mitad de su población elige gobernantes, y de esa mitad que eligen
gobernantes, ni el 2% participa en la toma de decisiones y de este
2%, ni el 1%, en verdad, tiene la fuerza de decisión y de ejecución
de las decisiones.
Esas democracias fósiles del norte no son, para nosotros, ningún
modelo a imitar, ni ningún modelo a seguir. La democracia que
estamos reinventando en América Latina es una democracia
plebeya, de la calle, del parlamento, de la acción colectiva, de la
participación y de la movilización.
Es, pues, en este escenario de la democracia concebida como
permanente y creciente participación de la gente en la vida pública,
en la vida colectiva, en los asuntos comunes, familiares, educativos,
médicos, económicos y en los asuntos presupuestarios donde se
define el carácter revolucionario y, al final, socialista de cualquier
proceso revolucionario.
En el fondo, socialismo es la radicalización absoluta de la
democracia, la democracia llevada al centro de trabajo, al
parlamento, al ejecutivo y a la propia vida cotidiana; y, es que, al
final, lo que hemos aprendido es que cualquier método de lucha
solo ha de ser revolucionario si tienen la participación de la gente,
por la vía armada o por la vía pacífica, ha de tener su efecto real
solo en la medida de la permanente, creciente ampliación y
desborde de la sociedad en el ejercicio, cumplimiento y el desarrollo
de ese método.
Sin eso, cualquier acción o parlamentaria o armada, o es reformista
o es oportunista, armada o electoral, pero en el fondo lo mismo.
Un segundo debate que está siendo zanjado por la experiencia
latinoamericana, un debate de la izquierda mundial, es el debate en
torno a tomar el poder o construir el poder. ¿Qué hay que hacer?
Formados en la vieja escuela, el objetivo es tomar el poder, está
bien, venimos, los leninistas al menos -me reivindico como un
leninista absoluto- la toma del poder es correcto; pero si quienes
propugnamos la toma del poder no entendemos que el Estado -por
muy democrático que sea, por muy participativo que sea- es
también un monopolio de lo común, de lo universal, es un
monopolio creciente de lo colectivo, la toma del Estado, así no más
tal como viene, es también la toma de ese monopolio y, a la larga,
la toma de las instituciones y, a la larga, la sustitución de unas
instituciones y de ese monopolio por una nueva administración y
una nueva burocracia.
Frente a ese riesgo de convertir la revolución en un proceso que
simplemente sustituya una élite por otra élite surgió el debate:
entonces no hay que tomar el poder.
El compañero John Holloway y la gente que trabajó con él, hace
diez años, pusieron en debate en las izquierdas mundiales y
latinoamericanas, “entonces no hay que tomar el poder”.
Transformar el mundo sin tomar el poder.
Claro, se entiende que es un esfuerzo por alejarse de esta
sustitución de élites, se entiende que es un esfuerzo por alejarse del
control de un monopolio, es decir, de una concentración de
decisiones, porque eso también es el Estado; pero al hacerlo,
quienes reivindicaron la no toma del poder para cambiar el mundo
recluyéndose en pequeños núcleos, en pequeñas comunas, en
pequeñas actividades semiautónomas que construyen socialismo y
comunismo en pequeño, en los hábito alimentarios, en las compras
y en la transferencia de objetos, olvidaron una cosa terrible: que
cuando uno se aleja -yo no quiero embadurnarme ni mancharme
con el poder, me recluyo en mi comuna, en mi pequeño lugar, al
margen del poder- lo que estoy haciendo es que el poder,
independientemente de lo que yo diga o haga, siga existiendo y al
seguir existiendo bajo la vieja manera del monopolio centralizado
por unas oligarquías que rotan en la gestión de la administración
pública, permitimos, en ese nuestro aislamiento, que esos pocos
sigan administrando en contra de las mayorías.
Permitimos, admitimos -en nuestro silencio y en nuestro aparente
abandono y reclusión monástica en un centro donde nadie se
contamina- y estamos dejando en pie que el poder del Estado se
mantenga en manos de pequeñas oligarquías, en manos de pocos,
que privaticen los recursos de muchos.
Se deja que el Estado y ese monopolio llamado Estado siga
desorganizando a la sociedad, siga conduciendo la desposesión de
los recursos comunes de la sociedad y, lo peor, que esto público no
estatal que produce la sociedad, que surge en esas pequeñas
iniciativas autónomas o semiautónomas de la sociedad, de manera
aislada y desarticulada, a la larga, queden subsumidas por el propio
Estado y por los propios procesos de valorización del capitalismo.
El gran problemas de solamente enfocarse en “tomo el poder” o
“construyo poder”, al margen del Estado, radica en que hay y hubo
en la izquierda una concepción del Estado como una cosa y, por lo
tanto, si es una cosa o bien es conquistable -hay que conquistar el
Estado- o bien es distanciable -hay que alejarse de esa cosa que
nos envenena-:, En ambos casos el Estado es visto como cosa a
conquistar o a huir de ella, conquisto la cosa o huyo de la cosa.
El problema es que el Estado no es solo una cosa, el Estado es
también una cosa, pero es más que una cosa, es instituciones, es
normas, es procedimientos que le dan forma cósica al Estado; pero
el Estado es más que eso.
El Estado es una relación entre las personas, es una manera de
vincularnos cotidianamente entre las personas en torno a cosas que
nos involucran a todos: la vialidad, la educación, el intercambio de
productos, la sanidad, el respeto, los procedimientos lógicos y los
procedimientos morales.
El Estado es, pues, el espacio de lo común de una sociedad, de lo
colectivo que tiene una sociedad, de lo universal que posee una
sociedad; no es un hecho dado, lo universal, lo colectivo y lo común
ha sido un proceso histórico y gradual de concentración, de
formación de lo común, de construcción o consolidación o
expropiación de lo colectivo y de lo universal, pero el Estado es el
monopolio de lo universal.
Su fuerza radica en eso, en que nos atraviesa a todos, que nos
involucra a todos, que nos contiene a todos; sino no fuera universal,
sería un particular. En la medida en que nos involucra a todos, aún
a los que no queremos nada con el Estado, aún a los que huimos
del Estado. El Estado es una relación entre las personas, una
relación viva entre personas que viven en un barrio, los del barrio
que viven en una ciudad, los de la ciudad que viven en un
departamento, los de los distintos departamentos que viven junto a
otros departamentos. ¿Qué tienen en común? El Estado.
Lo común que tienen personas que viven acá, en Quito, con las
personas que viven en Guayaquil, con las personas que viven en la
sierra y las que viven en la Amazonía, está concentrado en el
Estado. El Estado es, pues, también, la gestión de lo común, la
gestión de lo universal, la gestión de lo colectivo que tiene una
sociedad, de lo colectivo estatizado que tiene una sociedad.
Pero, también, es monopolio, si bien es lo común, es su concentración;
si bien es lo colectivo, es su monopolización; y por eso Marx tenía una
frase fantástica que resume esta paradoja del Estado: el Estado es
una comunidad ilusoria. Es ilusoria, sí; no es objetivamente
construida desde el encuentro entre personas libremente asociadas,
sí; pero es comunidad, es una comunidad real, es una comunidad
vigente. Pero, luego, ilusoria, comunidad ilusoria; gestor de lo
común, monopolizador de lo común, el Estado es una relación
paradojal, material e ideal; común y monopolizada; universalista e
individualizada. En eso radica su magia.
Por lo tanto, si esto es verdad, si el Estado es una cosa, pero es
más que una cosa; son instituciones; pero es más que instituciones,
son procedimientos; pero es más que procedimientos, si el Estado es
también lo común, los preceptos lógicos, los preceptos morales con
los que integramos nuestra vida en común, personas que vivimos
en lugares muy distintos, pero que nos sentimos partícipes de una
misma comunidad histórica en el mundo, si el Estado es eso,
entonces, ¡hay que tomarlo!, hay que tomar esa relación, hay que
conquistarla.
No te puedes quedar al margen del poder porque eso a lo únicos
que beneficia es a quienes están en el poder y están destrozando a
la sociedad desde el poder. No puede haber izquierda
revolucionaria que no opte por la toma del poder, es un falso
debate, pero una izquierda revolucionaria entendiendo que el
Estado, si bien es comunidad, es también ilusoria, es también
monopolio, no puede contentarse con tomar el poder, está obligada
-desde antes, en medio y como continuación del proceso- a
transformar ese poder, democratizar ese poder, construir el poder;
si solamente nos dedicamos a tomar el poder sin transformarlo, sin
democratizarlo, sin construir poder social que democratice la toma
de decisiones, a la larga, devendremos en una nueva élite.
Y si solamente nos contentamos con construir poder externamente
del Estado, dejaremos tranquilas a las élites gobernar durante 500
años, y el poder nuevamente en contra de la sociedad.
Si el Estado es una institución paradojal, las revoluciones
contemporáneas son también paradójicas: toma del poder -
construcción del poder; construcción del poder - toma del poder;
ampliación del poder – concentración del poder, en ese juego dialéctico,en esta dialécticase juega el destino de una revolución.
Una tercera enseñanza y complejidad de la revolución
latinoamericana en marcha es el tema de la hegemonía, entendido
como liderazgo intelectual, como liderazgo moral, como liderazgo
ético, como liderazgo lógico, como liderazgo organizativo de un
bloque social sobre el resto de la sociedad en la que todos ven el
porvenir, el horizonte, la síntesis de lo que somos todos. Esta es la
idea general de la hegemonía, en el sentido gramsciano.
¿Cómo lograr esta hegemonía? El viejo debate del siglo XX dividido
en dos: los países asiáticos y los países modernos. Los países
asiáticos poseedores de una sociedad civil supuestamente frágil y
amorfa, entonces, en esos países había que tener una guerra de
movimientos, de asalto frontal al Estado; en cambio en los países
de fuertes instituciones públicas, de una fuerte sociedad civil,
entonces, había que tener una mirada menos audaz y más lenta y
difusa: guerra de posiciones, para asediar las casamatas sólidas
que tiene el Estado y la sociedad civil contemporánea. Guerra de
posiciones o guerra de movimientos, asalto frontal o largo proceso
cultural de convencimiento y seducción para llegar al poder, el viejo
debate de la izquierda. Es que los dos son necesarios.
La experiencia latinoamericana: nuevamente, en
esta mirada paradojal que quiero manifestar de los procesos
revolucionarios y si no fueran paradojales no sería
revolucionarios. Es que los dos son necesarios.
No puede haber conquista del poder, no puede haber
transformación de la correlación de fuerzas en el Estado si
previamente no ha habido una modificación en los parámetros de
percepción lógicos y en los parámetros de ordenamiento del mundo
morales de la sociedad.???????
¿Qué pasó en Ecuador, Bolivia, qué ha pasado en Venezuela los
años 2000, 2005, 2008? Hasta antes, todo era perfecto, todos eran
neoliberales, la privatización de los recursos iba a traer el bienestar,
la riqueza para el pueblo, el mundo era globalizado, los Estados
eran burócratas, la presencia de la inversión extranjera era la
salvadora del mundo. Eso ordenaba el mundo, eso ordenaba la vida
cotidiana de las personas, su horizonte de acción, su parámetro
lógico y su tolerancia moral hacia los gobernantes.
Y, ¿qué pasó? Hubo un momento en que eso ya no era tolerable,
ya no era creíble, en que eso no era verificable; y poco a poco ese
descreimiento sobre ese ordenamiento neoliberal del mundo, sobre
estas ideas fuerza que ordenaban la organización cotidiana del
mundo en nuestra sociedades fue cuestionada, se fue
resquebrajando, fue siendo debatida, primero por dirigentes
políticos, por dirigentes sindicales, por académicos, por el ama de
casa y por el estudiante, algo no cuajaba, algo no encajaba en este
horizonte del fin de la historia al que todos teníamos que ceñirnos,
tarde o temprano, para conseguir la felicidad, pero la felicidad no
llegaba y ese fin de la historia no se presentaba como fin y el
paraíso había sido sustituido por un infierno cotidiano para
conseguir trabajo y la comida diaria.
Previamente, hubo un cimbramiento espiritual, mental y cultural en
las sociedades latinoamericanas, en unos casos promovidos por
una acción militar, en otro, por una acción colectiva frente a los
dueños del agua, en otros casos, por una movilización frente al
gobierno que había engañado a su pueblo; un quiebre cultural, una
ruptura simbólica, un conjunto de modificaciónes del sentido común de
la sociedad y sobre ese escenario abierto por un quiebre cultural
que modifica las tolerancias morales de las personas, que habilita
un espacio de predisponibilidad a nuevas fidelidades, a nuevos
proyectos, a nuevos liderazgos, sobre ese escenario emerge cada
uno de los procesos progresista en América Latina, con el
presidente Chávez, con el presidente Kirchner, con el presidente
Correa, “Lula”, con el presidente Evo.
No se trata de personas que caen como un rayo en cielo despejado,
hubo un quiebre previo, fundamentalmente cultural, es decir, no
puede haber el asalto, digámoslo así, la toma vía electoral, vía
revolucionaria, la toma del poder sin previamente una
transformación en los parámetros culturales, es decir, no hay una
verdadera guerra de posiciones sin una guerra de movimientos
previa, y la inversa el igual.
Y, aquí dialogo, brevemente con la profesora Chantal Muff sobre
este tema, ¿basta con promover una transformación cultural en los
parámetros cognitivos de la sociedad para crear identidades y una
predisposición al cambio? Es necesario, pero no es suficiente; no
hay revolución latinoamericana que haya triunfado contentándose
simplemente con la modificación de los parámetros culturales.
Aquí, en Ecuador, ¿acaso no hemos tenido que derrotar primero en
las urnas y luego en las calles a la oposición golpista para
consolidar el proceso revolucionario?
En Bolivia, ¿acaso no hemos tenido que derrotar a los separatistas
y a la derecha que querían dividir Bolivia y la tuvimos que derrotar
electoral, política y militarmente para recién consolidar los
procesos?
No hay revolución duradera, no hay revolución verdadera, que
simplemente se asiente con la transformación gradual de los
parámetros culturales, eso tiene que traducirse, tarde o temprano
inevitablemente, en una acción de fuerza, de derrota de tu
adversario. Solamente derrotando a tu adversario, tu hegemonía
cultural puede irradiarse y consolidarse.
La experiencia, entonces, qué enseña? Que la hegemonía, en
realidad es Gramsci y Lenin, y nuevamente Gramsci, es lucha
cultural, lucha de símbolos, lucha de identidades, lucha de
construcciones cognitivas, lucha de ideas fuerza desde la sociedad;
condensación, enfrentamiento, derrota de tu adversario, tienes que
derrotar a tu adversario, sino no has triunfado e inmediatamente
que has derrotado a tu adversario, nuevamente lucha cultural para
asentar esa victoria, para consolidar esa victoria, y nuevamente el
adversario volverá a sobreponerse y buscará reagruparse y tendrás
que derrotarlo cultural, política y, si es necesario, militarmente para
volver a avanzar en la parte cultural.
Es un falso debate o Lenin o Gramsci, Gramsci sin Lenin es un
proceso de ternura sin victoria; Lenin sin Gramsci es un hecho de
fuerza sin irradiación, necesitas a Lenin y a Gramsci.
Un cuarto punto que emerge del anterior, de nuestros procesos
latinoamericanos es la importancia de la lucha por el sentido común.
El sentido común son ideas ordenadoras del mundo, son ideas
ordenadoras de la cotidianidad, son ideas movilizadoras; es el punto
en el que se define la tolerancia moral entre gobernantes y
gobernados, es el lugar de las certidumbres estratégicas de la
sociedad.
La dominación neoliberal, evidentemente, fue fuerza, fue coerción,
fue imposición; pero también fue idea fuerza. El neoliberalismo
también, y quizá fundamentalmente, fue un conjunto de preceptos
mentales, un conjunto de ideas fuerza, de sentidos comunes de lo
propio y lo ajeno, de lo privado y de lo colectivo, de lo extranjero y
de lo nacional, de lo eficiente y de lo ineficiente, de lo probable y de
lo improbable mediante el cual la sociedad, el ama de casa, el
estudiante, el dirigente, el partido político, el congresista ordenaban
el mundo, explicaban el mundo para andar en el mundo.
Se trata, pues, las ideas fuerza de esquemas mentales, de
esquemas lógicos y morales que tienden a naturalizar el hecho de
la dominación, a volverlo cuerpo, carne, rutina, a volverlo “natural”.
Si esto es así, la revolución, la lucha contra el neoliberalismo que
requiere de golpes de fuerza electoral, de golpes de fuerza social,
colectivos y movilizables, requiere, en lo fundamental, también, de
nuevas ideas fuerza, ideas esperanzadoras, ideas con la capacidad
de generar movilización y acción colectiva con la capacidad de
territorializarse e irradiarse. No hay lucha victoriosa contra el
neoliberalismo sin una lucha en las ideas antes de la toma de
poder, en el momento de la toma del poder y, fundamentalmente,
después de la toma del poder.
Hago un llamado de atención, sobre ese punto, a los más de 54
organizaciones políticas de América Latina, 14 de Ecuador, no
podemos descuidar la lucha por las ideas, después de las victorias.
De un tiempo para acá, después de una gran ascenso de un intenso
debate colectivo que ayudó a posesionar, a convertir en fuerza
material, un conjunto de ideas, progresistas revolucionarias sobre el
mundo, hemos entrado en un periodo de estancamiento y eso es
muy peligroso, es peligrosísimo. Necesitamos permanentemente
renovar, enriquecer, relanzar el conjunto de ideas, no podemos
perder la bandera de la esperanza de la sociedad, una revolución
es una esperanza en movimiento, una esperanza movilizadora en
movimiento práctico, hemos avanzado hasta acá, nos ha costado
muchísimo y hemos logrado muchas cosas, en estos diez años,
cinco años, quince años, pero no es suficientes.
La batalla de las ideas nuevamente es decisiva en las
universidades, en los periódicos, en los medios de comunicación,
las asambleas, reuniones y encuentros donde no debe haber
escenario donde no esté el revolucionario con su idea, con su
pancarta, con su frase, con su periódico, con su discurso para dar
esta batalla.
En muchos lugares de América Latina, los luchadores sociales que
estábamos, o en el ámbito sindical o en el ámbito gremial o en el
ámbito académico, hemos pasado a gestión de gobierno, era
necesario por supuesto, pero hemos dejado la retaguardia
abandonada y eso es muy peligroso.
Necesitamos volver ahí, tan importante como un eficiente ministro
de gestión pública, como un ministro de obras, tan importante, es un
dirigente conduciendo el sindicato o la confederación, es el
académico enseñando en la universidad. No concentremos toda la
fuerza intelectual y activa en la gestión del gobierno, no
descuidemos el frente social, lo digo como experiencia,
vicepresidente, eso nos ha pasado a nosotros y es un error.
Muchos dirigentes combativos y luchadores se han pasado a
gestión de gobierno y ahora son alcaldes, ministros y diputados,
excelente, tenemos un parlamento con el 65 % de organizaciones
sociales, es un parlamento muy plural, pero me preocupa lo que
está pasando a nivel del sindicato, de la federación, de la
confederación y de la academia, ahí, es donde se está comenzando
a atrincherar la derecha; no lo permitamos, vayamos nuevamente
ahí a dar la batalla. La batalla por el sentido común, la batalla por las
ideas es lo que ha de sostener la continuidad de este proceso a
largo plazo.
Una quinta lección que hemos aprendido, que ha emergido de la
acción y de la lucha de los procesos revolucionarios, es que la que
la democracia no puede reducirse únicamente al ámbito de la
participación parlamentaria, por muy plural, por muy participativa y
expresiva que sea esto. Los procesos revolucionarios se defienden,
se asientan, se consolidan, se construyen y se profundizan teniendo
fuerza en el parlamento y teniendo fuerzas en las calles,
¡obligatoriamente!
Venimos de las calles, nos hemos forjado en las calles de ahí
venimos, hay que mantener. Yo hablaría que los procesos
revolucionarios tienen una gobernabilidad dual, la gobernabilidad
que se gesta en la articulación del ejecutivo, el liderazgo
revolucionario, el parlamento, la expresión de los sectores sociales,
primer ámbito de gobernabilidad.
Y el segundo ámbito de gobernabilidad es la relación que
entablamos con las organizaciones sociales, con los sindicatos, con
lo barrios, con los gremios movilizados defendiendo sus revolución,
eso es democracia.
Hemos criticado la democracia fósil del norte, eligen una vez cada
cinco años y luego un puñado de 20 personas decide el destino de
millones de personas, eso no queremos, ni lo vamos hacer, ni lo
vamos a repetir. La democracia real, profunda, radical
latinoamericana es profunda participación de la sociedad en el
parlamento, en los ministerios; pero profunda movilización y
participación de la sociedad en las calles, para defender para
profundizar su proceso revolucionario.
Una sexta lección que sacamos de nuestra experiencia
revolucionaria, es el tema del papel de la gestión económica, y
cuando uno está en gestión de gobierno, entiende la profundidad de
los textos del “Che”, por ejemplo, cuando debatían sobre la
economía en Cuba, sus debates con Charles Bettellheim o las
reflexiones de Lenin en la nueva política económica en “Más vale
poco pero bueno”, etc.
Cuando uno está en oposición, ¿qué es lo que importa?, su
capacidad de movilización y su capacidad de crear ideas fuerza
articuladoras que generen un principio de esperanza social en torno
a liderazgos individuales y colectivos; eso es lo central, uno se
juega diez, veinte, treinta cuarenta años, muchas veces nos
morimos y algunos tenemos la suerte de vivir que todo esto se
consolide en un proceso revolucionario, como hoy en América
Latina, pero eso es estar en oposición.
Cuando este proceso revolucionario, que emerge desde la
sociedad, se vuelve gestión de gobierno, se necesita capacidad de
movilización, se necesita capacidad de seducción, capacidad de
convencimiento, pero también, y esto es lo nuevo, capacidad de
gestión económica.
Los procesos revolucionarios latinoamericanos van a definir su
destino en la economía, porque los ciclos de participación, de
movilización, los ciclos heroicos no son perpetuos, son por oleadas
momentos de ascenso, consolidación, estabilización y descenso y
luego viene un valle que puede durar semanas, meses, años hasta
un nuevo proceso de ascenso social. Y en estos valles que, a veces
son cortos, de semanas, medianos, de años o, a veces, largos; ya
no son los momentos heroicos de la generosidad y el universalismo
desplegado como derroche revolucionario.
Es el tiempo de cotidianidad, de los resultados y al gobernante, al
vicepresidente, al presidente Correa, al presidente Evo, al
presidente Chávez al presidente “Lula”, al presidente Kirchner, la
sociedad le pide, he peleado mucho presidente, me he sacrificado,
este es mi proceso, es mi conquista, pero quiero también
resultados, quiero ver mi agua potable, quiero ver mi calle, quiero
ver mi escuela, quiero ver mi hospital y, es ahí, vicepresidente (de
Ecuador) que lo está viviendo usted, lo aprendo de usted también,
es donde tenemos que mostrar la otra cara del revolucionario,
también ser revolucionario en la capacidad de gestión, en la
capacidad de gestión económica de nuestro país.
El futuro se va a definir ahí, lo que vaya a pasar en América Latina,
el año 2015, 2016, 2017, 2018 que es una etapa de transición va a
depender de cómo podemos responder, de cómo podemos actuar,
como podemos generar un conjunto de decisiones que le den a las
personas certidumbre a las personas en el ámbito económico.
Tenemos que depositar ahí toda nuestra fuerza, compañero
vicepresidente, ahí es dónde nos vamos a jugar y es ahí donde
está apuntando sus cañones el imperio, ahí es sonde está
apuntando sus cañones la conspiración permanente de las fuerzas
conservadoras locales e internacionales, en la economía, y es ahí
donde tenemos que obtener una nueva victoria, con una buena
gestión de la economía y una buena administración de la economía.
No voy a detenerme sobre los aspectos principales, solamente
menciono algunos que nos están ayudando en Bolivia, exportación,
mercado externo y mercado interno; eso nos ha ayudado a nosotros
mucho, hemos crecido mucho con la economía de exportación
cuando los precios estuvieron altos.
Nosotros también dependemos del gas, el 50 % de nuestras
exportaciones son del gas y cuando subió el precio del petróleo y el
gas entró mucho dinero. Pero como sabíamos que eso podía,
cualquier rato caer, porque ya el 2008, cayó de 140 dólares a 35
dólares, duró poco pero cayó más de cien dólares el barril de
petróleo, pero sabíamos que esto es inestable, que uno no puede
confiarse únicamente en una dinámica de exportaciones hay que
aprovechar, pero también generar tu retaguardia y eso es el
mercado interno, el crecimiento vía mercado interno, vía dinámica
interna.
En Bolivia el crecimiento del 5 % anual, mitad crecimiento del
mercado interno, mitad mercado externo, ha caído el mercado
externo, en vez de crecer el 6 o 7 % , estamos creciendo 4.5 %, es
un buen crecimiento porque tomamos la previsión de también
apuntalar el crecimiento del mercado interno y mercado interno es
distribución de la riqueza. No puede haber una fortaleza del
mercado interno sin distribución de la riqueza.
Dice la teoría económica, primero genera riqueza y luego
distribúyela, pues nosotros no les hemos hecho caso a los
economistas, hemos distribuido y producido, producido y distribuido,
no hemos esperado primero producir para luego distribuir, a medida
que producíamos, distribuíamos y al distribuir producíamos más y
producíamos mejor. Y de esa manera estamos pudiendo remontar
este momento adverso en el ámbito económico
Segunda cosa, el Estado tiene que controlar los resortes
fundamentales de la economía, de las empresas y de la generación
del excedente del país y todo en función de la sociedad, crecimiento
en función de la sociedad, distribución de la riqueza para potenciar
la sociedad, inversiones para potenciar la sociedad; todo el aparato
económico en torno al núcleo de empoderar de mejorar las
condiciones de la propia sociedad.
Un séptimo problema y tensión que se está dando en nuestros
procesos revolucionarios es el debate entre generación de bienestar
económico, preservación de la Madre Tierra, entre generación de
más riqueza material y protección de la Madre Tierra, el famoso
debate sobre los extractivismos que se ha puesto de moda, en
América Latina, claro, Ecuador, Venezuela, Bolivia arrastran una
herencia extractivista, que en el caso de Bolivia se remonta a 1.570
cuando el virrey Toledo, instaura el trabajo obligatorio en el Cerro
Rico de Potosí y convierte a Bolivia en un escenario productor de
materias primas que se exportan a la metrópoli.
Desde entonces, Bolivia y América Latina quedaron definidas en la
distribución planetaria de tareas del capitalismo, como productores
de materias primas, traemos casi 450 años de esa herencia, es
verdad está ahí esa herencia. Igualmente, somos, las sociedades,
las latinoamericanas, con muchos problemas de pobreza, con muchas
necesidades de una población que, durante décadas y siglos en la
colonia, en la república, hasta el neoliberalismo, fue abandonada a
su suerte.
Casi, en otros países han llegado al siglo XXI, con la mitad de su
gente en pobreza, los continentes más pobres, comparables y compitiendo con
África, muchas necesidades inmediatas, muchos requerimientos
inmediatos.
Entonces, se tiene esa herencia, eres extractivista desde antes y
tienes muchas necesidades materiales insatisfechas de las
personas y lo que tienes que hacer es producir en base a tu
herencia para satisfacer las necesidades de la gente, que ve en sus
líderes y en su revolución la esperanza para salir de la pobreza y
para acabar su miseria y abandono.
Pero, a la vez, tenemos, en América Latina, raíz indígena, hay, en
nuestra herencia familiar hay un indio o somos indios, somos
indígenas o venimos de raíz indígena y ahí está nuestra fuerza y en
esa fuerza de nuestra raíz indígena no solamente esta una
identidad y una historia, sino está una enseñanza de un tipo de
intercambio metabólico, diría Marx, con la naturaleza mutuamente
procreativo, las tecnologías indígenas, la sabiduría indígena
heredada en tierras bajas y en tierras altas, en la amazonia y la
sierra es de una tecnología productiva, de unos conocimientos
productivos que siempre intentó dialogar con la naturaleza, porque
la naturaleza fue concebida como un ser vivo, como un ser orgánico
y el ser humano como una prolongación orgánica de ese ser
superior y, entonces, a ese ser superior vivo no lo matas, porque tú
dependes de él y porque tú eres una prolongación, matar la
naturaleza, para el indígena, es matarse a sí mismo.
Arrastramos esa herencia venimos de esa raíz y, a la vez, el cambio
climático en el mundo que está transformando la siembra, la
cosecha, el clima, es también una responsabilidad del
revolucionario asumirla como una tarea para preservar la naturaleza
y ¿cómo hago coincidir las dos?, gran debate, ni Lenin nos dijo
cómo, ni Gramsci nos dijo cómo. Fidel Castro sí, ha reflexionado
sobre eso.
¿Cómo articulamos, especialmente, en sociedades como la
ecuatoriana o la boliviana de vieja y preponderante herencia
extractivista?, si solo nos dedicamos a producir, no importa
extractivistamente, pero para satisfacer necesidades materiales,
tenemos éxito económico, tenemos resultados económicos; pero
hemos abandonado una raíz comunitaria, una herencia comunitaria
indígena que habilita un provenir, porque el futuro va a ser
ecológico o no va ser el futuro, el futuro socialista, el futuro
comunitario ha de ser ecológico o no va a poder existir y, a la vez si
solamente nos dedicamos a cuidar la naturaleza, a no tocarla,
seguimos en la pobreza, seguimos en la miseria.
Y van a venir los neoliberales a quienes no les importa nada ni los
árboles, ni los pajaritos y ellos si van a dedicarse a producir como
puedan y a satisfacer necesidades de la población y la población,
con justo motivo, te va abandonar, nos va a abandonar.
Entonces, no puedes simplemente a producir de manera irreflexiva,
manteniendo el extractivismo porque renuncias a tu raíz y a tu
porvenir; y no puedes contentarte con ser un cuidador de bosques,
dejando a la población en la miseria colonial, en la que viven, hoy,
los pueblos indígenas, porque hoy su condición de vida, no es una
condición de vida idílica, es una condición de vida de pobreza,
colonial construida en los en los últimos 500 años. Eso es lo que
nos propone el medioambientalismo colonial, yo le he llamado.
Latinoamericanos déjense de soñar con el progreso, si quieren
hacer algún aporte a la humanidad, dedíquense a cuidar árboles, el
norte que siga produciendo, que siga inundando de C02 el mundo,
que siga destruyendo los bosques del mundo, América Latina
dedicada ahora a generar el oxígeno que el norte esta aniquilando;
este es el mendioambientalismo colonial, que los países del sur
paguemos la plusvalía ambiental congelando nuestra producción,
congelando nuestro desarrollo, congelando nuestro futuro,
congelando nuestras condiciones de vida que son coloniales,
supuestamente, en aras de preservar la naturaleza, mientras los del
norte siguen con la orgía destructiva del planeta.
Y nos atacan: gobierno de Correa, extractivista; gobierno de Evo
Morales, extractivista, claro reciben buen dinero los que nos critican
de esos organismos extranjeros, para criticarnos, para mantener
esas palabras y, a la larga, sirven a esos interese externos. No
señores, de qué se trata, qué es lo que estamos haciendo en Bolivia
y qué es lo que yo veo en distancia, lo que se está haciendo en
Ecuador, que lo considero correcto.
¿Tenemos que salir del extractivismo?, sí, tenemos que salir, pero
no se sale congelando las condiciones de producción, ni regresando
a la edad de piedra, se sale del extractivismo, utilizando
temporalmente el extractivismo para crear las condiciones culturales
organizativas y materiales de una población que salte a la economía
del conocimiento.
¿De qué economía del conocimiento voy a hablar cuando tengo
compañeros que viven en el altiplano, en casas de piedra que
caminan cinco horas para llegar a su colegio, que se sientan en un
asiento de barro y que están durmiéndose todo el día porque no les
alcanza el alimento para estar despiertos, qué economía del
conocimiento se construye de esta manera?
Esta es la farsa del mediambientalismo colonial, porque hay un
medioambientalismo revolucionario, pero el medioambientalismo
colonial nos quieren hacer caer en esa trampa, las condiciones de
vida actual de los pueblos indígenas son idílicas y armónicas. Que
vayan a conocer a un niño durmiéndose porque no pudo desayunar
bien, que entren a ver a la Amazonía, para ver como se muere la
gente por la mordedura de una víbora porque no hay ni en cinco
días una atención médica. Nos conocen desde sus ONG, en las que
ganan mucho dinero, se dedican a ver desde la ventana lo que pasa
en el mundo y se dedican a resolver los problemas del mundo
desde donde están, no es así.
Hay que acabar con el extractivismo, sí, pero simultáneamente hay
que acabar con la miseria y hay que utilizar las herramientas
heredadas, ¿cómo nos piden a nosotros acabar en cinco años lo
que ha durado 500 años?
Nos exigen que acabemos en seis meses lo que ha durado siglos.
No señores, no vamos a caer en esa trampa. Los procesos
latinoamericanos asumen que hay que pasar a una economía del
conocimiento, a una economía industriosa que vincule la ciencia y la
tecnología contemporánea con la ciencia y la tecnología ancestral,
vamos a llegar a eso, pero lo vamos hacer creando las condiciones
materiales, culturales y espirituales para ese tipo de economía y
sociedad, produciendo lo que hoy tenemos, temporalmente usando
el petróleo, el gas, los minerales, la agricultura; necesitamos un
periodo de transición, un puente que cree las condiciones técnicas,
materiales y culturales de una nueva generación capaz de superar
el extractivismo.
Entonces, vamos a seguir produciendo, porque hay que satisfacer
las necesidades materiales de la gente, pero, a la vez, iremos
creando las condiciones, para un reencuentro con la naturaleza,
rescatando la tradición indígena de la relación mutuamente
vivificante con la naturaleza. Extractivismo, sí, temporalmente, sí,
necesariamente hasta crear la nueva sociedad del conocimiento y
de la cultura.
Permítanme aquí criticar a esta izquierda de cafetín, que así le
llamo yo, si quieren ustedes izquierda “deslactosada”,
evidentemente hay grupos que se oponen, dicen, desde la más
izquierda del proceso ¿quiénes son?, es una izquierda perfumada
que observa el fragor de los procesos desde el balcón, un café o
desde la televisión, es una izquierda bien remunerada, es una
izquierda que se horroriza del lenguaje guerrero y del olor de la
plebe, en las calles, le incomoda el estruendo de la batalla y el
desorden de una democracia de barricada.
Es una izquierda que le gusta su café descafeinado, que critican a
los gobiernos progresistas que no han construido en una semana el
comunismo, que aprovechando el descanso de su fitness matinal,
nos critican de que no hayamos acabado de una buena vez con el
mercado mundial y en seminarios, donde rinden cuentas de sus
financiamientos externo que garantizan su buena vida, denuncian a
los gobierno progresistas, por no haber instaurado inmediatamente
y por decreto el buen vivir.
A estos caballeros y señoritas, la verdadera y desbordante lucha de
clases plebeya e indígena les resulta incomprensible, la única
revolución que conocen es la que han visto resumida en History
Channel. Y por ello, la multiforme, a veces, desorganizada lucha
plebeya real por el poder, les resulta totalitaria, tiránica y autoritaria.
Son, pues, los radicales de palabra y timoratos de espíritu, son los
arrepentidos cómplices del pasado neoliberal, devenidos, de
manera sorpresiva hoy, en ultra radicales profetas del inminente
fracaso de los procesos revolucionarios. Portadores de teorías
“deslactosadas”, no tienen ninguna medida concreta, ni una sola
propuesta práctica enraizada en el movimiento social que pueda
hacer avanzar los procesos revolucionarios, son, por tanto, los
mediocres corifeos internos de la nueva ofensiva imperial que
buscan desestabilizar a los procesos y gobiernos progresistas.
Su pseudo radicalismo abstracto e inoperante, no apuntala ninguna
movilización, ni refuerza la acción colectiva de los sectores
populares, campesinos, obreros o indígenas; eso sí, su discurso
aglutina el conservadurismo y el racismo de sectores acomodados
que, bajo el camuflaje de un discurso pseudo izquerdista o pseudo
ambientalista, buscan desprestigiar los procesos revolucionarios.
Al no impulsar la movilización la movilización autónoma de las clases sub
alternas, ni ser alternativa de poder real, estos pseudos radicales
trabajan para los restauradores del neoliberalismo, son los
ideólogos del fin del relato del progresismo latinoamericano. Los
conozco, no soy tan mayor como mi profesor Emir Sader, pero me
tocó vivir un proceso parecido en los años 80 y vi un proceso
progresista y estudié lo que pasó en Bolivia, cuando el gobierno
progresista de Juan José Torres, con el gobierno progresista de
Unidad Demócrata y Popular (UDP), que tenían sus problemas y
sus dificultades, y surgió un oposición de izquierda radical que le
demandaba el comunismo, el socialismo, el decreto, el nacionalizar
los mercados, el hacer todo inmediato y ya.
Esos no fueron alternativa de poder, ayudaron a derrocar a los
gobiernos progresistas y no entraron al poder, lo que habilitaron fue
diez años de dictadura militar, veinte años de neoliberalismo y,
como por suerte, estamos vivos para conocer la historia y no la
vamos a repetir, no vamos a permitir que estos tipos vuelvan a
socavar los procesos revolucionarios, ayudando a un regreso de
las fuerzas conservadoras.
Permítanme cerrar con un noveno punto, el tema de la cohesión
nacional estatal. Podemos decir que el neoliberalismo en el mundo
ha tenido, en términos generales, dos fases, dos etapas a nivel
mundial.
Una fase que va de los años 1980, con Ronald Reagan y Margaret
Thatcher hasta el año 2000, 2005 y, una segunda fase, desde el
año 2005 hasta hoy y no sabemos cuánto más, a nivel mundial.
En la primera fase 1980 a 2005, el neoliberalismo utilizó el Estado
nacional, lo utilizó, lo capturó, lo reformó y lo utilizó para transferir el
excedente, la riqueza pública, las empresas públicas, los ahorros
públicos a empresas privadas, a propiedad privada local y
fundamentalmente extranjera. Se privatizaron empresas, se
transfirieron recursos de los bancos a los sectores privados y se
entregaron recursos naturales a inversión extranjera.
En esta fase, donde el Estado nacional juega un papel de regulador
y transferente de lo público a lo privado, el Estado también juega el
papel de cohesionador cultural de la sociedad en torno a la
privatización.
Cumple funciones de privatizar, de transferir lo público a lo privado y
funciones de dar la cohesión cultural, la cohesión ideológica, el
cemento, diría Louis Althusser, para mantener la percepción de la
sociedad articulada a las decisiones gubernamentales.
Estamos hoy ante una nueva fase del neoliberalismo, en esta nueva
fase, los Estados plurinacionales son un estorbo, y me atrevo a
decir que han sacado la lección de lo que ha pasado en América
latina, para no repetirla, para empezar a operar en el mundo árabe y
el Europa. Hoy estamos ante una fase distinta del neoliberalismo,
ya no les son cómodos los Estados nacionales, no le son
funcionales ni útiles; entonces, han pasado a una etapa de
desmembramiento, debilitamiento y fraccionamiento de los Estados
con dos variantes.
La primera variante de este desmembramiento de los Estados:
formación de oposiciones políticas movilizadas, creación de áreas
extraterritoriales del Estado, pueden ser parques nacionales,
fraccionalismo regional en algún país, posteriormente, promover
guerras civiles e intervención militar extranjera, el caso de Irak,
Afganistán, Libia Túnez, Siria; no sé si el caso de Ucrania puede
entrar en este modelo de desmembramiento de Estados nacionales.
La otra variante es impulsar privatizaciones, ampliar el
endeudamiento público, impulsar pérdida de soberanía tributaria de
esos Estados, pérdida de soberanía monetaria y recorte de áreas
de intervención estatal; el ejemplo de Grecia ahí es paradigmático,
en esta otra modalidad de derrumbe de la soberanía estatal, lo que
ha hecho Europa, Merkel, Alemania, el Fondo Monetario
Internacional y el Bundesbank con el pueblo griego.
Ambas vertientes, vía guerra civil o recortamiento de soberanía
conducen a una implosión de los Estados, a una cohesión
ideológica, ya no por parte del Estado, sino por estructuras
supraestatales y un nuevo reparte imperial de empresas, recursos y áreas
geográficas.
Este es momento novedoso, si en los años 80 los Estados eran
funcionales al desarrollo del neoliberalismo, en esta etapa no le son
funcionales, vean la aniquilación de los Estados laicos en el mundo
árabe, es terrible, al final, se trata de ver quién controla la
geopolítica y el petróleo, pero ahora bajo vía de fragmentación, de
pequeños feudos armados, enfrentados unos contra otros.
Si esta es la lógica contemporánea, la defensa de los Estados,
necesariamente bajo un nuevo mando, bajo un nuevo bloque social
de poder, se presenta como una tarea imprescindible en los
procesos revolucionarios de América Latina y el mundo.
La defensa de los procesos en América Latina ha de requerir
profundización de la revolución y la irradiación a otros lugares.
Es importante no olvidar que los procesos revolucionarios, nos son
permanentemente ascendentes, son por oleadas, avanzan, se
consolidan, se estancan, retroceden, caen, vuelven a levantarse en
un proceso continuo de de avances y retrocesos por oleadas.
En el fondo, la lucha del pueblo, solo la lucha, ha de definir el futuro
curso histórico del continente y el mundo.
Muchas gracias.
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