España: el imperio de los fantoches
25/09/2016Publicado en INTERNACIONAL, OPINIÓN, POLÍTICA, VENEZUELA
Por: Alberto Aranguibel B.
El problema fundamental con los imperios no es nada más su naturaleza usurpadora y tiránica. En la lógica de Gramsci, con oponerles un ejército igual o más numeroso sería suficiente para reducir sus pretensiones de dominación sobre los territorios que no les corresponden, tal como sucedió en América Latina durante la primera mitad del siglo XIX. Y como sucedió siempre con los grandes imperios a través de la historia.
El problema fundamental con los imperios es su existencia misma, porque su sola concepción contra natura se asienta en el precepto de la hegemonía de una élite sobre el esfuerzo, la penuria, la miseria y el hambre de los integrantes de toda la sociedad que en razón exclusivamente de la fuerza y el terror de esa élite es sometida a su dominio. En ello la dominación se ejerce más por el control cultural que por el uso de las armas.
Su verdadero poderío se apoya en la ignorancia y el temor de los pueblos, a quienes los sectores dominantes necesitan incultos y despolitizados para hacerles presa fácil de la sumisión a su explotador modelo.
Las leyes del feudalismo que inspira a los imperios, absorbidas según Marx por la burguesía emergente que surgió con la división del trabajo bajo el yugo del mercado de la era industrial (que en el fondo siguen siendo las mismas), mantuvo incólumes los estamentos de la monarquía sembrados como una necesidad por las élites del poder a través de la historia en el imaginario colectivo de las sociedades más ignorantes y atrasadas.
Fue así, mediante la ignorancia de sus pueblos, que monarquías como la española devinieron en activos fundamentales e impostergables para pueblos que, aún habiendo experimentado el notable desarrollo que alcanzaron con el "descubrimiento del nuevo mundo" y con las inmensas riquezas despojadas a esos territorios brutalmente conquistados a sangre y fuego, jamás dejaron de ser sociedades atrasadas.
La lidia de toros con la que celebran en la tierra de Cervantes su salvajismo, por ejemplo, no es sino una minúscula expresión apenas de cómo una sociedad puede ser a la vez moderna y atrasada, gracias a la trampa del supuesto arraigo cultural en la que se sustenta.
Las grandezas de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Hernández y de Lorca; la genialidad de Goya, Velázquez, Picasso y la delirante luminosidad de Dalí; los avances de la medicina y de la ciencia, su altísimo índice de desarrollo humano, y todas las demás magnificencias de la hispanidad contemporánea, no son excusa para la abominación de las guerras perpetuas causadas por la sed de poder imperial de las clases monárquicas que atravesaron de extremo a extremo la historia de España desde su más remoto origen.
Pero el imperio español no se ha extinguido todavía. Su decadencia, producto de la independencia americana y de la destrucción de su poderío naval por las alianzas británico francesa a mediados del siglo XIX, así como por la pérdida progresiva de poder en el norte de África, solo lo redujo en extensión.
De acuerdo a lo estipulado por la Constitución española, el Rey de España es a la vez rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, y de las islas y Tierra Firme del Mar Océano (es decir, de todos los territorios conquistados por España en suelo americano, así como en Asia y Oceanía). Qué ilusos en verdad los españoles.
Su afán por acabar con la revolución bolivariana, mediante las arteras operaciones de injerencia y obstaculización política que lleva adelante de manera terca y persistente desde hace más de tres lustros contra el pueblo venezolano, demuestran la naturaleza imperialista que aún después de doscientos años de haberlos echado de estas tierras pretenden imponer sobre nuestro país y, por supuesto, sobre el resto del continente suramericano que hoy reafirma su vocación soberana e independiente.
Doscientos años para un imperio no son nada si detrás de ellos viene aunada la posibilidad de retomar el control de territorios con los que puedan hacer reflotar sus convalecientes economías, plagadas de vicios de corrupción, enajenación política, depauperación social, hambruna, miseria y escases plena de posibilidades para sus ciudadanos, cada día más agobiados por el desempleo creciente, la pérdida de perspectivas de futuro estable bajo un techo digno, con un puesto de trabajo honroso y redituable.
Por eso España puede mantener a sus ciudadanos en vilo, sin gobierno de ninguna naturaleza durante los largos meses de crisis política por la que atraviesa esa derruida entelequia de nación. Porque en realidad la institución del gobierno no es sino una farsa del Estado monárquico para hacerle creer a la sociedad que se rige por un sistema democrático avanzado, cuando en verdad sigue sometida al imperio y designios de una realeza vetusta y cavernícola que hace con ese pobre país lo que le venga en gana.
Una clase política bien enfluxada y con modales ampulosos como la que personifica perfectamente el oligofrénico de Mariano Rajoy, no es sino una pantomima perpetua en la que se representa la ópera bufa de una libertad y unos derechos que no existen de ninguna manera en España.
Es exactamente lo que acaba de dictaminar el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones unidas (ONU), destinado a evaluar el cumplimiento del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que acaba de suspender a España por incumplimiento o violación de más de 26 normas contenidas en el acuerdo que deben acatar las naciones en el tema de derechos humanos.
Tal incumplimiento va desde racismo policial hasta trata de seres humanos, incluyendo la aprobación de Leyes que atentan contra las libertades más elementales, como la Libertad de Expresión y de Información (Ley Mordaza), así como una ley de amnistía que impide la investigación de los crímenes cometidos por la dictadura de Francisco Franco, predecesor de Juan Carlos de Borbón padre del actual Rey Felipe VI.
Todo aquello de lo que acusa de manera infame y sin sustentabilidad alguna el reino de España al pueblo de Venezuela a través de esa poderosa maquinaria de manipulación y desinformación que son los medios de comunicación españoles y del Gobierno que hasta hace poco manejaba el fantoche de Mariano Rajoy, es exactamente de lo cual la ONU acaba de acusarle y que ha motivado su suspensión del Comité de Derechos Humanos hasta tanto no se solvente la terrible realidad de flagrantes violaciones en que la nación ibérica está incursa.
Y es, a la vez, precisamente todo aquello en lo cual Venezuela ha sido reconocida por ese mismo organismo internacional como país que garantiza el libre y más pleno ejercicio de las libertades ciudadanas en todos sus niveles.
Se coloca así, pues, deslumbrante e irrefutable ante el mundo entero la verdad que Venezuela ha sostenido de manera persistente desde el inicio mismo de la Revolución Bolivariana, y que ha debido gritar nuestro pueblo con más fuerza a lo largo del Gobierno del presidente Nicolás Maduro Moros; que nuestro país ha sido víctima de la más brutal y despiadada guerra de infundios, distorsiones y descalificaciones, por parte de esa maquinaria mediática y política al servicio de una corona española decrépita y destartalada, llena de complejos de dominación que la historia le impedirá resolver por los siglos de los siglos mientras el espíritu glorioso de nuestros libertadores y del Comandante Chávez siga creciendo en el alma comprometida e infatigable del pueblo latinoamericano.
¡Por qué no se callan de una buena vez, monarcas de pacotilla!
@SoyAranguibel
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