viernes, 5 de mayo de 2017

Precios cuidados Corte Suprema condenas cuidadas vení asesino que te hago precio

De: Juan José Oppizzi [mailto:luceroppizzi@yahoo.com.ar]
Enviado el: viernes, 05 de mayo de 2017 07:02 a.m.
Para: Eladio Gonzalez

 

UN FANTASMA RECORRE EL PAÍS

 

Por Juan José Oppizzi

 

El escandaloso fallo que emitió la Corte Suprema de Justicia, el 3 de Mayo del corriente 2017, disponiendo aplicar el famoso 2x1 (cada día de detención computado como dos) en el caso de un represor de la época nefasta del Proceso, no hace más que acentuar la línea de acción que se viene perfilando desde el momento en que el magnate Mauricio Macri asumió el gobierno de la República Argentina. La revisión de la historia se manifiesta con toda crudeza en el desempolvar de la teoría de los dos demonios. Según tal hipótesis, nuestro vapuleado país sufrió una invasión maniquea: dos entes infernales se la disputaron y ocasionaron la tragedia que todos conocemos (y que varios se empeñan en achicarle las bajas). Esa amañada interpretación del período 1975/1983 figuró en un prólogo del libro "Nunca más", y su real paternidad aún se envuelve en la duda entre el astuto ministro del interior de Raúl Alfonsín, Antonio Tróccoli, y el escritor Ernesto Sabato. Probablemente era una idea generalizada entre los que en aquella época buscaban lavar sus propias trayectorias, cuando éstas se teñían con abiertos o encubiertos apoyos a la dictadura entonces recién ida, porque detrás de su aparente ecuanimidad se esconde una parcialidad manifiesta: ante la irrupción del demonio izquierdo, irrumpió el demonio derecho, que se excedió en el ardor combativo; o sea que el demonio derecho no tuvo más remedio que intervenir y que lo único que se le debería reprochar son los excesos. Lo cierto es que la dichosa teoría es una pieza más en el tablero que usa el gobierno PRO para restituirles poder a los sectores de la derecha fascista. Coincidiendo con esa línea de pensamiento, la jerarquía de la Iglesia Católica también desempolva alguna vieja idea: en este caso la de una "reconciliación" que resuelva el pasado para siempre. Según las bonachonas palabras de los purpurados, los representantes de la dictadura genocida tienen igual rango moral que los familiares de sus víctimas, y éstos deberían dar por olvidadas las atrocidades de aquellos, a favor de un porvenir sin odios. Me imagino una sugerencia de reuniones entre los sobrevivientes de Auschwitz y los funcionarios hitlerianos con el fin de lograr la concordia. Por otra parte, el valiente grupo de "Curas en la opción por los pobres" señaló lo que es vox populi: que sobre la cúpula eclesial de aquel entonces pesan las sospechas de instigación, complicidad y silencio, amén de la activa participación de los capellanes militares en favor de la dictadura; y que el actual episcopado enmudece respecto de aquellos asuntos de la misma forma que no expulsa de la Iglesia a delincuentes probados como Von Wernich (y yo le añado: Grassi), demostrando una blandura que se parece mucho a la aprobación.

El fallo de la Suprema Corte (con los votos a favor de los dos jueces incorporados por el macrismo, Rosenkrantz y Rosatti, más el apoyo sorpresivo de Elena Highton de Nolasco, que sugestivamente cambió el criterio previo, sostenido con uniformidad en estos temas) facilitó que el elenco gubernamental hiciera una gambeta argumentativa de Pilatos y no apareciese directamente vinculado a la horrenda medida. Sin embargo, su apoyo entusiasta ni se disimuló. La consecuencia del canallesco dictamen sería la eventual liberación de varios de los personajes más repulsivos de la moderna historia nacional, varios de los más feroces asesinos que tuvo el país a lo largo del siglo veinte: Echecolatz, Astiz, El Tigre Acosta, Ricardo Cavallo, entre otros. No por casualidad, una de las que festejó con chillón entusiasmo el desatino de los jueces supremos fue Cecilia Pando, la célebre y despiadada agitadora fascista, esposa de un militar retirado. Con esa perspectiva, es muy lógico que los ciudadanos de la República nos sintamos preocupados. Además de la eventualidad de caminar por la calle junto a centenares de genocidas, estaríamos entrando en una etapa de aniquilación de cualquier principio ético, moral y jurídico. Si a los delitos de lesa humanidad les correspondiera la reducción de penas, dejarían de ser imprescriptibles, ya que las condenas abreviadas pasarían a ser una forma de prescripción encubierta; entonces se equipararían a los delitos comunes: robo de caballos, desaparición de vacas, saqueo de caramelos.

 

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