sábado, 7 de septiembre de 2019

Excusa para la guerra un muerto fabricado por Alemania Franciszek Honiok polaco museo Che Guevara de Buenos Aires


Nota Bene
["NADIE ESTÁ OLVIDADO, 
NADA ESTÁ OLVIDADO"]  

Honiok, el olvidado

Por primera vez familiares de Franciszek Honiok ocuparon el pasado
domingo 1ro. de septiembre un lugar en la tribuna del acto que
conmemoró, en la ciudad polaca de Gliwice, el octogésimo aniversario
del inicio de la Segunda Guerra Mundial

Autor: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu
3 de septiembre de 2019 20:09:32

Radioemisora de Gliwice, escenario del incidente fabricado por el
Tercer Reich el 31 de agosto de 1939. Foto: UM Gliwice
Por primera vez familiares de Franciszek Honiok ocuparon el pasado
domingo 1ro. de septiembre un lugar en la tribuna del acto que
conmemoró, en la ciudad polaca de Gliwice, el octogésimo aniversario
del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Diez años atrás, un periódico local realizó entre los pobladores de la
villa una encuesta sobre si les decía algo el nombre de este
silesiano, cuyo cadáver apareció en la puerta de la cabina de
transmisión de la radioemisora de la localidad cuando los nazis
irrumpieron en Polonia. Apenas el 10 % de los encuestados sabía que el
cuerpo de Honiok había sido plantado por los agresores y utilizado
como prueba de un supuesto ataque polaco contra el Tercer Reich que
debía ser enérgicamente respondido.

Honiok tenía a la sazón 43 años de edad y la Gestapo lo tenía en la
mira, no por ser de los muchos silesianos que ostentaban un sentido de
pertenencia a la nación polaca –Silesia históricamente había sido una
región proclive a generar conflictos de soberanía entre polacos,
alemanes y checos-, sino por manifestar su repudio al
nacionalsocialismo hitleriano. Entre 1938 y 1939 fue detenido en un
par de ocasiones. Con la tercera, el 29 de agosto de ese último año,
quedó marcado su destino.

Gliwice era entonces Gleiwitz, dominio de los alemanes. La Gestapo
condujo a Honiok a sus calabozos, donde le inyectaron un coctel de
narcóticos. En la noche del 31 de agosto llevaron su cuerpo, enfundado
en un uniforme militar polaco, a la estación de radio. La provocación
estaba en marcha. Gestapistas y oficiales del servicio de inteligencia
de la Abwehr se las arreglaron para simular un ataque de nacionalistas
polacos a la planta, para difundir un comunicado llamando a la
rebelión contra el Führer y el Tercer Reich.
A  Honiok le pegaron un tiro, como si hubiera sido muerto en el curso
de la acción. Era la pieza acusatoria de un burdo pretexto para que
los nazis comenzaran el camino hacia el oriente, con la Unión
Soviética como objetivo. Apenas 15 minutos después del montaje, en
Berlín, donde no se había escuchado ni de lejos la proclama
falsificada y malamente difundida en Gliwice, la radio nacional
ofrecía una descripción minuciosa de lo que consideraban un ultraje al
orgullo nacional y se aprestaba a amplificar la inminente intervención
del Führer en el Reichstag en la que  bramó: «Esta violación del
territorio alemán por parte de estos gamberros del ejército polaco ha
agotado, finalmente, nuestra paciencia
».
De Honiok no se habló durante décadas. Poseía una pequeña estación de
servicio de maquinaria agrícola a pocos kilómetros de Gliwice. No
estaba casado y solo tenía dos hermanas menores a su cuidado, las
mismas cuya descendencia recibió invitaciones para el acto del
aniversario 80. Donde radicó la radioemisora, ahora museo histórico,
una tarja en inglés y polaco recuerda que ese fue el sitio de la
provocación nazi del 31 de agosto de 1939. A Honiok no se le menciona.
Fue en 1963 cuando el papel del silesiano en la turbia trama salió a
la luz de refilón en una entrevista concedida en Hamburgo a Der
Spiegel por Alfred Naujocks, citada como fuente en la exhaustiva y
documentada monografía  del historiador Florian Altenhoner, El hombre
que empezó la Segunda Guerra Mundial. Alfred Naujocks: falsificador,
asesino, terrorista
, publicada en 2014.
Este individuo trató de esquivar el bulto del asesinato de Honiok,
aunque admite que se requería lo que hoy llamaríamos un falso positivo
para demostrar que los polacos eran los victimarios y no las víctimas.
Ya en los procesos de Núremberg, Naujocks había hecho lo imposible por
presentarse como un pobre peón arrinconado por Himmler y Heydrich para
que se viera forzado a ejecutar el trabajo sucio en Gliwice.
Salió bien librado, 15 años de cárcel de los que solo cumplió cuatro.
Ayudó su testimonio contra los jefes y la movida efectuada en los
meses finales del régimen nazi, cuando se entregó a los Aliados
haciéndose pasar por un arrepentido soldado. Al estar en libertad, se
estableció en Hamburgo donde, no se sabe con qué fondos, inició una
empresa. Entre amigos, según comprobó
Altenhoner, blasonaba de la eficiencia de su función instrumental,
impresión que trasladó a Der Spiegel cuando afirmó: «Fue una tarea
altamente política que se llevó a cabo de acuerdo a las órdenes
».
Luego de su muerte en 1966 aparecieron otros detalles macabros.
Naujocks  preparó en la noche del 31 de agosto de 1939 ataques a una
estación forestal en Pitschen y la aduana del puesto fronterizo de
Hochlinden. A estos sitios llevó a prisioneros políticos alemanes que
le cedieron desde Sachsenhausen. Todos fueron obligados a vestir
uniformes del ejército polaco y terminaron con un disparo en el rostro
para impedir el reconocimiento facial. Junto a Honiok, en Gliwice,
apareció otro cuerpo con idéntica marca.
Naujocks se aficionó a las novelas del inglés Ian Fleming y se
comparaba con James Bond. Hoy hubiera dicho que Honiok no pasaba de
ser un necesario daño colateral.