PUBLICADO EN CUBAHORA, MAYO 4, 2020.
Hart Island, un cementerio colosal.
UNA ISLITA CONVERTIDA EN FOSA COMÚN
Por ARGELIO SANTIESTEBAN
Se llama
Hart Island y es sólo un trozo de tierra flotando en el mar, frente a la costa
del neoyorquino distrito Bronx. Pero, en su pequeñez, carga con una
tétrica historia.
Durante 150
años ha sido la última morada para un millón de neoyorquinos, quienes
resultaron derrotados por una sociedad inmisericorde. El homeless,
quien, carente de techo, dormía en estaciones del metro, parques o funerarias.
O aquél, insolvente, cuya familia no podía costearle los servicios fúnebres.
Una vez a
la semana, allí recibían sepultura los excluidos, los ninguneados, los
preteridos, la “barredura social”, de los cuales se deshacía la urbe
neoyorquina, la Big Apple.
No
obstante, la islita tenía a su favor cierta única virtud: era un lugar
apacible.
Pero ya no lo
es.
Hoy aquello
es un pandemónium de estruendosos equipos pesados, excavadoras que abren
enormes trincheras donde, como fardos, caen cajas mortuorias, con los
fallecidos por el virus.
Son presos
quienes actúan como enterradores, constantemente expuestos al contagio. (De
seguro las autoridades se dirán: “¿Qué importa? Total, ¡la mayoría de ellos son
negros o latinos!”).
Y,
cotidianamente, nos enteramos de escalofriantes cifras de muertos en el más
rico país del planeta.
¿Por qué? La razón es evidente. Porque allí la salud y la vida de la gente son, también, un business.