Toto a pedal
de Caballito a Pilar - por Eladio González (toto)
¿Buenos
Aires? sábado 2 de Marzo de 2019. Mi
hijo Demián Rafael (el sonidista) acepta desconsolado prestarme su bicicleta
plegable y después de escuchar todas sus recomendaciones, colocarme el chaleco
reflectante verde, casco y valijita portante delante del manubrio me explica
las pocas posibilidades que tengo de sobrevivir a la aventura, pues sostiene
que los conductores/as sean abortistas o nó, sostienen el volante con una mano
y los ojos puestos en el celular que tienen en la otra.
O sea que un
ciclista en autopista es como la hormiguita viajera, pasando entre una doble
columna de osos hormigueros hambrientos.
No obstante
estoy decidido iré hasta Pablo Nogués a 47 kilómetros, pegado a Campo de Mayo,
pues mi madre Rosa Rodríguez Gómez y mi padre Eladio (Eladino según un antiguo
documento español) González Fernández reposan en el Cementerio Británico de esa
localidad.
A los cien
metros de haberme despedido de Demián en Neuquén y Espinosa (donde hace poco
colocaron un busto del gran escultor Luis Perlotti, el que esculpió entre tanta
maravilla a la Alfonsina Storni de Mar del Plata) tambaleo, zigzagueo porque
uno de los pedales creo que se perdió.
En realidad
es falta de práctica, el me explicó que los pedales se podían plegar y lo hizo
y yo olvidé colocarlo en ángulo de vuelta, asi que imaginen mi pobre equilibrio
sumado a la ausencia de un pedal donde apoyar mi pie.
En 3 minutos
me dí cuenta que no tenía espejo retrovisor y yo no puedo (a esta altura del
partido) doblar ni el cogote, ni la cintura, asi que era todo “presumir” que ningún auto me
iba a atropellar por atrás. Asi fue todo
el viaje, aguardando expectante y hasta casi resignado (Macri te deprime) el
golpe, el dolor y mi cuerpo haciendo vueltas de campana por el pavimento de la Panamericana.
Creía ir por
avenida San Martín como había planeado, hasta que me di cuenta que iba por
Gaona.
Busqué la
primera y luego hasta pasar el puente y tomé Chorroarín a la derecha hasta
Constituyentes, de allí a la avenida General Paz, para por ella llegar a Parque
Sarmiento, hasta la ruta 9, por esta hasta el Talar de Pacheco y allí encontrar
la ruta 197 por la que buscaría Marcos Sastre y luego el Cementerio Británico.
Claro el
itinerario clarísimo pero después tenés que pedalear y pedalear y te morís. Me
tomé toda la botellita de agua que mi hijo querido inteligentemente me colocó
en la valijita.
Me había
dicho vas a tardar 3 horas y media y si volvés en taxi plegás la bicicleta de
esta y esta forma. Yo indignado por su
presunción de que no iba a poder hacer el periplo, despreciaba sus dichos y
además temblaba pensando en cuando cobraría un taxi, para llevarme de vuelta a
casa.
Pero el pibe
tenía razón, iba a hacer mucho calor con el casco, el esfuerzo y el sol
inclemente. Los miserables ingleses
tienen usurpadas las Islas Malvinas y los restos mortales de mis progenitores
también. Es que una de mis hermanas o dos de ellas, en
una especie de sociedad secreta necrófila, compraron hará 35 años una tumba (vacía)
como inversión en ese cementerio, que además tiene dos sectores con grandes
carteles, uno señala hacia la izquierda (¿serán socialistas?) “los británicos”
y a la derecha (¿serán nacionalistas?) los alemanes. Medio como si fuera el Cementerio del
Mercado Común Europeo.
No había
ocurrido la guerra de Malvinas en aquel entonces pero se sabe que somos
anglófilos, europeizados y admiradores de lo extranjero.
Además hay que saber invertir a futuro y ahí
estaba el hueco abierto de la inversión cuando el 5 de Julio de 2001 a los 96
años murió en Mar del Plata mi padre.
Asi que el
hombre que me bautizó con su mismo nombre fue enterrado allí, lo que se llama
un “Estreno”, pasaron 5 años y Rosa mi madre lo extrañaría asi que después de
haber barrido (a sus 96 años) la cocina de su “Hotel Marina” y mientras tomaba
un té con leche se murió en Mar del Plata también.
Viajé a la “Ciudad
Feliz” (hoy la que ostenta el mayor índice de desocupación en Argentina) y
volví con el cadáver de la que me parió como acompañante del chofer en un
furgón fúnebre.
Al llegar en
ese 2006 al Cementerio Británico me esperaban allí, mis seres queridos, que me
acompañaron en el duelo.
Desde ese
día no pisé más ese cementerio hasta hoy, al que llegué en bicicleta totalmente
transpirado, en calzoncillos porque el pantalón de loneta con siete bolsillos
no lo aguantaba más encima y me lo tuve que sacar, sin almorzar porque intuí
que el cementerio cerraría a las 18 y eran 16 y 30, continué pedaleando hambriento,
llegué, entré, quería preguntar pero no había nadie a la vista y demoré 15
minutos en encontrar la tumba.
Estan
señaladas por planchas de mármol, de diferentes colores pero similares en
tamaño, no hay cruces erguidas, son todas grabadas en el mármol horizontal.
Semicubierta
por barro, hojas y frutos de un hermoso árbol que la cubre leí emocionado los
nombres de los que me trajeron a este Valle de Lágrimas, en la placa partida en
4 pedazos, (como mensaje satánico ó venganza celestial) dejé el celular
filmando apoyado y comencé a explicar la situación, con una mano frotaba el
mármol para quitarle el barro, no había llevado un trapo, pero imaginaba encontrar
elementos para hacerlo de todas formas.
Abstraído
pidiéndole perdón a los viejos, una voz de ultratumba a mis espaldas me hizo
girar para ver a un hombre joven.
Pensé que me
preguntaba por alguna tumba, pero me dijo “cerramos a las cinco”. Reaccioné miré mi celular y eran cinco menos
diez, le agradecí y se marchó hacia la salida.
Me reí de mi
estúpida situación viajando 3 horas y media, con las muñecas insensibles, el
culo magullado por el puto asiento “de carrera” que Demián le colocó a su
bicicleta, y todo para estar 10 minutos con mis viejos.
A pesar de
que a los 30 minutos de salir en Caballito ya había envuelto el asiento con mi
campera de nylon de Usuahia, (la que tiene las Islas Malvinas en la espalda) a
medida que avanzaba mis nalgas las iba apoyando de a una cada 200 metros para
que no me doliera el upite (sinónimo de culo).
Posición
poco común para los ojos atentos de los cien automovilistas, motociclistas o
ciclistas que me superaban a cada minuto.
Foto - Asiento envuelto en pedazos de nylon para que
no me duela tanto.
Me perdí de
mi itinerario unas 10 veces lo que me forzó a dar la vuelta y hacer otras 20
cuadras (en cada error) sumando horas de vuelo a mi “carnet de boludo”.
Pasó otra
media hora y desesperado ya en la Panamericana, con autos y motos que pasaban
volando a mi lado me detuve y tomé un trozo de nylon de embalajes de unos 3
metros.
Lo fui
envolviendo al asiento ya cubierto por la Campera de Malvinas, como si lo
vendara a un herido y luego lo até lo mas fuerte posible. Resultado, quedó como
un asiento de bicicleta pero tipo “mangrullo” (especie de torre de madera que
hacían los indios para vigilar de lejos), yo iba altísimo y doblado hacia el
manubrio. No me dolía tanto el culo pero
las manos ya empezaban a pegar alaridos.
Claro, ayer en Plaza de Mayo había hecho uso y abuso de las paletas de
madera pesadísimas con las que provoco un estruendo inimitable.
Era el
ruidazo a las 8 de la noche contra Macri y estuve 4 horas sacudiendo el
instrumento. Le volé los oídos a los
pocos miles de presentes, que con ollas, sartenes, pitos, panderetas y otros
elementos para hacer ruido compartíamos esa esquina del Cabildo con Avenida de
Mayo. Muy poca gente en mi opinión y
fatigué mucho mis brazos y manos.
El 30 por
ciento de esos pocos fotografiaron con celulares mi gran pendón con el enorme
rostro del Che Guevara, que al extremo de la caña de pescar de 4 metros de alto
flotó cuatro horas frente al Cabildo de Buenos Aires.
Recordé mi
visita en febrero al Museo de Submarinos en Mar del Plata y mi sorpresa al
encontrar en la vitrina, dedicada a los 44 muertos del Submarino ARA San Juan,
el libro “Malvinas 2014” con mi dedicatoria manuscrita para los familiares de
los desaparecidos en el naufragio.
Google
miente alevosamente pues dice que son 47 kilómetros y medio hasta Pablo Nogués
y que se hacen en 49 minutos y yo tardé mas de 4 horas.
Foto - Mientras recorría mi ruta al cementerio me
encontré con este mural triste y ven también mi asiento “Mangrullo” de nylon.
Bueno las
manos me quedaron hechas bolsa por el esfuerzo y andando en la bici comencé a
sufrir por mis extremidades superiores además de las inferiores y mis
posaderas.
Un desastre,
pero hay que morder el freno y continuar, ser tesonero, no dejarse vencer. Sufrir bah.
Bocinazos de
choferes irritados y varios que me gritaron, puteándome por mi forma de
desplazarme por la ruta.
Esta vez no
llevaba una bandera con la cara del Che, asi que se enojaban solo por mi mala
forma de andar en bicicleta.
En las
cuestas de la Panamericana quería putear y no podía porque necesitaba oxígeno
para mis músculos agotados, asi que respirar o putear, no había opción.
En las
bajadas adoptaba una pose tipo “Pachano”, apoyado en mi nalga derecha el aire
fresco con el que me enfrentaba me refrescaba deliciosamente el culo ardido.
En realidad
el viento de saca el calor corporal y mi culo era una estufa. No hay nada que hacer entendí que “el placer”
es solo “NO SENTIR DOLOR”.
Al salir del cementerio pregunté por la
estación de tren más cercana, quedaba a cuarenta cuadras, ascendí al andén
provisorio, caminé hacia el fondo 300 metros y ya no podía levantar los pies
del piso.
Después me
dí cuenta que habían barnizado recién las maderas del andén provisorio y mis
zapatillas hacían sopapa con el barniz.
Yo había
creído que era por mi debilidad en razón del cansancio.
Llegó a la
media hora el tren y me tiré en el piso del furgón para bicicletas, encadené la bici a la manija exterior del
vagón, calculando que al estar amarrada “con combinación” los maras, pirañas ó
los de CAMBIEMOS no iban a osar robarme el vehículo de mi hijo.
Sostuve exhibiéndola
para disuadirlos una navaja enorme en la diestra compartiendo el furgón con 3
varones (2 jovencitos y un viejo con vitíligo) y 2 bicicletas a mas de la mía.
3 estaciones
después quedó solo el viejo y en la siguiente bajó, no sin antes saludarme y “bendecirme”.
Yo seguía sentado en la puerta abierta
del lado de las vías, con la navaja en la diestra y respirando aire al moverse
el tren y descansando las piernas ¡al fin!.
Eran
estaciones con nombres raros y cuando entramos a una que reconocí “Villa
Adelina” mi parte cubana me hizo emocionar recordando que durante 2 llevó esa
estación el nombre de “José Martí” (el apóstol cubano, que fuera Cónsul
argentino en Nueva York). Y me tiré del furgón con la bici, decidido a
ir a abrazar al compañero imprentero de Chaubloqueo Miguel Angel Lafuente que
vive en esa ciudad. Desde el andén
telefoneé y le pedí su dirección. Me la
dió, calle Blas Parera y el número, pero no me dio el nombre de la esquina de
su casa a pesar de que le insistí. Habló
de Fondo de la legua, pero esa calle corría según todos los habitantes de la
zona paralela a Blas Parera. Parecía que
la CIA y el FBI se complotaban para joderme y durante hora y media dí vueltas,
preguntando a medio mundo, hasta paré un patrullero en una avenida, de
desesperado que estaba.
Me miraron
raro y yo los miré raro. La joven
policía femenina que parecía maquillada como para el “Bailando por una Celda” y
el chofer miraron al viejo atónitos, el tipo preguntaba por esa calle pero
tenía una remera negra de ATE con letras enormes “Fueron treinta mil”, en un brazo las Islas Malvinas, en el otro la
“estrella federal” , en la espalda una estrofa del Himno Nacional y en el pecho
un pin gigante con el severo rostro de Ernesto Che Guevara.
Tal vez me
mintieron para joderme como el tachero que en una parada estaba haciendo sopa
de letras y que cuando le pedí ayuda me desorientó mas todavía.
A la media
hora en el supermercado Easy, entré a la playa y otra joven policía femenina
con las pestañas levantadas, de uniforme como si fuera de la Guardia de
Infantería me quiso ayudar y le preguntó a un oficial inspector que manejaba un
auto, nuevamente información que no me llegó a ningún lugar.
Luego fue
una pizzería y al pibe del delivery mientras me buscaba en su celular el mapa,
le comenté al ver que vestía una remera de La Renga, que el famoso grupo
tocaría en homenaje a Pappo el 10 de Marzo en la localidad de Ponteveedra,
además de la Missisipi y que el telonero sería uno de mis hijos que lidera la
banda “La Grieta”.
El pibe se
asombró del dato, no lo sabía y quiso orientarme, pero era de Dios que ese día
yo no iba a ver a mi amigo.
Al fin me
resigné y dejé de luchar o pedalear, estaba podrido a muchos kilómetros de mi
casa, asi que comencé el retorno al hogar.
Irene se
escandalizó cuando la llamé y le dije que por dos horas mas no me esperara. Dos horas antes ya le había telefoneado desde
el tren diciéndole que estaba sobre el, bien y que llegaría en una hora.
Llegué a las
10 de la noche con la linternita luz roja titilante atrás del casco, chaleco
reflectante nocturno y mi Angel de la Guarda que es Patricia Bullrich, me bañé
temblando, cené como un antropófago, pero cuando llegué al postre miré el pote
de dulce de leche, el de crema, el budincito Don Satur y me dí cuenta que me
estaba por desmayar, como en la cocina todavía no puse un desfibrilador guardé
en la heladera todo y me tiré en la cama desarmado pero vivo.
Año 2020 -
Pandemonium termino que se
usaba hace sesenta años y suena parecido a Pandemia que este 5 de Julio no me
deja repetir el periplo del año pasado para saludar a mi padre en su
tumba en otro aniversario de su muerte. Tampoco podré saludar a mi amigo Miguel Angel Lafuente de Villa Adelina. El año pasado no encontré su domicilio y hace mes y medio se murió.
Hay cuarentena estricta dicen
hoy, pero ayer y anteayer y desde hace un mes los argentinos venían burlándola y contagiando o
contagiándose.
Hay un dicho criollo “Es zonzo el cristiano macho cuando los
multimedios lo dominan” y de las
mujeres como dice el tango “mejor no hay que hablar” no sea
cosa que te acusen de violencia de género.
De los zonzos judíos tampoco hablo porque me sindicarían como antisemita.
Pero el grado de imbecilidad con el
que actuó la sociedad argentina en estos cien días de pandemia solo tiene
parecido con la forma en que votó en el año 2015.