Felices Fiestas pero …… ¡ PELIGRO ! , puede ocurrirle a cualquiera.
Irene y yo estábamos felices con nuestro primer hijo (Demián) que con sus once meses de vida, recién se había largado a caminar. Habíamos conseguido un lindo departamentito en la calle Lavalleja, 2 ambientes, con balcón al contrafrente en Villa Crespo, Capital. Antes de mudarnos fuimos (los 3) a limpiarlo bien. Escoba, trapos, aerosol para aflojar la grasa del horno de la cocina, lavandina, detergente etc. Para trabajar tranquila y no perjudicar al nene con emanaciones, Irene se encerró en la cocina y me encargó el barrido del balcón. Solo con Demiancito, lo primero que hice fue probar si su cabecita pasaba entre los barrotes del medio del balcón, y viendo que no había macetones abandonados, ni banquitos ó sillas viejas, por donde pudiera trepar mi hijo me tranquilicé y comencé mi tarea.
Demián balbuceaba sonidos inintilegibles mientras observaba al estilo de un preso enano la hermosa tarde a través de las rejas.
Ensimismado en no se que pensamientos, recuerdo su vocecita como fondo sonoro agregado a mi raspar el piso del balcón con el escobillón. Pasaron minutos y hubo un afortunado momento (no mentiré que dioses, vírgenes ni santos me hicieron girar y mirarlo) en el que lo busqué con la mirada. A un metro mío sin parar de balbucear, paradito, las dos manitas sujetando los barrotes del balcón, pero, pero…….. "del otro lado de la baranda y mirándome". Volé y mis manos lo aplastaron primero contra esos barrotes, lo aferraron como garfios y luego lo levanté para estrecharlo contra mi pecho. Cuando lo tuve nuevamente dentro del balcón, ahí sí mis piernas se aflojaron y caí sentado sollozando y con él en brazos.
No sé cuanto tiempo estuve así hasta que me repuse y llegué hasta la cocina, golpeé y cuando Irene abrió le dije. "A aquí no volvemos más". Con ella volvimos al balcón y medí uno a uno los espacios entre barrotes, eran todos iguales pero……donde la baranda de hierro se empotraba en la pared lateral, (por error del peón albañil) el espacio que había quedado era un 50 por ciento mayor, suficiente para que nuestro hijo pasara de costado y tomado con sus manos de los barrotes fuera trasladándose como un acróbata hasta el centro del balcón donde acerté a verlo a tiempo. Era un cuarto piso. Es dolorosísimo el solo recordarlo y hasta me cuesta escribirlo. Ojalá difundas esto, que las experiencias de unos sirvan a otros. Sugiero que se abra una página Web para que cada quien cuente sus experiencias relacionadas a accidentes ocurridos o no, pero que casi ocurrieron. Para que podamos prevenir accidentes a cualquier otro ser humano sea o no su hijo, nieto o amigo. Intercambiemos experiencias, se evitará mucho dolor. El tema de la asfixia por gas, electrocución, caídas, y mil trampas más que los jóvenes padres deben conocer, para estar alertas. Paz y bien. Eladio González Toto – fundador del primer Museo suramericano Ernesto Che Guevara -Primer Museo Suramericano de Buenos Aires,