viernes, 21 de abril de 2023

Poesias de Ernesto Guevara en camino a ser el Che

Poesías escritas por Ernesto Guevara de la Serna

en proceso de ser el Che.

 

Autorretrato oscuro

 

De una joven nación de raíces de hierba, raíces que niegan la rabia de América) vengo a ustedes, hermanos norteños. Cargado de gritos de desaliento y de fe, vengo a ustedes, hermanos norteños, vengo de donde venimos los «homo sapiens», devoré kilómetros en ritos trashumantes; con mi materia asmática que cargo como una cruz y en la entraña extraña de metáfora inconexa. La ruta fue muy larga y muy grande la carga, persiste en mí el aroma de los pasos vagabundos y aún en el naufragio de mi ser subterráneo, — a pesar de que se anuncian orillas salvadoras — nado displicente contra la resaca, conservando intacta la condición de náufrago. Estoy solo frente a la noche inexorable y a cierto dejo dulzón de los billetes. Europa me llama con voz de vino añejo, aliento de carne rubia, objetos de museo. Y en la clarinada alegre de países nuevos yo recibo de frente el impacto difuso de la canción, de Marx y Engels que Lenin ejecuta y entonan los pueblos.

 

Y aquí

 

 

«Soy mestizo», grita un pintor de paleta encendida, »soy mestizo», me gritan los animales perseguidos, »soy mestizo», claman los poetas peregrinos, «soy mestizo», resume el hombre que me encuentra en el diario dolor de cada esquina, y hasta el enigma pétreo de la raza muerta acariciando una virgen de madera dorada: »es mestizo este grotesco hijo de mis entrañas». Yo también soy mestizo en otro aspecto: en la lucha en que se unen y repelen las dos fuerzas que disputan mi intelecto, las fuerzas que me llaman sintiendo de mis vísceras el sabor extraño de fruto encajonado antes de lograr su madurez de árbol. Me vuelvo en el límite de la América hispana a saborear un pasado que engloba el continente. El recuerdo se desliza con suavidad indeleble con el lejano tañir de una campana.

 

 

Despedida a Tomás

A tí, encallado amigo, hacia las aguas quietas del arrecife blanco donde te amarra tu sueño de náufrago, va mi canción de despedida. Hoy he despertado con afán de alas en las jarcias, y tiendo velas inalámbricas navegando hacia el puerto de la hora marcado por la brújula indolente.

Hoy estiro mi lenguaje al viento para estrechar tus palabras y llevarme algo de tu lamento tierno a compartir asombros que ya estoy viviendo. Se fue ya la primavera que fertiliza tu almohada; no es por mi partida si no por tu nave que ya no navega. Te comprendo, golondrina truncada. Quisiera llevarte a la fuente Castalia o darte elixir de iguales poderes; y aunque soy un médico asomado a las cosas que no las transforma y apenas comprende.

Tengo no obstante una fórmula mágica—creo que la aprendí en una mina de Bolivia, o tal vez chilena, peruana o mexicana, o en el destroncado imperio del Sonora, o en un puerto negro del Brasil africano, o tal vez en cada punto una palabra—. La fórmula es sencilla: No te ocupes del cerco, ataca el arrecife, une tus manos jóvenes a la piedra anciana y dale en tu pulso a los rojos corales palpitantes en diminutas ondas cotidianas.

Un día, aunque mi recuerdo sea una vela más allá del horizonte y tu recuerdo sea una nave encallada en mi memoria, se asomará la aurora a gritar con asombro viendo a los rojos hermanos del horizonte marchando alegres hacia el porvenir. Ellos los males quietos terribles y blancos como la noche sorprendida al revés. Y entonces, poeta blancuzco de cuatro paredes, serás el cantor del universo; entonces, poeta trágico, delicado, enfermo, serás un robusto poeta del pueblo.

 

 

Canto al Nilo

Enorme es tu pasado insumiso mar de dos mareas. Tu sinfonía de inquietos cocodrilos dio marco al monolítico arquitecto; las plegarias del hombre labraron su futuro a partir del concepto que aprendiste de la vida, tu sangre legamosa llenó las tierras de blancos trinos vegetales; tu mecanismo de cósmico impulso llevó al Africa a través de las eras desde antes que a los toros venerara.

Pero cuánto dormiste; cuarenta siglos fueron hasta el grito del coraje que sólo estremeciera tu músculo atrevido. Si hoy le canto al ayer de muerta piedra y convoco los recuerdos de Tebas, es que el presente aflora en tu pasado, es que vive en la presa de Asuán y en Suez reconquistado.

Canto al nuevo grito de tu garganta sonora, al hondo retumbar de las pisadas solemnes uniendo su destino en el polvo del desierto. Canto a la mano sobria que estrecha su certeza con la certeza inculta del último beduino. Va el canto hacia los hijos que defienden tu suelo con los firmes morteros de los rifles del pueblo. (¿Alguien puede afirmar sin sonrojarse el triunfo de la fuerza sobre la fe del hombre?)

Te admiro y te presiento en mis almas sustanciales con toda tu justicia de arteria nutritiva, te quiero porque hermano mi aurora con tu aurora y en mis carnes se adentra la feroz mordedura de coloniales fauces (decadentes mandíbulas celadoras de Israel) y retumba en mis sienes, en el clásico son, el eco de las bombas que caen sobre tu hermano rectilíneo y sosegado hermano artificial, sin doblegar tu cielo de impávidas alburas.

Hoy que mi patria está llena de jalones huecos y yo inicio mi pistola en hazañas menores, tu epopeya acicatea mis ideales espuela de la lucha nos recuerda badajo de la fuera más sublime. Si tu impulso no emerge en las riberas del Plata y es vano tu ejemplo para ahuyentar su modorra, llevaré mis pupilas cargadas de tu esperma para derramarlas sobre la tierra en derrota.       Al fin, ¿alguien puede afirmar sin sonrojarse el triunfo de la espada sobre la fe del hombre?

VIEJA  MARIA

Vieja María, vas a morir, quiero hablarte en serio: Tu vida fue un rosario completo de agonías, no hubo hombre amado, ni salud, ni dinero, apenas el hambre para ser compartida; quiero hablar de tu esperanza, de las tres distintas esperanzas que tu hija fabricó sin saber cómo.  Toma esta mano de hombre que parece de niño en las tuyas pulidas con el jabón amarillo. Restriega tus callos duros y los nudillos puros en la suave vergüenza de mis manos de médico.  Escucha, abuela proletaria: cree en el hombre que llega, cree en el futuro que nunca verás. Ni reces al dios inclemente que toda una vida mintió tu esperanza. Ni pidas clemencia a la muerte para ver crecer a tus caricias pardas; los cielos son sordos y en ti manda el oscuro; sobre todo tendrás una roja venganza, lo juro por la exacta dimensión de mis ideales tus nietos todos vivirán la aurora, muere en paz, vieja luchadora.  Vas a morir vieja María; treinta proyectos de mortaja dirán adiós con la mirada, el día de estos que te vayas. Vas a morir vieja María, quedarán mudas las paredes de la sala cuando la muerte se conjugue con el asma y copulen su amor en tu garganta. Esas tres caricias construidas de bronce (la única luz que alivia tu noche), esos tres nietos vestidos de hambre, añorarán los nudos de los dedos viejos donde siempre encontraban alguna sonrisa.   Eso será todo, vieja María. Tu vida fue un rosario de flacas agonías, no hubo un hombre amado, salud, alegría, apenas el hambre para ser compartida, tu vida fue triste, vieja María. Cuando el anuncio de descanso eterno enturbia el dolor de tus pupilas, cuando tus manos de perpetua fregona absorban la última ingenua caricia, piensa en ellos… y lloras, pobre vieja María. ¡No, no lo hagas! No ores al dios indolente que toda una vida mintió tu esperanza ni pidas clemencia a la muerte, tu vida fue horriblemente vestida de hambre, acaba vestida de asma.  Pero quiero anunciarte, en voz baja y viril de las esperanzas, la más roja y viril de las venganzas quiero jurarlo por la exacta dimensión de mis ideales. Toma esta mano de hombre que parece de niño entre las tuyas pulidas por el jabón amarillo, restriega los callos duros y los nudillos puros en la suave vergüenza de mis manos de médico. Descansa en paz, vieja María, descansa en paz, vieja luchadora, tus nietos todos vivirán la aurora, lo juro.

 

Palenque

Algo queda vivo en tu piedra hermana de las verdes alboradas tu silencio de manos escandaliza las tumbas reales. Te hiere el corazón la piqueta indiferente de un sabio de gafas aburridas y te golpea el rostro la procaz ofensa del estúpido «¡oh!» de un gringo turista.

Pero tienes algo vivo. Yo no sé qué es, la selva te ofrenda un abrazo de troncos y aun la misericordia araña de sus raíces. Un zoólogo enorme muestra el alfiler donde prenderá tus templos para el trono, y tú no mueres todavía. ¿Qué fuerza te mantiene más allá de los siglos viva y palpitante como en la juventud? ¿Qué dios sopla, al final de la jornada el hálito vital en tus estelas? ¿Será el sol jocundo de los trópicos? ¿Por qué no lo hace en Chichén-Itzá? ¿Será el abrazo jovial de la floresta o el canto melodioso de los pájaros? ¿Y por qué duerme más hondo a Quiriguá? ¿Será el tañir del manantial sonoro golpeando entre los riscos de la sierra? Los incas han muerto, sin embargo.

 

Canto a Fidel

Vámonos, ardiente profeta de la aurora, por recónditos senderos inalámbricos a liberar el verde caimán que tanto amas. Vámonos, derrotando afrentas con la frente plena de martianas estrellas insurrectas, juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte.

Cuando suene el primer disparo y se despierte en virginal asombro la manigua entera, allí, a tu lado, serenos combatientes, nos tendrás. Cuando tu voz derrame hacia los cuatro vientos reforma agraria, justicia, pan, libertad, allí, a tu lado, con idénticos acentos, nos tendrás. Y cuando llegue al final de la jornada la sanitaria operación contra el tirano, allí, a tu lado, aguardando la postrera batalla, nos tendrás.

El día que la fiera se lama el flanco herido donde el dardo nacionalizador le dé, allí, a tu lado, con el corazón altivo, nos tendrás. No pienses que puedan menguar nuestra entereza las doradas pulgas armadas de regalos, pedimos un fusil, sus balas y una peña. Nada más. Y si en nuestro camino se interpone el hierro, pedimos un sudario de cubanas lágrimas para que se cubran los guerrilleros huesos en el tránsito a la historia americana. Nada más.

 

Uaxactún… dormida   (A Morley, el desconocido y venerado amigo)

Uaxactún, la de grises ensueños, voz escondida detrás del misterio; bella durmiente de los bosques nuestros! He venido a besarte los ruedos, o la verde maraña del pelo, o el aire que mide el silencio. Uaxactún, Uaxactún. Yo sé que tu muerte es invento del blanco: te dormiste cansada de andar por los siglos, compañera sola del monte infinito. Adivino el comienzo del sueño, cuando lanzaste tus glóbulos pardos—retoños del bronce— al fluir de los vientos, Uaxactún, Uaxactún.

Imitando en atávico gesto la dispersión que allende los mares nos enviara el asiático ancestro. Y cuando lanzaste tu grito de adiós despidiendo al abuelo del abuelo del quetzalíneo Tecum. Uaxactún, Uaxactún. Y cuando cerraste tus ojos de templos, y cuando cruzaste tus brazos de estelas (detenidos relojes que duermen el tiempo). Mas tu embrujada quietud y el silencio cederán al influjo de un príncipe bello que «levántate y anda» te ordene en un beso. Uaxactún, Uaxactún. Ya se oye en tu sueño de siglos el trinar de aurorales alondras, anunciando el final de la noche cuando tus nuevos retoños de bronce se bañan al sol que alumbra sus tierras.

Uaxactún, Uaxactún. Es el final del sueño: se anuncia el príncipe; deviene el pueblo con pífanos y tamboriles, sembrando ejemplos rojos en el corazón de América.      M.I.O.

 

España en América

¿Recuerdas, Guatemala, esos días de julio del año 36? Claro que sí. En tu pétreo esqueleto, en tus venas cantarinas, en tu cabellera verde, en tu volcánico seno lo recuerdas. Como a mí, con mi memoria de niño succionando el pasado, aflora a tu recuerdo invertebrado de democracia en pañales, el tableteo lejano de la infamia.

Tus viejos poetas lo recuerdan, tus jóvenes vates lo adivinan: en Granada y en la noche sin aurora el plomo brotaba de las manos que llorando balas ahogaban la voz del Rey de los gitanos. Todos tus cantores lo recuerdan. Granada, Bananera, nombres frescos de frutas sacarinas. Granada, Bananera, símbolos trágicos del hombre en el ocaso.

Allí, en Europa, los que «tienen - por eso no lloran - de plomo las calaveras. «Aquí, en América, los que se venden, - por lo que den - al dólar de la frutera. No pudieron desmenuzar poetas, pero con granadas abrieron—como granadas frutas sacarinas—el pecho de los hijos de tu pueblo. El delito de ser libres los llevó hasta el cementerio. El delito de ser hombres los puso entre los muertos. Y los títeres gritaban, mataban, escarnecían, con la voz y con la acción de «mamita compañía».

Castillo Armas aquí allá se llamó Franco. Dos nombres y el pueblo ensangrentado, y un grito que cementa el viejo abrazo. ¿Y Chamberlain, Hitler, Mussolini? Murieron, mas sus hijos proliferan. El gran retoño en que perdura el Eje es un venerable abuelo de lustrosa calva, evangélica sentencia y puñal leve.

Venera antepasados con religiosa unción y enciende cirios ante el jefe de su clan, el mítico personaje esclavizador; el Señor monopolio. Y Chamberlain, ¿no tuvo hijos? ¡Ay, los tuvo! Ay, su pútrido esperma germinó en América. Vargas y Pinillas se llaman los traidores que la faz de los pueblos mancharon de vergüenza.

No hablemos de Gálvez ni Somoza, viejos receptáculos de mierda. En sus manos tienen sangre americana. Y en la cara escupitajos de los hijos de Brasil, de Colombia, de Honduras, Nicaragua y Guatemala. «Anticípo la defensa del mundo occidental.» «Jamás olvidaré al glorioso general».

¡Cómo aúllan los chacales en la noche! ¡Cómo azuza el abuelo a sus coyotes! Mas la historia consumió decenios enseñando la meta a donde lleva el miedo. Ni Hitler ni Mussolini tienen tumbas ni flores que jalonen el recuerdo.

Abre los ojos la mitad del mundo mientras la otra mitad está despierta. Guernica, Chiquimula, bombas que enlazan democracias hermanas. Hermanas en los muertos inocentes, hermanas en la sangre derramada, hermanas en la impotencia desesperada. Guatemala, tu pueblo despierta como despertó en Madrid y, de México a Argentina, tus latinas hermanas te nombran su adalid.   Guatemala, Guatemala, ¡esperanza de América! Llama a los pueblos, te dirán «presente». Juntos castigaremos el puñal atómico y encenderemos su propio polvorín, y el continente entero admirará sonriendo la llamarada roja que esperaba el pueblo.   M.I.O. (Junio del 54)

 

Invitación al camino   Para Helena Leiva de Holst

Hermana, falta mucho para llegar al triunfo

Hermana, falta mucho para llegar al triunfo.

El camino es largo y el presente incierto;

¡el mañana es nuestro!

No te quedes a la vera del camino.

Sacia tus pies en este polvo eterno.

Conozco tu cansancio y tu desazón tan grandes;

sé que en el combate se opondrá tu sangre

y sé que morirías antes que dañarla.

A la reconquista ven, no a la matanza.

Si desdeñas el fusil, empuña la fe;

si la fe te falla, lanza un sollozo;

si no puedes llorar, no llores,

pero avanza, compañera,

aunque no tengas armas y se niegue el norte.

No te invito a regiones de ilusión,

no habrá dioses, paraísos, ni demonios

—tal vez la muerte oscura sin que una cruz la marque—.

Ayúdanos hermana, que no te frene el miedo,

¡vamos a poner en el infierno el cielo!

No mires a las nubes, los pájaros o el viento;

nuestros castillos tienen raíces en el suelo.

Mira el polvo, la tierra tiene

la injusticia hambrienta de la esencia humana.

Aquí este mismo infierno es la esperanza.

No te digo allí, detrás de esa colina;

no te digo allá, donde se pierde el polvo;

no te digo, de hoy, a tantos días visto…

Te digo: ven, dame tu mano cálida

—esa que conocen mis enjugadas lágrimas—.

Hermana, madre, compañera… ¡Camarada!

este camino conduce a la batalla.

Deja tu cansancio, deja tus temores,

deja tus pequeñas angustias cotidianas.

¿Qué importa el polvo acre?, ¿qué importan los escollos?

¿Qué importa que tus hijos no escuchen el llamado?

A su cárcel de green-backs vamos a buscarlos.

Camarada, sígueme; es la hora de marchar…

Diciembre del 54


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