jueves, 19 de julio de 2007

Chau Deseo Argentino Caño Peloso Nina Tinelli Teresa Rodríguez Lifting piquetero por Liliana López Foressi "la periodista prohibida"




















EL FIN DEL DESEO Y OTRAS DISOCIACIONES ARGENTINAS.
por Liliana López Foresi, para MU, el periódico de lavaca


Cuando el destape español a mediados de los '70, Camilo José Cela decía que los españoles habían descubierto recientemente que las mujeres tienen dos tetas.
Por aquí, Landrú refería a la inoperancia del negocio pornográfico desde la fotografía, porque "en 23 tomas no tenés más mina".
Ambos comentarios aluden a la mujer como objeto, pero como objeto de deseo. Aquéllo nos posibilitaba deslizar a los varones hacia el lugar de objeto como práctica liberadora (casi ingenua y con resultados discutibles) disputándole el rol de sujeto. Voy a insistir en el campo "minado" que dejó esa contienda, pero también en que algo se mantenía como motor de vida: el deseo.
Claro que existía el riesgo -luego consumado- de que lo explícito congelara el erotismo y, quizás, este desborde infantil facilitó el hecho de que el neoliberalismo de los '90 reemplazara el deseo por dinero. Brutalmente, sin gradualismos. Como el shopping y su uso como antidepresivo, como anhelo de sensualidad cromada de los inminentes excluídos, que se sentían aceptados por "pertenecer" al grupo que podía acariciar el "caño" de las escaleras mecánicas. Todo mal gusto, artificio, árboles de tela, mientras avanzaban los transgénicos y el monocultivo.
Es en este contexto -a trazo grueso, por cierto- que aquéllo que, a escala, se le permite representar a Nina Peloso como reclamo de justicia e igualdad por parte de los expulsados del disfrute de la distribución de bienes con justicia, queda neutralizado por la gestualidad esterotipada de una sensualidad de mercadeo, sin deseo, sin libertad. Más fiolismo rampante, menos erotismo, más debilidad...Los medios de comunicación conocen la secuencia, y "ponchan". La jerga de "pulsar el botón que enciende la cámara", ya tampoco pertenece del todo a la tele, así que la uso consciente de todas las reverberancias que pueden tener las palabras.
¿Qué hace esta mujer que discute con sus compañeros piqueteros si reclamar por la justicia de un cirujano plástico por senos nuevos? Pués colabora -quizás arrastrada por el narcótico de la cámara- con el desbaratamiento cotidiano de una modalidad de lucha, de un reclamo de derechos elementales, y derechos mayúsculos y nutritivos: desear y vivir.
Lo que es símbolo de nutrición y placer, será "canjeado" por publicidad y una semana mediática. Los piquetes que se llevaron en el sur a Teresa Rodríguez hace más de una década, serán mirados por "la gente" como la claque que hace el aguante al baile del caño.
¿Es culpable Nina?. Ni siquiera. Nina no es Eva. Ninguna lo es. No produce amor ni odio. Una vez más el método diluyente está teniendo éxito en el país del olvido y la disociación. Esta vez, bailando.
¿Tanto poder tiene un programa? Sí y no. El programa también forma parte de una secuencia cultural que naturaliza la violencia, que acostumbra a la aberración de que "pobres habrá siempre" y transforma a la pobreza en algo natural, porque ocurre cada día en la tele, y la tele -¡qué buena!- "le da un lugar".
Claro que, mientras eso ocurre, hay movimiento y lucha por la justicia en las calles, en los barrios, en las asambleas que sobreviven inventando una nueva subjetividad todavía sin discurso nuevo. Pero esta es la parte de la disociación.
En cada casa se discutirá si Nina tiene que hacerse también un lifting, ya que tiene la maravillosa oportunidad de ser igual a las otras. Con esta discusión se demora e invisibiliza y, muchas veces, neutraliza, el justo deseo de un mundo justo.
Una pena.