domingo, 5 de agosto de 2007

Claudia Aguilera Farías sobrevivió la matanza del 20 de Diciembre en Argentina, nació en Chile, directora de Utopía Canal 4 de aire en Caballito





Claudia Aguilera Farias / Sobreviviente al 20 de diciembre de 2001

Que me quiten lo bailado


La Negra, así la nombran todos, nació hace 29 años cuando se iniciaba el otoño de 1974 en Herminda de la Victoria , una de las poblaciones de Santiago de Chile más combativas contra la dictadura de Pinochet. Allí vivió hasta los 11 y luego se exilió con su familia en la Argentina , una vez que sus padres habían salido de la cárcel y logrado eludir la cacería en su contra. Sus gestos, su rostro, su ironía y las tonalidades de su voz advierten que la vida la puso a prueba, duramente, una y otra vez. También revelan que, en cada ocasión, La Negra supo enfrentar las circunstancias. Sin embargo, los pasados rigores no impidieron que esta morena -con cierto parecido a la actriz brasileña Sonia Braga- exhiba el festejo y la alegría, entre las principales características de su fogoso temperamento.
Es una sobreviviente. Resistió a la barbarie represiva que embebió de sangre las calles del país cuándo concluía el gobierno de Fernando de la Rúa , quien a metralla y garrote intentó permanecer en Balcarce 50. Desde hace dos años ella pertenece a la organización de derechos humanos más joven de la Argentina. Claudia Aguilera junto a sus compañeros, todos sobrevivientes, conformaron la agrupación Familiares de Asesinados y Heridos el 19 y 20 de Diciembre de 2001. Ese último día, La Negra vio a metros del Congreso Nacional cómo las fuerzas policiales se llevaban a golpes a una mujer ciega y sin vacilar acudió a su rescate. También sin dudarlo un policía federal le descerrajó el balazo de goma que pulverizó la visión de su ojo derecho. Así, terminó ensangrentada y presa en la Comisaría 6º, primero, y luego a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) en el Hospital Santa Lucía.
¿Quiénes son sus compañeros?¿Con qué singularidad cuentan estos militantes para integrar la agrupación? A saber: Martín Galli, con una bala policial que le entró por la nuca y se detuvo milímetros antes de perforar su frente luego de transitar entre los dos hemisferios del cerebro; Sergio Sánchez, con plomo de la misma institución clavado en el parietal derecho; Susana Slamovits, con huellas de la munición que le surcó la cabeza; Paula Simonetti, con un proyectil de igual procedencia que los anteriores clavado muy cerca de la aorta; Paulo Córdoba, con un perdigón policial incrustado en la mandíbula; Fabián Cocca, con un vacío donde antes poseía su ojo derecho a causa del disparo de un uniformado; los hijos y esposa de Jorge Cárdenas, con la ausencia de quien se desangró frente a las escalinatas del Congreso; Marta Márquez, con la falta de su marido quien cayó asesinado por efectivos de “asuntos internos”; María Arena, sin su compañero, el motoquero Gastón Riva, quien fue ultimado a balazos por personal policial; Jorge “Tuly” Portillo, quien había sido contratado para jugar al fútbol en Italia y luego de las descargas que le estampara un federal se halla para siempre en silla de ruedas; y Fernando Rico, con las secuelas del balazo policial en la pierna izquierda.
Un vez más, la Plaza de Mayo y sus alrededores se habían convertido en el escenario de otra masacre tal como ocurrió, por caso, el 16 de junio de 1955 cuando cientos de personas fueron bombardeadas por los aviones de la Marina de Guerra. El gobierno de la Alianza , que había iniciado su mandato con dos asesinados en Corrientes, culminaba con una tragedia aún mayor su desastrosa gestión. Pero, ¿qué pasó en la Argentina aquellos 19 y 20 de diciembre cuando ganaron las calles cientos de miles de compatriotas y 34 de ellos lo pagaron con su vida?

En opinión de La Negra, “sucedió que los que guardábamos en la memoria la dictadura genocida, los jóvenes que nos iniciábamos en la lucha, y los vecinos de cualquier edad y sin ninguna militancia salimos para decirle no al estado de sitio, no a la represión y defendimos esa débil y formal democracia que la corrupta clase política entregaba una vez más. Salimos a la calle hartos del hambre, la impunidad, la falta de trabajo, de educación y salud. Estábamos hartos de que nos forreen, porque en el principal país productor de alimentos del mundo no se pueden morir de hambre 100 pibes por día. Por eso el gritó fue: Qué se vayan todos”.
En una de sus permanentes ironías, Aguilera dice: “me costó un ojo de la cara, pero echamos a De la Rúa ”, guiñando el que le queda sano. Y luego evalúa que “el corchazo que me dieron en el ojo es algo anecdótico, lo importante fue la movilización en la que el pueblo dijo basta y todo el proceso de asambleas populares que se inició a continuación. Eso va a quedar en la historia y resurgirá cuando estemos en condiciones de ir por más”.
Sin embargo, entre los vaivenes a los que la sometió la vida, La Negra también gozó de etapas de gloria. Uno de esos momentos tiene nombre propio: Fabián. “Con él conocí el amor con todas las letras. Él me hacía volar en cada orgasmo, juro que yo volaba”, detalla. Juntos militaron en el canal alternativo Utopía, que fue allanado en 16 ocasiones debido a su compromiso popular. Y fundaron otro canal en plena favela, en lo alto de un morro de Río de Janeiro, “porque Fabián sostenía que había que tomar el aire, el aire es de todos y no de los monopolios de la comunicación”. Con Fabián engendraron a Lucas, quien hoy tiene 6 años. Impensadamente, una enfermedad traicionera mató a Fabián cuando Lucas tenía 11 meses. Ella sintió: “a mí la vida no me pasa, me atropella”.
Para La Negra luego vinieron los desalojos, el desempleo y la pobreza extrema, sin que por ello haya abandonado su militancia en Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos), ni su formación marxista autodidacta. Lo que sí tuvo que dejar, por obvias razones, fue la práctica de violonchelo. Ese instrumento la había cautivado porque “tiene una sensualidad que no me transmite ningún otro”, añora. Pero al mismo tiempo, ella supo de amigas y compañeros que la abrigaron con solidaridades rotundas en aquellos días de frío y soledad. El corchazo –como ella lo llama- fue un episodio en el que La Negra se cubrió de sangre y dignidad, entre tantos otros momentos de una vida intensa, colorida, que se inició de un modo singular.

-¿Cuándo empezaste a tomar contacto con las ideas revolucionarias?

-Desde que fui engendrada. Estoy segura que fue en el mismo instante en que ese polvo amoroso y violento me dio la vida. Conociendo la historia de mis viejos, no pudo ser de otro modo.

-¿Por qué?

-Mi papá era comunista y mamá socialista, se amaban muchísimo pero por esa diferencia siempre tenían unas peleas terribles.

-¿Quiénes son tus viejos?

-Mi mamá es Teresa Bernarda Farías Araya, hija de no muy buenos padres, pero con muy buenos abuelos. Tuvo una vida muy dura, empezó a laburar a los cuatro años. No porque ella quisiera sino porque la mandaron. Mi abuela tenía como 12 hijos, y a mi mamá la dejó en una casa, para trabajar en el campo. Mi vieja cargaba agua, hacía algunos mandaditos y limpiaba. Y pasó por situaciones muy difíciles. La primera situación jodida es dormir a los cuatro años sin tu vieja, no acostarte en la casa de tu familia, y después ser abusada por los patrones o por los mismos peones del campo. Eso duró hasta los 13 o 14 años, cuando se fue a vivir con mi bisabuelos: a ellos les decía papá y mamá. Ya desde chica se convirtió en una mujer valiente. A los 17 se integró a una organización armada, socialista, el Mapu (Movimiento de Acción Popular Unitaria-miembro luego de la Unidad Popular que gobernó Chile hasta el golpe de Pinochet). Luego del golpe de Estado mi vieja pasó a la clandestinidad y desde ahí combatió a la dictadura hasta que cayó presa.

-¿En qué circunstancia?

- A mi vieja la detienen un ocho de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Viene un cana a llevársela y ella lo tira al piso, sabía defensa personal, vienen dos más y los vuelve a voltear hasta que finalmente tuvieron que agarrarla entre un montón de policías para meterla dentro del celular. Nosotros nos enteramos porque la radio anunció el nombre de los detenidos. Fuimos a la comisaría y nos quedamos durante 15 días frente a la cana, desde que terminaba el toque de queda, a la mañana, hasta la noche, cuando volvía a empezar. Éramos cinco hermanos y mi viejo. Nunca pudimos verla ni llevarle comida, pero nos quedábamos todos sentaditos frente a la comisaría. De esa época viene mi aversión a las galletitas rellenas de limón, ya que nos pasamos quince días comiendo esas galletas, primero porque no íbamos a casa y después porque no alcanzaba para más.

-¿Y tu papá?

-Javier de la Rosa Aguilera Morales, en sus buenos tiempos militó en el Partido Comunista y en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Un tipo muy comprometido con la causa. Estuvo preso dos veces. En el ‘73 el mismo día que cae el gobierno de Salvador Allende mi papá estaba trabajando en la Comisión Nacional Forestal, lo secuestran de su laburo y lo acusan de francotirador.

-¿Estuvo detenido en el Estadio Nacional?

-Sí, allí estuvo. Más de 14 mil chilenos y muchos extranjeros fueron llevados ahí por el hijo de puta de Pinochet. Ahí los torturaban y si te llamaban a la noche ya sabías que ibas a ser fusilado. De eso modo, asesinaron a más de tres mil compañeros. Los gritos a causa de los tormentos se oían tan fuerte que colocaron unos parlantes frente al estadio y todo el día transmitían música a altísimo volumen para evitar que las chicas del colegio de enfrente escucharan los lamentos. Mi viejo nunca me contó las torturas que sufrió, pero me enteré por mis tíos. Por esos días también mataron al cantante Víctor Jara, en otro estadio, primero le arrancaron las uñas y le decían “seguí cantado” y siguió hasta la muerte. Nosotros lo queríamos mucho porque era un compañerazo. Él le había hecho una canción a mi tío, Miguel Ángel Aguilera, el hermano menor de mi viejo. Sucedió que en el ‘68 o ‘69, en una manifestación estudiantil mi tío cae asesinado por la represión. A su funeral en la casa de mi abuela fueron Víctor Jara y Salvador Allende, mi tío era un referente del PC, un militante popular, un compañero, hubo una gran movilización y Víctor le hizo la canción El alma llena de banderas. Yo era chica y con mis hermanos escuchábamos esa canción.

Cuando volví a Chile sentí que se me rompía el corazón

-¿Cómo recordás tu infancia?

-Cómo una etapa muy dura. A nosotros nos seguía un móvil policial para ir al colegio, por ejemplo. Recuerdo que cuando tenía 8 años, un día vino un auto de la Central Nacional de Investigaciones (CNI), que es como la Side de acá, a buscarlo a mi papá. Mi viejo estaba en el fondo y yo les dije: “mi papá está en el sur, se fue a vivir allá hace tiempo”. Me preguntaron cuándo volvería, y les contesté “en unos meses”. Ellos le creyeron a una inocente nena de 8 años. Todo eso lo inventé al toque, no era algo acordado, pero a esa edad yo ya sabía que a mi viejo no lo iba botonear de ninguna manera. Y ya de chiquitos con mis hermanos participamos de protestas, hacíamos algunas cosas.

¿Por ejemplo?

-Tirábamos piedras cuando venían los colectivos de los pacos (carabineros), hacíamos barricadas, y poníamos una tanza o un hilo metálico atado a las casas de lado a lado de la calle. Entonces, cuando venían corriendo los pacos se tropezaban y caían. De hecho lo logramos varias veces, pero también se caían los compañeros si corrían primero por ahí. También viví momentos de felicidad jugando con mis hermanos hasta el día en que, yo tenía 11 años, tuvimos que refugiarnos en la Argentina.

-¿Qué registro tenés de ese día?

-Lo tengo presente como si fuera ayer porque fue uno de los más tristes de mi vida: juntar todas nuestras cosas como pudiéramos y subir a una camionetita que nos llevara al aeropuerto. Tenía un solo libro, que era el Papaíto piernas largas. Agarré ese libro, alguna ropa y el único juguete que poseíamos: una pelota. Pasamos por un montón de guardias y controles. La cosa es que no partía el avión, aunque después salió y a las dos horas estábamos acá, en la Argentina. De un país como es Chile, que tiene un clima totalmente distinto, justo nos tocó el día más caluroso del año, una humedad que jamás había sentido. Me asfixiaba. Y la angustia me ahogaba más todavía. Bajé del avión y sabía que no podía volver pero, te lo juro, tuve ganas de subirme de nuevo y decirles “por favor devuélvanme a mi casa”. Para colmo cuando fui a buscar Papaíto piernas largas se lo habían afanado en Ezeiza. En realidad, nosotros no nos fuimos, nos echaron. Nos habían dado a elegir Cuba, Holanda, Australia y no sé que más, pero mi mamá escogió la Argentina porque mi viejo ya estaba acá. Por eso, la única vez que volví a Chile sentí que se me rompía el corazón.

-¿Y qué hiciste una vez en la Argentina ?

-Sentí rápidamente la necesidad de crecer políticamente, así que a los 14 empecé a militar en el Movimiento Al Socialismo (MAS), donde militaban algunos amigos. Pero un día me aburrí, no quería más vender periódicos y que nadie me hiciera una discusión real. Yo quería leer a Lenin, a Marx, al Che. Me fui del MAS y empecé a militar en Hijos. Primero nos reuníamos en casas particulares, no era una agrupación todavía pero ya se estaba conformando. Éramos hijos de desaparecidos, de exiliados, de asesinados y de ex presos políticos, y eso me incluía. Paralelamente me incorporé al canal de televisión alternativo Utopía, donde hicimos una experiencia política del carajo y dónde conocí a Fabián y el amor con todas las letras.

El orgasmo y el melón

-¿Por qué te enamoraste de Fabián?

-Es una de las historias más importantes de mi vida. Fabián Moyano: mi compañero, el padre de mi hijo, imaginate, ¡para que yo me decidiera a tener un hijo! Apenas lo vi me llamó la atención, dije: “¡Uh, quién es este quilombero!”. Así que lo fui marcando de a poquito y terminamos siendo pareja. Lo primero que me enamora de un tipo siempre es su espíritu luchador, y él era un revolucionario.

-Claro, pero por la época existían muchos revolucionarios...

-Sí, pero este tenía barba y era muy, muy, muy quilombero.

-Conozco miles de compañeros con esa descripción.

-Mirá, una de sus principales características, entre toda su diversidad y su riqueza, es que cogía como los dioses. Me hacía volar cuando hacíamos el amor.

-Ahora sí que te creo.

-Cuando te digo que me hacía volar, no estoy usando una imagen. Me acuerdo haber llorado haciendo el amor con él por haberme sentido en las nubes. Haber llorado de emoción, de placer, de plenitud. Lloré, reí, gocé, morí, reviví, volé y, una vez, hasta escribí un poema después de un orgasmo.

-¿Qué dice el poema? ¿Cómo fue la situación?

-Era una cuestión más bien amorosa. Termino de hacer el amor con él y estaba agotada, exhausta, sudada a más no poder, estaba absolutamente sedienta de comer algo dulce. Me voy para la cocina que tenía los azulejos amarillos y una ventanita que daba a la avenida Rivadavia, y entonces entraba todo el sol del atardecer desde el oeste. Era una cocina finita, pequeña y había un melón hermoso. La imagen del melón era verde, el sol reflejaba esa dulzura, expresaba tantas cosas que habían pasado recién. Y bueno le hice un poemita a mi compañero y al orgasmo que había tenido comparándolo con la dulzura de esa fruta. No recuerdo bien la letra del poema ahora, pero sé que al melón me lo comí con todas mis ganas.

-Bien, pasemos a la experiencia política del Canal Utopía

-Ah, eso fue maravilloso. Utopía fue un canal alternativo que nació en el Barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache, y luego funcionó en un pequeño departamento de Caballito y desde ahí trasmitía a Capital y la zona oeste del Gran Buenos Aires. Fabián decía que Utopía pertenecía al pueblo marginado en nuestra sociedad, a los no tienen ninguna posibilidad de expresarse en los medios de comunicación. No era un canal convencional, fue una propuesta comunitaria, donde la gente fue participe absoluta de la programación: los desposeídos, los perseguidos, y los presos de Devoto y Caseros tenían su espacio en Utopía. En uno de los 16 allanamientos que sufrimos se llevaron detenido a Fabián, era el director del canal, y más de 500 vecinos intentaron resistir a huevazos. El canal, como siempre, volvió al aire a las pocas horas, gracias al aporte de los televidentes. Imaginate cómo nos querían. La cana nos decía que transgredíamos la Ley de Radiodifusión, que era de la época de la dictadura e incluso estaba firmada por Videla y Martínez de Hoz. Y entre esas idas y vueltas estuvimos un tiempo en Brasil, dónde creamos de la nada otro canal en medio de una favela, en pleno Río de Janeiro.

Tomar el aire

-¿Cómo lo decidieron? ¿De qué modo desarrollaron el proyecto?

- Fabián siempre soñó con poner un canal de TV pirata en Brasil, un canal así como Utopía. El sueño del pibe. Siempre dijo que hay que tomar el aire, porque el aire es libre y no de los monopolios de la comunicación. Así que él siempre llamó a tomar el aire. Y cuando fuimos a Brasil él se llevó todos los elementos para armar un transmisor allá, y lo instaló en una favela. Fue emocionante, yo ya estaba embarazada de Lucas... estábamos embarazados. Era una favela en Río de Janeiro, donde un grupo de habitantes habían armado una especie de cooperativa. Ahí emplazamos el canal y la gente se miraba en el televisor y no podía creer que con cuatro boludeces: un transmisor, una antena, una casetera, y una cámara ya pudiéramos estar saliendo al aire. Eso es un canal. Son mentiras esos estudios gigantes, el aire acondicionado, todos los papelitos que se tiran, las luces, son mentira, es una mentira construida alrededor de los medios.

¿Qué reacción tuvo la gente?

-Se miraban en la pantalla y no lo podían creer, se emocionaban con sus propias historias. Las vidas de los más pobres se veían reflejadas en el canal, y entonces se reían, lloraban y se abrazaban.

-¿Qué alcance tenía la señal?

-Era un transmisor chiquito, así que supongo que habrá alcanzado un kilómetro a la redonda.

-¿Y qué te pasó con Río de Janeiro?

-Me enamoré de Río de Janeiro. ¡El contraste ese!: Los negros, los blancos, el mar, los morros, el verde, el sol, la buena onda de los vecinos, todo me enamoró. El barrio Santa Teresa, donde viven los pintores, los artistas, Ipanema, Leblón, ¿a quien no le gusta andar en bolas por Ipanema?, ¿a quién no le gusta sentirse la garota de Ipanema? Río tiene todo: si un día te aburriste de los edificios, te vas a la playa. Si te aburriste de la playa, te vas a la selva de Tijuca. Estás en cinco minutos en cualquier lado, siempre hay una sonrisa para vos, es una ciudad increíble que yo la llevo adentro mío con mucho placer.

-¿Qué otras cosas llevás dentro tuyo con mucho placer?

-La música. Tocar el violonchelo me da mucho placer.

-¿Por qué elegiste tocar el violonchelo?

-Precisamente, por un poema de Vinicius de Moraes donde hablaba de las mujeres y las comparaba con instrumentos musicales. El decía que estaba la mujer guitarra que era la mujer compañera, la de todos los días; la mujer violín, que no era bueno tenerla todos los días, sólo en ocasiones; y después existía la mujer chelo, que esa es una mujer especial. Porque su melodía es personal, suave, profunda, sensual, justa. El chelo tiene unas caderas poderosas, como las mías. El chelo es todo finito de arriba y tiene unas caderas preciosas. Y además para tocarlo tenés que ponértelo entre las piernas. A mi me transmite una sensualidad que no tiene ningún instrumento.

Me apretó fuerte la mano y voló

-¿Por qué saliste a la calle el 20 de diciembre?

-Siempre luché, tengo atrás una historia bastante linda de militancia de mis viejos. Levanto la bandera de lucha de ellos. El 20 de diciembre yo tenía que estar ahí, estaba todo el pueblo en la Plaza , no había otro lugar en el mundo donde tuviera que estar que no fuese en Plaza de Mayo.

¿Llegaste a la Plaza ?

-Nunca pude entrar, la puta que lo parió, no pude. No nos dejó la represión. Y yo tenía un motivo más para estar en la Plaza ese día: en la Pirámide de Plaza de Mayo están las cenizas de Fabián, antes de morir nos lo prometimos y por supuesto que cumplí. Pactamos eso porque si un día hacíamos la revolución y no estuviéramos alguno de los dos, íbamos a decirnos: “hoy estoy acá con vos. Hicimos la revolución y estamos los dos acá”. El día que se haga la revolución la gente adónde va a ir: a Plaza de Mayo, y ahí está mi compañero, y ahí voy a estar yo también. Viva o muerta, pero allí estaré.

¿Qué edad tenía Lucas cuando falleció Fabián?

-Once meses, no había aprendido a caminar todavía.

¿Cómo viviste el hecho de criar sola a tu hijo?

-Fue difícil. La primera puteada a Fabián fue cuando Lucas aprendió a caminar y él no estaba. Si hubiese estado ahí lo hubiese ahorcado y le hubiese dicho “loco ¿qué carajo pasó que no estás acá y tu nene está caminando?”. Lo viví con bronca, con mucha angustia, porque nos merecíamos el ver caminar a Lucas, era un esfuerzo de los dos, qué carajo hacía muerto mientras yo lo veía dar sus primeros pasos. Y sentí lo mismo en cada etapa, en cada avance de Lucas: mucha bronca. ¡Cómo se va a morir un tipo tan valioso, qué construyó tanto! Aún hoy no lo puedo entender y creo que nunca lo comprenderé por más sesiones de terapia a las que vaya. El día que se murió Fabián, ese maldito 2 de abril, hacía ocho días que estaba en coma, con los sueros, los cables colgados y le digo: “negrito, si vos tenés que volar, volá, volá, volá”. Le di la mano, me la apretó fuerte y voló. Se murió al lado mío apretándome la mano.

-¿Cómo es Lucas?

-Primero, es la luz de mis ojos, y después es un quilombero marca cañón.

-¿Muy revoltoso?

-Sí, totalmente. Una vez, la maestra me persiguió una cuadra y media por una que se mandó. Me acuerdo que había sido el cumpleaños de Lucas, yo había pasado cinco meses sin cobrar en el laburo y no se lo podía festejar. Termina mayo, cobro, y le compro un trompito que estaba de moda en ese momento y que Lucas quería mucho. Y se lo di ahí, a la salida de la escuela. Y la maestra me corre una cuadra y media y me dice: “encima lo premiás”. Le pregunto qué pasó, y me fijo que en el cuaderno había una carilla y media de una mala nota diciendo que Lucas había sacado del escritorio de la maestra (mientras ésta salía a pelotudear por ahí) todas las galletitas que eran para la merienda y las repartió una por una a cada compañerito y él también se quedó con una. La docente me contó que las galletitas se las daba a los que mejor se portaban en el día. Yo le dije: “vieja, a ver si entendés, es lo que yo le enseño en casa, que sea solidario, está bien lo que hizo, él les repartió lo que era de ellos”.
En otra ocasión la maestra me manda a llamar ofuscada porque Lucas comía sentado en el piso a la hora del almuerzo. ¿Cómo le explicaba yo que no teníamos ni sillas ni mesa y que todos los días le inventaba un picnic en el piso de mi casa? Si hasta recuerdo que una de las cosas que le pidió Lucas a los Reyes Magos fue “una mesa con sillas”. Después lo saqué de esa escuela, lo perseguían mucho y yo no estaba para persecuciones. No con mi hijo.

“¡No se la lleven, hijos de puta!”
-¿Qué estabas haciendo el 19 de diciembre de 2001 cuando empezó la movilización hacia la Plaza ?

-Estaba trabajando en el hogar para niños San Benito, que es un lugar de puertas abiertas donde los pibes pueden optar entre quedarse a vivir o no. Después que murió Fabián yo empecé a laburar con chicos y comencé haciendo actividades recreativas y un taller de poesía. Trabajar con ellos me gratifica enormemente: los quiero y siempre me hago querer, porque una de las cosas más importantes que puedo dar es mi amor. Así que toda esa magia que pongo, a mi me gusta que la respondan. Y los chicos lo hacen, vos le das magia y ellos te dan más todavía, y eso te hace mejor persona. Bueno, ese día yo estaba laburando y ellos preguntaban: “Eh, Claudia por qué este quilombo en la calle”. Y yo les expliqué. Siguieron preguntando y les dije: “Miren, viejo, vamos a decidir, ¿golpeamos las cacerolas o no golpeamos las cacerolas?”. Hicimos una asamblea, charlamos sobre la situación general del país y las circunstancias de cada familia, y cada uno de los pibes se refirió a sus condiciones personales de vida, y así decidimos salir a la calle. Yo pensaba “me van a echar a la mierda”, pero no importaba. De La Rúa terminó su discurso dónde decretó el estado de sitio y yo no podía creer la cantidad de gente que estaba saliendo a la calle, salía y salía, la marejada del pueblo era impresionante. Los pibes y yo caminamos unas cuadras hasta el Cid Campeador, yo estaba a cargo de ellos esa noche. Todos salieron con las cacerolas, las abollaron, las ollas del hogar quedaron hechas pelota. Los pibes estaban contentos protestando y hasta inventaron cancioncitas. Volvimos todos felices.

-¿Qué habías explicado en la Asamblea ?

-Les dije que entre otras cosas la gente salía porque sus viejas no podían venir a verlos ya que no tenían un peso para el colectivo, ni tampoco para darles de comer: “Por eso -les explicaba- nosotros estamos donde estamos, por eso salimos a la calle. Porque tu vieja y todos los que se parecen a tu vieja, todos los de nuestra misma clase no tienen un mango, vamos a salir a protestar”. Recuerdo que lo comprendieron perfectamente porque yo les hablé, como tenés que hacerlo con los pibes, les dije la verdad. Y parte de lo que pasaba en el país ellos ya lo sabían porque siempre mirábamos los noticieros.

-¿Con quién fuiste hacia la Plaza el 20 de diciembre?

Con mis compañeros de Hijos, pero jamás pudimos entrar a Plaza de Mayo. Era demasiada la represión aquel día. Gases van, gases vienen, no se podía respirar. Me acuerdo de las banderas para acá, palos para allá. Avanzar, retroceder, empezar otra vez, corríamos hacía la plaza y enseguida para atrás. Veía pasar banderas rojas, piedrazos. Había banderas rojas del MST, banderas rojas del PC, banderas rojas del Mas, estaba toda la izquierda afuera, ese día estábamos todos. Todo el pueblo en la calle, no sólo banderas rojas. Por eso el 20 es de todos. Y cómo no pudimos entrar a la Plaza de Mayo de ninguna manera, dijimos: vamos a pelearla al Congreso.

¿Cuál fue la circunstancia concreta dónde te reprimieron?

Ya en Congreso, en un momento pasa una pareja de dos personas, con aspecto de vivir en la calle. El hombre iba con su compañera, una mina que estaba ciega y caminaba mal, estaba medio inválida, y los policías se la llevan de los pelos, a las patadas en el culo. Nos estaban provocando, claro que sabían que estaba ciega, claro que sabían que estaba inválida, pero igual se la llevan de los pelos y a las patadas en el culo, mal, a los palazos, y ahí saltamos Julito Talavera y yo gritando “no se la lleven hijos de puta, hijos de puta”. Saltamos para sacarle la policía de encima a la mina, y ellos empezaron a los tiros. Uno de los disparos me impacta en el ojo, era tanto el dolor, tanto, que me caí al piso. Entonces me suben al celular, estaba con moretones en todo el cuerpo de los palazos y lo que recuerdo es que “para mi” se había cortado la luz, no veía nada. Y le pregunto a los tipos que estaban presos conmigo ¿tengo el ojo, tengo el ojo, tengo el ojo? Cada dos segundos les preguntaba ¿tengo el ojo? “Sí, tenés el ojo, tenés el ojo. Estás hecha mierda pero tenés el ojo”, me decían ellos. Hoy me doy cuenta de que la policía le pegó a la ciega delante nuestro para provocarnos, generar una reacción y así llevarnos a todos. Bueno, pero vuelvo a reiterarte: lo de mi ojo es anecdótico.

Una y mil veces

¿Qué fue lo más importante de aquél 20 de diciembre?

Es que a partir del 20 se inicia un proceso de debate espectacular en todo el país, en cada barrio una asamblea popular y decenas de miles de vecinos en toda la capital participan protagónicamente sobre temas cruciales de su destino. Un hecho inédito. Los debates en la plazas y los cortes de ruta pusieron en jaque a la clase política, sacamos 4 presidentes en diez días. Fue lo más parecido a los soviets. En la Unión Soviética se planteó todo el poder a los soviets, pero acá no se pudo ir más allá.

-¿Por qué?

Porque esa unidad, ese codo a codo del 20 se fue perdiendo, en parte, por torpeza política de la mayoría de la izquierda, por sus vicios, por querer aparatear ese nuevo movimiento que nacía. Lo que tenía que haber hecho era acompañar ese proceso, esa experiencia, no reiterar los viejos vicios políticos. Ya sabemos que el establisment, el poder, los grupos económicos, los partidos del sistema, todos ellos iban a actuar con Ramón Puerta, con Rodríguez Saa, probando figuritas que el pueblo rechazara hasta llegar a Duhalde. Así desembocamos en este populismo con Néstor Kirchner, quien desplegó más gestos efectistas que cambios reales. Y si no analicemos los acuerdos con el FMI o la direccionalidad puesta en un Alca ligth. Y sabíamos que el poder intentaría viabilizar un recambio, pero lo que a mi me jode es que las fuerzas del campo popular se hayan equivocado tanto y que hayamos desperdiciado una oportunidad espectacular que tuvimos como pueblo.

-Entonces, ¿no quedó nada?

-De ninguna manera se puede concluir en ese derrotismo. Nosotros en nuestro discurso este 20 de diciembre de 2003 instamos a todos los dirigentes a dejar de lado las diferencias y las tontas divisiones para lograr la Argentina que soñamos y por la que dieron su vida 30.000 compañeros desaparecidos, quienes son nuestros verdaderos referentes. El 20 de diciembre de 2001 cambiaron muchas cosas en este país porque estuvimos todos juntos, codo a codo en la calle. Y esa es la cuestión. El remedio a todos los males de nuestro país es la unidad de los que luchan, y muchos de nosotros eso lo tenemos claro. Y otra cosa de la que estamos seguros es que la experiencia acumulada en esos debates callejeros no se perdió, quedó en un aprendizaje que será fructífero el día que podamos unirnos e ir por más. Definitivamente, sabemos que nada fue en vano. El pueblo se dio cuenta que éramos un solo puño, pegando contra el sistema. Esa zurda fuerte impactando contra el sistema. Y no pudimos esa vez, pero habrá otra. Ya van a ver.
-¿Cómo decidieron organizarse en Familiares de Asesinados y Heridos el 19 y 20 de Diciembre de 2001?

-Nos fuimos encontrando en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, donde se llevan las causas contra nuestros represores. Ahí conocí un montón de gente herida y había que hacer algo con eso. Ya se venía el 20 de diciembre de 2002. A un año de la pueblada y la represión: “¿qué carajo hacemos?”, nos preguntábamos, “hay que hacer algo con esta identidad que flotaba en el aire”, nos decíamos. Pensábamos en los 34 caídos, en sus familias y la idea de organizarnos partió de varios compañeros. Así resolvimos marchar todos juntos al cumplirse el primer aniversario. Y nació la idea de hacer una bandera y salir todos ese 20 a luchar, por esta identidad de represaliados que nos unía y también por todos los dolores y sueños de nuestro pueblo.

-¿Qué pasaba dentro de ustedes al recorrer esas calles un año después?

-La mayoría iba con miedo, por eso tratamos de garantizar la seguridad con militantes de izquierda. Y como en diciembre de 2001, la consigna había sido Que se vayan todos, en diciembre de 2002 un compañero, Sergio, dijo: “Echemos a todos” y quedó así en la bandera, había mucha emoción ambiente. Un año después, en el acto del 2003, luego de debatir la consigna, decidimos: “Este pueblo merece la victoria”, porque esa es nuestra profunda convicción. Fue una movilización masiva, hermosa. Cuando nosotros aparecimos, las asambleas barriales nos abrieron paso y se pusieron atrás de nuestra bandera. A nuestro paso la gente nos aplaudía desde las veredas y balcones, eso nos fortaleció mucho como grupo y así seguimos sólidos, unidos.

-¿Hoy no te cuestionas el haber saltado en defensa de esa compañera ciega evaluando que pudo haber sido una provocación y no ibas a evitar que se la llevaran?

-No, lo haría otra vez, una y mil veces, se que mis compañeros respaldarían esa actitud. Yo siempre me jugué en la vida: me jugué en la lucha, me jugué en el amor, me jugué en la pasión y no puedo ser de otro modo. Y se que así dejé jirones del alma y pedazos del cuerpo, pero también así construí, parí a mi hijo, amé, volé, así me sentí inmensamente hermosa y feliz. Entonces, yo voy a seguir a mi manera. Y si a la policía y al sistema le molesta mucho: que vengan y me quiten lo bailado.

Oscar Castelnovo

AGENCIA DE COMUNICACIÓN RODOLFO WALSH
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