España…, mi querida España
Por: Elisa Rando (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación:15/11/2007
Españolito que vienes al mundo, / te guarde Dios.
Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.
Antonio Machado
Plebeya y latinoamericana, no me importan monarcas ni monarquías.
Ni reyes que se la crean.
Desde mi modesta condición de ciudadana, con marca socialista en el orillo, ocupo este espacio generoso que los amigos y compañeros de Argenpress brindan para rendir homenaje al querido pueblo español.
Al pueblo que supo ofrendar lo mejor de cada uno, para cavar en horas, las trincheras desde donde defender la vida y la libertad.
A los miles de hombres y mujeres que sin instrucción militar, ni vocación de criminales, tuvieron que ocupar de golpe sus puestos. Nadie jamás les indicó la hora, el lugar, el tiempo, ni la distancia. Supieron del silencio para siempre. Del campo de concentración. De la tortura. Del hambre. De las sombras. Del olvido. Del amor atrincherado, del desamor en un momento. De la posibilidad de la muerte consecuente. Del silencio. De la traición y la delación inevitables. Todo en la guerra es cruel. Insoportablemente cruel cuando es entre el hermano, el vecino y el de enfrente. A eso la historia de los hombres que se dicen sabios, le suele llamar Guerra Civil. Y también, muchas veces, los conductores de ejércitos fratricidas se convierten en reyes de pacotilla y gobernantes para el escándalo.
España fue así, sometida y agraviada. Asediada por fantoches trasnochados, bañados en alcohol. Soberbios y engreídos.
De los que salieron a pelear por la honra de su pueblo, pocos volvieron…
Para los que no retornaron, los ausentes, los ignorados, no hubo cartas, ni misas, ni olios, ni monumentos, ni curas que les rezaran. Tampoco cadáveres que enterraran. El olvido. Siempre, el olvido. Mata.
España fue cortada en dos salvajemente. A ráfagas de ametralladoras. Bombardeada desde los aires por aviones y pilotos nazis. Paracaidistas y estrategas que no conocían ni a las gentes ni a su idioma. Entregada por mandones ignotos de la falange autóctona. Mercenarios. Miserables. Conchabados que recibían ordenes en castellano y en alemán. Cañones fascistas. Halcones con cruces gamadas y de las otras, las conocidas. Criminales locales alzados contra el pueblo. Y el más mediocre de los generales, ocupó a los moros, que despreciaba, para invadir un pueblo de campesinos, mineros, recolectores de uvas, naranjas y aceitunas. Plantadores de malvones, geranios, claveles y jazmines. Recolectores de mieles. Criadores de cerdos. Un pueblo que bailaba para espantar la miseria. Entonador de sevillanas. Con mujeres eternamente vestidas de negro y hombres con pantalones, faja al cinto y camisas pobres, con boinas y alpargatas.
Un pueblo que sabía cantar, aunque sufriera. Que sabía escuchar a sus poetas, aun sin saber leer. Que sabía llorar de emoción y crisparse de dolor por la injusticia, el empujón, el desprecio. Que lo mantuvieron ignorante, pero no fueron incultos e insensibles. Que no bajaron la cabeza ni se rindieron pidiendo clemencia ni perdón al enemigo.
Eso no se lo perdonaron a la España que tanto queremos todavía.
Generales generalísimos, rápidos para la rapiña y el alcohol. Se burlaron de la constitución, la razón y la vida de casi todos. Guardias civiles con sombreros de toreros.
Mantuvieron durante cuarenta años a un pueblo amordazado. Entre ostias, cruces, catecismo, sotanas y amenazas. Cadáveres pudriéndose al sol para que los vivos aprendan. Cantando himnos con alabanzas no deseadas, con el brazo en alto y la cara al sol. Ellos tan católicos, mataron sin piedad. ¡Tanta canalla junta, para un pueblo que derrotaron sin vencerlo!
Esa es la España que América latina y su pueblo todo, desde Río Grande a los mares del sur, con los dulces vientos del Caribe y los colores del quetzal, quiere, recuerda, siente y considera. Ni madre ni madrastra, compañera.
Una bandera tricolor refugiada en los corazones de los hombres y mujeres del mundo entero, aún ondea refulgente. Muestra, al que lo quiera ver, el rojo, el amarillo y el violeta. La República fusilada.
La memoria no miente. La memoria es siniestra justiciera. La otra España, la de la muerte, es la de los fantoches trasnochados. La de la nobleza innoble, la de la diplomacia delirante, la del Valle de los Caídos. Rinda el pueblo de la América negra, mulata, blanca y mestiza, rinda homenaje a esa bandera, la que no pudo cubrir el rostro de los que todavía siguen tapados por la tierra, en las cunetas irrespetuosas de todos los caminos de la España miliciana y combatiente. En el fondo de arroyos silenciosos, sueñan los pobres inocentes. Los verdaderos laicos nobles de España. Y a las cinco en punto de todas las madrugadas, estemos atentos. Escuchemos las ráfagas que mataban a Federico. Escuchemos el grito de Lorca, acribillado. Fue en Granada. Donde no pisó jamás Rafael Alberti, su poeta. Esa es la España que queremos. La España de los que se dicen nobles; de los que debieran aprender a callarse para siempre, no existe para los pueblos libres.
La España que tengo en el corazón, es la España que recuerda el pueblo argentino con alegría. Con emoción. A la que le cantamos cuando atravesando la ciudad entera, entonamos aquel himno que eriza la piel. Es para el Quinto Regimiento, el homenaje. Recordando aquella Guerra Incivil. Viva el quinto, quinto. Viva el quinto regimiento. Rompió silencios. Aquí en Argentina, también cantamos, hasta cuando pedimos justicia para todos.
Que el recuerdo sea para aquel pueblo y para los que luchan. Para nuestros desaparecidos. Para Cuba, que nos enseñó casi todo. Para Venezuela, morena y cadenciosa. Para su pueblo proletario. Querido. Ese que vive creando futuro. Asomado a la abundancia ajena desde sus casas proletarias colgadas de los cerros. Como vigías. Miradores asombrados. Que nos conmueva, preocupe y motive su lucha actual y futura. ¡Que no se dejen invadir ni por el viento! En su homenaje tengamos presente estos versos escritos por nadie y entonados por todos:
Los dos gallos
Cuando canta el gallo negro, es que ya se acabó el día
si cantara el gallo rojo otro gallo cantaría.
¡Ay!, si es que yo miento, que el cantar que yo canto lo borre el viento.
¡Ay! qué desencanto si me borrara el viento, lo que yo canto.
Se encontraron en la arena los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande, pero el rojo era valiente.
Se miraron cara a cara y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente pero el negro es traicionero.
Gallo negro, gallo negro te lo advierto:
no se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto.
(Cancionero popular español)
En memoria de los compañeros caídos en la Guerra Civil española y en las luchas en toda América latina.
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