PRIMEROS EGRESADOS DEL JARDÍN DE LOS ABRAZOS
Cuando la revolución es un juego de niñosLos primeros dieciocho niños y niñas que egresaron del Jardín de los Abrazos, se graduaron en juegos, ternura, cariño y solidaridad. La apuesta de las Madres es que esos valores sean fundamentales en la construcción de otra subjetividad, que los guíe por los caminos de la vida. El emocionante acto de fin de curso en el Elefante Blanco es signo de otros tiempos. Por Demetrio Iramain
“No puede ser que nosotras vayamos con las manos vacías”, piensa en voz alta y con una generosidad y humildad desbordantes Visitación.
Las otras Madres asienten el planteo de su compañera y no pasa ni un minuto para que Rosita, Ana, Claudia y María Rosa, de la filial Luján, reúnan cinco pesos por cada una para comprar una bolsa grande de caramelos y chupetines y repartirla entre los 18 niños que esa misma tarde, de 35 grados a la sombra, egresan del Jardín de los Abrazos, en Villa 15, antiguamente llamada Ciudad Oculta y hoy convertida en plena luz.Es la tarde del viernes 21 de diciembre.
Toda la planta baja del Elefante Blanco, edificio ubicado en el lateral más al oeste de la villa, está atestada de gente. Son los familiares de los niños que terminan el jardín, más los amigos y compañeros que colaboran en las distintas tareas del Proyecto Sueños Compartidos, como la Fundación Madres de Plaza de Mayo llamó el plan de construcción de viviendas en los barrios más pobres de la ciudad de Buenos Aires.Como campera heredada de un hermano mayor, la palabra “egresados” les queda grande a estos corchitos de la sala de 4 años, que esa misma tarde protagonizan centralmente el acto de fin de curso. El curso consistió en todo un año de aprendizajes y crecimiento en base a estímulos, juegos y mucho amor.
Los niños que concurren diariamente al Jardín de los Abrazos son los hijos de los trabajadores mujeres y varones empleados por partes iguales en los obradores donde se levantan las casas. Las casas que esas mismas familias habitarán después.
Liliana Capuano es la responsable de las tareas docentes que lleva adelante el Jardín. Con gran didáctica hace la locución de un acto por demás enternecedor. Antes, Liliana Koremblit, coordinadora general del proyecto, expone los lineamientos más gruesos de un plan novedoso por los contenidos y también por sus formas. Agradece a las Madres presentes y a todos los responsables de las diferentes áreas que convergen en el plan edificador, dando cuenta de lo vasto y complejo de la movida de las Madres en los barrios. También, destaca el aporte de la FM La Milagrosa, que transmite dentro de la villa.
La mención es una muestra de la premisa política de las Madres: construir codo a codo junto a los agrupamientos genuinos del barrio, respetándose mutuamente dinámicas de trabajo e identidad. Capuano, cuyo aporte profesional es parte de la colaboración dispuesta por el Ministerio de Educación del Gobierno capitalino, se muestra satisfecha por la “posibilidad de trabajar en un colectivo de sueños que una tuvo durante toda la vida y que aquí se pueden cumplir”.Hasta que empieza el acto, propiamente.
Cada sala del Jardín, conformada según la edad de los niños, ha organizado, bajo el comando creativo de las seños respectivas, un número artístico. Las salitas se dividen en “lactarios” y “ambula”. La de lactarios es, naturalmente, la de los más chiquitos, que tienen hasta un año. Y luego vienen las otras, de 2, 3 y 4. Los primeros en entrar son, como es de esperar, los niños mayores, a su vez, los grandes homenajeados de la tarde. Los dieciocho niñitos visten una remera azul oscura con el pañuelo de las Madres y por toda inscripción “El Jardín de los Abrazos”. Una banda roja les cruza el pecho y en ella puede leerse “Egresados 2007”.Luego vienen los de la salita de lactarios, que entran disfrazados de conejos, con largas orejas y todos pintarrajeados.
Algunos caminando a los tropezones, otros en brazos de sus maestras, todos miran con cara de asombro, pero casi ninguno llora reclamando por su mamá. Los de la sala de 2 años cantan y bailan una canción que por momentos se interrumpe para que los chicos queden como suspendidos en graciosa posición de estatua.Para los nenes de la salita de 3 hay preparado un número de murga. Los niños entran vestidos con trajes coloridos, gorros altos decorados con estrellas azules y rojas, y tiritas en varios tonos hechas en papel crepé.
Una maestra porta un momo de madera flaco como un espantapájaros, que dirige la coreografía. Mientras los chicos danzan sus pasos desparejos, otros tiran papel picado de color plata.Hasta que ocurre el tramo más solemne del acto. Los de 4 años son llamados al escenario para recibir sus diplomas y un libro con el cuento “La planta de Bartolo”, a modo de obsequio. Cuando los chicos se acercan al frente, sus lugares, de sillas dispuestas al lado de donde se sientan las Madres de Plaza de Mayo, son ocupadas por los de la salita de 3, que al año siguiente serán condecorados. Cada vez que la locutora nombra a Ruth, Nahuel, Rocío, Jonathan, Ludmila, Patricio, Paola, Martín, Rebeca, Antonio, María Rosa, Derlis, Nancy, Tatiana, China, Lucila, Francisco y Luján, un familiar, a veces la madre y otras el tío o la hermana, se acerca, los besa fuerte en la frente o la mejilla y les entrega el certificado, mientras los demás aplauden y los compañeritos hasta se animan a cantar el nombre.El final es el agradecimiento de una de las Madres, María Rosa de Palazzo, de la filial Luján de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que destaca el amor y la generosidad de todos los que intervienen en la concreción del proyecto, al tiempo que explica que “las Madres somos corajudas y esperamos que pasen muchas cosas como éstas en el país”.También interviene una de las docentes, Lourdes, en representación de sus compañeras Victoria, Marcela y Patricia. Y antes de que las Madres devuelvan el último beso a los nenes y entreguen a las maestras la bolsa de golosinas, Silvia de Castro hace una breve función de teatro de títeres, logrando que grandes y adultos participen cantando “El sapo Pepe”, leyendo la letra de un papelito repartido de mano en mano.Recién entonces, las Madres desandan el pasillo de entrada a la planta baja del Elefante Blanco, y se suben contentas a la combi, que las regresa a la sede de la Asociación, en el barrio de Congreso. Saben que la revolución soñada por sus hijos ha dado otro paso fundamental, aunque no lo parezca tanto hoy. Las Madres no luchan sólo para hoy o mañana, sino para que sus esfuerzos militantes fructifiquen dentro de muchos años y logren construir, sin exageraciones, otro futuro absolutamente diferente al sugerido hasta hoy. Esos niños y niñitas, con cara de sorpresa y sólo entusiasmados ante la posibilidad de aprender un nuevo juego serán, seguramente, quienes decidirán los destinos del país. El desafío educativo de las Madres es darles elementos para que se formen en otra subjetividad que enfrente, desde la más tierna edad, a la que el capitalismo pretende imponerles.