martes, 29 de julio de 2008
















Perpetua y Cárcel Común.

Por Alejandro Dausá.(*)


Bolivia.

Lo condenaron a cadena perpetua.

Como si eso fuera poco, Luciano Benjamín Menéndez deberá cumplir la pena en una cárcel común, como otros tantos asesinos.

Sin embargo, se trata de un criminal dichoso, cuyas fechorías fueron disimuladas y enmascaradas durante años gracias a la complicidad de por lo menos dos gobiernos argentinos.

Hasta el juicio mantenía un status privilegiado, arrestado en su propia casa, desde donde hizo sentir durante décadas su presión sobre políticos, religiosos, economistas, miembros de las fuerzas armadas, instituciones, procesos, con particular densidad e intensidad en la provincia de Córdoba.

Como pocos casos en la historia contemporánea del país, la sola mención de su apellido resultaba suficiente para provocar una sensación de frío y espanto, aún en plena democracia. Fue señor de horca y cuchillo, dueño de vidas y muertes.

En agosto de 1976 uno de los grupos de tareas bajo su comando me secuestró junto a otros cuatro compañeros de estudios y al sacerdote responsable de nuestra formación.

Saquearon la casa donde residíamos y destruyeron meticulosamente lo que no robaron.

Sobre un poster con la figura de Carlos Mugica, que teníamos en una pared, se tomaron el tiempo para dibujar una SS con la tipografía clásica de las tropas nazis, y la palabra "kaput".

Conocimos las mazmorras del D-2, en pleno centro de la capital cordobesa, pasamos brevemente por la penitenciaría, y por fin nos incomunicaron en la cárcel de encausados, desde donde nos trasladaban a La Perla para someternos a interrogatorios.

En ese lugar trabajaba como especialista, en la Iglesia Católica, un suboficial que se hacía llamar Rubén Magaldi: un ser atormentado y fanático, ultramontano y proclive a soltar discursos y juicios teológicos tremebundos, desde una visión absolutamente maniquea de la historia y los seres humanos.

Era notable el grado de información que manejaba sobre la iglesia cordobesa. Por eso o por sus manías místicas, le decían El Cura. Hasta hace pocos años vivía tranquilamente en la zona de Villa Allende; en la sala de entrada de su casa exhibía una caricatura de su persona vestido con una sotana.

Quedan muchas historias por develar, muchos capítulos por investigar.

El genocidio argentino no sería totalmente explicable sin el soporte filosófico-teológico brindado por obispos, religiosos y capellanes castrenses. Luciano Benjamín Menéndez no actuó solo.+ (PE)

PreNot 7524 080728

08/07/28 - PreNot 7524

Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
598 2 619 2518 Espinosa 1493.
Montevideo. Uruguay
www.ecupres.com.ar
asicardi@ecupres.com.ar