sábado, 28 de marzo de 2009
El Gráfico la Corsa de Miguel Benancio Sánchez el Tucu Jesus Cejas y Crecencio Galañena cubanos desaparecidos asesinados torturados en Argentina Toto
fotografía de un joven cubano secuestrado en Argentina por los mismos que le quitaron la vida también a Miguel Sánchez.
Eladio González toto que publica este blog, participó en dos oportunidades (una en Mar del Plata) y la otra en los bosques de Palermo, Buenos Aires, Capital Argentina en maratones en homenaje al desaparecido deportista. Lo hice portando un mástil donde flameaban bajo la bandera cubana los nombres y apellidos de Crecencio Galañena y Jesús Cejas.
El recuerdo de Miguel Sánchez vuelve a las calles
(AW) Miguel Benancio Sánchez fue secuestrado por fuerzas militares el 8 de enero de 1978 en su casa de Villa España, en Berazategui. Días antes había participado de la tradicional prueba atlética San Silvestre, en Brasil. Desde aquella noche permanece desaparecido. Su caso tomó trascendencia cuando fue mencionado en el libro “El terror y la gloria”, de Abel Gilbert y Miguel Vitagliano, y en una nota publicada en el diario Clarín por Ariel Scher en 1998.
Ese año, el periodista italiano Valerio Piccioni supo de la historia de Miguel Sánchez y decidió homenajearlo cada año en Roma organizando “La corsa de Miguel”, una competencia de 10 kilómetros de extensión que, tiempo después, comenzó a realizarse en Buenos Aires.
Mañana, desde Figueroa Alcorta y Sarmiento, se largará una nueva edición para recordar a aquel corredor tucumano, poeta y militante político.
En 2001, los periodistas Pablo Llonto y Hernán Gil publicaron en la revista El Gráfico una investigación sobre el secuestro, cautiverio y desaparición de Sánchez.
La tituló “Viaje al fin de la noche”. Aquí reproducimos algunos fragmentos de aquella nota:
Buenos Aires, 28 de marzo de 2009 (Agencia Walsh). Aquellas noches de enero del 78 bien merecen las páginas deportivas. Un poco por el atleta. Otro poco por el silencio del periodismo de entonces.
Dicen los vecinos de Villa España, silencioso y sufrido barrio de Berazategui, en el sur del Gran Buenos Aires, que nunca vieron tantas armas juntas en tan pocas cuadras. En las madrugadas del 8 y 9 de enero nadie contó cuántos hombres bajaban de los autos, ni contaron sus ametralladoras, sus fusiles y sus pistolas. En veinticuatro horas seis vecinos del barrio fueron cargados en los Falcon a los gritos y sin disparar un tiro. Tres vecinos nunca volvieron, uno de ellos era Miguel Benancio Sánchez, 25 años, maratonista de Independiente.
Villa España sigue siendo hoy el mismo silencioso y sufrido barrio. Un barrio de un país donde se recuerda menos de lo que se olvida.
fotografía de un funcionario cubano de la Embajada en Argentina secuestrado por militares argentinos al igual que el maratonista Miguel Sánchez.
El señor que nos atiende en la puerta de la casa tiene las ojotas rotas y cosidas con un piolín, pero aún le sirven para caminar por la calle de tierra. La misma sobre la que se posaron, en 1978, una decena de Ford que buscaban al delegado de la línea 98, Alfredo Manzo.
Han pasado veintitrés años y el hombre es tal vez el único testigo vivo que brinda una pista del maratonista.
-Donde yo estuve secuestrado había un atleta que estaba destrozado por los golpes. Pero me habían dicho que era chileno y que lo habían secuestrado al regreso de una carrera en Brasil.
-Mire Manzo, de quien buscamos datos es de Miguel Sánchez, el corredor que no era chileno sino tucumano, al que los militares se llevaron de su casa el 8 de enero, una semana después de haber corrido la San Silvestre en Brasil...
-Puede ser que yo esté confundido, pero para mí era chileno y lo habían secuestrado apenas bajó del avión después de haber participado en esa carrera.
-Son muchas coincidencias. Usted, ¿dónde estuvo secuestrado?
-No lo sé, yo estuve diez días encapuchado, aunque, a veces, acostándome podía ver por abajo de la capucha. Por lo que pude deducir después de muchos años, el lugar estaba en Autopista Ricchieri y Camino de Cintura, en un lugar que había dos o tres chalets. A mí también me llevaron el 8 de enero de 1978.
Manzo fue colectivero y ahora es taxista. Pero antes, mucho antes, fue obrero y leyó a Marx hasta cansarse. Cuentan en Solano que cuando trabajaba en una fábrica de vidrios, el patrón y su hijo le pegaron en un playón por atreverse a pararles la planta encabezando un reclamo. “Casi lo tiran a un horno”, dicen los que conocen a Manzo.
(…)
-Por lo que hemos averiguado usted estuvo en el mismo campo de concentración al que llevaron a Rodolfo Fernández, amigo del atleta, y quien fue secuestrado en el mismo barrio de Sánchez, unas horas después que él...
-Es cierto, yo estuve con Fernández. Él estaba encadenado al lado mío en una cucha donde ponían a los detenidos y algo pude hablar con él. Creo que fue Fernández quien me contó lo del atleta.
-¿Usted vio al atleta?
-Sí, era un muchacho joven, por lo que se decía allí, lo retorcieron como una toalla.
-¿Habló con él?
-No, con el único que hablé es con Fernández.
El testimonio de Manzo jamás fue brindado ante la Conadep y ésa es la razón por la que hasta hoy nadie supo cuál fue el destino del atleta desaparecido. La memoria del colectivero, golpeada por el tiempo y por la lucha de clases, se convierte en invalorable para la reconstrucción del caso. Creer que Manzo debe acordarse de todo sería un atrevimiento. Pero a partir de la confirmación de semejante dato, hay una historia que se ilumina y que debe contarse.
Miguel Sánchez, o El Tucu, no tenía ganas de huir. A fines de 1977, muchos simpatizantes peronistas y algunos simpatizantes montoneros creían vivir los días inocentes del "nada me va a pasar".
El Tucu de esos días tenía dos preocupaciones: la carrera de San Silvestre del 31 de diciembre y la suerte de varios compañeros de la JP del barrio. Sin imaginarse cómo lo acechaban los demonios de la picana, Sánchez hacía la vida de siempre. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa, como sugirió el General. Entonces, de Berazategui al Banco Provincia en la Capital y viceversa. Siempre en el ferrocarril Roca. Siempre compartiendo el viaje con Rodolfo Fernández, amigo de la militancia, que trabajaba en la sede de Luz y Fuerza.
“La última vez que nos vimos –cuenta Víctor Hugo Díaz, de 45 años, ex JP y taxista-, Miguel se mostró muy afectuoso conmigo. Yo le contaba cosas de la lucha contra la dictadura y él me decía ‘Cuidate hermanito, cuidate’. El ya no militaba activamente, había estado en algunas reuniones hasta el 75, pero por entonces, como se imaginarán, el trabajo barrial estaba como suspendido”.
(…)
A las tres y media de la mañana del 8 de enero de 1978, (Sánchez) fue levantado a punta de fusiles por un grupo de hombres con equipos deportivos que se mandaron para la pieza del fondo de la sencilla casa de la calle San Martín 176 al grito de: “¿Vos sos Miguel Ángel, vos sos Miguel Ángel?”.
De nada sirvió la respuesta del atleta: "Yo no soy Miguel Ángel, me llamo Miguel Benancio". El fiel perro que acompañaba al tucumano ladró esa noche como más no pudo, sin saber que tenía frente a él lo peor de la raza humana. Algo que ese perro jamás había visto.
Los hombres a cara descubierta le pusieron una venda al atleta. Revolvieron la biblioteca y sin temerles a los vecinos que espiaban por las ventanas, lo metieron en el auto al que la dictadura le hizo la peor fama. Cuando unas horas después su madre, asustada y casi sin voz, volvió a entrar a la pieza se dio cuenta de lo que faltaba: la agenda de 1977 y una bandera argentina que su hijo llevaba siempre a las carreras internacionales.
Sin pañuelo blanco, pero con la misma paciencia y valentía que las del pañuelo, Cecilia, la madre de Sánchez iniciaba la ronda de trámites sin sentido. Cuarteles, iglesias, comisarías, dependencias.
(…)
Por los años de los años, nadie pudo decirle a esa mujer algo sobre su hijo. Y la muerte se la llevó así, preguntando por Miguel.
En 1984, cinco años después de su secuestro, cuando los diarios argentinos lavaban su pasado dando las primeras noticias de desaparecidos, lo que se sabía de Miguel Sánchez era casi nada. Un cable de la agencia de noticias estadounidense AP, fechado en Nueva York, traía una información que posteriormente sería investigada por la agencia Noticias Argentinas.
Decía AP: "Esta semana quedará terminada la película El asesinato del corredor de fondo, basada en la historia verídica de un atleta argentino que desapareció poco después de participar en la carrera de San Silvestre de 1978 en San Pablo... el guión escrito por el argentino Miguel Chacour está basado en la historia de Sánchez... tras la carrera, partió a San Pablo, comprometido a participar en la carrera de San Fernando una semana más tarde en Punta del Este pero desapareció en el viaje sin tener desde entonces noticias de él”.
¿Pero quién es Miguel Chacour, el que ha tomado su inspiración de atleta?
Fallecido en 1985, sin poder entrenar la película.
(…)
En los días del imparable vendaval militante -los más veteranos cuentan que ello ocurrió entre 1970 y 1975- el muchacho de Tucumán probaba suerte de futbolista en la cuarta de Gimnasia y Esgrima La Plata, se metía de lleno en las causas justas y no paraba de llenar cuadernos con poemas y reflexiones sobre la vida y el atletismo: "Miguel Sánchez era como muchos de los jóvenes de los 70, con ganas de hacer muchas cosas al mismo tiempo. Era muy sensible, muy inquieto y muy peronista -dice Díaz al recordar las reuniones de la Unidad Básica en Villa España-. Cuando murió Perón estuvimos juntos haciendo la cola para ver el cadáver. Nosotros fuimos de los últimos en entrar al salón donde lo estaban velando. Cuando Miguel llegó al cajón, se largó a llorar a los gritos, muy conmovido. Yo quedé impactado con esa imagen”.
En la única agenda de Sánchez que sobrevivió a los buitres, la tinta azul se resiste a esfumarse. Sueño de un campeón, dice el título. En ella sólo habla de atletismo, maratones y libertades.
(…)
En el tema Desapariciones de Rubén Blades, el autor se pregunta ¿Adonde van los desaparecidos?, y él mismo se responde: Busca en el agua y en los matorrales.
(…)
Las coartadas de los militares han triunfado entre leyes de obediencia debida, punto final e indultos, y quien espere inútilmente la justicia, debe saber que el caso Sánchez, como tantos otros, no sabrá nunca de sentencias condenatorias. Hasta que la memoria y los memoriosos decidan lo contrario.
Pablo Llonto y Hernán Gil